El Escarmiento - Yofre, Juan B - VSIP.INFO (2023)

Índice Cubierta A los lectores 1. Héctor Cámpora se acerca al final. La batalla en Ezeiza. Se profundiza la brecha entre Perón y... 2. El nuevo encuentro entre Perón y Balbín 3. Noviembre de 1973. La lucha por los sindicatos. Los cuatro frentes de batalla 4. Los informes secretos para Perón. El PRT-ERP ataca la Guarnición de Azul. Las dos divisiones 5. La escalada del conflicto. El escarmiento 6. Continúa la depuración. La caida del gobernador Ricardo Obregón Cano 7. Acto del 1 de Mayo. Choque verbal y ruptura en público con Montoneros. Inventario abreviado... Anexo. El documento Habegger sobre los integrantes de la conducción montonera Fotografías Notas Créditos Acerca de Random House Mondadori ARGENTINA

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FOTOGRAFÍAS: ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN Y ARCHIVO PERSONAL DEL AUTOR

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A LOS LECTORES

qué los historiadores o los cronistas le han dedicado tan poco espacio a los ¿P orúltimos doce meses de vida de Juan Domingo Perón? ¿Qué misterio encierra este período en la vida del líder político más importante de la Argentina del siglo XX? Justamente, el tiempo en que llegó definitivamente a su país tras muchos años de exilio y, además, cuando accede a su tercer período de gobierno constitucional. Quizás algunos respondan que no quieren desempolvar los viejos documentos, refrescar la memoria, porque Perón llegó cargado de compromisos. Una suerte de equeco que traía entre sus ropas ataduras indescifrables y alianzas difíciles de explicar. ¿Qué político no asume compromisos para llegar o volver al poder? Todos… los que llegan. Pero una vez instalado en el centro de la escena, el político comienza a ejercer el mando con lo que cuenta, con los que quiere y lo siguen, en el momento que vive, dentro de la sociedad que debe conducir. El Perón que bajó del avión en Morón (y no en Ezeiza) el 20 de junio de 1973 sabe a qué sitio llega. Algunos aseguraron que no tenía una real dimensión del drama en que se sumergía. Muchos me dirán que era un lugar diferente del que tuvo que partir en 1955. Eso no lo puedo dilucidar yo, lo tiene que decir usted, el lector. Para anticipar en parte una respuesta digamos que Perón era el mismo: por sobre todas las cosas, un oficial del Ejército Argentino que lo primero que buscó fue volver a vestir el uniforme que le habían quitado. Después levantó la mirada y se encontró con su país en condiciones deplorables, en estado de ebullición y claramente asolado por vientos que no venían ni del sur ni del norte argentino. En esa Argentina de 1973, sumergida en la Guerra Fría, soplaban vientos que mucho tenían que ver con “ideologías foráneas”, dispuestas a todo, como le gustaba decir. A éstas les presentó una barrera infranqueable con la ayuda de la ortodoxia. No lo digo yo, lo decía Perón: “Ellos creían que yo era uno de los de ellos pero yo no era uno de ellos, yo era uno de los nuestros”, entendiendo por “nuestros” a la ortodoxia, a los peronistas verdaderos. Luego va a estar el Perón que muchos imaginaron o quisieron imaginar para sus propios fines, propugnando una “patria socialista”. Es un Perón inventado. Era “un

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Perón que no nos gusta”, tal como dijo Mario Eduardo Firmenich cuando el líder se mostró tal cual era y comenzó a hablar y a actuar. En gran medida ese es el relato de este libro. El escarmiento es la historia del castigo a aquellos que lo desafiaron, incluso con las armas. Hasta su último día intentó encarrilarlos dentro de la sociedad con la ley en la mano. Dentro de las tantas constancias de que no eran peronistas está el “Anexo” del presente libro. Por las condiciones en que fue escrito es duro leerlo, pero está ahí: es parte de la historia y no me es dado cambiarlo. Del texto de la crónica surge, también, un reconocimiento a Ricardo Balbín, un hombre que en el pasado lo había enfrentado y por ello sufrió la cárcel. Algunos no lo entendieron cuando tuvo que saltar una cerca, en noviembre de 1972, para decirle a su viejo adversario que así no se podía seguir viviendo. No hicieron falta muchas palabras porque los dos entendieron lo mismo y se abrazaron. Tras ese abrazo se “amigó” gran parte de la sociedad. Usted va a ser partícipe de algunos de los documentos que Perón leía y que le sirvieron para diseñar sus discursos. También sabrá de sus confesiones íntimas y sus padecimientos. Este es, además, el recorrido de la construcción de un discurso para combatir a la subversión. Él imaginó que con la ley en la mano podía enfrentarla y hablaba de “aniquilar” y “exterminar”. Él era el centro, así había sido durante treinta años. Y al desaparecer él, todo se desató. En definitiva, con el inédito aporte documental y testimonial que se brinda, ahora el lector podrá, al menos en parte, entender al Perón que bajó en Morón y que por tantos años fue escondido. Nadie —yo en primer lugar— le pide que se haga peronista, sólo que lo entienda.

La “Biblia” castrense: aclaración para el lector

Es sabido que los montoneros daban la impresión de ser militares frustrados. Que hubieran querido pasar bajo el arco de entrada del Colegio Militar de la Nación, en El Palomar, pero no pudieron. Algunos sí se graduaron en los liceos militares de la época. Pero como no eran oficiales en funciones, intentaron imitarlos: se fijaron grados, uniformes, códigos, reglamentos como los de aquellos a quienes combatían. Y como el Ejército Argentino tenía sus códigos y reglamentos y su “Biblia”, ellos, los montoneros, también se hicieron la suya en septiembre de 1973. Según los periodistas

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Norberto Ivancich y Mario Wainfeld,1 entre agosto y septiembre de 1973, circulaba en los niveles superiores de la organización armada Montoneros un largo documento mimeografiado conocido como la “Biblia” o el “Mamotreto”. En otras palabras, ese documento al que pocos han accedido y del que nadie parece tener copia, intentaba consolidar, unificar ideológicamente a los cuadros de la “organización políticamilitar”. Más cerca del marxismo que del peronismo clásico u ortodoxo. Dicen Ivancich y Wainfeld que en su contenido, de lenguaje alambicado, se aceptaba el marxismo como método de análisis pero se lo rechazaba como filosofía política. Más que marxismo, lo poco que se conoce del documento es una mala copia de “castrismo”. Esa “Biblia”, entonces, parecería contener el pensamiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), la organización “entrista” con la que se fundió públicamente Montoneros el 12 de octubre de 1973, pero con la que ya venía funcionando operativamente desde comienzos de 1971, tal como queda demostrado en Volver a matar y registrado en los archivos de la Cámara Federal Penal de la Nación (1971-1973), disuelta por el presidente Héctor J. Cámpora. Ese documento, si se quiere, sería el vademécum de las ideas recibidas en los campos de entrenamiento de la “perla del Caribe” o de intelectuales del “nuevo peronismo”, el “revolucionario”, que proclamaba la “patria socialista”. También, entre los textos de lectura y debate, figuraba Los conceptos elementales del materialismo histórico, de Marta Harnecker, la socióloga chilena que tras su paso por el catolicismo se volcó de lleno en el marxismo-leninismo que irradiaba el proceso castrista. Tal sería su compromiso militante que, además, brindó su apoyo incondicional al gobierno de Salvador Allende Gossens, para terminar en Cuba casándose con Manuel Piñeiro Losada, el conocido “Barbarroja”, jefe del Departamento América del Comité Central del Partido Comunista Cubano, desde donde se daban directivas a todos los movimientos guerrilleros de América Latina y África portuguesa. Al enviudar en 1998, Harnecker se trasladó a Venezuela, donde se convirtió en asesora calificada del presidente Hugo Chávez Frías. Ya en mayo de 1973, es decir antes de la formulación de la “Biblia”, el Boletín Interno Nº 1 de Montoneros y FAR, definido como “estratégico” por su conducción, sostenía que “este proyecto de liberación nacional y social define nuestra ideología socialista, en tanto la liberación de la clase obrera y el pueblo peronista supone la destrucción del sistema capitalista dependiente y la construcción de una patria socialista en el marco de la liberación latinoamericana”. Si es así, nada nuevo… en nombre de Perón, el trasiego.

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En todo caso era la antesala del viaje de Mario Eduardo Firmenich a la Unión Soviética, en septiembre de 1974, llevado de la mano por la Inteligencia cubana. En el periplo se suscitó un inconveniente que fue salvado por hombres de Fidel Castro. Sus documentos falsos eran tan falsos que estuvo a punto de ser detenido en Praga. Falsos hasta el infinito, como la “Biblia”. A su vuelta dio una conferencia clandestina en una casa abandonada del barrio de Belgrano donde se reconoció “marxista leninista”. ¡Había encontrado su verdad! Verdad que estaba contenida, de manera solapada, en su “Biblia”. Lo espantoso no fue eso, sino el haber escondido su adscripción al comunismo a jóvenes seguidores que en su gran mayoría caían en nombre del peronismo. Una estafa sangrienta. Más originales —sinceros si se quiere—, los militantes del PRT-ERP tuvieron el denominado “mamotreto de Mariano”, de doscientas páginas, que fue analizado en el V Congreso partidario, el 30 julio de 1970, cuando se formalizó la fundación del brazo armado del partido, el Ejército Revolucionario del Pueblo. El tal Mariano no fue otro que El Gato u Ojito Benito Jorge Urteaga, que cinco años más tarde murió combatiendo al lado de Roberto Santucho. No fue el único “mamotreto” que produjo el PRT-ERP, pero es uno de los más recordados, por el momento en que se presentó y por quién era el autor. La “Biblia” del Ejército Argentino era considerada “una situación base o estudios especiales sobre movimientos y organizaciones nacionales e internacionales”. Aquello que los oficiales de Inteligencia hoy calificarían como “actores estratégicos”. Otros oficiales del Estado Mayor la denominaban: “Descripción del Ambiente Operacional”. A diferencia de la “Biblia” montonera, se nota que sufrió actualizaciones. Cómo no, si el mundo se alteraba de manera permanente. Se observan postulados “inamovibles” y situaciones “cambiantes” que trascendieron a Perón. Una perspectiva que bien definió Emilio Romero, un íntimo amigo del habitante de la quinta 17 de Octubre de Madrid: “Yo no he cambiado nada. Ha cambiado el tiempo a mi alrededor. Sigo permaneciendo fiel a la media docena de cosas que merecen la pena. Y leal a mi tiempo, que es quien nos muda a todos”. En definitiva, contiene la memoria, el vestigio ideológico con el que el Ejército Argentino enfrentó al terrorismo. Lo cierto es que dichos trabajos conformaron un bibliorato difícil de terminar y de digerir. Tiene 516 páginas, todas con sello “Reservado”. El material está dividido en once capítulos. Los oficiales del “Estado Mayor de Olivos” (los coroneles Jorge Sosa Molina,

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Carlos Alberto José Corral, Vicente Damasco, su edecán teniente coronel Alfredo Díaz, el teniente coronel Carlos Alberto Ramírez y el mayor Enrique Lugand), y los noveles oficiales del Regimiento de Granaderos a Caballo, que Perón consultaba cotidianamente en Olivos, la conocían. Algunos le hablaron en reiteradas ocasiones de la “Biblia”. En una ocasión, Juan Domingo Perón pidió verla. Cuando se la trajeron exclamó campechanamente: “No m’hijo... cómo voy a leer todo esto, no tengo tiempo”. Y la “Biblia” volvió casi sin abrirse. ¿Qué le podía enseñar al viejo teniente general? Entonces, cuando a lo largo de este libro se haga una referencia a la “Biblia”, es bueno saber que se trata de la del Ejército Argentino. La otra, la de Montoneros, aunque algunos hablen de ella, no aparece. O, por pudor “entrista”, no se la quiere mostrar. JUAN BAUTISTA YOFRE

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CAPÍTULO 1 HÉCTOR JOSÉ CÁMPORA SE ACERCA AL FINAL. LA BATALLA EN EZEIZA. SE PROFUNDIZA LA BRECHA ENTRE PERÓN Y CÁMPORA. ADELANTANDO LA CRISIS. LA MIRADA NORTEAMERICANA

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El 20 de junio de 1973 fue el día más corto del año: dos minutos menos que el 19 y el 21, pero transcurrió con una intensidad muy pocas veces vista en la Argentina. Ese día volvía definitivamente a su tierra Juan Domingo Perón y lo esperaba una multitud. Desde hacía casi un mes el país tenía un gobierno constitucional, tras el golpe militar que derrocó a Arturo Umberto Illia en junio de 1966. Regía un sistema democrático y popular. Había, por lo tanto, desaparecido la dictadura, “la causa” por la que las organizaciones armadas de distinto signo crecieron de manera exponencial a partir de 1970. Eso es lo que sostenían. El argumento, desde todo punto de vista, no era sincero. La primera guerrilla —Uturuncos— imitó a la de Cuba y fue creada contra el gobierno de Frondizi en 1959. La segunda con guerrilleros argentinos —como su jefe Jorge Ricardo Masetti Blanco (a) “Comandante Segundo”—, y asesores cubanos como Horacio Peña Torre (a) “Capitán Hermes” y el futuro general y ministro del Interior Abelardo Colomé Ibarra (a) “Furry” actuó durante las presidencias radicales de Guido e Illia. Vinieron a preparar el terreno para Ernesto “Che” Guevara de la Serna. El Che fue primero a Bolivia, donde fue fusilado el 9 de octubre de 1967. Pero él “no perseguía más que un solo propósito: dirigirse a Buenos Aires, con o sin preparación, recursos y acompañantes”, recordó el ex encargado de Bolivia para el servicio de inteligencia castro-comunista, Ángel Brager (a) “Lino”, a Jorge Castañeda en La vida en rojo. El general Nikolai Leonov —la contraparte de Vernon Walters de los Estados Unidos—, quien llegara a vicedirector del Comité de Seguridad del Estado de la Unión Soviética, reconoció el 22 de septiembre de 1998, durante una conferencia brindada en el Centro de Estudios Públicos de Chile, que “Bolivia no era el punto final del ‘Che’ Guevara, sino que era una especie de polígono donde tenía que entrenar a la guerrilla, pero que el objetivo final tendría que ser la Argentina, su país natal, donde había un fuerte movimiento clandestino que se levantaría en el momento de la incursión de las tropas desde afuera”. Testimonios al respecto sobran, por lo tanto el “modelo” que las distintas versiones de la guerrilla querían implantar en la Argentina no era ni el Justicialismo, ni la Patria Peronista, la Patria Socialista o alguna otra versión por el estilo. El “gallito bajo el brazo” que tenía cada jefe guerrillero era el modelo cubano o, más exótico aún, el vietnamita. Desde el 25 de mayo de 1973, la Argentina había entrado en la dimensión desconocida. Como en la serie de televisión, todo alimentaba la sensación de vivir más que un sueño, una pesadilla. No era ciencia ficción: las oficinas públicas

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asaltadas por verdaderas bandas de facinerosos, funcionarios del propio Cámpora amenazados de muerte si asumían sus cargos, las universidades y los colegios nacionales transformados en la imagen del caos, secuestrados por el PRT-ERP que permanecían en “cárceles del pueblo”, motines en las cárceles, empresarios nacionales y extranjeros que se iban a otra parte, copamiento del aeropuerto de Tucumán. También algunos enfrentamientos con muertos. Nadie lograba poner orden. ¿Cómo hacerlo si la policía atravesaba una etapa de vejación? Se vivía una suerte de “destape” liberador y lo peor era, en ese momento, la penetración subversiva en los estamentos del Estado. Todo al compás de los bombos. Por eso la gran mayoría de la sociedad, paralizada ante los desmanes, esperaba la llegada de Perón como un factor de orden. Sin embargo había algo flotando en el ambiente que nadie decía en público: entre Perón y Cámpora existía una fisura muy difícil de reparar. Ésta nació antes de llegar Juan Domingo Perón a la Argentina. Quizá, para fijarla en un día, se pueda arriesgar el 25 de mayo de 1973, cuando Héctor J. Cámpora asumió a la Presidencia de la Nación en medio de los más graves desmanes atizados por las organizaciones guerrilleras. Por algo Le Monde adelantó el 19 de junio: “Algunos ya mencionan la posibilidad de un reemplazo a breve plazo del presidente Cámpora por el general Perón”. El cable confidencial Nº 25431 de la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires informó el 19 de junio de 1973 al Departamento de Estado, con pedido de retransmisión a las embajadas en Asunción, Brasilia, La Paz, Santiago de Chile, Montevideo y Madrid, que se esperaban para el día siguiente “grandes multitudes” para recibir a Perón. “Están siendo tomadas ciertas medidas de control para el público”, se dice en el punto 1º, a la vez que se adelanta: “Aparentemente Perón será el único orador que hablará en la ceremonia de bienvenida, y se dirigirá directamente a su residencia de Vicente López. Perón y Cámpora, según se espera, regresarán en el mismo vuelo, pero hay dudas, dado que se dice que Perón estaría irritado por la actuación de Cámpora desde el 25 de mayo”. El punto 6º del cable expresa el estado de ánimo del líder justicialista: “El vuelo de regreso seguramente resultará interesante, con Perón y Cámpora en el mismo avión varias horas. Las fuentes peronistas confirman que Perón está bastante irritado con Cámpora por una serie de asuntos, y se lo ha hecho saber en términos nada elusivos. Se supo que la no asistencia de Perón al aeropuerto para recibir a Cámpora, o a las ceremonias en honor de éste, no se debió precisamente a la enfermedad o algo parecido. Los puntos de irritación serían:

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• Las fallas en la organización de la multitud que derivaron en los acontecimientos de la noche del 25. • El apurado indulto que el gobierno debió dar la noche del 25. • Varios nombramientos de Cámpora. Sobre todo el del ministro del Interior (Esteban) Righi. • La falla de Cámpora de no actuar más enérgicamente para enfrentar las recientes ocupaciones de escuelas, hospitales y otras instituciones. Las fuentes indican que la brecha entre ambos no es todo lo amplia que se cree, pero por el momento Cámpora no está demasiado cómodo”. Ya en Madrid se hace notable el desdén con el que Perón trata al presidente Cámpora. Benito Llambí, un testigo privilegiado, relató en sus memorias Medio siglo de política y diplomacia que el ex presidente “estaba por completo al tanto de la situación” en la Argentina. “Era manifiesta la distancia que mantenía con Cámpora, y que éste procuraba acortar por todos los medios. Ni bien llegamos a Madrid, había intentado ir a verlo, y Perón lo había derivado para el día siguiente.” Llambí era jefe de Ceremonial y Protocolo de Estado. No era el cargo al que aspiraba. Se veía con la capacidad y los conocimientos suficientes para ser titular del Palacio San Martín. “De todas maneras, en la concepción ‘peroniana’, era el Chambelán del Rey”, observó Rodolfo Iribarne, en esos tiempos miembro de la Mesa Nacional del Frente Justicialista de Liberación. Al día siguiente de la llegada a Madrid, Benito y Beatriz Haedo de Llambí fueron invitados a almorzar a la quinta 17 de Octubre. Estuvieron presentes, además del dueño de casa, su esposa Isabel, López Rega y el matrimonio Cámpora. Llambí se sintió incómodo porque “era ostensible la manera en que el general Perón ignoraba a Cámpora […] la realidad es que la suerte de Cámpora estaba echada. A Perón le bastaron veintitrés días —los que mediaron entre el 20 de junio, día de su regreso, y el 13 de julio, en que renuncia Cámpora— para terminar con la experiencia juvenil de administración”. Al descender en la Base Aérea de Morón, “ingresamos a una sala en la que de inmediato se le expuso a Perón el problema de Ezeiza. Sin disimular para nada su fastidio, hizo responsable de toda la situación al ministro del Interior Esteban Righi, a quien retó en términos durísimos delante de todo el mundo”, recuerda Llambí. Esta visión es coincidente con la de un alto jefe del Ejército (llegó a general de división), que en esos días estaba cerca del teniente general Raúl Carcagno y escuchó su relato: “Vicente Solano Lima nos llamó a los tres comandantes para pedir

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asesoramiento acerca de qué hacer frente a lo que sucedía en Ezeiza. Todos coincidimos en que Perón y su comitiva debían descender en Morón. Cuando bajó del avión, tras los cortos saludos protocolares, Perón se reunió con los tres comandantes y nos pidió un cuadro de situación. La reunión se realizó en una oficina que tenía un amplio ventanal y en un momento Perón, observando a Righi detrás de los cristales, me dijo: ‘Sólo Cámpora pudo nombrar a este pelotudo de ministro del Interior’”.

• Recuerdos de un periodista2 Armando Rubén Puente se desempeñó como corresponsal de la Agencia France Press en Madrid y en el semanario Le Point, fue colaborador de Le Monde y corresponsal de Primera Plana, Panorama, Siete Días, Tiempo Argentino y La Nueva Provincia. Fue también presidente del Club Internacional de Prensa y de la Asociación de Corresponsales Extranjeros en España. Las noticias que recibía Perón en Puerta de Hierro desde el 25 de mayo de 1973 lo ponían furioso. No toleraba ni el clima de violencia que se generaba en el país por parte de la juventud peronista ni la cobertura que le otorgaba el nuevo presidente argentino. Las ocupaciones de edificios públicos, la violencia de las agrupaciones guerrilleras contra sindicalistas, militares y policías, o el clima revolucionario en las universidades no formaban parte de la restauración de la democracia que pretendía el General. Los cronistas que se daban cita en su residencia todos los días desde que en la Argentina comienza la apertura democrática veían desfilar a sindicalistas, militares y jóvenes de las organizaciones del peronismo por Madrid. El disgusto de Perón —que no dejaba de atender a todos— se manifestaba en el tiempo de espera. Periodistas como Armando Puente de France Press y Emilio Abras de la agencia española EFE, este último con menor intensidad, conversaban a diario con Perón y recibían también las consultas de los visitantes, tan ansiosos como inquietos por la espera. Quienes no esperaban eran los dirigentes sindicales, porque Perón les otorgaba una especial atención y nunca debían permanecer más de un par de días aguardando la reunión. Lorenzo Miguel, antes de las elecciones del 25 de mayo de 1973, acompañó a Madrid para visitar a Perón al coronel (R) Luis Premoli y al contralmirante

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Emilio Eduardo Massera. Por razones de antigüedad, ingresó Premoli en primer término. Perón lo recibió como a un compañero de armas y el coronel desplegó una batería de argumentos respecto de las estrategias de los bloques en plena Guerra Fría, el futuro del Sudeste Asiático, no dejó región del mundo sin recorrer frente a un Perón que precisamente si algo atendía en sus días madrileños era la política internacional. Después ingresó Massera, a quien Perón preguntó también sobre sus opiniones profesionales. El contralmirante Massera simplemente respondió: “Mi General, yo vine a escucharlo a usted, vine para aprender”. Perón habló durante media hora, se despidió del marino, llamó aparte a Lorenzo Miguel y le advirtió: “Cuidado que éste es un pícaro”. La relación de Perón con Francisco Franco, caudillo y jefe indiscutido del gobierno de España, estaba minada por la política argentina, por la presión que soportaba de las autoridades del gobierno que encabezaba el general Lanusse. Cada vez que un funcionario de rango ministerial, y hasta el propio Lanusse, visitaba Madrid, Perón recibía la sugerencia de alejarse por unos días de la capital española. “Me voy unos días a Guadarrama”, les decía a los periodistas, fórmula que se transformó en una clave para una prensa ansiosa de noticias sobre la marcha de las relaciones entre Lanusse y Perón. Guadarrama fue la señal para saber que algún personaje importante del gobierno argentino estaba llegando a Madrid. Los jóvenes de la JP, colateral de Montoneros, no lograban penetrar la rigidez del General, que los hacia aguardar días —se contaron hasta veinte jornadas apremiantes de espera en los hoteles de la Gran Vía— hasta lograr el acceso a la residencia 17 de Octubre de Puerta de Hierro. La marcada diferencia de trato con los dirigentes sindicales ponía furiosos a los miembros de la “juventud maravillosa”. Perón preparó el día de la visita oficial de Cámpora a Francisco Franco en el Palacio del Pardo una venganza tan sutil como hiriente. Conociendo la rigurosa disciplina castrense de Franco con los horarios —el caudillo español sentía obsesión por el protocolo—, Perón aguardó a Héctor Cámpora en Puerta de Hierro y lo entretuvo lo suficiente como para llegar una hora tarde a la cena en su honor.

Juan Domingo Perón sabía casi al detalle todo lo que sucedía en la Argentina

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cuando el 19 de junio de 1973, cerca de las ocho de la mañana hora española, partió definitivamente rumbo a Buenos Aires en el Boeing 387 de Aerolíneas Argentinas al que habían bautizado Betelgeuse. Tenía innumerables fuentes, muchas de las cuales cuidaba celosamente, y no solamente porque el “Gordo” Vanni le iba a buscar los diarios a los vuelos de Aerolíneas Argentinas, como relató Miguel Bonasso en El presidente que no fue. Además de otros medios de comunicación, un pequeño grupo de Inteligencia le pasaba dos informes diarios vía télex, desde la oficina de un operador de la Bolsa de Comercio. Con aquello de “información, secreto y sorpresa” que él sabía encadenar, estaba convencido de que su movimiento padecía un nivel de “infiltración” nunca antes visto. Intuía que hasta donde el cuerpo le aguantara habría de trabajar para terminar con la epidemia. No estaría solo en la pelea. Lo acompañarían su pueblo y las organizaciones del Estado. Leía todo lo que se le alcanzaba y, por lo general, lo que le llamaba la atención lo marcaba con un círculo en lápiz rojo. Así, estaba al tanto de la extensa conferencia de prensa que unos días antes habían brindado Mario Eduardo Firmenich y Roberto Quieto, líderes de Montoneros y las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias): “Nuestra estrategia sigue siendo la guerra integral, es decir la que se hace en todas partes, en todos los momentos y por todos los medios, con la participación de todo el pueblo en la lucha, utilizando los más variados métodos de acción, desde la resistencia civil pasando por las movilizaciones, hasta el uso de las armas”. ¿Hablar de armas en pleno período constitucional? ¿cómo?, se debe haber preguntado durante el vuelo. Perón sabía que iba a ser presidente de la Nación, también lo intuían sus colaboradores más leales. No desconocía la posición que había fijado el PRT-ERP: teniendo en cuenta que Cámpora había sido elegido por el voto popular, “las operaciones de propaganda armada no estarán dirigidas contra él sino contra los pilares del régimen reaccionario, las empresas y el ejército opresor”. El 5 de junio de 1973, la embajada estadounidense informó a Washington mediante el cable Nº 2366 que “el ERP interfirió las líneas de transmisión de una radio de Santiago del Estero para emitir un comunicado en el que reiteró su meta de continuar la lucha y enfrentar al gobierno de Cámpora”. Aunque con diferencias de pocas semanas, y ya con Perón en la Argentina, el jefe montonero Mario Eduardo Firmenich no pensaba diferente y lo haría saber:3 Perón: —¿Ustedes abandonan las armas?

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Firmenich: —De ninguna manera. Si hemos llegado hasta aquí ha sido en gran medida porque tuvimos fusiles y los usamos. Si abandonamos las armas retrocederíamos a las posiciones políticas. El mismo día 5 de junio, con el cable Nº 2363, la embajada de los Estados Unidos comentaba que “el 2 de junio, dos mil puños se agitaron enfervorizados en repudio del delegado cubano Agapito Figueroa, obligando a un apresurado retiro del citado de las instalaciones del Centro de Recreación de SMATA donde se celebraba el Congreso de la CGT. La delegación chilena siguió a los cubanos en su retiro; un encuentro de delegados extranjeros previsto para el 3 de junio para formar una nueva organización obrera de Latinoamérica, fue, obviamente, pospuesto”. El delegado castrista había comenzado su discurso reconociendo su satisfacción de hallarse “en la tierra del Che Guevara” y propuso un brindis por el Che, “lo que hizo que la concurrencia se pusiera de pie en una espontánea y hostil reacción al grito de ‘Perón sí, Guevara no’ y ‘peronismo no marxismo’”. Pocos minutos más tarde habló la viuda del asesinado líder de SMATA, Dirk Kloosterman, con una intervención emotiva. Luego participó José Ignacio Rucci “proclamando el carácter antimarxista de la doctrina de Perón y condenando al imperialismo tanto de derecha como de izquierda”. El Perón que volvía era un hombre diferente al que había tenido que partir en 1955. “Era distinto”, supo observar Jorge Taiana, uno de sus médicos, al periodista Esteban Peicovich: “Un Perón europeizado, refinado… Estaba más delgado, elegante, había perdido muchos gestos, se había diferenciado”. El tiempo, el ambiente, lo entregaban diferente a su país. Diferente, sí, pero su formación había calado hondo: “Ninguna de mis ideas fundamentales ha cambiado”, le dijo a Luiggi Romersa el 30 de noviembre de 1972, es decir siete meses antes. En uno de sus periódicos encuentros con su médico Antonio Puigvert le confeso: “Mire, Puigvert. En estos años he estudiado mucho, he revisado mucho y me he dado cuenta de los errores que cometí en mi primer período. Errores que voy a hacer lo posible por no repetir. Como ya tengo conciencia de lo que es gobernar, no volveré a caer en ellos”. En otras palabras, como dijo su amigo el periodista Emilio Romero, “de Puerta de Hierro había salido Perón no ya para hacer una revolución, sino para contenerla. Perón estaba ya más cerca de la filosofía que de la política”. Posiblemente, aquellos que gritando su nombre reivindicaban el Cordobazo desconocían que para Perón “el Cordobazo no tuvo ningún signo peronista… Fue de izquierda”, según le confió al historiador Enrique Pavón Pereyra.

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—Y, sí, señor, pero... ¿qué hacemos con la izquierda?—, le contestó Labat, el dirigente cordobés que participaba en una reunión en Puerta de Hierro junto con José I. Rucci. —¿A usted le gusta la ensalada? —Sí. —Bueno —concluyó el General—, la izquierda es como el vinagre en la ensalada. Hay que echarle un poco, para poderla comer.4 En pleno vuelo en el Betelgeuse, todo era alegría y emoción. Sus acompañantes intuían que estaban siendo partícipes de un momento histórico. Y para dejarlo por sentado, muchos se intercambiaron el menú y lo firmaron. En uno de éstos se observan las rúbricas de José Carlos Piva, Mario Amadeo, Beatriz Haedo de Llambí y su esposo Benito, Carlos Gianella, Marcelo Sánchez Sorondo, Alberto E. Assef, el doctor Cossio, Eduardo Paz, Castiñeiras de Dios, Julián Licastro, brigadier López, Enrique Omar Sívori, el coronel Corral, el embajador Campano, Broner, Palma, el presbítero Ricciardelli, José Antonio Allende, Néstor Carrasco, Cantoni, el almirante Padilla y señora, Rucci, el general Juan E. Molinuevo, Alberto Brito Lima, Raúl Lastiri y Ferdinando Pedrini. En el almuerzo podían optar por, entre otros platos, “entremeses a la italiana, crema San Germán, solomillo a la plancha, papas Castillo, guisantes a la manteca, suprema de pollo con salsa blanca, puntas de espárragos, patatas risoladas, tartas de frutas y selección de quesos”.

Una visión castrense y el atentado a Perón Eran muchos los que sospechaban que podían registrarse incidentes en los alrededores de Ezeiza durante la llegada de Juan Domingo Perón. Por esos días, Jorge y Luis Miguel Burzaco Osinde, sobrinos del coronel (R) Jorge Manuel Osinde, quienes militaban con el dirigente juvenil peronista Horacio Calderón, le contaron la visión que tenía el propio Osinde de lo que podía suceder el 20 de junio de 1973. “Me dijeron, relató Calderón, que era casi seguro que Perón nunca aterrice en Ezeiza porque se temía que pudieran atentar contra su vida y producir enfrentamientos.”5 Por esta razón, Calderón reunió a su grupo en una casa de San Isidro, provincia de Buenos Aires, para prevenirlo de lo que podía suceder y así evitar que su gente se complicara.

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El 19 de junio, la noche antes de los incidentes, caminando por la avenida Las Heras, Calderón se encontró con uno de los hombres del contralmirante (R) Isaac Francisco Rojas, quien le comentó que él y algunos amigos iban a ir a Ezeiza. Según reconstruyó Calderón, su diálogo con Jorge Taggino se dio en los siguientes términos: —¿Van a ir a Ezeiza para armar un problema? —No, lo queremos ver al viejo de cerca. —Les recomiendo que no vayan, porque es casi seguro que Perón no baje en Ezeiza y se van a producir enfrentamientos. El brigadier (R) Jesús Orlando Capellini6 tuvo el extraño privilegio de ser actor y testigo de cuatro momentos históricos de la Argentina y el peronismo. Uno, siendo Jefe de la Región Aérea Centro, con base en Ezeiza, cuando llegó Juan Domingo Perón el 17 de noviembre de 1972; dos, cuando ejercía la jefatura de la VII Brigada Aérea con base en Morón, el 20 de junio de 1973; tres, en abril de 1974 en Morón, cuando Perón recibió al general Augusto Pinochet Ugarte; y cuatro, en noviembre de 1974, cuando descendieron en Morón los restos mortales de María Eva Duarte de Perón para seguir rumbo en otro avión hacia el Aeroparque Metropolitano.

El 20 de junio de 1973, el entonces comodoro Capellini hacía escasos meses que se desempeñaba como comandante de la VII Brigada Aérea con asiento en Morón; tanto es así, que todavía habitaba una casa en el barrio de oficiales de Ezeiza. En esas horas, escuchó de uno de los choferes de los tantos funcionarios que estaban en la base que Perón bajaría en Morón. Sorprendido, tomó un helicóptero para recorrer la zona del acto en Ezeiza y al sobrevolar la marea humana, cercana al Puente 12, observó que abajo reinaba el caos. Cuando retornó a su base lo llamó el Comandante de Operaciones Aéreas para decirle: “Capellini, quédese ahí porque es posible que Perón baje en Morón”. Al poco rato, vió aparecer en el horizonte al Betelgeuse de Aerolíneas Argentinas y le pidió a sus pilotos: “Hagan un 360 (grados) y denme un poco de tiempo para ordenar las cosas”. Ya en esos momentos observó que mucha gente estaba rodeando la base y amenazaba con entrar por delante —donde estaban unas rejas que se movían por la presión de la muchedumbre— y por los fondos. Lo único que salvó la situación de emergencia fue el despliegue de los perros guardianes con que contaba la dotación aeronáutica. Cuando bajaron todos los pasajeros del avión, Capellini habló con el piloto y le preguntó por qué no

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había realizado el sobrevuelo de 360 grados que le había pedido. La única respuesta del piloto fue: “Porque no tenía seguridad de nada”. Perón y unos muy pocos más entraron en el despacho del jefe de la base. Capellini entraba sólo para atender los llamados urgentes que recibía. Ya estando el coronel (R) Jorge Osinde, escuchó que José López Rega le preguntó: “¿Por qué no llamó a las fuerzas de seguridad?”. Y Osinde dijo: “Porque con lo que teníamos pensé que alcanzaba”. Ahí surgió un comentario de Perón, parado en una esquina de la oficina: “¿Entonces para qué tenemos la Policía?”. En un pasillo contiguo Capellini observó a una señora, a quien reconoció por su pasado artístico (Silvana Roth) y le preguntó si necesitaba algo. Como toda respuesta escuchó: “No necesito nada, me estoy entreteniendo con este despelote”. A Perón e Isabel los subieron a un helicóptero UH 1H para trasladarlos a la residencia de Olivos. Cámpora quiso abordarlo. Se lo impidieron porque, “por razones de seguridad”, no podían viajar juntos. Al día siguiente era Corpus Christi y el jefe de la base fue invitado a un acto por el Intendente Merino. Como dato de color recuerda que apareció Hugo del Carril, a quien le pidieron que cantara a capela la “Marcha peronista”. Después se sirvió un café al que asistieron algunos concejales. De ese momento recuerda que, hablando de la masa peronista que había ido a recibir a Perón, uno de los concejales dijo: “Los viejos somos los peronistas, los jóvenes no”, en claro desmedro de la Juventud Peronista.

En la página 496, la “Biblia” relata que la llegada de Juan Domingo Perón “originó un enfrentamiento entre sus partidarios, miembros del ERP y la Policía, originando muchísimas víctimas, entre muertos y heridos. Los sucesos tuvieron su origen en el planeado copamiento del aeropuerto y palco oficial de Ezeiza por los movimientos Montoneros, ERP, FAL, FAP y FAR especialmente, los cuales, haciendo una demostración masiva de sus disciplinadas ‘columnas’ fueron al choque de sus oponentes, representados por los comandos armados especialmente preparados por elementos vinculados al Ministerio de Bienestar Social de la Nación. […] Mientras los locutores Edgardo Suárez y Leonardo Favio se encargaban de entretener a los partidarios mediante lemas y breves comunicados sobre el mencionado arribo de la aeronave que conducía a Juan Perón e Isabel Perón, desde España —acompañados

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por una nutrida comitiva—, empezaron a producirse enfrentamientos entre las agrupaciones peronistas y las entristas rivales, los cuales sembraron el pánico entre la enorme multitud concentrada. Gritos, alaridos, demandas de auxilio, imprecaciones, lamentos, etc., se confundían con el detonar de las balas de toda clase de armas de fuego. Una verdadera ola de violencia se alzó sobre la muchedumbre, y en esa vorágine de garrotes, armas de fuego, cachiporras, cuchillos, dagas y otras armas se produjeron las primeras muertes y cayeron los primeros heridos”. “La batalla campal se generalizó y Ezeiza fue escenario de los hechos más vandálicos, en los que primó el fuego de fusiles, ametralladoras, pistolas, revólveres, en medio de la desesperación de ancianos, mujeres y niños que corrían de un lado a otro para protegerse y salvar sus vidas.” Además del atacante izado por los pelos por los defensores del palco que blandían fusiles, la televisión sueca difundió una castración realizada con una latita de conserva… “El avión en que regresaba al país Juan Perón tuvo que ser desviado a Morón para seguridad de sus ocupantes. En tanto, centenares de muertos quedaban tendidos en las cercanías del Aeropuerto de Ezeiza y miles de heridos y contusos eran trasladados a hospitales y salas de primeros auxilios para su atención médica inmediata.” En el documento se expresa que “el saldo de víctimas de aquella trágica jornada nunca pudo ser precisado con exactitud”. “Este sangriento choque entre adictos a Perón y los movimientos subversivos de izquierda (que también vivaban a Perón), obligó al gobierno a poner en movimiento fuerzas del Ejército y de los servicios de seguridad para restablecer el orden, dar amparo a la población y poner bajo control armado a los extremistas, los cuales desalojaron el terreno a la desbandada, reagrupándose más tarde en zonas céntricas de la Capital Federal y aun frente a la propia Casa de Gobierno, en la Plaza de Mayo. La multitud que se había dado cita en Ezeiza, objetivamente calculada por expertos en movilización de grandes masas humanas habría sido de unos dos millones de hombres, mujeres y niños.” “Montoneros, especialmente, acusaban al coronel (R) Jorge Manuel Osinde (al frente del operativo seguridad peronista de protección a Perón y su séquito) y al entonces ministro López Rega de haber programado la operación ‘masacre’ en Ezeiza, juntamente con el secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), José Ignacio Rucci; el jefe de la Policía Federal, general (R) Miguel Ángel Iñíguez; el diputado nacional Brito Lima y la conocida agitadora del feminismo peronista y ex terrorista Norma Kennedy.” “Por su lado, éstos sostenían la tesis de que la estrategia de los subversivos de

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izquierda era la siguiente: una vez arribado Perón al palco oficial, rodearlo con una multitud vociferante y armada (se calculaban en más de diez mil los efectivos armados)… Y obligarlo (a Perón) a encabezar una marcha hacia la Casa de Gobierno —remedo del 17 de octubre de 1945— y exigirle asumir la Presidencia de la Nación y proclamar el Estado Socialista. Si se resistía, asesinarlo y proclamar una república socialista. El plan no resultó y sobrevino una gran matanza entre peronistas y marxistas entristas que, desde entonces, quedaron enfrentados para siempre.” Aunque con matices, una visión muy parecida es la expresada por Carlos A. Brocato en La Argentina que quisieron, cuando dice: “Los muertos y heridos de esa tarde se cuentan por centenas. Se habla de cuatrocientos muertos; imposible calcular los heridos… La gente corrió enloquecida, escapó de las balas… El foquismo se batió en una batalla campal”. Brocato atribuye responsabilidad, por un lado, a Montoneros: “Fueron a ocupar con su prepotencia organizada y armada el lugar de privilegio, la primera fila, el pie del palco… Las masas, detrás; por el otro lado, a las bandas lopezreguistas”. No lo eran: “Lopecito” venía en el avión y los custodios fueron aportados por el coronel Osinde y agrupaciones nacionalistas, incluyendo la Juventud Sindical de Rucci. Joseph Page, uno de los más sólidos biógrafos de Juan Domingo Perón, toma la versión del plan de asesinato de Perón de fuentes peronistas ortodoxas: “El ERP, las FAR y Montoneros planeaban el asesinato de Perón y habían puesto francotiradores con armas de alto poder en los árboles ubicados a la derecha del escenario. Asimismo, como parte de una acción coordinada, una enorme columna de militantes provenientes de La Plata se había aproximado al puente por un camino lateral. Su intención, aparentemente, era rodear la plataforma y ocupar el área frente al escenario. Llevaron consigo todo un cargamento de armas en un ómnibus que había sido preparado pintándosele los vidrios de las ventanillas y perforando agujeros a los lados del chasis”. Luego, con una mirada retrospectiva hace varias observaciones a la historia del intento de asesinato y termina sosteniendo que “la izquierda, aunque estaba armada, no tenía ni una enésima parte del poder necesario para derrotar a la derecha en Ezeiza… No estaba preparada para la batalla campal”. Page amaña la realidad para justificar la derrota de la izquierda, a la cual favorece siempre: a ésta no le faltó personal armado, superior en cantidad pero inferior en calidad a veteranos profesionales fogueados y curtidos. El primer tiroteo se desató cuando un grupo de fingidos lisiados peronistas intentó acercarse al palco en sillas de ruedas cubiertas

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con mantas, para ágilmente levantarse de las mismas y disparar sus armas largas ocultas…

Vicente Solano Lima habló del intento de asesinato de Juan Domingo Perón y el ex presidente pensaba lo mismo En los días previos a los enfrentamientos de Ezeiza, los servicios de inteligencia y algunos voceros de la derecha dejaron trascender que la izquierda tenía en preparación el plan “Cinco Continentes”. A grandes rasgos, el plan consistía en el asesinato de Juan Domingo Perón, su esposa, el presidente Cámpora, su vice y todos cuantos ocuparan el palco central sobre el Puente 12. Luego, frente a la completa acefalía (del Estado y del Movimiento Justicialista), se organizaría una pueblada sobre la ciudad de Buenos Aires (“el porteñazo”), seguida de un asesinato masivo de la dirigencia política, empresaria y sindical (que se extendería a las provincias como “argentinazo”), para culminar con la toma del poder y la constitución de un gobierno de claro signo castrista. Parecía un disparate… Pero de eso se hablaba para calentar el ambiente, y eso se intentó conseguir, tanto en junio de 1973 como en enero de 1989 con una marcha desde La Tablada. Dos grupos fueron los que se enfrentaron en los terrenos aledaños a Ezeiza. Por un lado, activistas sindicales que respondían a la conducción de José Ignacio Rucci y su secretario político, Ramón Martínez, a los que se sumaron miembros de las agrupaciones “ortodoxas” JS (Juventud Sindical), CdeO (Comando de Organización), CNU (Concentración Nacionalista Universitaria), remanentes de la vieja ALN (Alianza Libertadora Nacionalista), del MNT (Movimiento Nacionalista Tacuara), del MNS (Movimiento Nacional-Sindicalista), además de retirados del Ejército y de Gendarmería, aportados y apostados por el coronel (R) Jorge Manuel Osinde, que se dedicaron a custodiar el palco desde donde hablaría Perón. Por el otro, las fuerzas de las “organizaciones especiales” que pugnaron por acercarse al lugar y fueron recibidos por una lluvia de proyectiles de todo calibre.7 La derecha proclamó su triunfo, y en la intimidad “a Osinde y Rucci los llamábamos autores de la Tercera Fundación de Buenos Aires”.8 Ante los incidentes de todo tipo (hasta linchamientos, castraciones y ahorcamientos en los árboles), el avión que traía a Perón, está dicho, descendió en Morón,9 y la primera reacción del viejo líder fue amenazar con un “yo me vuelvo a Madrid”.10

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Vicente Solano Lima, presidente interino de la Nación, habló desde Ezeiza al avión presidencial que traía a Cámpora y a Perón desde España y que en ese momento sobrevolaba Porto Alegre, Brasil: “Mire doctor, aquí la situación es grave. Ya hay ocho muertos sin contar los heridos de bala de distinta gravedad. Ésa es la información que me llegó poco después del mediodía. Ya pasaron dos horas desde entonces y probablemente los enfrentamientos recrudezcan. Además, la zona de mayor gravedad es, justamente, la del palco en donde va a hablar Perón”. —Pero doctor, ¿cómo la gente se va a quedar sin ver al General?— responde Cámpora desde la cabina del avión presidencial. —Entiéndame: si bajan aquí, los van a recibir a balazos. Es imposible controlar nada. No hay nadie que pueda hacerlo— nuevamente Lima. Según Lima, ya en Morón, Perón insistió en sobrevolar Ezeiza para, por lo menos, hablarle a la gente desde los altoparlantes del helicóptero. “Pero le expliqué que también era imposible: en la copa de los árboles del bosque había gente con armas largas, esperando para actuar. Gente muy bien equipada, con miras telescópicas y grupos armados que rodeaban la zona para protegerlos. No se los pudo identificar, pero yo tenía la información de que eran mercenarios argelinos, especialmente contratados por grupos subversivos para matar a Perón.”11 El doctor Pedro Ramón Cossio, en su libro Perón, testimonios médicos y vivencias (1973-1974), relata que “el general Perón en diversas ocasiones, estando yo en el cuarto (se refiere a cuando lo atendía en la residencia de Gaspar Campos 1065), dijo que él creía —y esto lo siguió pensando hasta su muerte— que en Ezeiza lo habían querido matar grupos guerrilleros o terroristas, para luego iniciar, en medio de la conmoción, una revolución socialista, y que Cámpora y Righi habían actuado por lo menos con muy poca eficiencia”. Para, luego, abundar: “Yo creo que él llegó con el convencimiento y tuvo la prueba de que en Ezeiza grupos de izquierda lo querían matar, para a partir de ahí empezar una revolución socialista. Y él todo el tiempo vivió con esa idea y murió convencido de eso. Seguro. Seguro también que él se sentía protegido en Gaspar Campos y no afuera de Gaspar Campos. Es como que él tenía su estructura de seguridad bien montada allí, con la gente de confianza alrededor, y no quería que se le inmiscuyera otra gente que por ahí se podía infiltrar”.12

Leonardo Favio es amenazado por Montoneros

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El actor y por esos días famoso cantante Fuad Jorge Jury, más conocido como Leonardo Favio, estaba arriba del palco en Ezeiza, haciendo de maestro de ceremonias. Luis Labraña, sacado de la cárcel de Devoto la noche del 25 de mayo, donde había caído preso tres meses antes junto con Juan Julio Roqué, Francisco Reinaldo Urondo, Lidia Ángela “Lili” Massaferro, el “Jote” o “Sebastián” Mario Lorenzo Konkurat y Claudia Urondo, todos miembros de las FAR, fue a Ezeiza con la columna Capital (luego de Montoneros), y relató: “En un momento Favio reacciona porque ve que había cosas extrañas… Levantan gente en autos y se la llevan. Pregunta qué pasa y recibe respuestas evasivas. Entonces toma un Peugeot 404 al Hotel Internacional de Ezeiza, donde estaba la gente supuestamente arrestada. Sube un piso o dos, hay una escalera de por medio, y en un salón hay gente en muy mal estado, golpeada, y a otros los están castigando. Le sacó la pistola a uno de los custodios de José Ignacio Rucci (era de Rucci porque él lo conocía), se la pone en la cabeza y grita: ‘Decile a José que pare o me mato’. Hay un alboroto, obliga a que traigan unas mantas, porque los chicos estaban temblando y que les den agua y algo de comer a los presos, y baja la escalera. Cuando está bajando se encuentra con el Negro Suárez, el locutor, que le dice: ‘Dejálos flaco… estos son unos bolches hijos de puta’. Leonardo le da una trompada y el Negro cae al suelo, interviene gente para separarlos y se va…”. A escasas horas de los incidentes, Favio responsabilizó al ministro del Interior, Esteban Righi, del drama desatado en Ezeiza. Sin embargo, tres días después, como apuntó el semanario Panorama, “el mismo Favio se encargó de atenuar la trascendencia de sus declaraciones”. Con el paso del tiempo se encontró una explicación. Luis Labraña manifestó: “Leonardo es hermano de uno de mis hermanos. Yo tengo un hermano por parte de mi padre que es hermano de Leonardo, la madre en común era Laura Favio. Mi hermano Horacio me llama por teléfono y me pide que vaya a verlos porque Leonardo ‘quiere hablar con vos’. Vamos a la casa de Leonardo, en Paraná y Arenales, casi al lado del viejo restaurante 05. Nos encontramos y Leonardo me plantea la situación de angustia y nervios por la que había pasado. Me explica que él no tenía armas, que no había tirado contra la gente. Bueno, le respondo, esperá un poco que vamos a ver qué hacemos. Tomo contacto con los ‘montos’ y viene Horacio Campiglia (Petrus)13 y alguien más que no recuerdo muy bien, pienso que fue Juan Carlos Dante Gullo, no estoy seguro. Tras el encuentro se llegó a un acuerdo: no lo van a tocar a condición que Leonardo dé una conferencia de prensa. Entonces Leonardo habla por teléfono con

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Romay y éste le dice que vaya al canal, pero Favio pide a los ‘montos’ que lo custodien y ellos dicen que lo van a cuidar. El día de la conferencia, los ‘montos’ no van. Los únicos que estábamos a su lado éramos mi hermano, yo y un compañero de la JP… No había nadie más, los Montoneros se hicieron humo. Llega la custodia de Rucci y comienzan a hablar con él adelante nuestro. Le piden que no diga nada. ‘Cómo nos vas a hacer esto, vos sabés que era todo una gran confusión’, y cosas por el estilo. Leonardo sale al aire y no fue muy claro su mensaje”. —Pero ese hecho, ¿qué día fue? ¿El 20 o el 21? —Uno o dos días después del 20 de junio. —¿Por qué creés que Montoneros lo condenó a muerte? —Condenaron a varios, pero no te olvides de que el número uno que estaba arriba del palco alentando a la gente era Favio. Era el primer objetivo de los Montoneros. —¿Cómo se comunica esa condena a muerte? —Creo que lo amenazaron por teléfono. Pero igual me la confirmaron a mí los Montoneros. En sus declaraciones, tras el encuentro con Montoneros, Favio dijo que desde el palco pudo ver “un pueblo que cantaba feliz, con carteles de FAR y Montoneros, bajo los que se agrupaban estudiantes y obreros, niños y ancianos, y junto a ellos otras siglas de distintos grupos que han luchado y representan a todos quienes dieron su sangre por el retorno de Perón, que hoy debía convertirse en un símbolo de amor y paz”. También negó la responsabilidad del ministro del Interior en los incidentes, desdiciéndose de declaraciones anteriores. Sostuvo que su único interés en Ezeiza había sido calmar a la multitud y que en ello pudo “haber cometido errores involuntarios”, y señaló que “había en el palco numeroso armamento y que desde él se hizo fuego hacia todos los sectores”.14 Desde Ezeiza en adelante ya nada sería igual. El desorden parecía incontrolable y la gente miraba más hacia la casa de la calle Gaspar Campos, donde vivía Perón con Isabel y López Rega, que a la Casa de Gobierno, donde trabajaba el presidente de la Nación. “La residencia presidencial de Olivos (RPO, en los radiogramas entre las fuerzas de seguridad) no estaba preparada para recibir a Perón”, recordó el teniente de caballería Jorge Echezarreta. “Cámpora no la usó y sólo fue unas veces con su guardia personal, que parecía poco profesional. Recuerdo haber recibido un llamado del coronel Flores, desde la Casa de Gobierno. Me informaban: ‘El general Perón se

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dirige a Olivos’. Fue una tranquilidad recibir de un comando superior la expresión ‘general Perón’, porque hasta ese momento no se lo podía mencionar por el grado militar. Le informé de la novedad al jefe del escuadrón Ayacucho, capitán Grazzini, y nos pusimos a reforzar la guardia. Desplegamos todos los elementos de seguridad. No se sabía muy bien lo que estaba sucediendo en Ezeiza”. El teniente se paró en el helipuerto y mirando hacia la avenida y las calles colindantes ordenó cerrar todas las ventanas. La residencia de Olivos en aquella época no tenía un paredón que la resguardara. Había una simple ligustrina. El coronel Vicente Damasco se hizo presente en el foco del problema, porque se estaba diciendo por radio que Perón iba a la residencia de Olivos y la gente comenzó a rodearla. “Yo estaba en la puerta de entrada con los soldados del regimiento — relató Echezarreta—, y cuando llegó Perón nos ayudó su guardia personal, con Juan Esquer a la cabeza, compuesta mayormente por suboficiales retirados. Era todo un gran desorden porque era difícil compatibilizar el protocolo con la seguridad. Todos querían entrar, con cualquier tipo de credenciales. A Perón se lo veía cansado y preocupado. ‘No quiero recibir a nadie’, fue la orden. Esa tarde vino el general (R) Iñíguez (jefe de la Policía Federal) y lo hice entrar a la sala de periodistas antes de anunciarlo. Después me comuniqué con el chalet presidencial y, desde allí, me respondieron que Perón no lo iba a recibir. Cuando salió, les contó a los periodistas que había conversado con Perón. Pasó lo mismo con Igounet y Stivelberg, más conocido como David Stivel. Al caer la tarde, por gestiones de la gente de Juan Esquer, pude tomar contacto con los jefes de la Juventud Sindical, a quienes les pedí acallar los bombos y los gritos porque el General tenía que descansar. Al día siguiente, muy temprano por la mañana, acompañé al general Perón a caminar por los jardines de la residencia. Cuando me presenté formalmente, escuchó mi apellido y me dijo: ‘Lindo apellido vasco’, y seguidamente me contó un chiste de vascos: —Oye Manuel, te invito a salir mañana. —No puedo. —¿Por qué? —Porque estoy con gonorrea. —Buena familia ésa. Durante la breve caminata, Perón, luego de escuchar un relato de la situación de parte de un oficial superior, sólo observó: ‘Hay que esperar que las burbujas lleguen a la superficie’”.

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El 21 de junio, mediante el cable confidencial Nº 4406, se informó al Departamento de Estado que el día anterior, frente a los incidentes Cámpora había anunciado “la cancelación de las ceremonias oficiales planeadas para recibir a Perón, luego de graves tiroteos provocados por los que él llamó ‘elementos que son enemigos de la Patria’. Cámpora, Perón y otros líderes del gobierno fueron transportados en helicóptero hacia la ciudad, desde Morón”. También se adelantaba que Cámpora “anunció que Perón se dirigirá a la Nación desde su casa de Vicente López a las 21 horas el próximo 21 de junio”. El último párrafo concluye: “FAR y Montoneros, tras haber arruinado el regreso triunfal de Perón, han planteado que éste, en términos por cierto muy efectivos, afirmó la urgente necesidad de poner el terrorismo bajo control en la Argentina”. El mismo 21, a primera hora de la mañana, Perón y su séquito abandonaron Olivos por la puerta 5 en dirección a Gaspar Campos 1065. Según un relato realizado por Roberto Fernández Taboada y Pedro Olgo Ochoa en septiembre de 1983, valiéndose de fuentes no identificadas que estaban muy cerca de Perón, desde Gaspar Campos, López Rega comenzó a citar a algunos ministros de Cámpora. No fueron de la partida Esteban Righi y el canciller Puig. De acuerdo con ese relato del semanario Somos, al poco rato de comenzada la reunión llegó Cámpora, y el edecán presidencial, coronel Carlos Alberto Corral, amagó con retirarse, pero Perón le pidió que se quedara, obviamente para tener un testigo militar. Según el mismo relato: “Perón le reprochó a Cámpora en términos muy duros la infiltración izquierdista en el gobierno. Y le criticó los nombramientos que, dentro de esa tendencia, había producido. Perón levantaba el dedo índice mientras hablaba”. “Yo nunca lo había visto así”, diría una de las fuentes. “Estaba muy enojado, muy disgustado. Estaba marcada ya la ruptura con Cámpora.” En su libro El último Perón, el entonces ministro de Educación, Jorge A. Taiana, recordó el momento en términos muy similares. Perón, nervioso y de mal humor, arremetió: “El Estado no puede permitir que los edificios y bienes privados sean ocupados o depredados por turbas anónimas, pero menos aún puede tolerar la ocupación de sus propias instalaciones. Para eso está la Policía, y si no es suficiente debe echarse mano de las Fuerzas Armadas y tomar a los intrusos: a la comisaría o a la cárcel. Para salvar a la Nación hay que estar dispuesto a sacrificar y quemar a sus propios hijos”. Según Taiana, “un verdadero exabrupto”. También confirmó que Perón realizó una muy ácida alusión a la inoperancia gubernamental, incluida la de los hijos y amigos del presidente Cámpora. De pie, contra la pared, el edecán Carlos Alberto Corral escuchaba atentamente.

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Frente a este panorama, Taiana escribió: “Me retiré preocupado, el Jefe y sus allegados vivían un clima tenebroso de muy malos augurios”. El ministro no calibró en su real dimensión la situación que se vivía: el clima tenebroso estaba en la calle, no dentro de la casa de Gaspar Campos.

“Cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento” Esa noche, Perón habló por televisión, flanqueado por Cámpora y el vice Vicente Solano Lima. Atrás, parados, completaban la escena José López Rega y Raúl Lastiri. Perón envió allí un claro y enérgico mensaje a todas las “organizaciones armadas”, en especial a Montoneros: • “La situación del país es de tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucción en la que no debe participar y colaborar. Este problema, como ya lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos entre todos los argentinos o no lo arregla nadie. Por eso, deseo hacer un llamado a todos, al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponernos de acuerdo”. • “Tenemos una revolución que realizar, pero para que ella sea valida ha de ser de construcción pacífica y sin que cueste la vida de un solo argentino. No estamos en condiciones de seguir destruyendo frente a un destino preñado de acechanzas y peligros. Es preciso volver a lo que en su hora fue el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa. Sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados”. • “Conozco perfectamente lo que está ocurriendo en el país. Los que crean lo contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una posguerra civil que, aunque desarrollada embozadamente, no por eso ha dejado de existir. A ello se suman las perversas intenciones de los factores ocultos que, desde la sombra, trabajan sin cesar tras designios no por inconfesables menos reales”. • “Hay que volver al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia. En la función pública no ha de haber cotos cerrados de ninguna clase y el que acepte la responsabilidad ha de exigir la autoridad que necesita para defenderla dignamente. Cuando el deber está de por medio, los hombres no

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cuentan sino en la medida en que sirvan mejor a ese deber. La responsabilidad no puede ser patrimonio de los amanuenses”. • “Nadie puede pretender que todo esto cese de la noche a la mañana, pero todos tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos enemigos, si no querernos perecer en el infortunio de nuestra desaprensión o incapacidad culposa”. • “Nosotros somos justicialistas, no hay rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología”. • “A los que fueron nuestros adversarios, que acepten la soberanía del pueblo, que es la verdadera soberanía cuando se quiere alejar el fantasma de los vasallajes foráneos, siempre más indignos y costosos”. • “Los que pretextan lo inconfesable, aunque lo cubran con gritos engañosos o se empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar a nadie. Los que ingenuamente piensen que así pueden copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha conquistado, se equivocan”. • “Ninguna simulación o encubrimiento, por ingenioso que sea, podrá engañar. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal… A los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”.

The Ambassador Lodge En 1973, el embajador de los Estados Unidos de América era John Davis Lodge, nieto, hijo y hermano de prominentes políticos y diplomáticos, descendiente directo de Juan Caboto. Había nacido en Washington DC en 1902 y estudiado leyes en la universidad de Harvard y en París. Como a casi toda su generación, le tocó pelear en la Segunda Guerra Mundial, él como capitán de corbeta. Cumplió la tarea de enlace entre las flotas de su país y Francia, hecho que le valió ganar la Orden de Caballero de la Legión de Honor, recibida de manos del propio Charles De Gaulle. Su currículo es uno de los más completos y llamativos de los que ostentaron los embajadores estadounidenses que pasaron por la Argentina. Antes de llegar a Buenos Aires en 1969, había sido miembro de la Cámara de Representantes, gobernador de Connecticut

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y embajador de Dwight Eisenhower en España entre 1955 y 1961; después de la Argentina fue embajador en Suiza durante la administración Reagan. A diferencia de su hermano, Henry Cabot Lodge Jr. (embajador ante las Naciones Unidas entre 1953 y 1959, candidato a vicepresidente con Richard Nixon en 1960, embajador de Kennedy y Johnson en Vietnam del Sur, embajador de asuntos especiales de Nixon y embajador ante Bonn y la Santa Sede entre 1969 y 1977), John Davis era un hombre mundano. Había incursionado en Hollywood e intervino en una recordada versión de Mujercitas, al lado de Katharine Hepburn (como Jo) y Spring Byington (Marmee). Estaba casado con la actriz y bailarina Francesca Braggiotti. Los que frecuentaron la residencia de la avenida del Libertador recuerdan muy bien las amenas y cálidas fiestas que ofrecían John y Francesca, probados bailarines. Aquella delegación diplomática, además de Lodge, contó con Wayne Smith, un consejero político de primer nivel. En diciembre de 1973, el gobierno de Richard Nixon designó como reemplazante de Lodge al embajador Robert Hill, quien había sido embajador en España (1969-1972), donde trabó una relación de amistad con Perón, y titular de las embajadas de su país en Costa Rica, El Salvador y México. La visión del discurso de Perón fue volcada por Lodge en el cable Nº 4419, del 22 de junio. En un largo informe de ocho puntos, consideró que “un Perón nada sonriente dijo anoche lo que los peronistas moderados y casi todo el país quería oír”. “Dejando de lado los extremos, Perón convocó a todos los argentinos a dejarse de tonterías y ponerse a trabajar. Pidió sacrificio y una producción creciente, para un retorno al orden legal y una reconciliación nacional. […] No hubo bombos, ni marchas peronistas ni estribillos. De hecho, ninguno de los adornos o arengas demagógicas que duraban horas, típicas de otros tiempos. No fue un discurso para sus seguidores peronistas, fue un discurso para todos los argentinos. […] En una clara advertencia a los terroristas, dijo que hay un límite para la paciencia del pueblo argentino y el movimiento peronista.” Según el punto 7º del cable, el discurso de Perón fue “eminentemente sensible y moderado, no fue lo que los extremos de izquierda y derecha querían oír”. “Más aún, Perón dijo que éstos debían volver al centro o enfrentar las consecuencias. No fue por accidente que López Rega y Lastiri, dos moderados, estuviesen detrás de él mientras habló, o que recibiera a los moderados ministros Gelbard, Benítez y Taiana durante el día, excluyendo al ministro del Interior, Righi.” “En un principio, la evaluación era que se podría todo con la derecha y no con Perón, al menos inicialmente. Ya la primera reacción de Perón fue muy negativa,

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porque en su referencia a los incidentes de Ezeiza, que hizo al día siguiente, dio a entender que la culpa la teníamos nosotros”, declaró años más tarde Carlos Flaskamp, militante de FAR y luego de Montoneros.15 En esas mismas horas, la Central Nacional de Inteligencia (CNI) no descansaba, como tampoco descansaban las organizaciones armadas. El 19 de junio de 1973 es interceptado un sobre destinado a T.A. Kahan con domicilio en el 5 Nazlemere RoadFlat 8, London Nº 8, que contenía un extenso informe interno de la organización trotskista ERP “Fracción Roja” y una larga serie de directivas para sus adherentes. Según el Parte de Inteligencia Nº 02/73, con fecha 20 de mayo de 1973 (escrita con birome), un “nuevo fraccionamiento se ha producido en enero 73 en el seno del Comité Militar de la Regional Sur y se identifica como ‘Fracción Roja’ del ‘Ejército Revolucionario del Pueblo’, ligada a la IV Internacional”. Otro informe posterior será más preciso:16 “Constituye un fraccionamiento generado el 25 de enero de 1973 en el Comité Militar de la Regional Buenos Aires Sur del ERP, como consecuencia del enfrentamiento entre el Comité Ejecutivo del PRT (llámese Santucho) y la Liga Comunista francesa (LC) de la IV Internacional”, contando en sus filas entre cuarenta y sesenta combatientes y de doscientos a trescientos periféricos. El sobre interceptado por la CNI contenía conclusiones y directivas a llevar a cabo en la Argentina:17 • “Apoyaremos y ayudaremos todas las medidas tendientes a incorporar la violencia revolucionaria en las luchas obreras. Ya sea contra la patronal, como en Astarsa, ya sea contra la burocracia, como en Municipales y Fiat, promoviendo y organizando la auto-defensa obrera”. • “En el marco de la crítica al contenido de la enseñanza y en el cuestionamiento de la dominación imperialista, deberemos dar la batalla para introducir el marxismo en la Universidad, dado por marxistas. Eso a nivel de la elección de programas, de docentes, de materiales de estudio, etcétera”. • “Decisivo para los revolucionarios que sostienen la inevitabilidad del enfrentamiento violento entre las clases antagónicas de la sociedad es dar una continuidad a aquello que empezó como una lucha democrática por la libertad de los combatientes presos. Se trata de plantear la medida complementaria de justicia, el castigo a los torturadores, a los fusiladores de Trelew, a todos los

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asesinos de la Dictadura. La dinámica que nos interesa en esta lucha es la del cuestionamiento al conjunto del aparato represivo del Estado burgués, de las fuerzas armadas y de la policía. Esto permitirá desarrollar la necesidad del desmantelamiento del aparato represivo y de la destrucción del Estado burgués, planteando el armamento de la clase obrera, la formación de milicias populares, la construcción del Ejército Revolucionario del Pueblo cuyos embriones son ya hoy día las organizaciones guerrilleras, los organismos de defensa que adopta espontáneamente la clase obrera”. • “Promover el castigo de los asesinos de Silvia Filler, comparsas de Rucci que fueron sueltos por la amnistía…” • En cuanto a la “política de Frentes y Alianzas”, se proponía: “Con los sectores radicalizados del peronismo y con sectores de la izquierda revolucionaria debemos buscar la unidad en la lucha y la movilización en torno a los ejes concretos que impulsemos”. Un informe del 15 de abril de 1973, esta vez de la Inteligencia Militar, había puesto la lupa sobre el ERP-22 de Agosto, otra fracción que había roto con Mario Roberto Santucho para acercarse al peronismo. En realidad, la comunidad informativa atendía a dos cartas dirigidas a Mademoiselle Metayer, 22 Rue des Petit Thomas, París, Francia, en las que sendos dirigentes del ERP que no se identifican, en francés y alemán, informaban “la escisión existente en el seno del PRT y consecuentemente con el ERP”. “De su contenido surge una tendencia predominante de las FAR sobre otras organizaciones. La ruptura del Comité Militar de Capital con el PRT y su vuelco a las FAR implica un gran refuerzo, particularmente económico, para esta última organización.” La carta en francés tiene una larga posdata: “‘Carlos’ [uno de los nombres de guerra de Santucho] desplaza las discusiones del terreno político al plan ‘complot’. La música de fondo es cubana, te agrego la réplica de nuestro equipo. Ya ‘Carlos’ hizo entrever la ruptura si el SU [Secretariado Unificado de la IV Internacional] no elimina a Sandor [para la Inteligencia Militar, “un elemento aún no identificado, integrante igualmente de la Liga Comunista francesa y del SU; su nombre real era Hubert Alain Krivine]. Se ha creado un organismo MIR, PRT, Tupamaros continental de dirección.18 Sobre éste punto ‘Carlos’ me ataca directamente por ‘mezclarse con organizaciones amigas’. Ayer se supo que el CM [Comité Capital del PRT-ERP] había

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roto con el Partido llevándose 350 millones —todo el activo— y de acuerdo con ‘Cacho’, ‘Ariel’ y un ala dirigente peronizante del FAR. ‘Carlos’ y sus dos amigos no esperaban todo esto pero no retrocederán… Los brasileños y la zona sud preparan una discusión disciplinada. Mi interlocutor ‘C’ [Carlos] se sofocó de indignación”. En otras palabras, habían nacido el ERP-FR trotskista (luego LCR o Liga Comunista Revolucionaria) y el ERP-22 (luego EL-22 o Ejército de Liberación 22 de Agosto), y este último —entrista— se incorporó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que se fundirían con Montoneros el 12 de octubre de 1973, el mismo día en que Juan Domingo Perón asumió su tercer mandato constitucional.

Juan Domingo Perón visita a Ricardo Balbín. La conspiración “La Argentina tiene una desesperada necesidad de una rápida aplicación de sabiduría y paz”, editorializó el diario The New York Times el sábado 23 de junio, al analizar los enfrentamientos de Ezeiza. El gobierno de Cámpora carecía de la necesaria sabiduría y no lograba la ansiada paz. “No manejamos a la policía”, palabras más palabras menos, le dijo el ministro del Interior al diputado Julio Bárbaro. “Entonces no tienen el poder”, le respondió el legislador. Once días antes, desde El Descamisado,19 Mario Eduardo Firmenich y Roberto Quieto habían afirmado urbi et orbi que “el control del gobierno deberá hacerse de distintas formas: por el pueblo organizado y con plena participación de cada una de las decisiones a tomar en este proceso de liberación; a través de los representantes del pueblo en las distintas esferas del gobierno; a través de las distintas estructuras del Movimiento Peronista; y por medio de nosotros mismos como organizaciones políticomilitares. Quienes incurran en desviaciones o traiciones serán pasibles de las medidas punitivas que establezca la justicia popular”. Por si no quedaba claro, Quieto señaló: “Esto pasa, en primer lugar, por el señalamiento de los enemigos del Pueblo: el imperialismo, las empresas monopólicas, las oligarquías nativas, los gorilas activos, los traidores al Frente y al Movimiento, los restos de la camarilla militar proimperialista y todos aquellos que conspiren contra el cumplimiento del programa de Liberación. A ellos se los combatirá por todos los medios y en todos los terrenos necesarios, por la acción de masas como de ‘comando’. Lo central de esta etapa es la movilización popular y en función de ésta desarrollaremos todas las formas de lucha”.

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Una visión diferente expresó el subdirector de Panorama, Jorge Lozano, al analizar el discurso de Perón del 21 de junio: “La izquierda cree que la presencia de Perón ayudará a descifrar las ecuaciones del poder y que en el corto plazo —no más de seis meses— podrá librar la batalla decisiva por el predominio político. Los moderados, por su parte, esperan que ‘ponga orden’; por fin, los militares conjeturan que ‘el regreso acorta el plazo para la hora de la verdad’ y no olvidan que Perón es militar. Las sugerencias son heterogéneas, pero lo cierto es que Perón tendió —el jueves 21— un sólido puente a los adversarios del frente moderado que, a pesar de las divisiones, integran el cincuenta por ciento del electorado […] La unión Pueblo-Fuerzas Armadas, premisa de los años cuarenta, sigue vigente”. Ante tal panorama, desde la Casa de Gobierno no sobraban las respuestas. Para demostrar su ánimo dialoguista, el domingo 24 de junio de 1973, se dejó trascender que Cámpora pensaba “rendir cuentas al pueblo que le ha dado su mandato” cada quince o veinte días, a través de cortas exposiciones, daría rondas de prensa cuyo formato resultaría similar a las brindadas por el ex presidente John F. Kennedy en la Casa Blanca. No se daban cuenta que apenas les quedaban veinte días en el gobierno y que la elección del modelo Kennedy no era la mejor, pero se intentaba demostrar que desde la Casa Rosada la actividad oficial era normal. Lo mismo que en Gaspar Campos, donde vivía Perón… y por donde ya pasaba el poder. En esas horas, Cámpora visitó a Perón pero fue recibido por José López Rega, porque el dueño de casa mantenía una entrevista con el presidente del Instituto de Relaciones Exteriores del gobierno italiano, Gian Carlo Elía Valori, justo el mismo día en que el matutino Mayoría publicaba un artículo del empresario con definiciones que planteaban un acuerdo cívico-militar.20 Después de la brutal admonición, el lunes 25, Cámpora dirigió un mensaje al país, sosteniendo que el marco político de la reconstrucción y liberación no admitía ni la anarquía ni la intolerancia y que el gobierno ejercería su autoridad con plenitud. A su vez, el ministro Righi firmaba un comunicado demandando el “máximo cuidado por el cumplimiento de las disposiciones que prohíben la tenencia de armas y explosivos”. Pocas horas antes, en Campana, provincia de Buenos Aires, había caído muerto a escopetazos el ex diputado nacional Alberto Armesto, un peronista ortodoxo, ex colaborador del sindicalista Augusto Timoteo Vandor (asesinado en junio de 1969), que se había opuesto a la candidatura a gobernador de Oscar Bidegain. Y el mismo 25, el directorio de la fábrica de motocicletas Gilera, radicada en Córdoba, emitió un comunicado haciendo saber las constantes “amenazas del ERP de ejecutar al gerente general Gianmarco Dolce” en el

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caso de no realizar donaciones “por un monto total de dos millones de pesos”.21 A la vez, se conocía la noticia de que Luis V. Giovanelli, funcionario de la empresa Ford, había muerto como consecuencia de heridas recibidas tras una emboscada del PRTERP. El verdadero diálogo pasaba por otro lado, y era el que mantendría Perón con el líder del radicalismo el 24 de junio en el ámbito del Congreso de la Nación, dejando de lado al presidente Cámpora y al ministro del Interior. El encuentro se iba a realizar en la casa de Balbín en La Plata, como devolución de la visita que el jefe radical hizo a la casa de Gaspar Campos el 19 de noviembre de 1972, pero por razones de seguridad se concretó en las oficinas de Antonio Tróccoli, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica Radical. Oficiaron de mediadores el propio Tróccoli y Raúl Lastiri. Hablaron a solas, pero en la Argentina casi no hay secretos. Al día siguiente, la embajada de los Estados Unidos informó a la Secretaría de Estado que se habían reunido en privado y que se discutieron “medios y formas de cooperación”. El embajador Lodge resaltó que Balbín había puesto en evidencia que “una nueva era de consenso político está comenzando en la Argentina”, y que al término de la conversación los dos líderes fueron homenajeados por políticos de ambos sectores en una “atmósfera de gran cordialidad”. Sin embargo, Lodge comentó en el punto 4 del cable reservado Nº 4459: “Además de problemas tales como el control del terrorismo y las divisiones dentro del Movimiento, uno de los temas que más están presionando a Perón es el de mantener la cooperación de otros partidos políticos, especialmente de la UCR. El hecho de que Perón haya visitado a Balbín poco después de su regreso, muestra a las claras que tiene la intención de moverse rápidamente en lo que hace a controlar este problema”. El largo tiempo transcurrido hasta el día de hoy permite conocer una serie de cuestiones que en la época eran difíciles de saber (aunque se podían prever). Balbín quedó anonadado por la forma de hablar de Perón sobre el gobierno de Cámpora y algunos de sus ministros, en especial Esteban Righi y el canciller Juan Carlos Puig. Perón fue directamente al grano: no estaba de acuerdo con las ocupaciones de oficinas públicas ni con los excesos que se cometían a diario, y manifestó en la reunión que se intimaría a los grupos armados para que se desarmen. Balbín estaba al tanto de algunas de las ideas de Perón a través de Jorge Osinde, pero nunca imaginó la profundidad y la vecindad de la crisis. Perón le adelantó que se habrían de producir cambios en el gobierno. “Claro —respondió Balbín—, es de

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suponer que cuando se sancionen las modificaciones a la ley de ministerios, todos ofrecerán sus renuncias y entonces se producirán los cambios.” La respuesta de Perón no se hizo esperar: “No, no podemos esperar tanto; tendrán que producirse ya mismo”.

Las confesiones de Perón. Comienza el derrocamiento de Héctor J. Cámpora El martes 26 de junio ocurrió lo inesperado: cerca de la 1.30 de la madrugada, Perón tuvo fuertes dolores en el pecho. Mucho más intensos y duraderos que los que ya había sufrido a bordo del avión que lo trajo a la Argentina unos días antes. Llamado el doctor Pedro Cossio a media mañana, observó que había padecido un infarto agudo de miocardio. Hasta ese momento lo había atendido de urgencia el doctor Osvaldo Carena. Cossio le recetó reposo absoluto dentro de Gaspar Campos, pero el día 28 registró “un episodio que, por sus características, se diagnostica y trata con éxito como pleuropericarditis aguda, con agitación y fiebre”.22 A partir de ese instante, Pedro Ramón, hijo de Pedro Cossio, es integrado al equipo de cuidados de Perón y, sin proponérselo, pasa a convertirse en un testigo privilegiado: pasa doce días, de diez de la mañana a diez de la noche, sin separarse del enfermo. Con el correr de los días, observa Cossio en su libro testimonial, el ex presidente, a pesar de su convalecencia, “pasaba varias horas del día dedicado a la lectura, generalmente de carpetas con textos”. En esos días de junio, en medio de una visita médica en Gaspar Campos, Perón sostuvo que no estaba satisfecho con el gobierno de Cámpora “por haberse rodeado de gente que no era de su agrado, y mencionó concretamente al ministro del Interior, el doctor Esteban J. Righi… Tampoco lo estaba con ‘el modo en que se había llevado a cabo la amnistía del 25 de mayo’”. Pedro Ramón vivió también las vejaciones a Cámpora: en uno de esos días de junio en los noticieros se pudo observar cómo el presidente de la Nación entraba a Gaspar Campos, mientras Cossio permanecía con Perón en la habitación del primer piso. Cámpora permaneció un rato en la planta baja, sin ser recibido, y al salir le dijo al periodismo que había conversado con Perón y lo había encontrado muy bien. “Allí intuí —razonó el médico— que Cámpora dejaría pronto su investidura”.

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• “La Azotea” de Benito Benito Llambí era, en 1973, un personaje de larga historia en el peronismo. En su juventud había sido oficial de Infantería del Ejército Argentino, y formó parte del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), núcleo militar que integraba Perón, que derrocó al presidente Ramón Castillo en 1943. Habiendo participado en las primeras etapas de lo que más tarde sería el Justicialismo, se retiró del Ejército en 1946, e ingresó a la carrera diplomática. Durante los dos primeros gobiernos justicialistas fue embajador en Suiza (le tocó acompañar a Eva Duarte de Perón durante su gira europea), Suecia, Irán y Tailandia. Tras septiembre de 1955, el ahora ex diplomático dedicó su vida a sus actividades privadas y, a su estilo, a la militancia peronista. Estaba casado con Beatriz Haedo, hija del mandatario uruguayo Eduardo Víctor Haedo. Y juntos, en Buenos Aires, en su departamento de la avenida del Libertador, supieron recrear el clima que Haedo le había impreso a la quinta La Azotea, en Maldonado, Uruguay. Por esa quinta pasaron infinidad de mandatarios y personalidades. Desde Pablo Neruda, el Che Guevara y Fidel Castro hasta Arturo Frondizi, Dwight Eisenhower, Alfonsina Storni, el Rey de España y Luis Alberto Lacalle. Todos debían cumplir con un requisito: aunque no pensaran lo mismo, aunque fueran reconocidos adversarios, en La Azotea se conversaba guardando el estilo. En ese lugar, de esa forma, se concertaron importantes cuestiones del Uruguay y de América Latina. Beatriz y Benito en esos años —y después también— representaron la convivencia política, no muy frecuentada en la Argentina de los setenta. Por el amplio living desfilaron numerosos dirigentes argentinos. Allí se decidió en parte “La Hora del Pueblo” y por allí Cámpora, como candidato a presidente de la Nación, pudo conversar con dirigentes que en otros tiempos eran irreconciliables adversarios. Tras los cuarenta y nueve días de Cámpora, a Llambí se le ofreció, de parte de Perón, integrar el gabinete de Raúl Lastiri, su vecino en el edificio, en el puesto de ministro del Interior. Él hubiera preferido la conducción del Palacio San Martín: eso hubiera representado su consagración. Asumió el desafío y fue titular de Interior con Lastiri primero y con Perón después. ¿Ministro del Interior de un presidente como Perón? El líder del peronismo lo quiso así porque necesitaba del “estilo” de Benito para

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abrir canales de comunicación y acordar soluciones comunes. Desde el primer instante en que Lastiri y Gelbard lo fueron a buscar, antes de que se conociera la renuncia de Cámpora, Llambí imaginó (y auspició, hasta donde le daba su influencia) la fórmula mixta Perón-Balbín. La fórmula no se concretó, pero el tiempo le dio la razón. A la hora de morir, Perón buscó que le sucediera el jefe radical, pero constitucionalmente era imposible. En agosto de 1974 se alejó del gabinete (Isabel sabía de su dedicación a la formula mixta, que la hubiera dejado al margen de la historia) y partió como embajador a Canadá.

“Pocos días después del 20 de junio —relató años más tarde Benito Llambí en Medio siglo de política y diplomacia (memorias)—, recibí un llamado de Raúl Lastiri [presidente de la Cámara de Diputados], quien quería verme con cierta urgencia. Al día siguiente me visitó, acompañado por [el ministro de Economía, José Ber] Gelbard, tal como habíamos combinado”. Lastiri le dijo que llegaba para concretar “un cometido solicitado por Perón”. Era inminente la caída de Cámpora y había que organizar una transición que permitiera llamar a elecciones presidenciales en las que pudiera ser candidato el general Perón. El vicepresidente de la Nación, Vicente Solano Lima, estaba de acuerdo y ofrecería su renuncia. “De lo que se trataba era de asegurar un gobierno provisional que se limitara a dos cosas: por un lado, depurar los cuadros de la administración pública de aquellos elementos adscriptos a la Tendencia Revolucionaria, y por el otro, convocar de inmediato a elecciones y garantizar su realización con absoluta limpieza”. El plan general lo trató Gelbard al explicar que Lastiri asumiría como presidente interino, previa maniobra para ausentar de su cargo a Alejandro Díaz Bialet, presidente provisional del Senado y segundo en la línea sucesoria. Seguidamente, Lastiri le comunicó que Perón había pensado en él para ocupar la cartera de Interior. Llambí se sorprendió y le dijo que se sentiría más cómodo en la Cancillería, porque estaba preparado para ser el jefe del Palacio San Martín. Por otra parte, explicaría, no se sentía cómodo “en la función de la represión, y dada la decisión de la guerrilla de continuar operando, a pesar de la normalización institucional del país…”. En un momento solicitó un paréntesis para ordenar sus ideas y al regresar a la reunión, le pidió a Lastiri que le explicara un poco más por qué Perón quería que ocupara el ministerio del Interior. La respuesta la dio Gelbard: “Enfatizó que Perón había expresado que necesitaba un hombre de diálogo”, y le advirtió acerca de los riesgos que se corría en algunas provincias, entre las que no se

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descartaron Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Al preguntar quién sería el canciller, Gelbard contestó que Juan Alberto Vignes, un oscuro diplomático, alejado del servicio exterior con duras acusaciones, que se encontraba al frente de la asociación de diplomáticos jubilados. Una semana más tarde —el 27 de junio— Roby Santucho, jefe del PRT-ERP, declaró a la prensa, durante una conferencia clandestina que se realizó en el Club Urquiza de Caseros, provincia de Buenos Aires, y que logró ser transmitida por los canales 11 y 13: “El gobierno del doctor Cámpora se coloca cada vez más claramente al lado de los explotadores y de los opresores, junto a los enemigos del pueblo y de la Nación Argentina y se apresta a reprimir […] Si se atreve a pasar a la represión popular, cediendo a las presiones reaccionarias, se colocará sin duda en completa ilegalidad, constituyendo esa medida un verdadero golpe de estado contra la voluntad popular”. “Esto no es una declaración de guerra sino una advertencia”, dijo uno de los jefes terroristas al periodismo en el momento de entregar la declaración.23 El 29 de junio, el diputado Rodolfo Arce ingresó a la Cámara un pedido de informes señalando la necesidad de enjuiciar a Cámpora y a su ministro Righi a fin de que revelen sus responsabilidades en los sucesos de Ezeiza. Fue una señal amarilla que muy pocos percibieron. En esas horas, cada uno hacía su juego. “Lo ocurrido en Ezeiza —dijo Arce en la Cámara de Diputados— es la consecuencia de una política carente de responsabilidad iniciada el 25 de mayo desde el ministerio del Interior e imitada por algunos gobernadores. En sólo veinte días de gobierno se comprometieron los planes de gobierno del jefe del Movimiento, que propugnaba la unidad nacional; los bienes, la vida y los derechos de los ciudadanos están a merced de bandas armadas. De estos hechos, el pueblo peronista era un espectador asombrado… Lo lamentable fue comprobar que entre los grupos actuaban guerrilleros de origen brasileño y francés, que con alevosía ametrallaban a la multitud…” “El 25 de mayo — siguió Arce— le expresé a Carlos Alberto Cámpora textualmente: ‘Carlitos, papá no podrá llevar adelante este proceso con el doctor Righi en el Ministerio del Interior’. Mis predicciones se han cumplido.” El sábado 30, Perón recibió al embajador Cheng Wei Chih, de la República Popular China. “No hubo ningún trascendido oficial, pero el tema de las conversaciones fue el viaje que en fecha próxima emprenderá Perón hacia Pekín, en cuyo transcurso estaría prevista una reunión con Mao Tse-tung”, informó La Opinión en tapa al día siguiente. El periplo se extendería a Corea del Norte “y tal vez Vietnam del Norte”. Era otra cortina de humo: Perón no estaba en condiciones de realizar el menor esfuerzo. Lo

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único cierto fue el viaje de Isabel Perón, José López Rega y su hija Norma Lastiri a Pekín y Corea del Norte, en junio de 1974, con la cobertura exclusiva de la corresponsal de Las Bases y “compañera” Gloria Bidegain.24 El semanario estaba dirigido por el “gordo” José Miguel Vanni, bajo la coordinación del “gordo” Carlos Alejandro Villone. El primero oficiaba, entre otras tareas, de jardinero en la quinta 17 de Octubre y con López Rega en Bienestar Social llegó a ser director del PAMI y miembro de la Logia P2. Carlos era hermano de José María Villone, secretario de prensa durante la presidencia de la señora de Perón. También fue miembro de la Logia P2 y famoso por su frase “Perón no se morirá nunca porque Perón es inmortal”.

Balbín y Carcagno sabían del golpe de palacio El miércoles 4 de julio, Independence Day, la embajada de los Estados Unidos realizó una sobria recepción en el Palacio Bosch. Los concurrentes, como la mayor parte de la sociedad y los medios de comunicación, daban señales de ignorar lo que estaba sucediendo en el trasfondo del poder. Por la mañana, Cámpora había presidido una reunión de gabinete a la que se sumaron Isabel de Perón, Raúl Lastiri y Vicente Solano Lima, y en la que se trataron algunos temas personales del general Perón. Su enfermedad y el reposo que debía guardar; la restitución de su grado militar y sus haberes devengados. En la ocasión, tanto López Rega como su yerno Lastiri ensayaron una crítica frente a la situación general del país. El mismo grupo, sin la inclusión de los ministros del Interior y de Relaciones Exteriores, fue citado a trasladarse a la residencia de Gaspar Campos por la tarde. Perón recibió a los asistentes en el living, departió un rato, invitó con café, y luego se retiró a la planta alta. Estaba todo planeado: los invitados pasaron luego al amplio comedor e Isabel tomó la cabecera, dejando a Cámpora a la derecha y López Rega a su izquierda. La otra punta de la mesa la ocupó Lima, con Gelbard y Ángel Federico Robledo a sus lados. La conversación comenzó con unas palabras de Isabel referidas a la proximidad de un nuevo aniversario de la muerte de María Eva Duarte de Perón y los actos en consecuencia, y allí, según recordó Jorge A. Taiana, hizo saber que no deseaba la presencia de la muchachada “desmelenada y ruidosa”. Luego tomó la palabra López Rega para reiterarle a Cámpora las mismas críticas que había expresado a la mañana, a las que se sumó Isabel, llegando a amenazar a todos con llevárselo a Perón de vuelta a Madrid. En ese momento, Cámpora rompió el silencio:

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“Señora, todo lo que soy, la misma investidura de presidente, se la debo al general Perón. Por lo tanto, usted lo sabe, el cargo está a disposición del general Perón, como siempre lo estuvo”. Le tocó a Vicente Solano Lima dar el golpe de gracia al reconocer que estando Perón en la Argentina y como respuesta al anhelo de la gente, él presentaba su renuncia indeclinable al puesto de vicepresidente. Siete años más tarde reiteraría en un reportaje las mismas palabras que pronunció aquel día: “Como lo ha señalado el señor presidente de la Nación, el pueblo argentino quiere ser gobernado por el general Juan Domingo Perón. Pero para que ello sea posible presento en este mismo acto mi renuncia indeclinable de vicepresidente”. Luego, el viejo dirigente conservador popular agregaría que “los ministros sabían ya de qué se trataba, porque para eso habían estado en la reunión del 21 de junio”.

En el contexto de esa reunión, cuando ya estaban las cosas un poco espesas, la renuncia de Lima obliga a renunciar a Cámpora. Lima es el que dice “yo renuncio, acá está mi renuncia”. Lima recordaba que Cámpora se quedó mirándolo en silencio unos segundos y dijo “bueno, yo también renuncio”. Creo que lo estaban cargando fuertemente a aquel que fue ministro del Interior… —Esteban Righi fue Ministro del Interior de… —No, no, no, de Defensa, perdón… —Ángel Federico Robledo. —Robledo. Lima lo interrumpe a Robledo, que iba a hacer alguna aclaración. Interrumpe y plantea su renuncia. A raíz de eso presenta su renuncia Cámpora. Es distinto al relato que hace Miguel Bonasso en El presidente que no fue, donde queda la sospecha acerca de si Lima lo traicionó... La versión que me contó Lima fue ésa, en medio de la discusión del gabinete y de los cercanos, de las primeras cabezas del partido y demás, cuando estaban achacándose responsabilidades unos a otros y cuando la crisis afloraba, lo interrumpe a Robledo y presenta su renuncia. Frente a eso es que Cámpora se agrega a la renuncia y allí queda el camino libre para Lastiri y la tercera presidencia de Perón.25

Terminada la sesión en el comedor, Isabel, López Rega, Cámpora, Lima y Taiana

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subieron al primer piso donde Perón estaba sentado en una mecedora. El presidente en ejercicio volvió a reiterar su gesto de reconocimiento y generosidad y Perón, como distraído, dijo “habría que pensarlo”. López Rega exclamó que no había nada que pensar y que no había que demorar las cosas. —¿Y los militares? —preguntó Perón. —No hay ninguna preocupación. —Bien. Taiana cerró la escena relatando en El último Perón que todos se confundieron en un abrazo. Perón se emocionó. “Y después lo acostamos, le tomamos el pulso, la presión y le proporcionamos un medicamento en los minutos más importantes de los últimos años. De allí, Perón a la Presidencia.” Las renuncias que salieron publicadas en los diarios nueve días más tarde en realidad se produjeron en la reunión de ese día. Algunos cronistas de la época llegarán a contar que Cámpora pretendió resistirse buscando aliados en el Parlamento, el sindicalismo y las Fuerzas Armadas, pero no es razonable más allá de algún que otro escarceo. En El mito peronista, de Roberto Aizcorbe, se cuenta que Afrio Penisi, senador santafesino de origen sindical, dio un claro apoyo a Cámpora, aunque parece improbable viniendo nada menos que de él: Penisi estaba al lado de Augusto Timoteo Vandor el día que lo mató un comando de FAP y Descamisados —grupo que más tarde se integró a Montoneros—, y fue quien sacó la bomba que habían instalado entre las piernas del cuerpo yacente del dirigente metalúrgico. Para más datos, fue el propio Penisi el que tiró para atrás el texto de una solicitada que debía publicar el Bloque de senadores del FreJuLi, con el visto bueno de Ítalo Argentino Luder, porque se hablaba de “la Patria Socialista”.26 Mientras tanto, el arco político de la centroderecha se mantenía en silencio. “Yo me tengo que quedar callado ahora. No quiero obstruir, y además soy noticia hasta cuando como; ahora, desde el silencio, me convierto en un interrogante”, declaró el ex candidato presidencial de la Alianza Popular Federalista (APF), Francisco “Paco” Manrique.27

• Clima de época I. Memorias del ‘73 Uno es lo que vive y con quiénes lo vive 1973 fue un año raro para Juan Alais,28 de ésos que se denominan “de corte”, los que dividen las cosas en antes y después. Estudiante de Derecho, con veinti tantos años a cuestas, trabajaba en Radio Municipal de la Ciudad de

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Buenos Aires, sobriamente dirigida en ese tiempo por Ricardo Constantino. Y, como él decía, era un “cartero de lujo” de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en la zona del Bajo Flores y la villa de emergencia. La gente lo trataba muy bien, y compartía con ellos sus problemas de todos los días. En la campaña presidencial que llevó a Héctor J. Cámpora a la Presidencia de la Nación, sin ser afiliado, pidió ser fiscal de la Unión Cívica Radical. Testigo presencial del caos del 25 de mayo de 1973 desde la copa del primer árbol que da sobre el edificio del Banco de la Nación mirando hacia la Casa Rosada, para recordar esos momentos escribió “Desde la copa de mi árbol”, que envió a varios amigos diplomáticos destinados en el exterior. Cuando volvía a su casa caminando observó cómo los muchachos de la JP pretendían entrar al hotel Sheraton, en Retiro, con el plan de convertirlo en el Hospital de Niños. El jueves 14 de junio llegó a la capital de los Estados Unidos de América invitado por el embajador Carlos Manuel Muñiz, quien por entonces estaba a punto de retirarse para dejarle paso a Alejandro “Alex” Orfila. Ese mediodía se pasó dos horas con Muñiz y Rodolfo “Rolito” Martínez (ex ministro del Interior de José María Guido), relatándoles lo que sucedía en Buenos Aires. Luego visitó la National Galery y la Smithsonian Institution. No había tiempo que perder. Así lo anotó en una libreta de apuntes guardada durante décadas. Juan Alais consideraba a Muñiz una suerte de tío: lo conocía desde los años de Lima, a fines de los ‘50, tiempos en que su padre era embajador argentino allí y Muñiz en Bolivia. Los tiempos del presidente Manuel Prado en Perú. Alais tomó la oportunidad del viaje como una revancha: Carlos Muñiz le había ofrecido acompañarlo en su gestión ante el gobierno de Richard Nixon, pero su hermano mayor se opuso: “No, Carlos, Juan no debe ir; o no estudia más o se nos queda por allá”. Además del resarcimiento personal, Juan aprovecho para dar rienda suelta a su íntima pasión por la música. Alais es un melómano empedernido que ha dejado parte de su vida en su discoteca. Por eso, la noche del 15 de junio, junto con Juan Briano —un administrativo de la embajada— y diez mil personas más escuchó el concierto de Johnny Winter, el albino del rock, en el Merriweather Post Pavillon. Sorpresa fue cuando al salir escuchó a un tipo que cantaba Rosa, Rosa, de Sandro. “No, pará, eso aquí no”, le dijo Alais. Como se diría ahora, parecía “una joda para Marcelo Tinelli”. Al día siguiente, con el ministro Diego Medus, segundo de la embajada, a

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quien Alais conocía desde niño, ya que había acompañado la gestión de su padre en Asunción, visitó casi todo lo que había que conocer en la ciudad. Desde la Casa Blanca hasta Arlington, y por la noche se fue al concierto de Stevie Wonder que presentaba el álbum Talking Book, con Superstition (tema uno del lado dos). Todo se mezclaba: encuentro en un asado en lo del consejero Luis María Richieri con el coronel Jorge Alberto Maradona, el jefe de la Agrupación Montada del Colegio Militar en los tiempos en que Juan era un simple cadete; discusiones con funcionarios de la embajada; cena en lo del “turco” Salomón, uno de los administrativos más queridos del Palacio San Martín. Del 20 de junio recuerda una sensación: de haber estado en Buenos Aires, quizás hubiera ido a Ezeiza. Pero el destino no lo quiso. Por la tarde, ese día, Muñiz organizó su despedida de los representantes argentinos en Washington. Alais se dividía entre la fiesta y las noticias de Buenos Aires. Con los télex en la mano que le daba Roberto Lucio “Buby” Mujica Lainez, se trenzó en una amable discusión con un integrante de la Misión Militar que le dijo que toda la gente que se había reunido en Ezeiza era “escoria”. En esos días, sonaba mucho una canción de un viejo conocido de Alais (como él dice, “su único amigo”, porque nunca le falla en los momentos de soledad), Merle Haggard, dedicada a los prisioneros en Vietnam: Me pregunto si alguna vez piensan en mí (I Wonder If They Think of Me). La canción alcanzó el primer puesto de la lista de ventas justo cuando el 29 de marzo de 1973 llegan a suelo estadounidense los primeros 1359 prisioneros, como consecuencia de los acuerdos de paz anunciados por Nixon el 23 de enero de 1973. El éxito del tema hizo que Merle fuese invitado a la Casa Blanca para cantar en la fiesta del cumpleaños número 61 de la Primera Dama, Patricia “Pat” Nixon. Como decía Juan, lástima que no cantó Everybody’s Had the Blues, uno de los temas de Haggard que nunca pasarían de moda y que también martillaban a pleno las radios. Durante su estadía pudo ver a asesores de Nixon interpelados por el Congreso por el caso Watergate. Finalmente, el Presidente tuvo que renunciar, acusado de mentir, antes de que le hicieran un juicio político. ¿Por mentir? ¿Cuántos mandatarios en la Argentina hubieran podido resistir un impeachment? El 22 de junio partió en tren a Grand Station, Nueva York, y pensó que no volvería más a Washington. Wrong… En septiembre de 1979 volvió para vivir

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allí, hasta 1982. De su paso por Nueva York recuerda muchas cosas. Entre otras, El último tango en París y el festival de jazz de Newport que se realizó por primera vez en la Gran Manzana, donde se mezcló con Muddy Waters, John Mayall, B.B. King y Otis Span. De ellos aún guarda sus autógrafos. Meditaba, caminando por el Village y pensando en Bob Dylan, que había llegado a Nueva York con diez años de atraso. Pero la ciudad le regaló un gran concierto, “The British Invasion”, en el Madison Square Garden, con todos los grandes conjuntos británicos de la década del sesenta. Sólo faltaron The Beatles y sus admirados Rolling Stones. También encontró en el Village los discos piratas que buscaba y descubrió el sonido de la Frecuencia Modulada, que no se cansaba de repetir a Tammy Wynette, Charlie Rich, Carly Simon, Dawn, Billy Preston, Jim Croce, George Harrison, Pink Floyd y Kodachrome de Paul Simon. En esos días de 1973, la política no estuvo al margen de la visita a Nueva York, especialmente cuando se discutió sobre la situación argentina. Juan Alais nunca olvidará aquella noche del 6 de julio en el edificio Churchill, donde vivía su amiga, la entonces secretaria de embajada Nora Lucía Jaureguiberry, cuando le dijo al consejero Gastón Prat Gay: “Perón va echar a los Montoneros porque no son peronistas”. A lo que el diplomático gritó “¡Que venga la revolución aunque yo perezca!”, ante las atentas miradas de Henry Raymond, periodista de The New York Times, y los diplomáticos Lucio García del Solar y Charly Castilla (¡qué gran tipo!... echado por el canciller Juan Alberto Vignes). Tampoco olvidará sus encuentros en esa ciudad con Carlos Muñiz, Nicanor “Canoro” Costa Méndez y Miguel Ocampo (con quien muchos años más tarde conviviría en La Cumbre, Córdoba), ni su visita a la misión ante las Naciones Unidas. Aterrizó en Ezeiza el 11 de julio con setenta y seis LP’s y lo primero que escuchó de su hermano mayor fue: “A Cámpora lo echan en las próximas horas”. Así fue. Vino el interinato de Raúl Lastiri, el yerno de López Rega, y las elecciones presidenciales en las que ganó Perón. Alais, en esos días, instigado por su colega Marcos Roca, integró un grupo de jóvenes (¿hace falta nombrarlos?) que, comandados por Fernando Madero, ayudaron al candidato a vicepresidente radical Fernando de la Rúa. Pocos meses más tarde, en enero de 1974, Juan Alais habría de despedir a Juan Oldano, un italiano que trabajaba en su casa desde que sus padres se casaron en 1938. Era como su abuelo. Lo

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enterró en soledad, en las horas de la crisis desatada por el asalto del PRT-ERP a la Guarnición de Azul. Y en abril de 1974 se casó.

“¿No es gracioso cómo se nos va el tiempo?” Volviendo a sus días en Nueva York… La noche del sábado 7 de julio de 1973, en el Folk City, de la 11 y Mercer, Alais conoció a Beth, una rubia nacida 22 años antes en Boston. Comenzaron a conversar, mientras la música folkcountry sonaba a todo volumen, obligando a hablar de oído a oído. Se confesaron. Ella estudiaba arte en la universidad, a pocos metros de allí. Él le dijo que venía de la Argentina e intentó explicarle de la mejor manera cómo era el país en el que vivía. Ya avanzada la noche, ante la formalidad de Alais, ella se atrevió a preguntar: “¿Cómo sigue esto?”. “En pocos meses me caso”, le dijo Juan, con una mueca de pesar.29 Beth fue hacia la jukebox y eligió Funny How Time Slips Away (¿No es gracioso cómo se nos va el tiempo?) con la inconfundible voz de Elvis, y mientras se movía, repetía sus estrofas: Bien, hola, ha pasado mucho tiempo. ¿Cómo estoy? Supongo que bien. Ha pasado mucho tiempo, pero parece como si sólo hubiese sido ayer. ¿No es gracioso cómo se nos va el tiempo? ¿Cómo está tu nuevo amor?, espero que esté bien. Te escuché decir que la amarías hasta el final de los tiempos. Eso es lo mismo que me dijiste, parece como si hubiese sido tan sólo el otro día. ¿No es gracioso cómo se nos va el tiempo? Ahora tengo que irme, supongo que nos veremos por ahí. No sé cuándo, nunca sé cuándo regresaré a la ciudad. Pero recuerda lo que te dije, con el tiempo lo vas a pagar. Y es sorprendente cómo se nos va el tiempo.

Juan Alais se quedó mirando su desenvoltura en silencio. Al día siguiente, ella lo acompañó a The Cloisters y le contó la historia del unicornio y por la

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noche volvieron a Folk City a escuchar a Dave Van Ronk. Más tarde se dieron un “hasta siempre” en Washington Square. Sin embargo, en septiembre de 1983 se volvieron a cruzar en los pasillos de la sede de las Naciones Unidas. Él cubría periodísticamente para la agencia Noticias Argentinas la última intervención del canciller del gobierno de facto, Juan Ramón “Mocito” Aguirre Lanari. Le dijo: “On the road again”. Ella entendió el mensaje. Formaba parte de una delegación que encabezaba un alto funcionario de su país. Se dijeron pocas cosas. Lo necesario: tan sólo que los dos estaban divorciados… Apenas les alcanzó el tiempo para salir a comer y visitar el entrañable Lone Star de la Quinta Avenida. En los años que siguieron hablaron por teléfono de tanto en tanto. Él era ya el jefe de Política de Ámbito Financiero. El 3 de enero de 1987, después de mucho buscarse, se volvieron a juntar. Se citaron en los salones del Plaza Hotel. Ella viajó desde Washington. Esta vez vivieron dos semanas sumergidos en la ciudad y en el Ritz, donde él la llevó a escuchar a Rory Gallagher (porque así se lo había enseñado Edelmiro Molinari en 1974, antes de irse de la Argentina) y a Lou Reed. Todo tiempo fue poco en esos días, pero Beth ya era funcionaria de la administración Reagan y él debía volver a Buenos Aires. El miércoles 14 volvieron al Lone Star, donde ella le gritó a Jerry Lee Lewis que le cantara la vieja canción que los había unido en 1973 y The Killer lo hizo. “Hey, babe, it’s for you”. Él no la incluyó en la crónica de esa noche que escribió para su matutino, donde sólo figuraron Anita y Pancho Alconada Aramburú. Aún guarda colgada en su casa la foto que le sacó al Killer. Días más tarde se despidieron. “¿Es para siempre?”, preguntó mientras escuchaban a Memphis Slim en uno de los tantos bares del Village. “No sé”, respondió Alais. Como en Fairytale, no hacía falta explicar nada. En octubre de 1989, Alais viajó a Washington por razones oficiales. Antes la hizo buscar. Se juntaron en el Embassy Row, a metros del Dupont Circle. Cuatro días más tarde, Alais debía volver a Buenos Aires y ella viajó a Nueva York para despedirlo. Ante la intriga de Mario Baizán y el Goyo Molteni, se separó de su delegación sin mayores explicaciones… Ella lo invitó al Waldorf Astoria. El sábado 28 de octubre (así lo dice el ticket que aún guarda junto a la foto autografiada por el conjunto), Beth lo hizo viajar en tren al Shea Stadium para escuchar a los Rolling (con Bill Wyman). Alais le pidió que visite Buenos

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Aires, pero le era imposible, por infinitas razones, y volvieron a separarse, esta vez definitivamente. Cuando se fue, Beth no se dio vuelta para mirar por última vez. El 22 de junio de 2000, ella le mandó, por medio de un funcionario que visitaba Buenos Aires, un disco con una canción… Para ver en qué andaba. El gesto tenía un mensaje implícito, era un tema que solían cantar (ella se lo había regalado en 1987): Storms Never Last de Waylon Jennings y Jessi Colter. La vida de Juan Alais en ese entonces era un desastre. Estaba a la deriva. Alais le respondió con un cassette en el que le grabó Misery and Gin y ella entendió. Willie Nelson, el autor de ¿No es gracioso cómo se nos va el tiempo?, tenía razón. El tiempo había pasado, y no habría otra ocasión. En 2002, Juan Alais se deshizo de las cartas y de las fotos que guardaba de recuerdo.

El sábado 25 de agosto, durante una cena íntima en la casa de Manuel “Johnson” Rawson Paz, en Montevideo y Arenales, y aprovechando la amistad que había nacido durante las sesiones de la Hora del Pueblo, Héctor J. Cámpora contó que cuando le habló de su renuncia al líder justicialista, éste le contestó: “Vea, Cámpora, usted es la segunda figura del peronismo. Yo tendré que gobernar sin salirme de aquí. Usted tendrá que viajar para hacerse cargo de todos nuestros planes en América Latina”. Cámpora contestó: “¿Puedo anunciar este honor que me concede, General?”. Esto fue lo que el ex presidente confió, apenas renunciado, pero los días pasaron y el “honor” jamás se concretó. La cena tuvo la particularidad de tener que suspenderse porque Cámpora se desvaneció y tuvo que ser atendido por el dueño de casa.30 La tradicional comida de las Fuerzas Armadas para conmemorar el 9 de Julio no se realizó en el Edificio Libertador sino en el Teatro San Martín de la avenida Corrientes. Hacía las veces de anfitrión la Armada, por lo tanto el discurso debía ofrecerlo el almirante Alberto P. Vago en su calidad de presidente del Centro Naval. Habló Cámpora —quien discurseó sobre la unión del pueblo con las Fuerzas Armadas —, pero la contraparte no fue la que estaba prevista: Vago no asistió, se explicó, por una “indisposición de último momento”. La razón fue que su discurso había sufrido objeciones de parte del comandante general de la Armada, almirante Carlos Álvarez, en especial en los segmentos en que se hacía alusión a la violencia que se vivía. Al día siguiente, dos mil efectivos desfilaron en la Plaza de Mayo. El martes 10 de julio a las 17.50, en la casona de Gaspar Campos, Perón se encontró a solas con el comandante en jefe del Ejército, Raúl Carcagno, quien había

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buscado largamente esa cita. Se habían conocido en Morón y llegó a Gaspar Campos de la mano del jefe de la custodia, Juan Esquer, o de José Ignacio Rucci (en eso difieren las crónicas de la época). Durante el diálogo, Carcagno recibió una primicia de parte del dueño de casa: “Voy a hacerme cargo del gobierno y quiero que el Ejército lo sepa antes que nadie”. Era toda una señal. Hablaron también de cuestiones personales como la restitución del grado, porque el jefe militar llevó una carpeta sobre esta cuestión que se hallaba demorada. Por entonces, tanto algunos empresarios como el mundillo político muy informado recibían el semanario de circulación restringida Última Clave, una publicación que solía reflejar muy bien el pensamiento de las Fuerzas Armadas, especialmente del Ejército, del radicalismo próximo a Balbín y de algunos sectores conservadores. A decir verdad, entre los “ortodoxos” del peronismo, el semanario era un tanto “gorila”. En la edición del 12 de julio de 1973, Última Clave relató algunos pasajes del encuentro entre Perón y el teniente general Carcagno: “No quiero un Ejército peronista, el momento requiere un Ejército comprometido con la realidad nacional. No estamos para caer en cosas ya superadas. ¡Qué homenajes, ni qué elogios! No, no, el momento nos llama a todos, y esas cosas ya no tienen lugar en nuestra Argentina”, dijo Perón. Luego habló de “la necesidad de crear un clima de tranquilidad en el país y de superar la imagen de desorden, agudizada en los últimos tiempos”. En otro momento explicó que “la enfermedad me demoró la solución de algunos problemas que presenta el Movimiento Peronista…”. “A los grupos guerrilleros los arregla la policía […] Hay que dejarse de infantilismos, de chiquilinadas: la policía está para reprimir”, dijo también, en obvia alusión a Righi. Carcagno, dada la sinceridad con la que habló Perón, se atrevió a relatarle “la irritación” que había motivado Cámpora con algunas partes de su discurso en el Teatro San Martín, porque resultaba “inútilmente recordatorio de hechos que sólo pueden superarse con el silencio mutuo”. Perón estaba avisado de esta situación por boca de Jorge Osinde y José López Rega. Según Última Clave, “le llevaron el dato de que el texto había sido escrito por Esteban Righi, el Dr. Mercante [subsecretario del Interior], el hijo de Cámpora, Héctor Pedro, el Dr. Enrique Bacigalupo [luego miembro del Tribunal Supremo de España] y otros miembros del entourage presidencial”. Entre los cortinados y las bambalinas varios se movieron con eficiencia. El miércoles a primera hora de la mañana, el coronel Jaime Cesio le transmitió a Ricardo Balbín la invitación de Carcagno para que concurriera a comer esa noche al Edificio

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Libertador. Antes de sentarse a la mesa, Cesio, jefe de Política y Estrategia del Estado Mayor, le relató a solas al invitado lo que había sucedido el día anterior en Gaspar Campos. Se trató la renuncia de Cámpora y la posibilidad de una formula compartida entre Perón y Balbín, un objetivo que ya tenía en su mente Benito Llambí, ministro del Interior cuarenta y ocho horas más tarde. La noticia de las renuncias de Cámpora, Lima y el gabinete de ministros, una vez ultimados todos los detalles, debía ser conocida el sábado 14 de julio, día de la toma de la Bastilla, fiesta nacional de Francia. Pero se adelantó un día porque Clarín publicó declaraciones del vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró, en las que sostenía que “estando el general Perón en el país, nadie puede ser presidente de los argentinos más que él”. Además, Calabró desataba otra interna al decir que “había mandatarios provinciales disfrazados de peronistas que también debían ser barridos”, en alusión a Bidegain (Buenos Aires), Martínez Baca (Mendoza), Obregón Cano (Córdoba), Ragone (Salta) y Cepernic (Santa Cruz), entre otros. Lo dijo así: “Darles obras de las que tiene Perón en sus manos a muchos de sus gobernadores sería un pecado, porque serían ellos los que las llevarían a cabo con ideologías que no son justicialistas”. Luego de las palabras de Calabró, Cámpora y sus allegados estimaron que era preferible adelantarse antes que ser empujados fuera de la Casa Rosada por la “pandilla” (término con el que se referían al entorno de Perón). Al mismo tiempo, la sorpresa evitaría que importantes sectores se movilizaran pidiendo por Perón. En ese clima, algunos de los que rodeaban a Cámpora imaginaron que al propio jefe del Justicialismo no le quedaría otro camino que salir a respaldar al renunciado presidente, sin tener en cuenta que los sectores ortodoxos lo condenaban por haber servido de instrumento para enfrentarlos a Perón. El 13 de julio, José Ber Gelbard contó a los periodistas acreditados en su ministerio que “éste ha sido uno de los secretos mejor guardados de la historia política argentina: sólo catorce lo sabíamos”, y entre esos hombres estaba Perón. Sin embargo, la frase del día la pronunció el secretario general de la CGT en la sala de prensa de la Casa Rosada: “Se terminó la joda…”. Desde los días en que se confeccionaba este delicado entramado, dos cuestiones pesaron sobre algunos de los operadores: ¿cómo debía llegar Perón a la Presidencia de la Nación y acompañado por quién? Según la ley de acefalía, tras la renuncia, destitución o muerte del presidente, el sucesor era el vicepresidente. O en su defecto,

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el presidente provisional del Senado (Alejandro Díaz Bialet), el titular de la Cámara de Diputados (Raúl Lastiri) y, después, el presidente de la Corte Suprema de Justicia. A Díaz Bialet se lo sacaron de encima encomendándole una misión en el Exterior. Y así llegó Lastiri. No faltaron aquellos que propusieron, previa modificación de la ley de acefalía, la reunión de una Asamblea General que proclamara a Perón. Tanto el radicalismo como las Fuerzas Armadas no estuvieron de acuerdo. Perón, ese mismo día, dijo por radio y TV: “Yo soy esclavo de la Constitución”, dando por tierra con las especulaciones. También, en la puerta de Gaspar Campos, se las ingenió para mandar otro mensaje: “Yo con Balbín voy a cualquier parte”. Balbín bromeó con los periodistas: “Podemos ir al Jardín Zoológico…”. Ésa era otra cuestión. El radicalismo tenía una línea “principista”, cuyo máximo exponente fue Arturo Illia, que defendía su autonomía. El grupo renovador reconocía la jefatura de Raúl Alfonsín y era partidario de una posición de centroizquierda y de alianza con sectores pseudo-peronistas no afines con Perón. Ellos apoyaban sin reservas a los ministros Righi, Taiana y Puig, y planteaban, para aceptar una fórmula presidencial compartida, “la eliminación de la burocracia sindical, el retiro del paquete de leyes económicas del Parlamento que no hablan a las claras de producir una verdadera liberación e investigación a fondo de los sucesos de Ezeiza”. La línea nacional se encolumnaba detrás de Ricardo Balbín, era partidaria de un amplio acuerdo político con respeto a la letra de la Constitución y tenía quejas muy serias contra la política universitaria de Cámpora y los sectores de la Tendencia Revolucionaria. Al respecto, se le atribuía a Balbín el haberle dicho a Perón, en su último encuentro, cuando se habló de los enfrentamientos de Ezeiza: “No se equivoque General, esos tiros eran también para usted”.31 Ya en esos años comenzaba a destacarse a nivel nacional el senador cordobés Eduardo César Angeloz, quien planteó en La Opinión del 28 de julio una visión pesimista del momento: “Es de los más difíciles de los últimos tiempos de la historia nacional. Tiene un atenuante: el estado de opinión general respecto del papel que deben cumplir las Fuerzas Armadas. Hay consenso unánime en torno a la necesidad de que no deben avanzar sobre la competencia de la civilidad. En otros tiempos y en circunstancias similares, probablemente hubieran interrumpido el proceso político”. El 17 de julio El Descamisado salió a la calle con una larga declaración firmada por Montoneros y FAR, no unificadas todavía, culpando de la conspiración que desplazó a Cámpora a José López Rega, Lastiri, Rucci, Osinde, Iñíguez, Brito Lima,

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Norma Kennedy, Frenkel y otros, y sosteniendo que “nuestras organizaciones, FAR y Montoneros, como parte de ese pueblo, comprometen todos sus esfuerzos y todos sus medios en función de esta lucha del conjunto del Movimiento Peronista contra estos traidores apátridas, verdaderos infiltrados de la CIA”. Además —sin tener en cuenta lo que había dicho Perón—, consideraba “necesario que el general Perón sea designado por el Congreso como presidente provisional, mediante la modificación de la ley de acefalía, hasta que se produzca su consagración en el próximo acto electoral”. “El pueblo ya lo dice, Cámpora es el vice”, proclamaba Militancia del 19 de julio. El 13 de julio a las 19 horas Raúl Lastiri asumió provisionalmente ante las dos cámaras y a las 21 en la Casa Rosada. Dos ministros dejaron el gabinete: el de Interior, Esteban Righi, y el canciller Juan Carlos Puig, reemplazados por Benito Llambí y Juan Alberto Vignes. Inmediatamente, teniendo a los tres edecanes a sus espaldas, Lastiri dirigió un mensaje por cadena nacional, explicando que en las elecciones del 11 de marzo de ese año “la soberanía del pueblo se ejerció a través de actos distorsionadores de su verdadera voluntad”, que había llegado el momento de repararlos y que su gestión marchaba en esa dirección. La revista Las Bases, al escribir sobre Lastiri el artículo “El perfil de un luchador”, diría que es “un peronista consustanciado con la doctrina de Perón”, no mucho más. Unas páginas después el semanario publicaba una extensa nota presentando el Plan de Quinientas mil Viviendas, del ingeniero Juan Carlos Basile, subsecretario de Vivienda, del ministerio de Bienestar Social. El retroceso de la Tendencia Revolucionaria era evidente. Tras Ezeiza, el discurso de Perón comenzaba a girar hacia otra sintonía: advertía al Movimiento sobre el peligro de la infiltración. Luego, la caída de Cámpora y la salida del gabinete de los ministros Righi y Puig. Como en el juego de las máscaras chinas, las organizaciones ligadas a Montoneros decían defender a Perón y salían a la calle para romper “el cerco” que le habían tendido. Con esa finalidad marcharon a su encuentro en Olivos y lograron ser recibidos por el líder. Afuera, dijo El Descamisado, quedaron esperando ochenta mil almas. Entraron Juan Carlos Dante Gullo y Juan Carlos Añón, del Consejo Superior de la Regional 1, y Miguel Lizaso y Norberto Ahumada, responsables de la zona Norte y Capital Federal de la misma regional. Afuera quedaron Carlos Cafferata (responsable de la provincia de Buenos Aires), Enrique Baratea por la zona Oeste y Ricardo Morillo de la zona Sur. Perón, sonriente, les explicó que estaba convaleciente: “No he podido recibir a nadie, antes de ustedes, por razones de salud”.

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También les dijo que el doctor Cossio no le daría “el alta hasta el día de mañana domingo”. Perón se interesó por la forma organizativa que tenía la JP. Cuando intentaron explicarle, López Rega intervino para decir que “las juventudes peronistas son muchas y están divididas”. Los visitantes reclamaron su representación en la política, dada la cantidad y calidad de sus cuadros. Hablaron de quinientos mil compañeros. Lo más sustancial llegó cuando afirmaron que “permanentemente la JP ha sido convidada de piedra dentro del proceso que vive el país”. Pidieron mantener “un contacto permanente, sin intermediarios, para recibir las directivas y explicar la realidad política de los objetivos de la Reconstrucción Nacional”. Cuando terminaron de exponer, Perón opinó que era muy importante la demanda y, según el órgano de la Tendencia, señaló a Juan Squer, el jefe de la custodia, como “encargado de cumplimentar el momento en que me quieran ver los compañeros”. Pocas horas más tarde, la secretaría de Prensa de la Presidencia de la Nación informó que el contacto entre la JP y el jefe justicialista sería el ministro José López Rega. El 26 de julio, aniversario de la muerte de Eva Perón, fue recordado con dos actos. Uno en la Catedral Metropolitana, que contó con la presencia del matrimonio Perón, Lastiri, miembros del gabinete y Héctor J. Cámpora. El otro, el de la muchachada “desmelenada y ruidosa”, como la calificó Isabel, fue en la plazoleta frente a la iglesia San Juan el Precursor, en Villa Urquiza. Luego de una misa brindada por sacerdotes del Tercer Mundo habló Haydeé Cirullo de Carnaghi, más conocida como “la tía Tota” y se leyó un comunicado conjunto de FAR y Montoneros. Unos días después de cumplirse un mes de haber llegado a su país, Juan Domingo Perón concurrió a la sede de la CGT e intentó levantar la mirada por sobre los problemas cotidianos. Habló de una cuestión que la dirigencia no trataba, el medio ambiente, hoy un tema obligado. Parecía tan extraño lo que decía que para muchos lucía como Fidel Pintos, el actor del exitoso programa cómico Polémica en el bar. Fue el 30 de julio por la mañana: “Conversaba con uno de los dirigentes diplomáticos que actuaron en el Congreso de Estocolmo, que se reunió para la defensa ecológica de la Tierra. El hombre ha comenzado a pensar que está despilfarrando los medios naturales que no son infinitos, desgraciadamente, y que un día va a llegar en que se que va a quedar sin tierra, sin agua y sin aire, y entonces sí que la va a pasar canuta, como dicen los gallegos. Indudablemente, este proceso el hombre ha comenzado a verlo. Y yo conversaba con este señor, un hombre de gran capacidad y sobre todo de grandes conocimientos. Le preguntaba qué sacaron en limpio de esa reunión, y me contestó: ‘Extraordinario. En primer lugar, allí no se habló de la Tierra. Segundo, nos dimos

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cuenta de que el mundo marcha hacia la universalización o hacia la hecatombe: segunda enseñanza. Y tercero, nos dimos cuenta de lo estúpidos que han sido los hombres que durante siglos han muerto por millones, defendiendo unas fronteras que sólo estaban en su imaginación’. Frente a éste imperativo de la evolución, nosotros debemos pensar que quizás antes del año 2000, en que se doblará la actual población de la Tierra y disminuirá a la mitad la materia prima disponible para seguir viviendo, se va a tener que producir, indefectiblemente, la integración universal”. Los diarios sólo dijeron que el discurso duró 41 minutos, que fue “la primera salida política de Perón” y tuvieron en cuenta el “respaldo a la prudente gestión gremial en la mención de ‘apresuramiento’ que el líder dedicara a los jóvenes” de la Tendencia.32 Ingenuamente, Cámpora y sus acólitos expresaron en reiteradas oportunidades que una vez establecido el gobierno constitucional, las organizaciones armadas perderían la razón de su existencia y dejarían de operar. Lo sostenían mientras los cuadros principales de todas las formaciones político-militares demostraban lo contrario. Para el gobierno de Cámpora, sin violencia de arriba no habría violencia de abajo y se viviría en un clima de paz. ¿Paz? Estaba vigente un gobierno constitucional pero seguían actuando las organizaciones armadas. El domingo 24 de junio los medios informaban que no había novedades acerca de los paraderos de cuatro empresarios secuestrados: John Thompson, presidente de Firestone Argentina, por quien pedían 1.500 millones de pesos y se pagó US$ 1.000.000; Charles A. Lockwood, empresario británico que llevaba más de tres semanas desaparecido (la “Biblia” diría que se abonaron US$ 2.300.000 al PRT-ERP por su liberación); Kart Gerbhart, un alemán, gerente general de Silvana S.A.; y Manuel Ciriaco Barrado, un empresario de una fábrica de papel, secuestrado por grupos armados en plena calle, en Córdoba. Todo esto mientras el gobierno preparaba una ley de inversiones extranjeras. Para ese entonces, la Inteligencia Militar había redactado un documento de “análisis del boletín interno Nº 41 del autodenominado Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)”, fechado el 27 de abril de 1973, en el que se destacaban en rojo los siguientes párrafos: • “Para la dirección del ERP, la situación económica no tiene soluciones a corto ni mediano plazo, siendo del caso destacar que los fundamentos aducidos para negar cualquier posibilidad de radicación de capitales extranjeros a largo plazo

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se centran en la inestabilidad político-social del país y en la perspectiva de que los ejecutivos de las empresas ‘vayan a parar a una cárcel del pueblo’”. • “El PRT-ERP considera al gobierno constitucional un adversario potencial, aunque espera valerse de las eventuales concesiones que el mismo haga para incrementar sus tareas de propaganda y captación”. • “Se ha concretado un primer paso hacia la continentalización de la lucha armada mediante el apoyo mutuo, el intercambio y la creación de un comité conjunto permanente entre el MIR de Chile, el MLN-T (Tupamaros) de Uruguay, el PRTBELN de Bolivia y el PRT-ERP de Argentina”. • “A pesar de las divergencias respecto del proceso electoral argentino existentes entre el ERP y el autodenominado ERP-22 de Agosto, sus planteos sobre internacionalización del accionar armado son coincidentes”. • “El accionar armado del ERP no sufrirá variantes sustanciales, siendo del caso esperar acciones en colaboración con agrupamientos subversivos extranjeros”. • “La calificación de débil que otorga el ERP al gobierno constitucional alentará el accionar de la organización y sus simpatizantes”.

El “aguantadero” argentino En 1972, la guerrilla uruguaya sufrió duros golpes militares. La dirigencia principal, gran parte de los fundadores del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T), es detenida y encarcelada. Como declaró en La revolución imposible Efraín Martínez Platero al periodista Alfonso Lessa, para 1972 “había caído Raúl [Sendic], había caído ‘Octavio’ o sea el ‘Alemán’ Engler, había caído el ‘Pepe’ Mujica. Quedaba yo solo”. Es decir, estaban presos los históricos. Cientos de cuadros con experiencia militar y política abandonaron clandestinamente el Uruguay para instalarse en la Argentina o pasar a Chile, donde aún gobernaba Salvador Allende Gossens. Otros siguieron rumbo a Cuba para recibir instrucción militar en la base Punto Cero de Guanabo, o en Pinar del Río, en las escuelas especiales, las famosas PETI (Preparación Especial de Tropas Irregulares) fundadas en 1961. “Mi primer alumno, recuerdo muy bien, fue [Jorge] Ricardo Masetti”, contó años más tarde “Benigno” Dariel Alarcón Ramírez, oficial cubano compañero del Che en Bolivia y fundador y director de esos centros de entrenamiento. “Domingo”, un integrante de la vieja guardia del MLN-T que se salvó

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milagrosamente en 1972, se refugió en la Argentina y fue el responsable del comité militar. Salió de Montevideo por el aeropuerto de Carrasco el 27 de septiembre de 1972, el mismo día que Efraín Martínez Platero. “Creo que con un vuelo de diferencia. Viajé con una compañera ‘legal’ hasta Buenos Aires: la mujer de Luis Alemañy (a) ‘Luis Bolivar’. Yo venía del Abuso,33 la fuga de Punta Carretas, y estaba clandestino.” En Memorias de la insurgencia de la investigadora uruguaya Clara Aldrighi, “Domingo” cuenta cómo tras su paso por Buenos Aires en octubre de ese año sigue a Chile y luego viaja a una reunión con la dirección de la “orga” en Cuba. En febrero de 1973 regresa a Chile para un simposio en Viña del Mar del que participaron innumerables miembros de diferentes organizaciones armadas del Cono Sur y en el que el MLN adopta la línea marxista-leninista. Más tarde regresa a Cuba por tan sólo quince días, retorna a Santiago de Chile y pasa a la Argentina. “Estoy en Buenos Aires a mediados de 1973, después ando por Corrientes, por Entre Ríos.” —¿Contaban con el apoyo de las organizaciones armadas argentinas? —Sí, sí. Yo iba todas las semanas al ejecutivo del Partido Revolucionario de los Trabajadores [PRT]. —¿Con el PRT establecieron los vínculos más estrechos? —Sí, de lejos. —¿Qué relaciones mantenían con Montoneros y FAR? —Con los montos nos juntábamos en los boliches, conversábamos. Con todos los compañeros conversábamos. Porque estaban las FAL [Fuerzas Argentinas de Liberación] en esa época, las FAR, los montos, y otras chicas que se reabsorben en Montoneros. Pero la influencia política en el MLN es del PRT. Y del Negro [Mario Roberto] Santucho, además. Domingo luego contará que en la cumbre de Viña del Mar la organización MLNTupamaros se organizó de manera similar al PRT, con un comité político, un comité militar, logística, operaciones, inteligencia. Algunos de los que conformaron esas estructuras fueron Lucas Mansilla, Efraín Martínez Platero, el “Turco” Kimal y “Prudencio” Luis Alemañy en lo político. La responsabilidad militar recayó en Domingo (operaciones), William Whitelaw (logística) y Giocondo Ravagnolo (inteligencia). —¿Dónde obtenían los recursos para financiar tan frecuentes viajes de los dirigentes? —De los secuestros. Yo tengo el record nacional. No tengo el sudamericano porque

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los montos me hicieron el de setenta millones de dólares [secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born, septiembre de 1974]. —¿Qué secuestros? —En 1973, en la Argentina. Tres secuestros, veintidós millones de dólares. Tengo uno de quince millones, el de [Víctor] Samuelson. —¿Fueron realizados con el ERP o con la Junta Coordinadora Revolucionaria? 34

—No, los hacíamos todos los de la Junta: el ELN [Ejército de Liberación Nacional, de Bolivia], que no ponía gente, pero le dábamos guita; el MIR [Movimiento de Izquierda Revolucionaria, de Chile], que no operaba en Argentina, pero le dábamos guita también, el PRT y el MLN. Con Samuelson sacamos US$ 15.600.000. Cinco millones con el [secuestro] de Swissair. Firmaba la Junta. Se mandó plata a Chile para el MIR, se mandó al ELN, nos quedamos nosotros, y el toco grande se lo quedó el PRT-ERP. Nosotros habíamos evacuado prácticamente Chile en el primer semestre de 1973 porque veíamos que se venía el golpe. Todos los compañeros fueron para Cuba… cuatrocientos compañeros para la isla. Salían en los viajes nocturnos, los jueves o los viernes, no recuerdo. Aviones enteros. Antes de 1972, los que llegaban a Cuba en 1970 y 1971 que habían salido de Uruguay por la opción constitucional, iban a cursos y después volvían a Uruguay. —En 1973 y 1974, ¿cuántas personas integraban el MLN de Argentina? ¿Mantenían su verdadera identidad o se hallaban clandestinos? —Podrían ser entre treinta y cincuenta personas, no más. Estaban con documento falso. —Además de la dirección, ¿qué otros sectores del MLN existieron en Argentina en 1973 y 1974? —Lo que era la logística. —¿Qué significa? —Donde estaban haciendo la “metra” en Buenos Aires [se refiere a la fábrica de la ametralladora JCR-1]. Domingo contó que Enrique Gorriarán Merlo participó en los tres secuestros y que la negociación la hizo él, porque “los compañeros [del ERP] eran medio esquemáticos”. Y que el dinero fue guardado en berretines.35 “Nosotros, el MLN, llevamos la técnica de los berretines a la Argentina. Ellos los construían, pero la experiencia era nuestra. En Cuba había una casa inmensa llena de berretines. Allí

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hacías cursos; había un compañero que trabajaba en seguridad, que estaba haciendo el análisis de todos los compañeros del MLN.” —¿En Buenos Aires mantenían vínculos con otras organizaciones uruguayas como el OPR-33, que en 1975 daría origen al PVP? —Vinculadas con nosotros no. Por lo menos conmigo no, con la parte militar. Yo tenía mucho contacto con [Zelmar] Michelini y con [Enrique] Erro… Yo vivía en Flores, cerca de la casa del viejo Erro. Después la compró el PRT, sin saber. En una, un compañero que mataron, el Gringo [Domingo] Menna, me da el teléfono de la casa. ¡Loco —le digo—, éste es el teléfono mío, de antes! ¡Es mi casa! Ahí paraba el Flaco [José Manuel] Carrizo, Santucho, todos, era un incendio. Quedaba cerca de la avenida Avellaneda. —¿En 1974 el MLN estaba embarcado en operaciones militares? —Ya habíamos hecho los secuestros. —¿Apoyaron alguna toma de cuartel? —No, nada. Yo estuve en las reuniones de autocrítica del PRT. —¿Los Montoneros y el PRT se vinculaban con los cubanos en Argentina? —Sí, claro. Yo estuve en una reunión, esa que cuenta en el libro Alfonso Lessa, en la que Efraín [Martínez Platero] da una charla de una hora y media sobre la región. Estábamos en una casa de protocolo de los cubanos. Todos estaban vinculados a los cubanos. —Me refiero a Buenos Aires, después del golpe de 1976. —Presumo que lo siguieron haciendo los montos y erpios. —¿En qué fecha partió definitivamente de Argentina? —En 1979, por ACNUR [la agencia de la ONU para refugiados]. Mi hermano estaba conmigo en Argentina, los dos trabajábamos en un estudio de ingeniería, con documento falso. Él se fue en 1981. Cuando resolvimos irnos de Buenos Aires con mi mujer, que no quedaba ni el loro del MLN, fui a ACNUR y me dijeron: “Seguí con los falsos hasta que te vayas”. Me fue a buscar a casa el Comisionado de la Argentina en el auto oficial. Nos llevaron al aeropuerto, nos encajaron en el avión. Recién ahí me dieron el documento de ACNUR con mi nombre. Llegué a Suecia con mi nombre. Hoy, en 2010, Domingo vive en Montevideo alejado de la actividad política. Otro de los testimonios interesantes de Memorias de la insurgencia pertenece a Luis Alemañy, porque reconoce la fuerte influencia del PRT-ERP y los cubanos sobre la organización Tupamaros, especialmente a partir de 1973. Sin embargo, un tiempo

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más tarde habrá de encabezar una fractura dentro de la organización, al tomar distancia del MLN, el ERP y los cubanos. En 1972 había conocido Cuba. “Me di cuenta que ese no era el camino para los uruguayos. Que seguir un camino como el cubano iba a llevar a una involución. No a una revolución. Que la sociedad uruguaya necesitaba otros caminos y no el de Cuba. Vi una sociedad militarizada, donde cada ciudadano era un policía […]. La vi como una dictadura, como la que se avecinaba en Uruguay. De otro signo.” En 1974, junto con Lucas Mansilla, Kimal Amir y William Whitelaw serán conocidos como los “renunciantes” y darán origen a la agrupación Tiempo Nuevo. Sin embargo, el testimonio de Efraín Martínez Platero no debe dejarse a un lado ya que es uno de los más importantes en Memorias de la insurgencia. Estuvo vinculado a la dirección del MLN-T desde 1969. Dos veces fue arrestado y dos veces se escapó de la cárcel. Participó en el “Abuso” y volvió a caer preso en octubre de 1971 con Pepe (José) Mujica, pero se fuga en abril de 1972. En septiembre de 1972 partió al exilio y retornó definitivamente al Uruguay en 1996. En 1972 fue fundador de la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR) en Santiago de Chile, en la que se desempeñó como Secretario de Relaciones Internacionales, viajando a Europa y Argelia para buscar apoyo político. También se entrevistó con Fidel Castro y Salvador Allende. “Cuando llegué a Argentina a fines de septiembre de 1972, y después pasé a Chile, comenzamos todas las reuniones para la formación de la JCR con la gente que se había fugado de Trelew”, cuenta Martínez Platero. Sus contactos fueron con Santucho, Gorriarán Merlo y Menna, entre otros. Vivió con ellos en las torres de San Borja de Santiago de Chile. Ante la pregunta de por qué muchos uruguayos no abandonaron Chile antes del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, Martínez Platero dijo: “No se fueron porque estaban convencidos de que lo que iba a pasar en Chile era más o menos lo mismo que iba a pasar en Argentina cuando se decía ‘aquí llega un golpe a la peronista’. Se rectificaban ciertas cosas, pero después te quedabas ahí”. —¿Los cubanos no apoyaban en distintos planos al PRT? —Sí, pero para ellos el PRT era una organización que no se debía apoyar. Es que los cubanos apoyaban al PRT, pero completamente distinto que a Montoneros y a nosotros. —¿Y al MIR chileno? —Al MIR chileno hasta ahí nomás. Porque para los cubanos PRT y MIR llevaban adelante un marxismo-leninismo que no estaba de acuerdo con las condiciones que

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había en América Latina. Incluso discutieron eso con nosotros, porque los cubanos tenían la idea de que en América Latina el proceso tenía que suavizarse, no podía ser como el de ellos. Un nacionalismo progresista, revolucionario. Que el proceso no podía radicalizarse en un marxismo-leninismo. —¿En 1973 y 1974, el sector militar en Buenos Aires estuvo integrado por militantes entrenados en Cuba como Floreal García, Héctor Brum y Graciela Estefanell?36 —Sí. —¿Cuál fue el destino de los veintidós millones de dólares obtenidos? —El PRT se quedó con la mayor parte para montar toda su infraestructura. —¿En qué otras operaciones participó el MLN con la JCR? —Finanzas y estudios operacionales con respecto a Tucumán. —En Catamarca, en agosto de 1974, mueren dos tupamaros integrados al ERP, Hugo Cacciavillani y Rutilio Bentancour. En los años siguientes murieron en enfrentamientos o desaparecieron otros tupamaros integrados a organizaciones argentinas, en Buenos Aires, Monte Chingolo, Caseros, Tucumán. —Sí. Justamente el 27 de agosto de 1973 yo estaba en Tucumán, en una reunión donde se estaba preparando toda la guerrilla. En varios testimonios surge el problema de los fondos obtenidos por los secuestros. Al MLN-T se le da US$ 1.200.000 para ser entregado al MIR chileno y el dinero no llega a destino. Martínez Platero dirá que “Willy [Whitelaw] estaba encargado del trabajo de conexión con Chile, y parecería que era el encargado de entregarle la plata al MIR en Buenos Aires. Cuando yo llego a Argentina, en la JCR me dicen que la plata no le llegó al MIR. Yo lo planteo en el MLN, pero no se aclara, y en la JCR me siguieron presionando. Por eso fue que renuncié a la JCR”. Como dato de color, Martínez Platero contó que en uno de sus viajes, tras ir a Argelia, “pasamos por París y decidimos ir a ver a Costa Gavras para darle las gracias por todo lo que había hecho, lo que había significado la película Estado de sitio para el MLN. Estuvimos los tres con él —Falero, Machado y yo— y con Michèle Ray, en su casa. Nosotros vivíamos en una pensión. Costa Gavras dijo que todavía quedaba un saldo, una segunda remesa de lo producido con la película para entregar al MLN. No lo cobramos, tampoco íbamos para eso. Parece que después él se encargó de pagarlo”. Raúl Rodríguez, conocido como Juan de Europa, en su juventud fue actor teatral en

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Uruguay y la Argentina. Se vinculó con las organizaciones armadas pseudo-peronistas y en 1970 ingresó al MLN. Estuvo exiliado en Chile y cayó preso durante el golpe de 1973. Estuvo recluido en el Estadio Nacional pero logró salir exiliado a Suecia. En 1974 se instaló en Buenos Aires. Uno de los temas centrales del cuestionario fue el de los secuestros: —¿Ese dinero provenía de los tres secuestros de empresarios —John Thompson [o Carlos Lockwood, pues los testimonios no brindan seguridad], Kurt Schmidt y Víctor Samuelson— realizados en 1973 en Argentina por la JCR con la participación del MLN? Según relata un entrevistado que condujo las negociaciones, los últimos US$ 15.600.000, repartidos entre las cuatro guerrillas de la JCR, fueron obtenidos a cambio de la libertad de Samuelson, secuestrado el 6 de diciembre de 1973 y liberado el 29 de abril de 1974. Por lo tanto en abril de 1974 la dirección del MLN de Argentina recibió una fuerte suma de dinero, probablemente millones de dólares. —Seguro. El dinero se repartió y el MLN quedó encargado de darle al MIR su parte. Nunca se les ocurrió entregarlo. Los del MIR esperando un millón de dólares y ellos, los futuros renunciantes, o sea la dirección, no lo entregaban. Años más tarde en sus Memorias, Enrique Haroldo Gorriarán Merlo reconoció los secuestros del gerente de la compañía Swissair “por cuya libertad obtuvimos US$ 3.800.000” y el secuestro de Víctor Samuelson, gerente general de la empresa ESSO. Según Gorriaran Merlo, la operación la realizó Osvaldo Sigfrido De Benedetti, (a) el “Tordo”, (a) “Alejandro”, liberado de la cárcel de Devoto el 25 de mayo de 1973, donde se encontraba condenado a doce años de prisión por el secuestro y asesinato del empresario italiano de la Fiat Oberdan Sallustro, y amnistiado por la ley 25.508 del Congreso de la Nación dos días más tarde. El “Tordo” también estaba señalado como uno de los causantes de la muerte del teniente general Juan Carlos Sánchez. Murió en 1978. Su hermano Gabriel Francisco De Benedetti, (a) “Tordito”, en el momento del secuestro de Samuelson estaba preso por participar del asalto al Comando de Sanidad el 6 de septiembre de 1973, junto con cuarenta efectivos del PRT-ERP, entre los que se encontraban otros amnistiados en mayo de 1973. Aunque con meros detalles dispares, Gorriarán reconoció que la negociación fue conducida por un jefe tupamaro con la colaboración de Carlos Emilio All, (a) “El Cuervo”, (a) “Capitán Alejandro”, más tarde jefe de inteligencia de la Compañía de Monte en Tucumán. También reconoció que el dinero para el MIR no llegó a destino: “¡No podía creer que se lo hubieran robado!”. Gorriarán aceptó además la activa participación en

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el secuestro de Samuelson del cabecilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) boliviano Osvaldo “Chato” Peredo, quien junto con sus hermanos integró la expedición de Ernesto Che Guevara en Bolivia. En las páginas 502 y 503, la “Biblia” reconoce que los secuestros realizados durante la permanencia de Perón en la Argentina fueron: Carlos A. Pulenta, el 12 de julio de 1973 (US$ 920.000) y Víctor Samuelson, el 6 de diciembre de 1973 (doce millones de dólares).

• Clima de época II Tomando el té con Perón y Camporita37 ¿Qué se puede decir de la Tere Iuzzolini y qué no decir de una gran amiga? Me encontré con ella cuando viajé con Carlos Saúl Menem (como candidato presidencial) a Europa, en octubre de 1988. Ahí nació una gran amistad. Ya en ese tiempo se sabía que los peronistas que pasaban por Roma debían llamarla. Era una referente de los argentinos en Italia y de los italianos para la Argentina. Es de una gran generosidad, siempre ayudó a todos… aunque muchos no le agradecieron. Después la volví a encontrar —ya con Menem en el poder— en Buenos Aires y me puse a su disposición, como corresponde. Fue centro de muchos celos, dada la confianza que tenía con grandes funcionarios del gobierno. En una oportunidad se organizó un almuerzo en uno de los mejores lugares de Roma, y cuando estaba entrando al salón la vi parada en la puerta. Vamos Tere, le dije. “No me invitó el embajador”. Entré y me limité a decirle al presidente de la Nación: “Carlos, Teresa está afuera, no la han invitado”. No pasaron más que unos segundos para que la Tere estuviera entre nosotros, bajo la recelosa mirada del diplomático de carrera que no entendía nada de su historia, de la campaña electoral, de sus méritos y sacrificios. Claro, la Tere se las traía: el embajador sabía que lo puenteaba, y que tenía una gran personalidad, además de elegancia y belleza. En mis estadías en la Ciudad Eterna, la Tere fue mi guía y su entonces marido, el gran Nino Benvenuti, mi maestro de música italiana. Gracias a él conocí a Amedeo Minghi, Paolo Conte, Antonello Venditti y Pino Daniele, entre tantos. En uno de mis encuentros con Teresa escuché su cuento de cómo conoció a Juan Domingo Perón y Héctor J. Cámpora, y cuando decidí escribir El

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escarmiento quise rescatarlo. Me costó hallarla después de un poco más de un año sin verla. No la encontré en Roma; estaba en República Dominicana haciendo de “sherpa” de algunas empresas italianas. Así habló la Tere… Todo comenzó una calurosa tarde de febrero de 1972 en un departamento de la calle Maipú, en pleno centro, donde vivía una amiga catalana de mi madre. Entre otros hobbies, a la catalana le encantaba leer las cartas, me refiero a predecir el futuro. A mí me divertía mucho y le tenía un enorme afecto. Era una mujer cercana a los 70 años, inteligente, divertida, elegantísima y me encantaba estar con ella. Esa famosa tarde, casi en la penumbra, pues hacía muchísimo calor, y siempre con una taza de té delante de nosotras, me dijo que mi vida cambiaría porque yo conocería a un hombre, muy pero muy importante, que no estaba en el país pero que vendría. No sabía decirme si era un embajador, un general o un presidente; sabía que era un tipo muy importante y que esa conoscenza habría de cambiarme para siempre. Yo me preparé mentalmente a conocer al amante de mi vida… ¿Por qué todas las mujeres somos tan ingenuas y pensamos en eso? Casi a fin de año (el 17 de noviembre de 1972), regresó al país después de diecisiete años de exilio un señor llamado Juan Domingo Perón. Yo, al revés de mi marido y padre de Marina, no era peronista. Me parecía sorprendente que tantos dieran la vida al grito de “Perón, Perón”, mientras él estaba cómodamente sentado en Puerta de Hierro. Así que, más allá del momento histórico que significaba el regreso, no tuve gran interés por el asunto. Incluso teniendo en cuenta que desde los 14 años siempre ocupé una discreta posición de luchadora por la justicia social y todas esas cosas. En pocas palabras, no era de las que miraban telenovelas o se dedicaban a tareas domésticas. Vivía con Jorge y Marina en nuestro departamento de Alvear y Libertador, en Martínez, justo en la esquina. Perón se trasladó a Gaspar Campos, donde después de algunos días todos los vecinos cerraron sus persianas en señal de repudio. Además, no podían dormir porque los “compañeros” con los bombos aturdían al vecindario. Entonces se decide cerrar la zona y dar permiso de circulación sólo a sus habitantes y sus visitas. El sábado 2 de diciembre acompaño a Marinita a casa de sus amigos a jugar, como todos los sábados. Yo tenía un permiso para entrar en la zona, y me para

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un periodista, Sergio Villarruel, para hacerme preguntas tipo: “¿Dónde va?”, “¿A quién va a ver?”. Recuerdo que me quedé muy molesta por esa interrupción, la invasión a mi intimidad de este señor. Entro a la casa, Marinita jugaba en el jardín con sus amigos, y yo en el living tomaba el té con mis amigos. En un momento, aparece Marinita muy agitada y me dice: “Mamá, mamá, el señor de la televisión te quiere ver”. Imaginate, salí como tiro para preguntarle cómo entró y decirle que no molestara a mi hija. Miro, miro, y no lo veo, no veo a nadie. Y sorpresa: miro para la casa del General y apoyado en la tapia (que habían construido después de su llegada, por donde entrara Ricardo Balbín ayudado por una escalerita de albañil), me lo veo a él. Sí señor, al General, que me saluda y pide que me acerque. En aquellos años estaba de moda la minifalda, recuerdo todavía que mis rodillas chocaban una con la otra. ¿Pero usted es…? ¿Usted es…?, atiné apenas a preguntar. Y ahí me quedé sin voz. “Sshhhh, sí, soy yo, Perón”, me dijo a media voz. ¡Cáspita!, era como estar frente a De Gaulle, a Napoleón… Era simplemente fantástico. Su excusa fue hablarme de Marinita, que era encantadora, conversadora, aunque nunca me enteré de qué hablaron Marinita y el General (seis años tenía la gordita). Perón, habilísimo, conociendo el vecindario, habrá dicho: “Ésta aquí es otra de las oligarcas que me bajaron las persianas, es mejor conquistarla”. Obvio, no tuvo que esforzarse mucho. Mientras charlábamos y me preguntaba si quería entrar a su casa a tomar algo, para no estar hablando de pared a pared, llegó López Rega. Le dijo algo al oído y el General se disculpó conmigo, y me dijo que tenía un compromiso, pero me invitó para las cinco de la tarde del día siguiente, entrando por la puerta principal de Gaspar Campos. Así fue que el domingo a las cuatro le di a Marinita un suntuoso café con leche con medialunas. Fue una acción preventiva: conociendo las debilidades de mi hija, era necesario evitar que preguntara qué había para comer. Satisfecha ella y nerviosa yo, nos fuimos para la casa del General. Nos abrió la puerta un sonriente López Rega (a quien no vi después en toda la reunión) y entramos previa inspección de mi cartera por parte de Luis Gutiérrez, uno de los guardias. La custodia del General estaba en manos de suboficiales del ejército. Luis Gutiérrez, a quien decían “Matraca” o algo por el

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estilo, era un personaje simpatiquísimo de la aeronáutica que me contó que había estado en Camboya. Estaban ya en el gran living el General y su esposa, Cámpora y su esposa Nené Acevedo, Benito Llambí y su esposa Beatriz Haedo y otra pareja cuyos nombres no recuerdo. Yo me senté entre el General y Cámpora. Perón estaba vestido con pantalones beige, saco de tweed (a pesar del calor del 3 de diciembre) y rigurosa corbata. En ningún momento me llamó “compañera”, me decía “m’hija”, y alguna vez “señora”. Los mozos, con perfectos guantes blancos; las mucamas, con cofia. Otra que descamisados. Recuerdo lo imponente de su físico, alto, corpulento, cuando su brazo rozó el mío —llevaba un vestido de seda, pero sin mangas— sentí escalofríos, es un recuerdo presente aún hoy. El General se sentó en una silla bajita y, viendo mi sorpresa, me dijo: “Me siento en una silla bajita para evitar que la caída sea brusca”, con todos sus dobles sentidos. En tanto Marinita atacaba todo lo que había sobre la mesita (enorme) plena de exquisiteces, desde bombones hasta sandwiches. Tuvo un accidente con uno de los bombones y la esposa del General se encargó de llevarla al baño y limpiarla. Recuerdo aún emocionada el saludo del Dr. Cámpora cuando el General me lo presentó: juntando los pies y haciendo sonar sus tacones, me besó la mano. Recuerdo sobre todo la inmediata simpatía que nació entre nosotros (Cámpora y yo). Desde ese momento nos encontraríamos varias veces más, no así con el General. Él se marchó el 15 de ese mes para España. En el momento de despedirnos y unas tres o cuatro veces, insistió en que entrara al Movimiento. Le dije que lo pensaría y dirigiéndose a Luis Gutiérrez le pidió que tomara nota de mi dirección. “Ya está hecho mi General”. Nunca se la había dado; se ve que eficientemente y desde el día anterior ya la tenían averiguada. Al inicio de este relato olvidé decir que mi marido Jorge, padre de Marinita, sí era peronista. El sábado que regresé de casa de mis amigos, entré gritando: “Perón me invitó a tomar el té”. Él, que estaba al teléfono con una amiga, le dijo: “Como te decía, está tan loca que ahora dice que Perón la invitó a tomar el té”. Cuando estaba sentada junto al General era tan grande mi emoción que trataba de pellizcarme el brazo yo misma para saber si era cierto. Era un

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hombre como cualquier otro, sólo que más inteligente… Regresé más que emocionada, fascinada con ese hombre, su humor, su genialidad para el bien y para el mal (no hay duda). Era simplemente genial. El General hablando con Cámpora y señalándome dice: “¿Ve, Camporita?, ésta es la juventud peronista”. Como yo no tenía nada para perder y era la única oportunidad en mi vida de estar con semejante personaje, respondí: “General, pero yo no soy peronista”. Me observó y preguntando mi edad hizo un razonamiento: “Cuando usted iba a la escuela, nosotros éramos gobierno, su subconsciente es peronista aunque usted no lo crea”. No se bien qué le dije pero me contestó: “Ah, entiendo, el Che, Fidel. ¿Sabe una cosa m’hijita?... En mi casa de Puerta de Hierro tengo un mueble en madera lleno de habanos con una inscripción en oro que dice: ‘Al gran maestro, con afecto, Fidel’”. Me preguntó qué sabía yo de la historia del peronismo, le dije que, lamentablemente, nada, ya que “cuando usted se fue General, yo estaba pupila en una escuela de monjas y tenía entre 10 y 11 años”. “Entonces tendrá el honor de escucharla de mis propios labios.” Y comenzó diciéndome que cuando se preparaba para las elecciones de 1946 un conservador, Adrián Escobar, le dijo: “Mire Perón, no podrá nunca ganar las elecciones, porque para ganar las elecciones se necesita mucho dinero y mucha organización”, y Perón le contestó: “Para ganar las elecciones necesito votos” y los tuve. Después vino un momento —para mí— de gran confusión, ya que al inicio de nuestra reunión, él había mencionado que teníamos dos grandes dictaduras que eliminar: “La de Lanusse y la de Estados Unidos”. Le pregunté qué contemporáneo admiraba, y sin vacilar me respondió: “Indudablemente, Charles De Gaulle y Mao Tse-tung”. Me habló de “los muchachos” que recibía en Puerta de Hierro —o sea montoneros—, que eran tantos cuando venían a verlo que el café lo tomaban en tandas porque no alcanzaban las tacitas. Me invitó a trabajar dentro del Movimiento, “atención, Movimiento”, me dijo, “porque un partido es estático, el Movimiento no”. Que se necesitaba gente joven y linda. Le agradecí y le dije que yo no me identificaba con cierta parte del Movimiento, no sabía qué decir para no ofenderlo. Él me respondió: “Shhhh, no lo diga, yo tampoco”. Todo esto fue un domingo. El miércoles, bajando de la terraza de casa, donde estaba tomando sol, suena el teléfono, alguien pregunta por mí con nombre y

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apellido, Teresa Luisa Iuzzolini de Esmaiman. Me dicen: “De la residencia de Gaspar Campos”. Se me cayeron los apellidos. No lo podía creer. Era Luis Gutiérrez, que me comentaba que durante la cena de la noche anterior el General se acordó de mí y dijo que “no me tenían que dejar escapar”, y mandó a Gutiérrez que llevara una foto autografiada a mi casa y me convenciera. Vino, me trajo la foto, hablamos, me transmitió comentarios del General acerca de mi persona (podían o no ser verdaderos, se los creí igualmente). Y, sobre todo, vino para convencerme de entrar en la Rama Femenina con Silvana Roth. Si algo estaba lejos de mi vida, pensamiento y costumbres era la Rama Femenina. Me salvé porque estaba partiendo para Entre Ríos, donde Jorge tenía su campo. Así que saludé muy cordialmente a Gutiérrez y le dije que regresaba en dos semanas. En ese tiempo dejamos a los pintores trabajando en el departamento. Qué decir… ¡todos compañeros peronistas! Obvio. Volví sola de Entre Ríos y uno de los pintores me dijo que no me preocupara, que todo estaba bajo control, porque todas las tardes llamaba “un loco” que preguntaba por mí y decía “de la residencia del general Perón”. “Así que no se preocupe señora, siempre le corto el teléfono.” Entre mi ida al campo y mi regreso, Perón se fue de la Argentina y Luis Gutiérrez lo acompañó a Madrid. Ahí, durante una cena, el General al parecer recordó “esa linda reunión con Teresita”. Posteriormente, después de tanta insistencia, me vino a buscar a mi casa Luis Gutiérrez y fuimos a la Rama Femenina en avenida La Plata. Antes de salir llamé a Jorge para decirle que si a una cierta hora no regresaba, bueno… Llegué y había tres mil mujeres. ¡Dios mío! Cuando lo vieron a Gutiérrez y éste me presenta como la amiga del General, me besaban, me tocaban, fue el delirio. Recuerdo que en ese momento funcionaban en el local todas las fuerzas juntas para las elecciones: Rama Femenina, Montoneros, Juventud Peronista y no recuerdo cuántas siglas más. Me dieron a elegir una comisión, yo elegí “Planificación y Desarrollo”. Participé activamente de la campaña para el “Tío Presidente”, gozaba de una serie de privilegios, como el de estar cerca del candidato en casi todas las ocasiones. Más tarde llegó la fórmula Perón-Perón y me puse a trabajar en la campaña para su seguro triunfo. Conocí tanta pero tanta gente, que tendría dificultad para recordar ahora todos sus nombres. Y también conocí la traición, la envidia y todas esas cosas brutas que tiene el ser humano y que se volvieron contra mi persona.

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Por esas extrañas cosas de mi vida, siempre tuve que ver con presidentes o futuros presidentes. Veamos: Perón, Cámpora, Isabel, Menem, Duhalde. Yo visitaba el departamento de Cámpora y su esposa Nené, en la calle Libertad si mal no recuerdo, más por recíproca simpatía personal que por otros motivos. Con enorme tristeza, Cámpora me contó lo que pasó aquella famosa tarde en Gaspar Campos, cuando, como hacía habitualmente desde que era presidente, se acercaba al General para recibir sus consejos o sugerencias. Llegó, preguntó por Perón, y le dijeron que no estaba, que había salido a caminar. Pero, con gran sorpresa, lo vio pasar de una habitación a otra. Es decir, ya lo habían cocinado al querido doctor. Con la ingenuidad de mis años, le reproché que no nos llamara, es decir que no llamara a la JP; le dije que lo hubiéramos apoyado, que hubiésemos salido a la calle, y me dijo que ya no había nada que hacer, que estaba todo preparado. La mañana en que se marchó para ocupar su puesto como embajador en México, después de ser presidente, fui con Marinita a Ezeiza. Eran las seis de la mañana. Cámpora abrazó a Marinita, que le llegaba a la cintura, y acariciándole la cabeza me dijo: “¿Por qué viniste? ¿No ves que está lleno de policías de civil?”. Creo que no éramos más que diecisiete personas. Tal vez ahí comienzan para mí la tortura y las dificultades. No mucho tiempo más tarde comencé a preparar mi viaje a Italia, la tierra de mi padre, con mi hija Marina.

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CAPÍTULO 2 EL NUEVO ENCUENTRO ENTRE PERÓN Y BALBÍN

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Se terminaba el invierno en la Argentina, pero la primavera no alcanzaba a cambiar el clima de violencia política. El jefe de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, volvió a trasladarse hasta la residencia de Gaspar Campos para visitar a Perón. Al día siguiente del encuentro, el 1 de agosto, la prensa especulaba, nadie tenía detalles ciertos de la conversación que habían mantenido los hombres más solicitados por la opinión pública nacional. Las especulaciones giraban alrededor de un supuesto ofrecimiento de Perón al líder radical para integrar una fórmula presidencial conjunta con vista a las elecciones programadas para el 23 de septiembre de 1973. Parecían rumores razonables. Un par de meses antes, el 24 de junio, Perón y Balbín habían conversado alrededor de un tema imprescindible a la luz de los acontecimientos terroristas y el enfrentamiento ideológico que mantenían en vilo al país. La cuestión central que desvelaba a ambos líderes se resumía en la fórmula de la “conciliación nacional” como primer paso para alcanzar un nivel razonable de pacificación y concordia política. En la reunión de junio, Perón había expresado su intención de acordar con el radicalismo un programa moderado, afín a las plataformas de los dos partidos, que marcara límites muy precisos a los extremos político-ideológicos que estaban manchando con sangre al país, premisas compartidas por la Hora del Pueblo, la CGT y la Confederación General Económica en un documento conjunto que habían publicado en los días posteriores al encuentro. Balbín llegó a Gaspar Campos con un mandato de la convención del radicalismo: buscaba la relación con líderes políticos de otras fuerzas, dirigentes sindicales y empresarios, para a través de esa unión encontrar puntos comunes que permitieran superar la crisis política y económica. Según los informes más detallados y próximos al radicalismo, el encuentro duró 45 minutos y no se habló de una fórmula compartida. Tras los saludos iniciales, Perón comentó el ajetreo de esas horas y Balbín le habló de su cumpleaños del domingo 29, que lo ponía al borde de los 70 años. El visitante hizo una referencia a “la grave crisis institucional” que había provocado la salida de Cámpora y su repercusión en la sociedad. Perón le recordó que en la reunión del 24 de junio le había expresado sus reparos hacia el gobierno de Cámpora, los que “desgraciadamente” se vieron confirmados y no dejaron margen para otra cosa. “Pero como le dije a los muchachos, todo dentro de la Constitución.” El tema medular giró en torno a la preocupación de ambos por la situación

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universitaria, la guerrilla y la cuestión sindical. Quedaron en seguir conversando, manteniendo un contacto habitual entre los dos partidos mayoritarios. “Pero de la línea nacional”, agregó Perón con una sonrisa pícara. Luego, Balbín fue a su estudio de la avenida Rivadavia 882, habló a solas con su hermano Armando y luego almorzó en un restaurante céntrico con Enrique Vanoli y Rodolfo García Leyenda, secretario y tesorero del Comité Nacional. Por la tarde, ya en Tucumán 1660, el jefe radical habló con Antonio Tróccoli y Facundo Suárez. En el aire de ambos dirigentes quedó flotando la palabra “recompostura”. En otras palabras, que el peronismo pudiese elegir la fórmula de Perón con Isabel en los próximos días y que la Unión Cívica Radical también designara su fórmula presidencial (fue Balbín-De la Rua). Al final, los candidatos a vicepresidente se bajarían para que quedara conformada la fórmula Perón-Balbín antes de cumplirse el cierre de candidaturas coligadas. Ése fue el espíritu de esas horas.

En un viaje a La Carlota1 Eduardo César Angeloz era en 1973 el titular del radicalismo de Córdoba, senador nacional y, como suele relatar un acompañante de don Arturo, de Illia, un referente obligado del pensamiento radical en la provincia de Córdoba.

Él me enseña a recorrer la provincia. Yo como presidente del partido lo acompañaba a todas partes. Y más allá de la autoridad que yo ejercía, la figura era él, así que todos los fines de semana íbamos a algún lugar de la provincia. Así fue que conocí al dirigente, conocí a medias el pensamiento de don Arturo Illia, porque no era un hombre muy exultante, no era… te diría… extrovertido para lanzar una opinión. Pero en esos momentos, en esos tiempos, cuando Balbín salta la tapia para verlo a Perón, en noviembre de 1972, en Córdoba se produce una suerte de convulsión dentro del partido. Era medio inesperado que un hombre como Balbín, duro un su lucha, tuviera que cruzar, saltar una tapia para ir a hablar con Perón. Hubo una suerte de descrédito en el radicalismo de Córdoba en aquel momento, porque me parece que se vivía mucho todavía el gorilismo. Así que no fue una cosa bienvenida en el radicalismo de Córdoba. Hay que ubicarse en el tiempo; visto ahora, es todo diferente.

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En aquel momento me parece que íbamos a La Carlota a hacer un homenaje a un viejo dirigente que había sido presidente del partido y se llamaba Tufi. Una gran persona, muy amigo de don Arturo. Ya había muerto, pero era un homenaje importante. En el auto, largo viaje desde Córdoba hasta La Carlota, le digo: “¿Qué siente usted? ¿Qué le parece Don Arturo este asunto?”. Y él me dice: “Yo lo que a veces temo es que estemos perdiendo la convicción, o seamos un poco torcidos con la historia”. No sé si fue “torcido” la palabra o no. “Fieles a la historia del radicalismo”. Esto lo dijo, es todo lo que dijo. Pero no había en él una mala intención para con Balbín, de ninguna manera. Respetaba a Balbín, y el respeto era mutuo. Recuerdo que dentro del radicalismo había una serie de dirigentes que acompañaban a Balbín, y más de uno de ellos, dos, no doy los nombres, me dicen: “Bueno, vos que sos amigo de don Arturo, que estás siempre con él, ¿qué respondería el radicalismo de Córdoba si hubiera una fórmula integrada por Perón y Balbín?”. Les contesto: “Esa misión yo no la hago”.Conocía el pensamiento de don Arturo o intuía la actitud que podía tener. Refuerzo: “No, no, yo no la hago… Tendrá que hacerlo una persona de más alta jerarquía política como para ponerlo a don Arturo a hacer todo el razonamiento del por qué”. Y bueno, nadie lo llegó a hacer. Tenía 40 años, y frente a un hombre como don Arturo no era tan fácil hacer algo así: había sido presidente de la República... Estas cosas también gravitaban. No pensaba en el propio Balbín para hablar con él, pero alguna personalidad podría haberlo hecho. Esto no se dio de ninguna manera, aunque en el Comité Nacional la duda era insistente: “¿Qué te parece?”. “No”, respondo yo, invariablemente. “Yo vengo de un radicalismo muy difícil, muy duro; siempre hemos tenido complicaciones, tanto con la provincia de Buenos Aires como con la Capital Federal, más allá del respeto que le tienen a don Arturo, al doctor Balbín… Pero no me parece que esto pueda ser una definición de don Arturo sólo. Él va a pretender reunir a todas las dirigencias del radicalismo de Córdoba para escucharlo. De a poquito, alguien tiene que acercarse a don Arturo para decírselo”. Recuerdo que los diarios ya venían reflejando la posibilidad, y en aquel viaje a La Carlota yo había comprado toda la prensa y la tenía en el auto. Don Arturo leía los diarios sin anteojos y en el auto, increíble, y bueno… ahí apareció un título, no sé si fue en La Nación o en Clarín, sobre esta posibilidad. Y aproveché para preguntarle qué pensaba. Don Arturo hizo

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solamente ésto: me miró —yo venía manejando—, dió vuelta el diario y lo tiró al asiento de atrás. Todo un símbolo, toda una simbología que él quería poner de manifiesto.

Angeloz no recuerda haber tenido ninguna animosidad personal para con Balbín. “Balbín me había escogido a mí como presidente del partido, para que estuviera ahí. Recuerdo que estaba Pugliese, estaba Tróccoli, estaba Alfonsín, estaba León, estaba García Leyenda, Enrique Vanoli, en ese grupo. Cenábamos una vez por semana en el Club Español. Cuando se produce el asunto Balbín-Perón, él fue y dijo: ‘Pueda ser que no resignemos la historia del partido’. Era duro, era dura la posición. Aquel momento era el de la dureza para decir ‘nosotros no podemos acompañar’. Transcurre un tiempo, no tanto tampoco, y frente a la casi decrepitud que tenía el gobierno, más de uno pensó que a lo mejor podíamos ser nosotros la muleta o podíamos ser los que sostuviésemos al gobierno. Creo que esto es el antecedente de aquella reunión de Balbín con María Estela Martínez de Perón, cuando le dice que había que llegar aunque sea con muletas, había que terminar el gobierno. Balbín había comprendido que en aquel divorcio tan especial que teníamos peronistas y radicales, alguien tenía que dar el paso para atenuar esos enfrentamientos que venían de tantos años. Me parece que eso pesó en Balbín, lo mismo que el respeto mutuo que se tenían con Perón.” Por aquellos días, el departamento económico de la empresa McGraw-Hill difundía en Nueva York un análisis de la situación económica mundial en el que la Argentina presentaba el escalofriante índice de inflación del 50% para 1973 y al menos la mitad para el año siguiente. El mismo día en que Perón recibía a Balbín en Vicente López, ingresaba al Senado de la Nación un proyecto de ley destinado a reformar el Código Penal. Dicho proyecto sería, meses más tarde, motivo de agrias discrepancias entre el líder justicialista y los diputados de la Tendencia, los radicalizados legisladores de la juventud peronista que soñaban con la patria socialista. Las Fuerzas Armadas se hicieron escuchar a través de fuentes consultadas por la prensa y resaltaron el discurso del presidente Raúl Lastiri del lunes 30 de julio por la noche, en el que el reemplazante de Cámpora dedicó la mayor parte de su exposición a reclamar enérgicamente la búsqueda del orden y la seguridad en un país amenazado por la violencia terrorista. También dijeron sentirse

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satisfechos por las palabras del presidente interino, elogiosas hacia las instituciones castrenses. Pero resaltaron muy especialmente los dichos presidenciales respecto de respetar la transición hacia las elecciones del 23 de septiembre en un marco de respeto absoluto hacia la ley y la Constitución. Sin dudas se estaba haciendo referencia a las numerosas declaraciones de los grupos subversivos, tanto los ligados al peronismo como aquellos cercanos a organizaciones marxistas. El ministro del interior Benito Llambí convocó a los gobernadores para advertirles que el país estaba envuelto en máximas tensiones políticas, “en especial medida en el seno del Movimiento Peronista”. Sin pelos en la lengua, Llambí insistió en el mismo tema, sabiendo que estaban presentes gobernadores ligados a la Tendencia, señalando que “sólo el tremendo peso de la palabra del general Perón pudo detener la posibilidad de desarrollos imprevisibles en el país”. Alberto Assef fue uno de los tantos radicales tentados, tras la caída de Illia, a tomar contacto con el peronismo y a través del diálogo ensayar fórmulas comunes para salir del régimen militar. Assef —entonces de 23 años— comenzó su labor en 1968, es decir antes del Cordobazo y la caída de Juan Carlos Onganía. Su primer encuentro fue con el ex canciller de Perón, Jerónimo Remorino. Luego, con una carta al propio Perón, largamente respondida. A la par de este nuevo conducto, otros dirigentes radicales comienzan a tomar contacto con peronistas. Facundo Suárez, presidente de YPF durante el gobierno de Illia, viajó a Madrid y conversó con Perón. Balbín no desconocía estos encuentros, Miguel Ángel Zavala Ortiz tampoco. Cuando se abrió el proceso electoral, durante la presidencia de facto de Alejandro Agustín Lanusse, Assef se encontraba estratégicamente más cercano a la idea de un frente electoral que a una simple fórmula partidaria de la UCR. Así, cuando llega Perón en 1972 y se constituye el Frente Justicialista de Liberación, Assef es invitado a integrarlo con su Movimiento Nacional Yrigoyenista.2 —¿Cómo te integrás al FreJuLi? —Cuando Héctor Cámpora asume como delegado personal de Perón, yo no lo conocía; pero a los tres días me cita a la oficina de avenida La Plata del justicialismo. Me acuerdo que estaba Lastiri cuando llegué, estaba esperando. Me hicieron pasar a mí y estuvimos conversando unos cuarenta minutos, mientras Lastiri seguía esperando. Cámpora me dice: “Le voy a proceder a leer los párrafos que hacen que yo lo haya citado”. Y ahí me lee que Perón dice: “Yo creo finalmente en la necesidad de la unión

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con las demás fuerzas, incluyendo obviamente a la UCR, y confío en la lealtad de las conversaciones que se vienen realizando, pero me llegan a Madrid muchas alarmas y muchas voces de advertencia de que podría haber un doble juego, otros caminos que podrían tomar los otros sectores, y por lo tanto creo que mejor es prevenir que curar. Sería útil que usted converse con los amigos míos del radicalismo, especialmente con mi joven amigo Alberto Assef, y confío mucho en lo que puedan hacer y sé que tienen probada determinación a favor de la idea de concertar fuerzas”. Entonces yo le conté cuál era mi posición, absolutamente coincidente con la de Perón. Cámpora me respondió: “Bueno, si es así, yo le pido que usted en nombre del general Perón se mantenga en la UCR trabajando como lo ha hecho hasta ahora, abogando por todo esto, y en el momento oportuno, si se tiene que dar una convocatoria, serán llamados”. Era una tarea, dicho esto con toda sinceridad, sacrificada: no teníamos asegurado nada, teníamos que seguir trabajando y podía ser que el momento oportuno no llegara nunca. —¿Vos estabas en el avión? —Cuando vuelve Perón el 17 de noviembre de 1972 soy miembro del comité de recepción en Ezeiza, con el doctor Arturo Frondizi. Vamos a Ezeiza, sí, pero no era el momento de tener un dialogo… Lo cierto es que no se concreta, pero voy a la reunión del restaurante Nino. Voy como uno más, y tampoco se concreta ninguna reunión directa con Perón. Pero en la comida del Día de la Soberanía —que se había postergado unos días y se realizó en el restaurante del estadio de Boca—, yo estaba sentado, y cuando entra Cámpora me ve, me llama y me dice: “¿Qué está esperando para reunirse?”. Y le respondo que espero la convocatoria que él mismo me dijo que Perón iba a lanzar a su debido tiempo. Y ahí me responde: “Esa convocatoria ya está, mañana lo espero en mi casa”. Eso fue el 8 de diciembre de 1972. En su casa de Pacheco de Melo me pone en contacto telefónico con el general Perón, y ahí es cuando Perón me dice: “Para mí sería un honor que ustedes participen”, y enseguida concreto una reunión en Gaspar Campos. Cámpora me aclara: “Están invitados para integrarse con todos los honores, con todas las responsabilidades y con todas las atribuciones que le corresponden a la Unión Cívica Radical, que no ha querido pertenecer, y en cuyo nombre usted va a integrar el Frente Justicialista, así de sencillo”. —¿Ahí armás el partido? —No en ese momento. Muy velozmente hicimos el Movimiento Nacional Yrigoyenista y la misma tarde de ese 8 de diciembre de 1972 firmamos el acta del FreJuLi. Al día siguiente nos recibió Perón. —Vamos a saltar unos meses. Yo tengo un menú de Aerolíneas Argentinas donde

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está tu firma. Vos estás en el avión que va a Madrid a buscar a Perón en junio de 1973… —Bueno, el presidente Cámpora me llama por teléfono una semana antes del día previsto para partir y me dice: “Usted sí o sí viene conmigo a Madrid a buscar a Perón, así que disponga sus cosas para viajar”. Así integré esa comitiva memorable. Cuando llego a Madrid, en Barajas mismo, me esta esperando una persona que me dice: ‘Vengo aquí a esperarlo especialmente en nombre de Jorge Antonio”. Yo no lo conocía a Antonio. Tenía 29 años y toda la energía como para bajarme de un avión e irme a una oficina, en el Paseo de la Castellana. Jorge Antonio me dice: “Bienvenido, para mí usted es el mejor representante que pudo haber venido a buscar al general Perón. Lo único que le voy a pedir es que me escuche un consejo: acá en Madrid absténgase de participar en reuniones en las que esté el presidente Cámpora”. Para agregar: “Pasee por Madrid, le pongo un coche a disposición, recorra, le sugiero algunos lugares, y por supuesto vuelva con Perón en el avión, hágame caso”. Yo, la verdad, desoí la sugerencia porque participé de varios actos que hubo con la comitiva, incluso uno que a lo mejor no es políticamente correcto comentarlo hoy, pero asistí con gusto en el Parque del Retiro a un homenaje que realizó el Movimiento Nacional franquista a la delegación. El que agradeció el homenaje en nombre de la delegación fui yo. Franco hacía más de diez años había iniciado lo que hoy se conoce como la España moderna, incluyendo al Rey Juan Carlos, que es su hechura. —¿Así que vos sentiste una suerte de mal olor alrededor de Cámpora? —No sólo eso, tuve el dato directo, y aparte Perón no participó de ninguna de las reuniones de la delegación argentina. Entre nosotros esa disonancia era la comidilla en Madrid. —En cierta manera, vos vas a contar lo mismo que cuenta en sus memorias Benito Llambí, incluso él almuerza con su esposa en la quinta 17 de Octubre. ¿Vos percibiste que había malestar alrededor de Perón con lo que estaba ocurriendo en Argentina? Ésa es una pregunta… La otra es si ustedes tenían pensado que Cámpora iba a ser presidente por muy poco tiempo y después venía Perón. —En el entorno de Perón y sobre todo en el propio Perón había sin dudas un malestar absoluto con el clima caótico que se vivía en la Argentina a partir del 25 de mayo. Que era la continuidad del caos previo, sí; pero, justamente, en la concepción de Perón, el retorno del peronismo al poder no podía acentuar el caos, debía poner orden. El desmadre de los acontecimientos era insoportable para Perón. Él aspiraba a que su presencia protagónica mutara el clima caótico y los hechos, en cambio, lo

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profundizaban. Es un concepto que, para mí, Perón abrazaba como básico, y cuando se encuentra con la toma de ministerios y todo ese tipo de cosas, y las luchas cada vez más vehementes y furibundas, todo eso... —Con las FAR y Montoneros que le advierten el 11 de junio que ellos van a controlar, incluso con las armas, la gestión del gobierno. —Todas las manifestaciones se van dando en esa dirección que, acompañadas por la clarísima evidencia de que Cámpora no controla la situación. Es más, no se tiene la certeza de que tenga la intención de hacerlo, entonces... —Vos volvés y te encontrás con el caos de Ezeiza. —Tuve una conmoción muy grande, porque vivíamos tiempos de emotividad, de verdadero sentimiento militante, más que genuino… La llegada, casi en soledad, a Morón, me sonó a frustración. —De superar etapas pasadas. —Absolutamente, y con esa intencionalidad que iba más allá de que uno se sintiera satisfecho por el protagonismo que pudiera tener. El ideal de un despegue de la Argentina, superando etapas de atraso y desencuentros, estaba muy vigente cuando nos enteramos en el avión, prácticamente cuarenta minutos antes de llegar, que no se iba a descender en Ezeiza. Yo sufrí una enorme tristeza y en el avión tuvimos la misma sensación. Bajé en Morón, taciturno, como aplastado. —¿Y a Perón cómo lo viste? —Enojado, tanto que recuerdo un comentario de un suboficial, allí en Morón, que lo resaltó con un lógico: “Qué mal se lo ve a Perón”. Venía con bronca. —Esos días previos al 13 de julio, ¿cómo los viviste? ¿Cómo los vivió tu partido? —Se estaban definiendo cosas en lo alto del poder y se estaba abriendo el camino para el retorno del general Perón, con la idea mía —por lo menos en aquel momento— de que no era el objetivo de Perón volver al ejercicio formal del gobierno, pero la circunstancias lo impulsaban a eso. Creo que Perón incluso había previsto comprar un avión de gran autonomía para los viajes a Naciones Unidas, a América Latina y al Interior, tanto es así que después, ya en el poder, compraron ese avión. La idea era que Perón fuera el emisario internacional no sólo de la Argentina, sino de nuestra América, y que no estuviese en el ejercicio administrativo del poder. Pero me parece que ya existía la situación de Cámpora, que se fue arrinconando solo, mientras el mismo entorno achicaba su perspectiva. Se le cerró el horizonte. Cuando Cámpora me llamó el día de su renuncia, mantenía una línea optimista y nosotros aceptamos siempre esa realidad política… Fuimos realistas.

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—Llegado ese momento, ¿estabas de acuerdo, escuchaste hablar, tuviste la impresión o la información de que la fórmula podía ser Perón-Balbín? —Sí por supuesto, yo estoy convencido de que Perón quería esa fórmula, estoy seguro de eso y la verdad es que yo me oponía. Quizás mi circunstancia y las mezquindades políticas del momento me inhabilitaron para ver la perspectiva estratégica. Hoy me retrotraigo y digo: tendría que haber apoyado esa postura de Perón, incluso tendría que haber hablado con Balbín y haber fogoneado la fórmula. Nosotros hicimos una reunión del FreJuLi en la casa de Miguel Zavala Ortiz, que estaba con nosotros en el Movimiento Nacional Yrigoyenista. A esa reunión vino Arturo Frondizi. Entre nosotros había una enorme preocupación, sentíamos que el FreJuLi era marginado. La fórmula Perón-Balbín parecía una realidad casi sellada, tanto es así que la Convención Nacional de la UCR inició su sesión y pasó a un cuarto intermedio a la espera de la definición de Perón, de modo de aprobar la fórmula. Ricardo Balbín quería ser candidato a vicepresidente. —¿Y ustedes a quién tenían como candidato? —Bueno, ese es el problema: cuando no tenés una alternativa clara, tenés también una disminución en la fuerza para torcer los acontecimientos o enderezarlos. No teníamos candidato. Sí te puedo decir, como un dato, que al día siguiente de la consagración de la fórmula del Teatro Cervantes (Perón-Perón), Perón nos recibe en Gaspar Campos. Y por iniciativa individual, Sánchez Sorondo y Mario Amadeo habían firmado una carta, no sé si también Eduardo Paz. La nota era crítica hacia esa fórmula, y cuando entramos a la reunión Perón, muy afable, nos ofrece café y Sánchez Sorondo le acerca la carta. Perón la recibe, no la abre, sabe que es crítica. Enseguida nos dice: “El congreso justicialista me ha hecho una cabronada, pero, en fin, la mujer esta cobrando vuelo en la vida social y política en el mundo”. Perón sabía que esa fórmula era deficitaria y trató de compensarla con el rol de la mujer. Yo no estaba convencido con esa fórmula, pero tampoco tenía otra. —Hay quienes sostenían que todo el mundo apoyaba la fórmula Perón-Balbín, antes que a Isabel… —Esa opción disponía de un respaldo mayoritario. Yo me equivoqué al no apoyar esa fórmula y creo que hasta Frondizi la hubiera consentido, por algo que ocurrió en la casa de Zavala Ortiz, convocada por nosotros, la Fuerza Yrigoyenista. El que menos se anotó a las críticas del binomio Perón-Balbín fue Frondizi. Él evitó que el FreJuLi se expresara en contra mediante un documento. —¿Cómo recordás el enfrentamiento entre Perón y la JP?

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—El gran enfrentamiento no era tanto con la JP inicial, sino con el ERP y otros sectores enrolados en la guerrilla. Con éstos estaba frontalmente la diferencia. Respecto de la JP, siempre hubo una idea de que tenía una raíz nacional, peronista, que nos identificaba a todos. No existía la sensación de que eran irrecuperables. Se pensaba que volverían al seno del Movimiento Nacional. Lo que pasó fue que la dialéctica fue acelerando los enfrentamientos hasta llegar a otros hechos… Incluso lo de enero de 1974. Ese acto es determinante, de parte de Perón, contra el ERP y el terrorismo. —Ahí disiento, porque hay informes militares que dicen otra cosa de Montoneros. Eran informes que recibía Perón. —Lo que quiero decir es que la lucha era contra el marxismo y sus variantes, todos enrolados en la violencia. Acá había frontalidad. Respecto de los otros, que podían conservar una tendencia nacional, por lo menos con una mirada optimista, había una puerta lejana entreabierta, incluso el 1º de mayo del 1974. Perón a mí me lo dijo: “Había que darle una zamarreada a los muchachos”, por los Montoneros. No dijo: “No vuelven nunca más”. En una reunión en la Casa Rosada, a raíz del asesinato de Rucci, no escuché decir a Perón: “A estos Montoneros los expulso mañana y no quiero verlos nunca más”. Siempre estaba la esperanza de que esa gente se alineara, abandonando la llamada guerra revolucionaria y se alistara con los cambios transformadores que se habían prometido. Por supuesto que no fue así… Como se cebaron con la idea de tener poder, y como además se produjo una situación que fue la ruptura, había un desprecio por el otro, y eso no sirve para nada. A medida que se daba esa dinámica, aparecían los muertos y el fracaso nacional. Creo que Perón hasta último momento buscó segregar a los Montoneros del marxismo guerrillero. Era un modo de debilitar al enemigo. —Y a ese último Perón ¿cómo lo viste? —Yo lo veía con buenas intenciones de encauzar la transformación, pero perdió mucha energía tratando de organizar los hechos y además se le descontroló la situación. Es como que él pierde gravitación, todo se le escapa de las manos, y ahí es donde parece que la manija la tienen el lopezrreguismo, el sindicalismo y los grupos de izquierda marxista, engrosados con Montoneros. Tanto se da cuenta de que está perdiendo el rumbo, que lanza la convocatoria del 12 de junio para reorganizar. Para volver a la dinámica virtuosa. —¿Se daba cuenta de que fracasaba el peronismo? —Claro, se daba cuenta de que se le iba de las manos y estaba fracasando el plan

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económico. Al plan él lo valoraba más que nada, por la idea del pacto social, ya que desarticulaba las pujas sectoriales, que se consideraba promovían el desequilibrio. Y resulta que el pacto, entendido bien, funcionaba; ahora, interpretado como concepto congelante de una situación de equilibrio inestable, termina inexorablemente en un estallido... —¿Y termina a punto de renunciar? —Exactamente, y yo tengo la absoluta seguridad de que no está resuelto el crimen de Rucci. —No voy a poner demasiado el acento en el caso Rucci, porque ya hablé de eso en mi libro Nadie fue, pero tengo entendido —según me contó en una ocasión Jorge Triacca— que Rucci pensaba denunciar el Pacto Social… Siempre existió una cierta sospecha de que lo mataron antes de denunciar el Pacto Social. —Sí, yo tengo la misma sospecha. El asesinato de Rucci tributó en favor de quienes no querían los verdaderos cambios. —Los diálogos de Balbín con Perón para mí son vitales. Cuando se reúnen por primera vez en el despacho de Tróccoli, Perón está muy quejoso de Cámpora, por el desorden social y la cuestión universitaria, y está quejoso de algunos ministros… ¿Recordás algo de esos diálogos? —Mi opinión es que estuvo muy cerca de concretarse la fórmula Perón-Balbín, pero en el entorno de las dos figuras, en especial en el caso de Raúl Alfonsín, había una oposición terminante a esa posibilidad. Ninguno de los dos tenía el campo libre para esa alternativa. Incluso intervinieron figuras como Norma Kennedy, que truncaron esa posibilidad histórica. Había reticencia de ambos lados, y en especial desde la UCR; había una desconfianza mutua. No de Perón y Balbín, sino de sus allegados. Quizás no estaba bien diagramada la base estructural. Illia se oponía absolutamente junto con Alfonsín, es decir lo viejo y lo nuevo, y después había una rama pequeña de disidencia en Luis León, que quería ser candidato a vicepresidente con Balbín. Hay un antecedente que no era alentador, y eso hay que tenerlo en cuenta: el 7 de diciembre de 1972 se reúnen con Balbín el coronel Osinde, representando a Perón, y Héctor Hidalgo Solá. Un empresario, Antonio Gelabert Castro, me informó esa misma tarde, que Perón quería la fórmula mixta para las elecciones del 11 de marzo 1973, y por eso la reunión fue el 7 de diciembre. Ahí Hidalgo Solá se sentía vicepresidente. Balbín le dice a Osinde: “Dígale a Perón que somos amigos, que juntos hemos arrancado al gobierno militar el proceso electoral, que hasta acá llegamos y que ahora vamos separados y vamos a ver quien gana”. Cuando termina la reunión, Hidalgo Solá los

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acompaña a Osinde y a Gelabert Castro hasta Bernardo de Irigoyen y Rivadavia y les dice que “se ha perdido la posibilidad histórica, parecida a lo de Sabattini en 1945”, y cuando vuelve Osinde con ese mensaje, Perón decide que nosotros, los yrigoyenistas, nos incorporemos al FreJuLi. El 8 de diciembre firmamos los documentos que nos presentó Ema Tacta de Romero, apoderada designada por Perón. —¿Vos podrías haberte pronunciado a favor de la fórmula Perón-Balbín en el año 1972, pero no la viste sincera en el año 1973? —Exactamente, habían pasado muchas cosas, yo sabía que se podía haber hecho antes. En 1972 la truncó Balbín. Para septiembre de 1973, la frustraron los rodeos de ambos líderes… Ésta es la realidad. Yo incurrí en otro error. Así lo veo hoy, a treinta y siete años de distancia. En diciembre de 1972, la misma noche de la conversación Balbín-Osinde, Hidalgo Solá me llamó para decirme que “como mañana se reúnen con Perón (él lo supo por sus informantes), le pido que le proponga mi nombre como vicepresidente”. Sería, digamos, la fórmula Cámpora-Hidalgo Solá. Yo podría habérselo propuesto a Perón quien, por lo menos, habría meditado sobre esa opción. Pero no le dije ni una palabra. Creo que me equivoqué. Esa oportunidad se pudo volver a dar en la elección de septiembre, porque Perón vuelve a insistir, esta vez ofreciéndole la vicepresidencia a Balbín, pero ahí el escenario se complica porque: los frentes internos están minados por adversarios a la integración política impulsada por Perón. El paisaje político incorporó un ingrediente inesperado procedente de la embajada de los Estados Unidos en la Argentina, que levantó el reclamo del gobierno y fue utilizada por los sectores más radicalizados del nacionalismo y la izquierda para protestar contra Washington. El encargado de negocios de la embajada, Max V. Krebs, había presentado ante Lastiri —cuando ocupaba la presidencia de la Cámara de Diputados— y luego ante el ministro de Economía, José Gelbard, observaciones inadecuadas respecto de tres puntos que el gobierno estaba a punto de poner en práctica. Se trataba de la ley de inversiones extranjeras, nacionalización de la banca y defensa del trabajo y la producción nacional. Según Krebs las observaciones las hacía en nombre de la administración Nixon. El revuelo que levantó la posición del representante de los Estados Unidos obligó al diplomático a pedir disculpas públicas, pero el daño ya estaba hecho, en un país con una dirigencia política siempre dispuesta a descargar sobre Washington las culpas de todos los males. Perón le restó importancia al tema. Sólo dijo, muy brevemente a la prensa, “es un irrespetuoso”.

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El episodio Krebs levantó una ola antiestadounidense en el parlamento. Todos los bloques políticos repudiaron el episodio, algunos con la presentación de proyectos de ley que iban desde la exigencia de no participar en el operativo naval Unitas hasta impedir la presencia de embajadores de Washington en la Argentina. A pesar del pedido oficial de disculpas del diplomático estadounidense, los políticos locales convirtieron el caso en una verdadera explosión de sentimientos adversos a la Casa Blanca, probablemente influenciados por los acontecimientos que tenían lugar en Chile, con un Salvador Allende sofocado por gravísimos problemas internos. La opinión pública estaba pendiente de dos reuniones políticas. Mientras el general Perón se encontraba con los integrantes del FreJuLi en el hotel Savoy de la Capital, la Asamblea Multipartidaria de la Juventud para la Reconstrucción Nacional se reunía bajo el lema “Liberación o dependencia”. La dirección del encuentro estuvo en manos de Juan Carlos Dante Gullo, Jorge Obeid, Juan Carlos Añón y Guillermo Amarilla, todos de la Tendencia de la entrista Juventud Peronista. Participaron jóvenes del radicalismo, socialistas, cristianos y, como nota distintiva, los sacerdotes para el Tercer Mundo. El documento final de las deliberaciones expresaba la decisión de la juventud de avanzar en el camino de la liberación nacional, advirtiendo que el enemigo no estaba completamente derrotado y buscaba infiltrarse en las filas de la mayoría. El pronunciamiento abría una controversia frente al camino que marcaban tanto el gobierno como el propio Perón, ambos buscando la pacificación y la conciliación nacional.

• Clima de época III Las juventudes políticas En 1973, los jóvenes ocupaban en el padrón electoral un universo de tres millones de votos, un número importante que según hacia dónde se inclinara podía definir las elecciones. Además, ocuparon un lugar prominente en el tablero electoral, pasando a ser el motor que movilizaba a la sociedad detrás de los candidatos. También eran el termómetro de la época y en gran medida lo que defendían reflejaba el pensamiento medio de la población. Raymond Aron enseñó que “para comprender a una sociedad es menester captar la manera en que los hombres viven y no la idea que ellos se forman de su propia sociedad”. Queda claro, entonces, que varios de los muchachos que

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asistieron a la ronda de prensa del semanario Panorama no vivían como pensaban y, lo que puede ser peor, no pensaban en lo que decían. De todas maneras, por la forma en que hablaban, se podía ir definiendo el perfil de lo que habría de ocurrir más tarde. Desde su exilio en Madrid, Perón atizó a todas las corrientes que emergían en su Movimiento, especialmente a la Juventud Peronista que se enmarcaba en la Tendencia Revolucionaria. Luego, cuando volvió y sintió que esa juventud aspiraba a compartir su poder, puso límites. De allí que se viera obligado a fijar los parámetros del disenso: “En el Movimiento hay una ideología permanente y una tradición que debe ser permanente. Fuera de eso, no puede haber más herejías para el Movimiento”. Para además aclarar: “La juventud es bienvenida, pero naturalmente no queremos que después de ser bienvenida nos metan un bochinche adentro del Movimiento, porque tenemos bastante con lo que ya tenemos. Es preciso que esa juventud, al incorporarse al Movimiento, acepte la conducción”. Dado el estado de ebullición que vivía la nueva generación, Panorama del 6 de septiembre de 1973 realizó una mesa redonda titulada “El poder juvenil”. Los invitados representaban a esa gran mayoría de jóvenes que habían votado por el Frente Justicialista de Liberación, el radicalismo y la Alianza Popular Revolucionaria, y se amalgamaban en la Coordinadora de Juventudes Políticas. Asistieron José Castelucci (Juventud Revolucionaria Cristiana), Enrique Folla (Juventud Intransigente), Federico Storani (Juventud Radical), Raúl Goñi Moreno (Juventud Conservadora Popular), Pascual Albanese (Ateneo de la Nueva Generación), Juan Carlos Dante Gullo (Juventud Peronista), Susana Carlino (Juventud de UdelPA), Claudio Arrechea (Juventud del MID), Guillermo Cherashny (Juventud Radical Revolucionaria), Jesé Díaz (Juventud del Encuentro Nacional de los Argentinos), Luis María de Madrid (Juventud del Movimiento Nacional Yrigoyenista) y Patricio Echegaray (Federación Juvenil Comunista). Según el semanario entre todos los asistentes —aunque no de una manera concluyente— se pudieron detectar ciertas constantes: “Los jóvenes apoyan la línea de ‘unidad nacional’ esbozada por Perón, en la inteligencia de que deben amalgamarse todos los sectores contra ‘el imperialismo yanqui’”. Todos, incluidos los pertenecientes al MID y otros sectores radicalizados, entendían que en una “alianza de clases, los trabajadores deben tener la hegemonía y que, a largo plazo, el objetivo es alcanzar alguna forma de socialismo”. Las

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siguientes son algunas de las opiniones de los cuatro expositores más conocidos de entre todos los nombrados. La primera pregunta fue: “¿Cómo caracterizan la constitución de la Coordinadora de Juventudes Políticas y sus objetivos fundamentales?”. • Federico Storani: “Los partidos políticos no son, individualmente, una garantía que —por sí sola— pueda asegurar la ruptura de los lazos que nos ligan al imperialismo. Creemos necesaria esta Coordinadora para los intereses contrapuestos que se dan en el seno de los grandes partidos […] Proponemos como método la movilización de las juventudes con un objetivo concreto. Nosotros militamos en un partido que conserva inserción en la revolucionaria…”.

masa

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para

la

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• Pascual Albanese: “El desarrollo de la lucha ha generado entre todos nosotros una vocación de coincidencias cuyo objetivo primordial consiste en la articulación orgánica de lo que el general Perón ha denominado ‘generación de emergencia’, encargada de tener una presencia decisiva en el actual proceso político. Este debe transitar dos andariveles esenciales: la unidad frente al imperialismo y la articulación de un poder popular”. • Juan Carlos Dante Gullo: “Cuando la JP convocó al conjunto de las fuerzas que expresan las Juventudes Políticas, tuvo en claro dos cosas. El general Perón nos planteó la directiva respecto del rol que tiene que jugar la juventud como generación de emergencia, unida por encima de diferencias políticas e ideológicas. Por otra parte, esta coordinación no hace sino expresar una realidad: el proceso de lucha contra la dictadura, los trabajos de esclarecimiento político de las diversas fuerzas durante la campaña electoral y el diálogo sostenido desde mayo hasta ahora entre diversos grupos. Las Juventudes Políticas están cumpliendo lo que las bases juveniles reclaman, o sea, unidad concreta contra el imperialismo. Pese a alguna confusión que anda por ahí, ‘Perón presidente’ es la síntesis de dieciocho años de lucha”. • Guillermo Cherashny: “Creemos que si bien la candidatura del general Perón constituye una alternativa para el pueblo, la candidatura vicepresidencial con López Rega y Rucci representa a ese veinte por

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ciento del pueblo argentino que se opone a los cambios estructurales. Entendemos que la tarea de la liberación nacional y social no es propia de un partido político, ni siquiera de los dos partidos políticos mayoritarios, sino que el proceso pasa, como se ha dicho aquí en forma clara, por un Frente de Liberación. Allí deben estar el peronismo, las organizaciones FAR y Montoneros, la Unión Cívica Radical, el Movimiento de Renovación y Cambio que lidera Raúl Alfonsín, el Partido Comunista y las agrupaciones que lideran la Alianza Popular Revolucionaria. Estos sectores, mediante la movilización de las masas, habrán de imponer los cambios estructurales que requiere el país”. También se habló del pasado inmediato y de la “infiltración” de los partidos populares. Tampoco faltó la cuestión económica. • Storani: “Luego del 11 de marzo [de 1973], lo dice el documento conjunto de la juventud radical y la peronista, dos días antes del 13 de julio [renuncia de Cámpora], se produce una vieja práctica del imperialismo: la infiltración en el movimiento popular. Así ocurrió con Yrigoyen, combatido por los sectores de la Concordancia, y así pasa ahora con los grandes partidos nacionales”. • Gullo: “Comparto esta teoría de la infiltración en los movimientos populares. También en nuestro movimiento existen sectores que intentan medrar con dieciocho años de lucha, persecuciones, muertos y torturados, y procuran desarrollar una política reaccionaria. […] El 11 de marzo se abrió en el país la posibilidad de transitar hacia la construcción de un sistema económico que tienda a desarrollar las propuestas del socialismo nacional”. • Storani: “Nuestro país es dependiente a diversos niveles, entre ellos el tecnológico. Cuando logremos poner en manos del Estado los resortes básicos de la economía, el comercio exterior, los bancos y podamos hacer la reforma agraria y nacionalizar el petróleo, diremos que comenzamos a transitar la primera etapa, que es la liberación nacional”. El diario ABC de Madrid señalaba que “mientras Allende pretende implantar

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en Chile un régimen marxista, Perón ha dicho una vez más que no quiere nada con el marxismo”, mientras Il Messaggero de Roma entendía que el jefe del justicialismo “tiene la intención de terminar con el ERP y con los grupos guerrilleros afiliados al justicialismo”. La prensa extranjera se mostraba muy activa respecto del “cambio de rumbo” de la política local liderada ya por Perón desde el día que retornó a la Argentina, y desde el desplazamiento de Héctor J. Cámpora. O Globo saludaba el nuevo horizonte que se abría para los argentinos.

La dirigencia sindical reunida en la CGT preparaba de manera vertiginosa la campaña presidencial, en abierta competencia con la Juventud Peronista y con la decisión de convertirse en el único núcleo de poder responsable de la organización de actos en todo el país. La comisión de movilización de la CGT funcionaba bajo las consignas “Perón presidente” y “Por la patria justicialista, Perón al poder”. Los dirigentes sindicales aspiraban a comandar el acto de cierre de campaña con un diagrama especial para apartar en la medida de lo posible a las radicalizadas huestes juveniles, proponiendo como oradores centrales a su secretario general, José Ignacio Rucci, y a Perón. Sin embargo, a pesar de Perón, la incertidumbre era el signo que marcaba el territorio de la política. Las incógnitas que animaban las reuniones de dirigentes y legisladores estaban vinculadas por una parte a la decisión de Perón de encontrar un compañero de fórmula que, por momentos, parecía centrarse en la figura de Balbín. Asimismo, no cejaban las especulaciones: la resolución del paréntesis entre Cámpora y el próximo presidente que todos descontaban sería Perón — transición que encabezaba el presidente Lastiri— sería resuelta por la Asamblea Legislativa y no en las urnas como marca la Constitución Nacional. Así de volátil era el panorama. El sábado 4 de agosto fue un día clave para despejar ciertas incógnitas. El día que debía funcionar el Congreso Nacional Justicialista, en el que se aguardaba la palabra de Perón y, más precisamente, se despejaría la incertidumbre acerca del candidato a vicepresidente. Isabel Martínez de Perón mantuvo previamente una extensa reunión con quinientas mujeres en la sede partidaria de la avenida Córdoba, a las que saludó al finalizar el encuentro con una curiosa despedida: “No podemos permitir que se hable de patria socialista, la patria debe ser justicialista”. Antes del congreso, Perón habló con los gobernadores provinciales en la residencia

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de Olivos, bajándoles un mensaje descarnado en el que no eludió referirse por primera vez desde su regreso definitivo, a su propia desaparición física. Las definiciones de Perón frente a los gobernadores marcaron el rumbo de los comentarios de la prensa política por varios días y sirvieron de marco a la reunión del Congreso Justicialista. Los puntos de vista de Perón fueron los siguientes: • “Yo dejaré de ser el factótum, porque ya no es necesario que haya factótums. Ahora es necesario que haya organizaciones. Hay que recordar que mientras los movimientos gregarios mueren con su inventor, los movimientos institucionales siguen viviendo aun cuando desaparezcan todos los que los han erigido”. • “Gobernar no es mandar, ése es el defecto que cometemos muchas veces los militares que estamos acostumbrados al mando; mandar no es obligar, gobernar es persuadir”. • “Nuestra tarea política es con todos los políticos por la reconstrucción de la Nación, incluso con el Partido Comunista si se coloca dentro de la ley, pero dentro de la ley, cuidado con sacar los pies del plato porque entonces tendremos el derecho para darle con todo. […] No admitimos la guerrilla porque yo conozco perfectamente el origen de la guerrilla, yo conozco el origen de todo esto, he estado en París, precisamente en las barricadas, y he conversado y participado con gente que estuvo allí y sé bien cuáles son los procedimientos que quieren poner en marcha”. • “Siempre he confiado en los hombres de empresas, que son los que demuestran que saben hacer negocios. El país es como un gran negocio, de manera que el que es capaz de manejar un negocio, a este otro que es el país también puede manejarlo”. Aquel sábado 4 de agosto, el Congreso Justicialista, reunido en el Teatro Cervantes, decidió proclamar la fórmula Perón-Perón para las elecciones presidenciales del 23 de septiembre, en una reunión que contó con la presencia de delegados de las ramas política, sindical y femenina, pero con la ausencia absoluta de los representantes de la JP. Isabel, presente en el acto, dijo que su único mérito “era amar a Perón y al pueblo argentino”, y haber acompañado a su marido durante dieciocho años. Después de proclamar la fórmula, una delegación integrada por Humberto Martiarena, Alejandro Díaz Bialet, Julio Romero, Norma Kennedy y Juana Larrauri se trasladó hasta la

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residencia de Gaspar Campos para informar al general Perón la resolución del congreso. No integró el selecto grupo ningún representante de la Tendencia. Para la Tendencia Revolucionaria, la elección de Isabel como segunda en la fórmula fue un triunfo de la burocracia sindical. La posición de la JP expresada a través de distintas fuentes informativas propias como la revista El Descamisado cometía otro error de apreciación política en la caracterización de la candidatura de Isabel, que no tenía vínculos especiales con ningún miembro de la conducción sindical. Desde el punto de vista de la política llevada adelante por Perón, Isabel había realizado tareas dentro de la organización del Movimiento que le habían dado cierta trayectoria pública. Ella se consideraba una “discípula” de Perón. Otra convención partidaria, en este caso los demócrata progresistas, decidió proclamar la fórmula Francisco Manrique-Rafael Martínez Raymonda en una agitada reunión que terminó con el alejamiento de un grupo encabezado por el congresal porteño León Patlis, que acusó a los miembros de la fórmula presidencial de estar al servicio de la CIA, los monopolios y la derecha militar. La débil democracia del gobierno que encabezaba Lastiri ofrendó en Tucumán la segunda víctima de la guerrilla marxista del PRT-ERP (la primera había sido el agente Juan Carlos Vallejo en 1971), asesinando, mientras circulaba en su coche por la avenida Solano Vera de la capital tucumana, al inspector mayor de la Policía provincial Hugo Tamagnini, “condenado a muerte” por un “Tribunal Popular de Enjuiciamiento a la Represión” que sesionó en el Ingenio San Pablo integrado por terroristas amnistiados como María Antonia Berger y deudos de otros abatidos (Villarreal, Jiménez, Perdiguero, Pujadas). El inspector mayor estaba acusado por distintos grupos terroristas de aplicar apremios ilegales a presos en las cárceles tucumanas, entre ellos a Ana María Villarreal (a) “Sayo” (a) “Berta”, ex esposa del jefe del PRT-ERP muerta en los sucesos de Trelew el 22 de agosto del año anterior. Era considerado un especialista en lucha antisubversiva. No hubo condena de parte de El Descamisado (14 de agosto de 1973), aunque le dio a la noticia una amplia cobertura y recordó que la víctima había sido condecorada en dos oportunidades, una luego de Taco Ralo (donde hizo rendirse sin causar ni un herido a la guerrilla rural de las FAP, el 19 de septiembre de 1968) como “Premio al Arrojo” y la segunda en 1971, luego de la cruenta fuga (siete guardacárceles asesinados) de varios jefes del PRTERP de la cárcel tucumana de Villa Urquiza.3 Antes de morir acribillado a balazos, Tamagnini alcanzó a mencionar el nombre de uno de sus atacantes, el militante del PRT-ERP Carlos Benjamín Santillán, fugado el 6 de septiembre de 1971 de Villa

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Urquiza (donde asesinó a tres guardacárceles), amnistiado el 25 de mayo de 1973 y finalmente desaparecido en Pergamino el 17 de noviembre de 1976. Según La Opinión del 7 de agosto, Tamagnini fue la primera víctima mortal de la guerrilla desde la asunción del gobierno constitucional en manos de los comandos Ramón Rosa Jiménez y Miguel Ángel Polti del PRT-ERP. La segunda semana de agosto mantenía en vilo a los radicales que preparaban para el sábado 11 la convención en la que debían proclamar su fórmula presidencial. Si bien se descartaba la designación de Ricardo Balbín como candidato, los comentarios en voz baja no ocultaban la frustración de los radicales por el papel de “acompañante gratis” que cumplían, siguiendo de mala gana la estrategia del líder justicialista. Desde la Hora del Pueblo en 1970, los radicales jugaban a la par de las exigencias de conciliación nacional y reconstrucción que proponía Perón, aguardando alguna retribución específica que tardaba en llegar. La incorporación a un nebuloso Consejo de Estado —que contenía más rumor que verdad— no alcanzaba para satisfacer la ansiedad política de los radicales, alejados de cargos oficiales desde el gobierno de Illia. Si la convención expresaba semejante malestar quizás estaba llegando la hora del opositor interno Raúl Alfonsín. Probablemente para presionar desde la interna radical, los jóvenes de la Coordinadora lanzaron como globo de ensayo la posibilidad de una fórmula que encabezada por Alfonsín llevara como compañero al dirigente sindical clasista Agustín Tosco, quien por otra parte amenazaba con presentarse a las elecciones acompañado del representante de la izquierda combativa de Salta Armando Jaime (a) “Osvaldo Eugenio Agudo” (a) “Fernando Jackson” del FR17 (fachada entrista del PRT-ERP). El Partido Comunista, que mantenía una influencia considerable sobre Tosco, frenó el interés electoral del sindicalista cordobés, pues ya había comprometido el apoyo a la fórmula de Perón. La proclamación de la fórmula Perón-Perón terminó con la última esperanza de los radicales ilusionados en compartir no sólo la fórmula con Balbín en el segundo término sino la alegría y las mieles del triunfo que sabían seguro en manos del justicialismo. En esos días Perón tenía un solo objetivo: superar en cantidad de votos a Héctor J. Cámpora y convertirse en un presidente “plebiscitado”. Y en esa idea tuvo aliados importantes como el Frente de Izquierda Popular, el historiador Jorge Abelardo Ramos, y su consigna “vote a Perón desde la izquierda”. El “Colorado” Ramos le propuso que fuera candidato del FIP y Perón dijo que sí. Al salir de la reunión chanceó: Ramos: —General, quédese tranquilo ahora, que con el apoyo del FIP tiene la

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victoria asegurada. Perón: —Abelardo... maíz por maíz uno come un maizal.4 En el Parlamento Nacional se estudiaba la situación de los trece diputados de la Juventud Peronista, con sus colegas de la Alianza Popular Revolucionaria, que habían firmado el acta de liberación de los presos el 25 de mayo en la que figuraba el delincuente internacional François Chiappe, que había escapado confundido con el resto de los beneficiados. Chiappe se presentó luego ante la Justicia acompañado por el director de Institutos Penales, Roberto Pettinato, el gestor de dicha presentación. Desde el ministerio de Justicia se hizo saber que previo a la investigación de la fuga se solicitaría el desafuero de los trece diputados involucrados. Pettinato concurrió a la Cámara de Diputados y tras elogiar al delincuente por colaborar con la justicia, presentó su dimisión. Quedó saldado el incidente que alteró aún más el nerviosismo legislativo. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Oscar Bidegain, caminaba por la cuerda floja debido a su relación con la Tendencia que lo enfrentaba con el vicegobernador Victorio Calabró —un metalúrgico del peronismo ortodoxo que respondía a las directivas de la CGT—, en otro capítulo de la pelea entre los sectores internos del peronismo. Precisamente el secretario de la CGT provincial, Rubén Diéguez, había sufrido un atentado a balazos que los jóvenes de la Tendencia Revolucionaria descalificaron alegando que se trató de un “auto-atentado”. Una publicación también alteró los nervios del peronismo ortodoxo. Fue la revista Time —en aquella época muy prestigiosa— la que publicó una extensa nota en la que mencionaba un supuesto malestar físico de Perón, con el agregado de declaraciones del ministro de Educación, Jorge Taiana, también médico, quien supuestamente había afirmado que “Perón puede tener pérdida de memoria”. Time ponía en boca de Perón frases como “yo sé que estoy al final del rollo” o “me queda poca cuerda”. Otro médico personal del líder justicialista, Pedro Cossio, salió a desmentir los rumores, aunque años más tarde Taiana en El último Perón sostuvo que ese diálogo existió y fue grabado por manos anónimas; es decir, reconoció la veracidad del artículo. En octubre Perón cumpliría 78 años y los comentarios sobre su estado de salud eran permanentes y alarmantes. Hasta Gaspar Campos llegó la reconocida gerontóloga rumana Ana Aslan, que fue recibida por un Perón que declinó la invitación a la famosa clínica de rejuvenecimiento, no sin antes señalar: “Si voy a la clínica, salgo de pantalones cortos”. Declinaba la salud, no la ironía del anciano militar, que además se dedicó a

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sermonear al dirigente radical Fernando de la Rúa, propuesto para acompañar a Balbín en la fórmula del radicalismo. De la Rúa había cuestionado al peronismo por la falta de idoneidad para contener la ola de violencia que agitaba a todo el país. Perón respondió, simplemente: “Yo quisiera verlo a él tratando de poner orden”. Una ola de empresarios y funcionarios del comercio y la banca privada, extranjeros ellos, abandonaban el país a raíz de los secuestros extorsivos. Directivos de CocaCola y Otis encabezaban la nómina amenazada por los atentados terroristas. Los padres de alumnos que cursaban en escuelas extranjeras cancelaban las matrículas. La empresa estadounidense Ralston Purina comunicaba que había recibido instrucciones de su casa matriz respecto de la salida inmediata del país de personal jerárquico que recibiera amenazas. El financista británico Charles Lookwood, secuestrado el 6 de junio de 1973 en Hurlingham por un grupo terrorista cuando se dirigía a sus oficinas porteñas, apareció tras soportar un mes y medio de cautiverio, liberado tras el pago de dos millones de dólares. En opinión del empresario británico, se trataba de un comando del PRT-ERP. La “Biblia” dirá en su página 501 que se pagaron US$ 2.300.000. Finalmente, el sábado 18 de agosto Perón aceptó la candidatura presidencial que le había ofrecido el Congreso Nacional Justicialista. Para despejar rumores (que ahora se sabe eran certezas), Perón leyó un informe médico de once días antes firmado por los doctores Cossio y Taiana, en el que se declaraba: “1) El teniente general Juan Domingo Perón se encuentra restablecido de la afección comprobada el 16 de junio del corriente año; 2) la actividad futura debe contemplar y ajustarse a la situación física vinculada a la edad y a la afección padecida”. Perón siguió diciendo: “Nuestros críticos deben pensar que hemos recibido el país en una situación casi caótica, donde lo primero que se ha destruido es al argentino, que es el que más vale. […] Quizás la primera regla de la filosofía de la acción aconseje ver, base para conocer; conocer, base para apreciar; apreciar, base para resolver; y resolver, base para realizar. […] Tenemos que persuadir al país de la necesidad de trabajar, porque eso es lo único que construye; el trabajo que el país realice será proporcional a su propio destino”. Planteó también la reorganización del Movimiento, un objetivo que no se llevó a cabo. Para esa finalidad, durante una reunión que se realizó en Gaspar Campos el domingo 31 de julio, había constituido el Consejo Superior integrado por cuatro representantes de cada una de las ramas partidarias y una mesa directiva formada por los compañeros Martiarena, Rucci, Silvana Roth y

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Yessi, sin ninguna presencia de los sectores de la Tendencia. Era toda una señal publicada en la revista Las Bases del 1 de agosto.

Pedro Cossio repasa aquellas horas, vividas entre debilidades políticas y físicas. —¿Cuándo tuviste, Pedro, la sensación de que no llegaba al final de su período? —Yo te diría que desde que tiene su edema de pulmón, ya siendo electo. Todo esto es muy importante, porque también van a cuestionar los certificados que pidió a los médicos. —Y que él mismo leyó... —Él asumió en octubre. Hasta ese momento era un hombre que tenía su enfermedad; pero Eisenhower había tenido tres infartos y había tenido un período como presidente de los Estados Unidos. El tema es que cuando la enfermedad de Perón en noviembre empieza a dar insuficiencia cardíaca, el corazón ya no tenía demasiada fuerza para contraerse. Si Perón hubiera vivido diez años o quince años después, se hubiera podido pensar en revascularizarlo, pero hasta esa época la técnica se hacía sólo en menores de setenta años. Cuando hace ese edema de pulmón, ya había un riesgo moderado de llegar a tener problemas a futuro, pero lo serio empieza a partir del 1 de mayo de 1974, cuando empieza con angina de pecho otra vez, con dolores y dolores, es decir, amenaza de nuevo infarto. —¿Cómo se origina una angina de pecho? —Por disgustos, disgustos importantes, por exceso de estrés, por un momento de desagrado importante. Y cada uno de los eventos que ha tenido se relaciona con un momento de estrés. Su primer evento coronario fue por el viaje de fines del ‘72, cuando Rucci le pone el paraguas, y él confiesa un dolor dos días antes. El segundo fue después de Ezeiza. —¿O sea antes de llegar a la Argentina él confiesa un dolor? —Recién lo confiesa en el ‘73, porque nosotros vamos a investigar por otro mecanismo médico. A lo mejor te digo algo demasiado técnico. El cuerpo tiene mecanismos de auto inmunidad. Cuando tenés un infarto, producís productos de degradación del infarto que circulan por tu cuerpo y generan ciertos

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anticuerpos; cuando tenés un nuevo infarto, hay un choque antígeno, es decir tu cuerpo contra ese nuevo infarto, lo que puede generar una pericarditis precoz, que es lo que tuvo Perón en el segundo infarto. Que para nosotros era el primero, pero como teníamos que ir a buscar algo preciso, ahí le preguntamos y Perón dice: “En noviembre del ‘72 tuve un dolor largo, pero no era nada”. Nadie lo diagnosticó. —O sea, el primer infarto es en España, en 1972, y después va a haber otro en junio del ‘73… —Por los hechos de Ezeiza. Y después empieza el tercero a partir de los hechos de Montoneros del 1 de mayo de 1974. —La situación empeora en noviembre de 1973. —Una arritmia que nos muestra que su corazón está deteriorado, pero ahí todavía no está condenado; es serio, sí, y tiene que hacer una vida más limitada. Pero cuando empieza en mayo del ‘74 con dolores, primero un dolor cada dos días, después un dolor todos los días, después dos dolores por día y después cuatro dolores por día, se venía un terremoto. Eso hace eclosión el 24 o 25 de junio de 1974, y muere el 1 de julio. Ahí hace su tercer infarto, gravísimo. —¿Cuándo tenía esos dolores?, ¿estaba claro que no podía hacer una vida normal? —A partir de noviembre de 1973 tenía que hacer una vida 30% por debajo de “lo normal”, un poco más limitada. Después del 1 de mayo del ‘74 tenía que hacer una vida mucho más limitada aún, y lo curioso es cómo se arma ese viaje a Paraguay en las condiciones en que se armó.

Los curas del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo publicaron una toma de posición respecto de la inminente campaña electoral, reclamando a los partidos políticos profundizar la lucha contra el imperialismo y la oligarquía. Las juventudes políticas realizaron dos actos el 22 de agosto, para reivindicar los sucesos ocurridos en Trelew en ocasión de la fuga y posterior muerte de guerrilleros detenidos en la Base Almirante Zar. La Tendencia ocupó el estadio de Atlanta con las consignas proselitistas en apoyo de la candidatura presidencial del general Perón. Abrió el acto Lidia Ángela “Lili” Massaferro reclamando terminar con el imperialismo, los oligarcas y los vendepatria en el país. También hablaron Mario Marzocca, Juan Carlos Añón y Alberto Camps, y cerró Mario Eduardo Firmenich. Su

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mensaje afirmó que “la revolución debe ser necesariamente continental, por eso queremos una revolución conducida por la clase trabajadora”. Criticó duramente a la burocracia sindical en todos los órdenes y llamó a los miles de asistentes a “volcar el máximo esfuerzo en la organización de nuestra estructura sindical; hay que fortalecer a la Juventud Trabajadora Peronista”. Como adelantando el drama, las consignas que se mandaron a repetir fueron dos. La primera: “Rucci traidor a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor”, en referencia al dirigente metalúrgico asesinado en junio de 1969. En otras palabras, que iba a morir asesinado. La otra: “Se va a acabar la burocracia sindical”. El líder de la Regional I de la JP, Juan Carlos Dante Gullo, afirmó que el discurso del jefe guerrillero “enriquece nuestro accionar, nos da claridad para estar al lado de Perón y para ser consecuentes con el pueblo”. Varias organizaciones guerrilleras realizaron el mismo día un acto frente al edificio del Congreso de la Nación, en el que las figuras emblemáticas fueron María Antonia Berger (herida en Trelew) y Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, miembro en ese momento de la conducción nacional del PRT-ERP. Hablaron también representantes del radicalismo, el senador Hipólito Solari Yrigoyen y el diputado Mario Amaya. En las filas del radicalismo —especialmente en la línea nacional que presidía Balbín— fue visible el malestar por la presencia de dichos dirigentes en el acto, al punto que se planteaban la necesidad de aplicar una severa sanción partidaria a ambos oradores. El acto en las escalinatas del Congreso terminó con serios desmanes y un Citroën incendiado con un policía uniformado adentro. Al día siguiente, según informó Las Bases, esta vez bajo la dirección de Américo Rial, el presidente Raúl Lastiri visitó a los heridos de la “violencia contrarrevolucionaria” (sic). La última semana de agosto comenzaba con un episodio de violencia que no hacía sino resaltar el gravísimo enfrentamiento de la izquierda con el verticalismo. Un comando de las FAP, que días antes había anunciado su vuelta a la lucha armada a través de un comunicado escasamente difundido, asesinó a balazos al secretario general de la CGT de Mar del Plata, el sindicalista ortodoxo Marcelo Mansilla. Se cumplía el tercer aniversario del asesinato de José Alonso, secretario general de la CGT y de la Federación Obrera Nacional de la Industria del Vestido. Tiempo más tarde relatarían su “proeza” en El Descamisado, órgano de Montoneros. Ambos dirigentes sindicales quedaron incluidos en la tenebrosa lista de los grupos subversivos que también habían matado al secretario general del SMATA, Dirk Kloosterman, pocos días antes de la asunción del presidente Cámpora. La vida en

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democracia, para el terrorismo guerrillero, no impedía la cadena de asesinatos de civiles y la extorsión y secuestro de empresarios. Como resultado del “reordenamiento” universitario tras la corta administración de la presidencia de Cámpora, en la Universidad de Buenos Aires fueron desplazados los profesores Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega Peña, ligados a las corrientes más revolucionarias de las organizaciones armadas. Ambos como titulares de la revista Militancia mantenían una posición de enfrentamiento total con Perón por haber designado a Isabel como candidata a vice. El último día de agosto, la concentración masiva preparada por la CGT a través de Rucci fue un verdadero lanzamiento de campaña presidencial, con Perón presenciando la marcha de las columnas. También participaron, después de muchos cabildeos, las agrupaciones más reconocidas de la JP, que habían decidido como estrategia “romper el cerco” que rodeaba a Perón, una ilusión que se desmoronaba a medida que pasaban los días y que culminaría el 1 de mayo de 1974. El desfile de las columnas mantuvo a Perón en el palco durante diez horas, con momentos de tensión hacia el final del encuentro, cuando le tocó el turno a los jóvenes de la Tendencia, que no respetaron las consignas establecidas —y que habían sido expresamente tratadas entre Gullo, Obeid y Amarilla con el ministro Benito Llambí— y optaron por recordar la vigencia de “Evita Montonera”, lo que se interpretó como alusión a la cuestionada figura de Isabel Perón. José Ignacio Rucci optó por abandonar el palco mientras desfilaban las columnas juveniles para evitar los cánticos agraviantes y las amenazas de muerte. La mayoría de los observadores políticos advertían después del acto que en el peronismo no cabían interpretaciones diferentes a las que marcaba la presencia y la palabra del líder justicialista, que parecía encontrarse más a gusto con la dirigencia sindical (particularmente con Rucci) que mantener un acercamiento con la Tendencia Revolucionaria juvenil. La campaña siguió su rumbo según el esquema trazado por los dirigentes sindicales con el consejo del justicialismo, que dividía en partes la tarea: Isabel Perón recorriendo las provincias y el líder justicialista instalado en Vicente López para concurrir a diversos encuentros con la dirigencia y con el periodismo. Fue un modo de aliviar a Perón del trajín de largos viajes. En resumen, los meses de julio y agosto dejaban incógnitas y violencia política: • El 21 de julio la Juventud Peronista organizó una marcha a Olivos para “romper el

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cerco”, proclamando la candidatura de “Perón ya” sin atravesar los mecanismos legales que culminan con el acto electoral. Le pedían a Perón, que declamaba el cumplimiento estricto de la ley, que sorteara la legalidad, levantando consignas sobre un supuesto cerco que le impedía al anciano militar tomar contacto con las bases juveniles. • Perón respondió políticamente una larga semana después, el 29 de julio, reorganizando el Consejo Superior del Movimiento, dejando sin espacio a los consejeros de la JP de las regionales y designando en el lugar de la juventud a Julio Yessi y a Ana María Solá, enemigos declarados de la Tendencia y allegados a López Rega. • Al día siguiente, el 30 de julio, Perón habló en la CGT sobre las “desviaciones ideológicas” de los apresurados, marcando que “la juventud está cuestionada”, en una clara alusión a Montoneros. La JP respondió con la estrategia de promover la candidatura de Cámpora como acompañante de Perón en la fórmula presidencial. Optaban por absorber los golpes antes de admitir un quiebre con Perón, que se auguraba inminente. • La fórmula Perón-Perón no fue sino una decisión personal del líder justicialista para conservar todo el poder y evitar empañar aún más la interna del Movimiento. Pero también significaba cerrar la puerta a un acuerdo con Ricardo Balbín. • El 22 de agosto la JP llevó adelante un acto en memoria de los muertos en Trelew, presentando como último orador no anunciado a Mario Firmenich, el jefe de la guerrilla Montoneros. • El 31 de agosto la JP con todos sus cuadros participó del acto convocado por la CGT para demostrar su capacidad de movilización frente a Perón.

Septiembre El comentarista del diario La Opinión Tomás Eloy Martínez defendió la presencia de la JP en el acto de la CGT señalando que se equivocaban quienes suponían que Perón marginaría a este combativo sector de la juventud. “Perón no busca gobernar entre réprobos y elegidos —interpretaba el periodista—, sino alcanzar un acuerdo

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entre los sectores enfrentados.” Al margen, la sociedad política aguardaba un programa de Canal 13 anunciando un reportaje a Perón. Fue resonante la repercusión que alcanzó el envío grabado el lunes 3 de septiembre, en el que Perón conversó, en Gaspar Campos y durante una larga hora, con los periodistas Sergio Villarruel (comentarista político de Canal 13), Roberto Maidana (división noticias de PROARTEL) y Jacobo Timerman, director del diario La Opinión. Detrás de cámaras observaban el diálogo el ministro de Economía José Ber Gelbard, el gerente de producción Carlos Montero y el asesor del noticiero de Canal 13, Pablo Rodríguez de la Torre.5 —Toquemos ahora el tema que a todo el mundo se le escabulle un poco: la juventud. —Perfecto, encantado. Nosotros en 1945 chocamos evidentemente con una juventud que no nos era favorable. En el desfile que hemos visto el otro día eran todos jóvenes. Viejos por casualidad había alguno. Ése que ayer era el único privilegiado hoy es el revolucionario. —¿Qué función le atribuye usted hoy, 1973, Argentina, a esa juventud? —La juventud hay que tenerla aparte y no contaminarla. Los muchachos son los que han realizado, no el trasvasamiento generacional de un partido político, que no tiene ninguna importancia, sino el trasvasamiento generacional de la Nación Argentina, del país. A los muchachos no hay que cortarles las alas, hay que dejárselas, ya el tiempo se encargará de írselas cortando. Los muchachos se han exacerbado un poco. Por eso dice Chou Enlai: “La juventud es maravillosa pero no hay que decírselo”. Dios me libre si se lo decimos todos los días. —¿Usted no desconocerá que durante dieciocho años mucha gente estuvo deseando su desaparición física y que hoy no quieren que usted ni siquiera se resfríe? —Sí, algo de eso me ha llegado. Es precisamente cuando me voy a morir. Han esperado mucho. —¿Y después qué? —Después de Perón, una institución. Una institución o una disociación peligrosa que es lo que tenemos que evitar. Yo permito todo en el Movimiento. Nosotros no tenemos prejuicios de ninguna naturaleza. Nunca me olvido de que cuando organicé esto, vino un día el ministro de Relaciones Exteriores, que era conservador, el doctor Remorino. Yo había puesto allí a Borlenghi, a Bramuglia, un montón de muchachos que venían del socialismo, y me dijo: “¡Pero usted está colocando todos comunistas ahí!”.

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Y yo le dije: “No se aflija Remorino, es para compensarlos a ustedes, que son reaccionarios”. En el Movimiento siempre ha sido así. —Y bien, hablemos de las Fuerzas Armadas. ¿Cómo las ve usted en el próximo gobierno? —Yo soy un general con cuarenta y cinco años continuados de servicio, de manera que de ese oficio sé, no mucho pero sé algo. Creo que a las Fuerzas Armadas hay que dejarlas tranquilas para que trabajen en su misión específica, que la tienen. Entonces nosotros tenemos que pensar que el Ejército es una parte de la Nación, que se ocupa de ese sector, de la continuación de la política por otros medios. Que las Fuerzas Armadas se tornen en reemplazo de las fuerzas políticas, la dirección política internacional en el país, esas son cosas que no pueden ser. Sin penetrar profundamente en el asunto, para mí eso es total y absolutamente inconstitucional. Si hemos de ajustarnos a la Constitución, las relaciones internacionales son resorte exclusivo del presidente de la Nación… —Nace en el país un fenómeno nuevo: el de la resistencia armada en una u otra forma, que poco a poco va derivando a lo que es hoy la guerrilla. ¿Cuál será la estrategia de su gobierno frente a este fenómeno? —Las fuerzas de izquierda, de cualquier naturaleza que sean, si actúan dentro de la ley, para nosotros son respetables como cualquier otra fuerza, pero dentro de la ley. La gente que quiere emplear la metralleta para hacerse rica —porque la emplean también para eso— o para imponer también una voluntad que no es la que fija la ley, es una sola cosa: es un delincuente y hay que hacerlo tomar con la Policía, para eso está la Policía. —¿Tendrá la Policía fuerza suficiente? —La Policía, pobre, ha pasado las de Caín, yendo para un lado y para otro. Todo eso ha perjudicado mucho la disciplina y el orden. Está muy mal paga, es una policía pobre que está con sueldos de hambre. Debe estar bien paga porque se trata de hombres que arriesgan su vida y la vida no se vende barata en ningún lado. Entonces a esa gente hay que pagarle bien, exigirle, y verá usted cómo el organismo comienza a funcionar. El martes 4 de septiembre, Perón concurrió al ministerio de Economía para escuchar un amplio informe de Gelbard y su equipo de trabajo sobre la situación de la economía y las finanzas del país, severamente castigadas por desaciertos en la formulación de políticas públicas y por reacciones externas adversas al desarrollo de

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las naciones emergentes. Los puntos críticos: por una parte, el alza de los precios del petróleo, suba alarmante del crudo que castigaba a una balanza comercial ya debilitada, y por otra, el anuncio de los principales países europeos del cierre del mercado de importación de carnes argentinas. Entre las soluciones propuestas por Gelbard para frenar el estancamiento y mejorar la balanza comercial del país, Perón escuchó la estrategia de abrir el comercio con Argelia y Cuba en áreas tan diversas como la producción agrícola y la venta de bienes manufacturados. En cuanto al frente interno, Gelbard propuso la instrumentación de un sistema de precios máximos para combatir un proceso inflacionario creciente. Cuando Héctor J. Cámpora asumió la presidencia en mayo de 1973, la inflación estaba en torno al 80% anual. El gobierno de Lanusse, políticamente desgastado por el retorno de Perón, no tenía autoridad política para contener las presiones sectoriales. Perón era partidario de los acuerdos sociales como medio para subir el salario real (poder adquisitivo de los trabajadores) y, al mismo tiempo, mantener bajo control la inflación. El Plan Gelbard fue un acuerdo entre la CGT y la Confederación General Económica (Rucci y Gelbard), por el cual se acordaban aumentos salariales al tiempo que se congelaban los precios (la famosa “inflación cero”). ¿Qué sucedió? Aparecieron los mercados negros por todas partes. No había precios oficiales, se compraba según valores paralelos, lo que se agravó con la emisión de billetes. Cuando Gómez Morales reemplazó a Gelbard, al que López Rega odiaba (ya había muerto Perón), anunció la muerte de la “inflación cero” en una famosa entrevista con Bernardo Neustadt en Tiempo Nuevo. ¿Cómo terminó todo? Con el famoso “Rodrigazo”, que significó el fin de López Rega y también de Isabel. En Caracas, Venezuela, el jefe del Ejército, general Jorge Carcagno, acompañado por su asistente, el coronel Juan Jaime Cesio, adelantaba la posición argentina en la décima conferencia de Comandantes de Ejércitos Americanos, a la que decidió no concurrir el titular del ejército chileno, general Augusto Pinochet. La conferencia estuvo enfocada en la insurgencia guerrillera que alteraba la vida política en los países de América Latina, la expansión del comunismo y el modo de enfrentar ambas cosas, ámbito en el que se destacaban dos posiciones muy claras. Argentina, Perú y Chile se pronunciaban por la opción de que cada país enfrente sus ataques, mientras que el resto presionaba para armonizar criterios comunes. Fue llamativa la enérgica

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posición presentada por la delegación de Brasil —y notorias las diferencias con el planteo argentino—, que advertía que el enemigo de los países latinoamericanos era de condición extracontinental, ideológico y estaba dispuesto a erosionar el frente interno de cada país. Brasil aceptaba la influencia de los Estados Unidos como único método eficaz para combatir la subversión continental, resguardando principios de independencia para el mantenimiento y desarrollo de sus propias Fuerzas Armadas. La delegación presidida por Carcagno optó por señalar como enemigos de la autodeterminación nacional a las corporaciones multinacionales, el uso abusivo de los medios masivos de comunicación, la penetración de culturas foráneas y los patrones de consumo de productos importados. El jefe del Ejército Argentino revalidaba de ese modo la posición esgrimida por el entonces presidente Cámpora en su mensaje a las Fuerzas Armadas del 7 de julio, cuando se manifestó en contra de la doctrina de la seguridad nacional. Quería ganarse a la parcialidad “progresista”, pero el ataque al Comando de Sanidad habría de llamarlo a la realidad. La Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (UNPBA), mientras tanto, presentaba los primeros libros dedicados a los presidentes Cámpora de Argentina, Velazco Alvarado de Perú, Salvador Allende de Chile y Omar Torrijos de Panamá. La reunión académica se transformó en un acto político del entrismo marxista en el peronismo, encabezada por los lideres de la JP. Los embajadores de los países extranjeros estaban presentes acompañando al ex presidente Cámpora, mientras escuchaban las palabras del director de la editorial Eudeba, Rogelio García Lupo, presentado por el interventor en la UNPBA Rodolfo Puiggrós, a quien acompañaba el presidente de Eudeba, Arturo Jauretche. El ámbito universitario era el último peldaño institucional que todavía conservaba la Juventud Peronista. Ajena a la campaña electoral encabezada por el binomio PerónPerón, la JP, mientras reivindicaba el accionar de Montoneros y otras fuerzas guerrilleras aliadas, mantenía a la universidad como un reducto intocable. El canciller argentino Juan Alberto Vignes ratificaba en la capital de Argelia el compromiso del gobierno con las políticas independientes y no alineadas, en un ambiente en el que sobresalían los gobernantes de países que castigaban en sus discursos al “imperialismo norteamericano”. La posición de Vignes se distanciaba del incendiario discurso inaugural pronunciado por el argelino Abdelaziz Bouteflica, quien consideraba a Estados Unidos como el único imperialismo dominante al que había que combatir desde el Movimiento de Países No Alineados (NOAL). La Tendencia Revolucionaria juvenil continuaba en estado de movilización, siempre

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recordando a militantes que habían caído en el pasado, en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. Fue el caso de la Unidad Básica “17 de noviembre”, ubicada en el Bajo Belgrano, que realizó un acto para recordar los sucesos de Trelew, con las presencias del dirigente Rodolfo Ortega Peña, el ex obispo de Avellaneda Jerónimo Podestá, Manfredo Sabelli, padre de la “Petiza” Sabelli muerta en Trelew, y el escritor Tomás Eloy Martínez, que presentó el libro La pasión según Trelew, rodeados todos por banderas de las organizaciones guerrilleras. Martínez explicó que el carácter de la obra estaba relacionado con su decisión de convertir, a partir de ese momento, a la máquina de escribir en un arma de combate. Ese mismo día fue destruido un mural dedicado a exaltar la memoria de los combatientes muertos en Trelew, ubicado en el parque Lezama de Buenos Aires y realizado por los alumnos de la Escuela de Bellas Artes “Manuel Belgrano”. El mural apareció cubierto por una leyenda que identificaba al Comando de Organización (CdeO), un grupo de la derecha peronista que combatía a la JP de las Regionales.

El PRT-ERP ataca el Comando de Sanidad La misma noche del jueves 6 de septiembre, la “Compañía José Luis Castrogiovanni” del Ejército Revolucionario del Pueblo atacó el Comando de Sanidad ubicado en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires con la intención de robar armas, municiones y equipos médicos. La incursión fue posibilitada por la intervención del soldado dragoneante Hernán Invernizzi,6 encargado de los relevos de la guardia, que ordenó abrir las puertas del puesto 2 del instituto militar para dejar entrar un camión Ford 350 que, supuestamente, transportaba vituallas. Así fueron sorprendidos el teniente primero Eduardo Rusch y el soldado dragoneante Osvaldo Degdeg, heridos con varios disparos. Uno de los asaltantes quiso rematar a Degdeg, ya en el piso, pero su compañero le sugirió “dejalo”. El operativo fracasó porque dos soldados lograron evadirse y se presentaron a la comisaría 28, poniendo sobre aviso al Comando Radioeléctrico, que rodeó la manzana. Cuando tomaron conciencia de que estaban cercados, los asaltantes discutieron si debían rendirse o resistir el ataque. El primer paso fue la entrega de los heridos Rusch y Degdeg —que llevaban horas sin ser atendidos—, a los que dejaron en la vereda. Por los fondos entró un grupo de militares al mando del teniente coronel Raúl Juan Duarte Ardoy, y cuando los terroristas se vieron atacados por la retaguardia —pese a haberse rendido e izado una sábana como

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bandera blanca—, abrieron fuego y la metralla mató a Duarte Ardoy, segundo jefe del Regimiento de Patricios. También fueron heridos otros oficiales y soldados, entre ellos el teniente Castro Vellaz. Luego de arduas negociaciones vía telefónica, los guerrilleros —que reclamaban la presencia de un juez, periodistas y legisladores— se entregaron. Además del propio soldado entregador, figuraban como miembros del comando asaltante Alberto Clodomiro Elizalde Leal, Miguel López, Ramón Gomes, Martín Ricardo Marcó y Carlos Ponce de León, amnistiados el 25 de mayo de 1973. En el caso de Ponce de León, había sido condenado, antes de su liberación, por el secuestro y asesinato del presidente de la Fiat, Oberdan Sallustro. Otro, Alejandro Ferreyra Beltrán, había participado en la fuga de los presos del penal de Rawson hacia Chile —y posteriormente a Cuba— en agosto de 1972.7 También cayó preso el periodista Eduardo Anguita. La Prensa agregó otros nombres: Rubén Oscar Juárez, Rodolfo Rodríguez, Oscar Mathews, Arturo Vivanco y Gabriel Di Benedetti, hermano del “Tordo” Osvaldo Sigfrido Di Benedetti —otro implicado en el caso Sallustro y sindicado como responsable y partícipe de numerosos hechos terroristas, igualmente amnistiado el 25 de mayo de 1973—. El ataque del PRT-ERP tenía una explicación: la conducción estaba pensando en la formación de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez que aparecería en Tucumán algunos meses más tarde, y los ciento cincuenta fusiles FAL que estaban en la sala de armas les eran imprescindibles. El ataque fue el primero de la guerrilla marxista —del PRTERP— desde la asunción de las autoridades democráticas el 25 de mayo de 1973 y marcó la tendencia de este grupo subversivo: combatir a las Fuerzas Armadas y de seguridad, sin utilizar el mismo camino de Montoneros de asesinar a dirigentes políticos y sindicales, propio de la batalla que se libraba en el peronismo. La repercusión del asalto fue enorme. En el Congreso, el titular de la Cámara Baja, Salvador Bussaca dijo que “se trató de un hecho protagonizado por marginados de las luchas populares”. Caía en un error, no se trataba de “luchas populares”, se trataba de la toma del poder a través de “una guerra popular prolongada”. El presidente de la Unión Conservadora de la provincia de Buenos Aires sobrevoló el hecho militar: “El objetivo fijado por los extremistas es un país alterado y sin seguridad para la vida y el trabajo. […] En los últimos cuatro meses, como consecuencia de distintos actos extremistas, muchos empresarios y rentistas llevaron gran cantidad de dinero al exterior”. Perón apenas se refirió al hecho, sólo expresando que “es un delito común… si tienen pauta ideológica allá ellos, el gobierno no tiene nada que considerar. El bandido, de cualquier ideología que sea, es bandido”. Mientras que el

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sacerdote Carlos Mugica prefería utilizar consignas bíblicas: “Hay que dejar la espada para tomar el arado”. Las palabras de Perón volvían a poner sobre el panorama político una cuestión que se conversaba todavía en voz baja pero que iba recalentando el ambiente: qué fuerza debía combatir, con la ley en la mano, al terrorismo de todo tipo. Perón no dejaba de señalar a los guerrilleros como “bandidos”, con lo que abría el camino de la represión policial únicamente. El líder del justicialismo hizo todo lo que estuvo a su alcance para evitar la participación de los militares en el combate, conociendo, probablemente, en su propio carácter de militar, las consecuencias que podía llegar a tener. La noche del velatorio de los restos de Duarte Ardoy en el Regimiento de Patricios se vivió un clima de gran nerviosismo entre la oficialidad joven y de crecientes críticas a la conducción del Ejército. En ese ámbito, la corona de flores que envió el general Perón fue retirada de su lugar original y a la de Bidegain no se le encontró lugar. En esas mismas horas se hablaba de una reunión del coronel Cesio con los jefes de las regionales de la JP por gestión del dirigente nacionalista Basilio Serrano y del teniente coronel Obregón, destinada a establecer contactos “horizontales” entre elementos de FAR y Montoneros con oficiales del Ejército. La dinámica de todas las organizaciones armadas llevaría al teniente general Raúl Carcagno y el coronel Jaime Cesio a la situación de retiro en pocos meses. Apenas unos días más tarde, el Poder Ejecutivo Nacional emitió el Decreto Nº 1453/73 por el que se declaró ilegal la actividad del autodenominado Ejército Revolucionario del Pueblo.

Las advertencias de Mario Firmenich a Juan Perón El sábado 8 de septiembre, Juan Domingo Perón se reunió con representantes de la JP por espacio de dos horas en una casa vecina a Gaspar Campos 1065. La cumbre fue el resultado de conversaciones previas con varios grupos, en especial una entrevista mantenida con Roberto Quieto y Mario Firmenich. En esta ocasión concurrieron representantes de otros sectores, como la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU), la Juventud Sindical Peronista (JSP), Guardia de Hierro o Fuerzas Armadas Peronistas “17 de Octubre” (FAP-17). Por la Tendencia Revolucionaria asistieron, entre otros, Juan Carlos Dante Gullo, Jorge Obeid, Miguel Mosse, Guillermo Amarilla, Ismael Salame y Pablo Ventura. Por Montoneros concurrió el propio

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Firmenich junto a Alberto Molina. Por FAR lo hicieron Roberto Quieto y Jorge Lewinger. Durante la reunión se habló de la futura organización de la juventud, algo que no se concretaría, en tanto la denominada Juventud Peronista iba tomando distancia del líder y al año siguiente —tras la muerte de Perón— Montoneros pasaría a la clandestinidad. Perón también trató lo que estaba ocurriendo en Chile, defendió a la organización sindical y, frente a los delegados de las corrientes más radicalizadas, se permitió la licencia de ponderar a la Generación del 80: “Fue una generación de amigos. Nadie hizo más por el país que esa generación, notable”. También habló de su relación con la izquierda y dejó un mensaje entrelíneas: “Yo sé lo que quieren, porque eso me lo han dicho ellos a mí. Porque ellos creían que yo era uno de los de ellos, pero yo no era uno de ellos, yo era uno de los nuestros”. Lo más relevante no se dijo adentro de la reunión sino afuera. Lo afirmó Firmenich, tras una pregunta de la propia revista El Descamisado, es decir en un diálogo preparado de antemano:8 —Hasta ahora las organizaciones político militares FAR y Montoneros se han caracterizado por expresarse militarmente a través de la guerrilla urbana, ¿ésta gestión de ustedes implica un cambio de método en el accionar político de estas organizaciones? —La guerrilla es sólo una de las formas de desarrollar la lucha armada; es sin duda el más alto nivel de lucha política. Este método se desarrolla cuando los objetivos políticos no pueden ser alcanzados a través de las formas no armadas de la lucha política. O sea que la guerrilla no es una política en sí misma sino un método para desarrollar una política en circunstancias determinadas. Nosotros, siempre hemos sostenido que esta guerra es integral, para repetir al general Perón, que se hace en todo momento, en todo lugar y de todas formas. Nos definimos por esta forma de pelear como organizaciones político-militares, siempre nuestro fin fundamental ha sido y es un objetivo político; en las actuales circunstancias en que estamos pasando de la consigna de “Perón vuelve” a “Perón al poder” nos encontramos en un cambio de etapa que obliga a un cambio de métodos. —¿Esto quiere decir que ustedes abandonan las armas? —De ninguna manera: el poder político brota de la boca de un fusil. Si hemos llegado hasta aquí ha sido en gran medida porque tuvimos fusiles y los usamos; si abandonáramos las armas retrocederíamos en las posiciones políticas. En la guerra [existen] momentos de enfrentamiento, como los que hemos pasado, y momentos de

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tregua en los que cada fuerza se prepara para el próximo enfrentamiento. En tanto no haya sido destruido el poder del imperialismo y la oligarquía, debemos prepararnos para soportar y afrontar el próximo enfrentamiento… ¿Eran necesarias estas declaraciones estando Perón en la Argentina? Quedaba claro que las mismas conclusiones que sacó la revista El Descamisado sobre Montoneros, para comprender el ataque al Comando de Sanidad, servían para intentar explicar las palabras de Firmenich en la puerta de la casa de Perón: “No está Lanusse. Ahora está Perón. Hubo un 11 de marzo. Un 25 de mayo. Un pueblo votó. ¿Por qué? Y, ¿para qué?”. Las respuestas a estos interrogantes las había dado Firmenich tres días antes en un local de la JP: “Nosotros tenemos que autocriticarnos porque hemos hecho nuestro propio Perón más allá de lo que es realmente. Hoy Perón está acá. Nos damos cuenta de que Perón es Perón y no lo que nosotros queremos. Por ejemplo, lo que Perón define como socialismo nacional no es socialismo sino justicialismo. […] La ideología de Perón es contradictoria con la nuestra, porque nosotros somos socialistas porque el socialismo es el Estado que mejor representa los intereses de la clase obrera…”.

El derrocamiento de Salvador Allende: drama anunciado y su tremenda repercusión en la Argentina. Los informes del Palacio San Martín Pocas semanas antes del golpe en Chile del 11 de septiembre de 1973, el ex candidato a presidente y dirigente de la Democracia Cristiana, Radomiro Tomic, pronunció una sentencia frente al drama que se avecinaba en su país: “Sería injusto negar que la responsabilidad de algunos es mayor que la de otros; pero, unos más y otros menos, entre todos estamos empujando a la democracia chilena al matadero. Como en las tragedias del teatro griego, todos saben lo que va a ocurrir, todos dicen no querer que ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda la desgracia que pretende evitar”.9 El sábado 26 de mayo de 1973, en medio de los actos por la asunción del presidente Héctor J. Cámpora, Salvador Allende recibió en la residencia del embajador de Chile (Tagle entre Libertador y Figueroa Alcorta) al secretario de Estado William Rogers. Debía ser un encuentro importante, el estadounidense lo había solicitado cuarenta y ocho horas antes. El embajador chileno Ramón Huidobro

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testimoniaría más tarde: “Luego de unos quince minutos de frases obvias y comunes, el funcionario americano se retiró sin haber tocado ningún tema digno de mención. Se barajaron varias conjeturas, como era natural. Lo único que se me ocurrió fue que Mr. Rogers [...] posiblemente telefoneó a Washington y desde allí pudieron decirle que, como no había más remedio, asistiera, pero sin entrar en temas puntuales de las relaciones entre los dos países. El golpe de estado ya estaba en marcha”. Que los militares preparaban el derrocamiento de Allende era una realidad. Desde el año anterior, en que el almirante José Toribio Merino había solicitado a economistas de la oposición e independientes que redactaran El ladrillo, un plan económico, altos jefes navales ya estaban conspirando.10 Nada se sabía en cambio de la actitud del Ejército, la Fuerza Aérea y de Carabineros. No se conocía el pensamiento de los altos mandos del Ejército (aunque estaba en marcha una revuelta, no institucional de la fuerza, como se probaría semanas más tarde con el “tacnazo” o “tanquetazo”). Entre mayo y junio de 1973 la Fuerza Aérea había elaborado el “Plan Trueno” que era “un plan líquido, para actuar en cualquier situación de emergencia política que se produjera durante esos días”, según explicaría más tarde el general Gustavo Leigh Guzmán.11 En cuanto a las obviedades expresadas por el secretario de Estado de los Estados Unidos en la residencia de calle Tagle, Huidobro estaba en lo cierto, aunque por entonces no contara con la certeza de su lado. Sus sospechas se confirmarían dos años más tarde, según lo cuenta Henry Kissinger en el volumen II de sus Memorias (1982), cuando dice que el 24 de mayo (es decir, el día en que Rogers pidió conversar con Allende) “mi asistente Bill Jorden me hizo llegar la advertencia del Servicio de Inteligencia de que los militares chilenos confabulaban [...] Sin embargo, Jorden pensaba que esos informes debían ser tratados con cierto escepticismo: esto significa que tenemos que observar cuidadosamente la situación, cosa que haremos. Mientras tanto, no creo que nos convenga excitarnos demasiado. Sobre todo, no debería hacerse ningún esfuerzo para involucrar de ninguna manera en estos acontecimientos a los Estados Unidos [...] Nadie propuso tomar ninguna medida, tampoco se tomó; no teníamos el menor trato con los militares que complotaban; no se realizó ninguna reunión del Consejo de Seguridad Nacional para considerar el tema”. Al mismo tiempo, entre mayo y junio, esas mismas sensaciones eran comunicadas reservadamente a Buenos Aires a través de los agregados militares argentinos destinados en Chile.12 El domingo 27 mayo, a última hora de la tarde, Allende retornó a Santiago, Fue

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despedido por Héctor Cámpora y sus ministros. Ninguno de los dos imaginaba que nunca más volverían a verse y que ambos dejarían sus cargos en un futuro cercano. El mandatario argentino sólo gobernaría cuarenta y nueve caóticos y sangrientos días y se vería obligado a renunciar en medio de un golpe palaciego que terminaría con Perón asumiendo por tercera vez la Presidencia de la Nación. La victoria del 11 de marzo que había entronizado a Cámpora en la Casa Rosada “estaba infectada por la derrota”, resumió el periodista Miguel Bonasso en su libro testimonial El Presidente que no fue. Quizás más certero, aunque menos poético, fue José Ignacio Rucci, el metalúrgico secretario general de la CGT, cuando sentenció horas antes de la partida de Cámpora: “Se acabó la joda”. También para el presidente de Chile existía una cuenta regresiva. Había pasado su “última semana de felicidad en la Tierra”, como dijo años más tarde el embajador Ramón Huidobro.13 Le quedaban menos de cuatro meses para seguir administrando el desorden. Vivir, como decía su amigo Régis Debray, “la normalidad dentro de la anormalidad”. O como sostuvo Neruda: “En Chile hay una suerte de Vietnam silencioso”.14

Un país paralizado. El Congreso pone a Salvador Allende fuera de la ley El 22 de agosto de 1973, el ministro José Alberto del Carril, encargado de Negocios de la Argentina en Chile, en la nota reservada 505, de seis páginas, informó que “los paros de adhesión —de uno a tres días, todos prorrogables— a los que llamaron la Central Única de Trabajadores, delegación Santiago [opositora a Allende], el comercio y la pequeña industria, la Confederación de Colegios Profesionales de Chile, la Federación de Trabajadores de la Salud, la Empresa Nacional de Minería [ENAMI], la Empresa Nacional de Petróleo [ENAP], ENDESA [Empresa Nacional de Electricidad], educadores particulares, la Universidad de Chile y la Católica, entre otros, han venido a sumarse al conflicto que todavía paraliza al transporte. Por disposición de Allende, el general Herman Brady es ahora coordinador e interventor de los gremios del rodado nacionalmente”. Para Del Carril, el listado de problemas que enfrentaba el gobierno de la Unidad Popular era preocupante: “La violencia continúa manteniéndose con distintos atentados. La sede de la Central Única de Trabajadores de Santiago fue destruida por los efectos de una bomba incendiaria; descubrimientos casi diarios de movimientos

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extremistas de todo orden, amén de su reaparición en las calles de Santiago en enfrentamientos…”. En cuanto a los partidos políticos opositores, “ya se conoce la decidida posición combativa del Partido Nacional, que parecería incluso sobrepasada ahora por la Social Democracia, atendiendo a las palabras de su presidente, el senador Luis Bossay, quien acaba de declarar que su partido está dispuesto a acusar constitucionalmente a todo el gabinete, habida cuenta de que ‘el Gobierno, al quebrantar las bases del estado de derecho, se ha colocado al margen de la Constitución del Estado y se ha transformado en un gobierno dictatorial que opera de facto’”. Siempre según Del Carril, “la instancia de los partidos políticos aparece sobrepasada, por cuanto las circunstancias se han colocado, en los momentos actuales, más allá de sus posibilidades”. Fundamentaba Del Carril, erradamente, que los partidos “podrán oponerse efectivamente a proyectos del Ejecutivo dentro del Parlamento, podrán hacer todo tipo de declaraciones, pero las mismas en la práctica, no pasarán de meras ponencias. Por ejemplo —y a manera de ‘mensaje’ a las Fuerzas Armadas—, sectores de diputados opositores se proponen declarar la ilegalidad con que está actuando el Gobierno” (el oficio del “Acuerdo de la Cámara de Diputados sobre el grave quebrantamiento del orden constitucional y legal de la República”, firmado por su titular, Luis Pareto González, le fue remitido a Allende el 23 de agosto). La situación de vacío de poder la creó la sociedad política en su conjunto, oficialismo y oposición. Luego concurrieron otros sectores y finalmente el poder fue ocupado por las Fuerzas Armadas. El “Acuerdo de la Cámara de Diputados…” no fue una “mera ponencia”, como señaló el encargado de Negocios. Con la firma de más de ochenta diputados, la oposición allanó con sus argumentos el camino para el derrocamiento de Allende, al sostener que “el Presidente ha quebrantado gravemente la Constitución”. Del Carril sólo resalta que “acusan a las actuales autoridades de fomentar el ‘paralelismo sindical’, creando organizaciones al margen de las nacionalmente reconocidas y que, obedeciendo a los dictados del oficialismo, se ven beneficiadas con la concesión de facilidades de un orden u otro, no otorgadas a los gremios tradicionales, la mayoría de los cuales se encuentra enfrentando al gobierno [...] Igualmente acusan [al gobierno] de haber hecho un ‘uso político’ de las Fuerzas Armadas, manoseándolas al extremo de haberles hecho aparecer como obediencia militar lo que en realidad constituye una obediencia política a determinados fines partidistas”.

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A la distancia, queda claro que la sociedad chilena estaba desarticulada. Incapacitada para resolver sus conflictos por vía de su Carta Magna, a la que gran parte del gobierno parecía no tomar en cuenta. Al mismo tiempo se advertía que no quedaba harina para más de tres o cuatro días, y las reservas del Banco Central apenas alcanzaban para financiar durante veinticuatro horas las exigencias del Exterior. Frente a esto, la palabra “Jakarta”15 escrita en las paredes simbolizaba el fin sangriento de la experiencia socialista “con vino y empanadas”; en el medio, reducidos sectores moderados habían caído en el proceso de radicalización. El lunes 10 de septiembre por la noche, el agregado naval argentino, Luis Sánchez Moreno, y su esposa asistieron a una cena cerca de Valparaíso, cuya mesa se completó con ocho altos jefes navales y sus esposas. Notó que allí reinaba un clima especial. Mientras comían, los oficiales se iban levantando de tanto en tanto para dirigirse a una habitación cercana. Lo hacían de a uno, a veces de a dos, ocasionalmente convocaban a un tercero. En un momento, la mesa quedó casi vacía. Sánchez Moreno intuyó que algo raro sucedía. Fue discreto, no preguntó nada. Al día siguiente, se levantó temprano para retornar a Santiago y se dio cuenta de que Viña del Mar y Valparaíso estaban bloqueadas. Valparaíso, puntualmente, había sido tomada por la Infantería de Marina en la madrugada. Llamó al cónsul Marcelo Gabastou y le dijo: “Hay un golpe”. Pudo pasar los distintos retenes porque lucía su uniforme de diario. Cuando llegó a la capital, el golpe estaba en vías de concretarse. Sobre la conspiración se ha escrito mucho. Con el transcurso de los años las pasiones menguaron para dar paso a las confidencias susurradas, a las confesiones a cara descubierta, a recuerdos que se adaptan a la historia. Un análisis de los principales trabajos sobre el golpe del martes 11 permite concluir que, a diferencia de otras experiencias latinoamericanas, la preparación contó con escasa o ninguna colaboración intelectual de la sociedad civil. • Fue un golpe puramente castrense, planificado sobre juegos de guerra previamente elaborados, que hubiesen podido ser utilizados a favor o en contra del gobierno de Allende. Pinochet sólo adhirió al golpe cuarenta y ocho horas antes. La conjura dentro del Ejército no la encabezó él. El verdadero mentor de la intervención fue el general Sergio Arellano Stark. El comandante en jefe del Ejército sólo se plegó, con su plan “líquido”, al sentir que podía quedar desbordado frente a las presiones y decisiones ya en marcha de la Armada y la Fuerza Aérea.

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• La decisión final se acordó cuarenta y ocho horas antes en la residencia del general Pinochet (domingo 9 de septiembre, por la tarde), quien se encontraba festejando el cumpleaños de Jacqueline, su hija menor, la consentida. El discurso del senador Carlos Altamirano Orrego en el Estadio Nacional, en el que reconoció sus contactos con suboficiales de la Armada, llamó a “crear el poder popular” y rompió definitivamente los puentes de diálogo con la Democracia Cristiana, no constituyó el disparador del martes 11. • El almirante José Toribio Merino —jefe de la base naval de Valparaíso, la más poderosa del país— se hizo cargo de facto de la Armada, y su jefe, el almirante Montero, fue encerrado en su domicilio en calidad de detenido. ¿Qué hubiera pasado con Pinochet si no adhería a los planes de la Armada y la Fuerza Aérea? • La gran preocupación de los conspiradores en las horas previas fue la generada por la propia propaganda y la acción psicológica del gobierno y la oposición, a saber: a) la reacción de los denominados “cordones industriales”; b) el temor a una pueblada que pudiera hacer más cara la victoria y despertara la adhesión a Allende de algunos sectores de las Fuerzas Armadas; c) la reacción de una supuesta “brigada internacionalista”, conformada mayoritariamente por brasileños, argentinos, mexicanos y cubanos (sólo así puede entenderse el grado de xenofobia que se desató después del golpe). • Para aventar estos peligros era necesario adelantar el golpe evitando filtraciones y “trabajar intensamente en una operación que era indispensable y sobre la cual nada había organizado”. Se trataba de la “Operación Silencio” (general Leigh dixit), que consistía en neutralizar a los medios radiofónicos afines a la Unidad Popular. Con esta operación se desarticulaban los tres aparentes peligros de una resistencia de la “izquierda organizada”. • Finalmente, al gobierno argentino no le convenía que la crisis chilena se prolongara. La posibilidad de que el territorio chileno pudiera convertirse en un santuario para los elementos, propios y ajenos, ligados a la ultraizquierda era analizada con preocupación. El gobierno argentino no participó activamente en el derrocamiento de Allende y fue pasivo después del golpe. El martes 11 de septiembre de 1973 Allende y su gobierno se desplomaron. Como escribió en Hombres y mujeres del ERP el último secretario del PRT y comandante del ERP, Arnol Juan Kremer (a) “Luis Mattini”, tras la muerte de Santucho, el

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gobierno de Allende fue “la segunda revolución más importante en América Latina después de la cubana”. En coincidencia con Mattini, desde Valparaíso, el 14 de septiembre, en su nota reservada Nº 16, el cónsul Juan Marcelo Gabastou termina sosteniendo: “Ha caído con estrépito de una manera no por intuida menos inesperada, un régimen que también impensadamente llegara al triunfo electoral; este hecho que comentamos constituye el más serio revés de los últimos años para el comunismo internacional. Contraste cuyos efectos repercutirán en América toda”. En la intimidad, Perón le dijo a Pedro Cossio que “con lo que ha pasado en Chile, desde ese lado estamos protegidos”.16 El testimonio es coincidente con las declaraciones de Perón a Il Giornale D’Italia (septiembre de 1973), en las que señalaba que la caída de Allende había cerrado “la única válvula de escape para la guerrilla argentina”, y aseguraba estar menos preocupado por el problema “de lo que la mayoría de los argentinos creen”. Para rematar: “Los responsables de los acontecimientos en Chile fueron los guerrilleros y no los militares”. En las horas posteriores al golpe, Patricio Aylwin, presidente de la Democracia Cristiana de Chile, dijo: “Nosotros tenemos el convencimiento de que la llamada vía chilena de construcción del socialismo que empujó y enarboló como bandera la Unidad Popular estaba rotundamente fracasada. Eso lo sabían los militantes de la Unidad Popular y lo sabía Allende. Y por eso se aprestaban a través de la organización de milicias armadas —muy fuertemente equipadas, un verdadero ejército paralelo— para dar un autogolpe y asumir por la violencia la totalidad del poder. En esas circunstancias pensamos que la acción de las Fuerzas Armadas simplemente se anticipó a ese riesgo para salvar al país de una guerra civil o una tiranía comunista”.17 Unos años más tarde diría lo contrario. “¿Cuál era el fondo del problema?”, se preguntó el ex presidente constitucional Eduardo Frei Montalva en una larga carta a Mariano Rumor, titular de la Unión Mundial de la Democracia Cristiana, dos meses después del golpe en Chile. Y respondió: “El fondo del problema es que este gobierno minoritario, presentándose como una vía legal y pacífica hacia el socialismo —que fue el slogan de su propaganda nacional y mundial— estaba absolutamente decidido a instaurar en el país una dictadura totalitaria y se estaban dando los pasos progresivos para llegar a esta situación, de tal manera que ya en el año 1973 no cabía duda de que estábamos viviendo un régimen anormal y que eran pocos los pasos que quedaban por dar para instaurar en plenitud en Chile una dictadura totalitaria”. Frei Montalva fue coherente con lo que pensaba y vivió. Cuando Allende le pidió

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unas declaraciones para tranquilizar a la sociedad chilena tras la victoria electoral de la Unidad Popular el 4 de septiembre de 1970 (con el 36% del electorado), le dijo: “No puedo hacerlo, porque tú sabes que no soy marxista y, además, porque creo que pese a tus buenas intenciones las acciones de tus partidarios llevarán a Chile antes de dos años a una dictadura totalitaria”. La versión le fue referida por el propio Frei al embajador argentino Javier Teodoro Gallac, que éste volcó en el cable secreto Nº 612/616 del 30 de septiembre de 1970.18

Perón habló de Allende El gobierno interino de Raúl Lastiri que integraba Juan Alberto Vignes como canciller, por su conformación y estilo, estaba más distante del régimen de Allende que los anteriores de Alejandro Agustín Lanusse y Cámpora. Vignes, con el tiempo, haría alarde de su relación con “el amigo Henry” (Kissinger), y Perón, a pesar de algunas declaraciones públicas for export, tampoco podía compartir lo que estaba sucediendo en el Chile de Allende. “El comunismo es como un chicle, uno lo mastica pero no lo traga”, había dicho Perón en una salida irónica en plena campaña electoral. Cuando tuvo lugar el golpe y Allende se suicidó, Perón, desde el pórtico de Gaspar Campos, sólo comentó: “No tuvo el valor de seguir viviendo”. El anciano líder pondría al descubierto su visión sobre Allende y la revolución socialista durante una reunión mantenida el sábado 8 de septiembre con jóvenes dirigentes peronistas (de todas las tendencias) en la residencia presidencial de Olivos: “Los otros días —dijo Perón— me encontré con unos muchachos que me dijeron: ‘Hay que hacer esto, hay que hacer lo otro’. Y entonces yo les dije: ‘Si ustedes quieren hacer igual que hace Allende en Chile, miren cómo le va a Allende en Chile’. Hay que andar con calma. No se puede jugar con eso, porque la reacción interna, apoyada desde afuera, es sumamente poderosa. Los ingredientes de una revolución siempre son dos: sangre y tiempo. Si se emplea mucha sangre, se ahorra tiempo; si se emplea mucho tiempo, se ahorra sangre. Eso es lo único que podemos decir. Pero siempre es una lucha. Que yo sepa, hemos quedado en gastar tiempo, y no sangre inútilmente. Por otra parte, el error grande de mucha gente, entre ellos mi amigo Salvador Allende, es pretender cambiar los sistemas. El sistema es un conjunto de arbitrios que forman un cuerpo: eso es el sistema, y a nadie se le ocurra cambiarlo. Lo que hay que cambiar, paulatinamente, son las estructuras que conforman el sistema. Algunos quieren pasar

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de uno a otro sistema. El sistema no se cambia. El sistema va a resultar cambiado cuando las estructuras que lo conforman y desenvuelven lo hayan modificado. ¿Cómo se modifica eso? Dentro de esta actitud nuestra hay un solo camino, que es la legislación. No es de ninguna manera constructivo romper un sistema. La Unión Soviética rompió un sistema y creó otro hace cincuenta y seis años. Y ahora, a pesar de que los han ayudado todos y en la tecnología han ido adelante, tiene que ir Brézhnev a pedirle ayuda a los Estados Unidos”.

La soledad de la Junta Militar El martes 11, Buenos Aires se conmovió desde temprano, pero no por las informaciones del golpe en Santiago, que recién se conocerían por las radios horas antes del mediodía. Aquella mañana la noticia era la solicitada que el ERP-22 de Agosto había obligado a publicar en primera plana al matutino Clarín. La organización pretendía de ese modo dirigirse al pueblo y dar a conocer su posición frente a las elecciones presidenciales del 23 de septiembre. Utilizando un doble y tramposo lenguaje, criticaba a grandes y pequeños sectores del gobierno peronista, pero a la vez convocaba “al pueblo a votar la fórmula Perón-Perón y a defender el contenido popular de este voto, organizándose en cada fábrica, en cada taller, en cada barrio, en cada universidad”. Rápidos con las armas pero con poco olfato político, los integrantes del ERP-22, al referirse a la designación de la compañera de fórmula de Juan Domingo Perón, su esposa Isabel, opinaban que revestía un carácter “secundario frente a la necesidad de que todo el pueblo agote una experiencia y de una lucha que lo acerque a una conciencia socialista”. Para garantizar la publicación de tres solicitadas, los guerrilleros habían secuestrado al apoderado general del diario, Bernardo Sofovich. La segunda solicitada aparecía en la página 17 y estaba dedicada a “los patriotas caídos en Trelew”. Allí se preguntaban: “¿Los legisladores votados por el pueblo vacilan ante la posibilidad de sentar a los marinos y generales en el banquillo de los acusados?”. La tercera solicitada, ubicada en la página 24, se titulaba “Al Señor Yerno Lastiri” y estaba dirigida a Raúl Lastiri, ocasional presidente interino de la Nación y yerno del “reaccionario” ministro de Bienestar Social y secretario privado de Perón, José López Rega. Pocas horas después, un grupo no identificado atacó a balazos el frente del edificio de Clarín y cambió disparos con guardias ubicados en la terraza. El ministro

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del Interior, Benito Llambí, reiteró la postura oficial sobre este tipo de ataques, aludiendo al carácter policial de los incidentes. La Asociación de Editores de Diarios de la ciudad de Buenos Aires, a través de solicitadas en varios medios, repudió el ataque a Clarín, no sin advertir el peligro que significaba continuar tolerando acontecimientos gravísimos para las libertades públicas en el país. En la página 2 de esa misma edición de Clarín se informaba que el presidente Salvador Allende no había respondido al pedido de renuncia formulado el día anterior por la Democracia Cristiana, luego de una reunión de su mesa directiva con los dirigentes provinciales de todo el país. También anunciaba que el colegio médico de Chile había decretado un paro indefinido al que se habían plegado diez mil ingenieros, treinta mil abogados, odontólogos, educadores y alumnos de la enseñanza privada. La noche del 11, en Buenos Aires, los vecinos de la avenida Callao vieron como miles de jóvenes convocados por las Juventudes Políticas Argentinas marchaban — algunos encapuchados— hacia la avenida del Libertador y luego en dirección a la calle Tagle, residencia del embajador de Chile. En la esquina de Callao y Alvear, tres oficiales del Ejército Argentino vestidos de civil observaban el paso de las columnas. Eran los capitanes Mugnolo y Doglioli y el teniente primero León. Uno de ellos, mirando a los militantes del PRT-ERP, dijo: “Es una lástima, vamos a tener que matarlos a todos porque si no ellos nos van a matar a nosotros, y ellos también son argentinos”.19 Las Juventudes habían comunicado previamente que el golpe chileno era “parte del ‘Operativo Cono Sur’, trazado por los monopolios para detener el avance incontenible de la lucha antiimperialista en esta parte del continente y está enfilado, en definitiva, también contra nuestro país”. El mismo Ricardo Balbín, candidato presidencial y líder del radicalismo, llegó a afirmar ante la Cámara Argentina de Anunciantes que había que mantenerse alerta porque “no somos una isla”. El miércoles 12, La Opinión resumía en un título que “El presidente Allende, promotor de la revolución pacífica, y varios de sus colaboradores, murieron en circunstancias confusas y dramáticas”, mientras su corresponsal en Chile, Ted Córdova-Claure, relataba que el ex mandatario había caído “horadado por los extremos de izquierda y derecha”. Ese mismo día, la Junta Militar chilena informaba que Chile tenía un nuevo gobierno. El reconocimiento argentino demoró una semana en concretarse, y cuando finalmente ocurrió, fue hecho “formalmente” a través de una comunicación.20 Las miradas de algunos diplomáticos argentinos se dirigieron entonces hacia Brasil.

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Así lo indicaba el memorándum Nº 220 del Departamento América Latina del Palacio San Martín (División Brasil), que informaba que Flavio de Almeida Salles, columnista de Folha de San Pablo y hombre vinculado al pensamiento de Itamatary, había publicado dos sugestivos artículos en los que analizaba los sucesos de Chile “y sus implicancias inmediatas proyectadas sobre el juego político de fuerzas argentinobrasileñas en el área”. “Una rápida evaluación del nuevo cuadro, según Almeida, demuestra que Brasil será el gran beneficiario del cambio político operado en Chile y que la Argentina ha quedado en posición ‘insular’, rodeada por países políticamente identificados con el Brasil”. “Una de las primeras consecuencias del cambio de rumbo chileno —especula el periodista, no sin cierta cautela— representará para la Argentina la pérdida de uno de sus mayores aliados políticos en la Asamblea General de las Naciones Unidas cuando trate de impulsar sus pretensiones en el tema de la Cuenca del Plata. Más adelante añade que nadie duda que los esfuerzos del Brasil se concentrarán, en el futuro, en tratar de proyectarse económicamente en Chile, ‘siguiendo pautas similares a las observadas en sus relaciones con Paraguay y Bolivia’.” Para la División Brasil, “informaciones circulantes en Brasilia” daban cuenta de que diplomáticos argentinos y brasileños estarían articulando condiciones para un rápido encuentro entre Juan Domingo Perón y Ernesto Geisel, con el interés en “sentar las bases para entendimientos necesarios entre los dos países que sólo un contacto directo a ese nivel garantizaría”. El memorándum Nº 220 reflejaba además dos opiniones de la Embajada en Brasilia: “1) Itamaraty propiciaría una apertura negociadora que haría coincidir con el inicio de nuevos gobiernos en los dos países, ponderando que frente al actual panorama latinoamericano su posición se encontraría fortalecida; 2) existiría malestar en círculos brasileños por cuanto la ofensiva diplomática argentina iniciada en Argel y con proyección inmediata en Naciones Unidas podría colocar en situación incómoda a aquel país, dentro del tema recurso de agua”.21 El memorándum se permitía aconsejar a la Dirección General de Política del Palacio San Martín “negociar sólo cuando las circunstancias demuestren la existencia de una amplia capacidad de maniobra. Los sucesos de Chile, vistos desde la óptica de Itamaraty, contribuirían a efectivizar un ‘cerco ideológico’ en torno a nuestro país de estimulantes perspectivas”. La embajada argentina en Santiago coincidía en términos generales con lo que se escribía en el Palacio San Martín y la misión en Brasilia: la nota reservada Nº 632,

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con fecha 27 de septiembre de 1973, en su párrafo 4º dice: “En el marco latinoamericano es evidente que el nuevo gobierno mantendrá excelentes relaciones con Brasil, reeditando una vieja entente, contraria a los mejores intereses argentinos. Brasil fue el primer país en reconocer a la Junta Militar de gobierno. Sus relaciones con el régimen de la Unidad Popular eran frías, aunque había una tendencia última a un mayor entendimiento, y además, aunque no se ha podido afirmar categóricamente, parecen existir indicios de afinidad entre gobiernos de ambos países. Todo lo que induce a vaticinar una excelente relación con Brasil es aplicable a idéntica apreciación con respecto a Paraguay y Uruguay, dos países que en verdad poco cuentan en el esquema básico de la política exterior chilena”. Desde el Vaticano, el encargado de Negocios, consejero Osvaldo Brana (“Branita” para sus muchos amigos, un clásico porteño cultor del cigarrillo con boquilla y buen conocedor del repertorio de Carlos Gardel; “¿Qué diría Carlitos?”, preguntaba jocosamente frente al menor interrogante), analizaba las dificultades que el golpe le podía treaer a la jerarquía eclesiástica chilena “por el hecho de que los fieles se encuentran divididos entre quienes apoyan y quienes se oponen a la Junta Militar”.22 Observaba también “el manejo que ha hecho la prensa europea, y particularmente la italiana de izquierda, de la cuestión”. “La instrumentación comunista internacional de los sucesos de Chile, para producir conflictos dentro de las tendencias más radicalizadas de la Democracia Cristiana italiana, ha provocado una distorsión en la apreciación de los acontecimientos. Por todo ello, se insiste en que la Santa Sede (y probablemente el Papa) no se pronuncie expresamente en cuanto al golpe, sino con relación a los ajusticiamientos producidos con posterioridad al mismo. Este eventual pronunciamiento —solicitado por numerosos grupos radicalizados dentro de la Iglesia universal— se produciría solamente en caso de que se agravara la situación en razón de nuevos fusilamientos y se comprobaran evidentes violaciones a los derechos humanos.” Las preocupaciones de Brana fueron corroboradas por declaraciones de Eduardo Frei. Días después de la clausura del Congreso Nacional dictaminada por la Junta Militar, Frei emitió una declaración, junto a su correligionario y ex presidente de la Cámara de Diputados, Luis Pareto, en uno de cuyos párrafos declaraba que “el caos a que Chile fue conducido por una gestión insensata llevó inevitablemente al quiebre de sus instituciones”. “Ninguna palabra ni actitud puede en esta hora cambiar los hechos. Lo único importante es pensar en Chile. Estamos ciertos de que en el futuro volverá la plena normalidad institucional. Así, por lo demás, se ha afirmado por quienes han

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asumido el gobierno. Entonces, de nuevo, y como siempre en nuestra historia, habrá un Parlamento que, elegido por el pueblo, dicte leyes, controle el poder y sea expresión de las diversas corrientes de opinión.” El primer desencuentro entre la Junta Militar y la Democracia Cristiana llegaría a pocos días del golpe, cuando el nuevo gobierno, a través del comandante de la Fuerza Aérea, afirmó su voluntad de crear una nueva Constitución “ágil y moderna”. “No le reconozco a la Junta la autoridad suficiente para imponer a Chile una constitución política”, respondió Patricio Aylwin.23 “Deberíamos poner las barbas en remojo”, dijo Perón el 21 de septiembre refiriéndose a los acontecimientos que se vivían en Chile. El mismo día, el Congreso de los Estados Unidos aprobaba la designación como Secretario de Estado de Henry Kissinger y la Unión Soviética rompía relaciones con Chile. El 23 de septiembre, el Justicialismo triunfaba por holgada mayoría en las elecciones presidenciales. Horas más tarde, un comando de las FAR y Montoneros asesinaba al dirigente sindical José Ignacio Rucci, en una clara advertencia a Juan Domingo Perón. “El asesinato de Rucci liquidó las últimas esperanzas de Perón de dominar al terrorismo por la persuasión”, analizaría el matutino brasileño O Globo. O, como decía el propio Perón el 3 de octubre: “El asesinato del secretario general de la CGT no es sino la culminación de una descomposición política que los hechos han venido acumulando a lo largo de una enconada lucha, que influenció a algunos sectores de nuestra juventud, quizás en momentos justificados, pero que hoy amenaza a tomar caminos que divergen totalmente de los intereses esenciales de la República”.24

Los asilados en Vicuña Mackenna Mientras los medios de comunicación oficialistas y no tan próximos a la Junta Militar se solazaban con información provista por fuentes gubernamentales, referidas al modus vivendi y otras intimidades del presidente Salvador Allende, las embajadas acreditadas en Santiago se poblaban de asilados. Había de todo. Gente muy comprometida con la ultraizquierda, ex funcionarios y gente que simplemente se sentía perseguida. No había tiempo para meditar acerca del grado de responsabilidad en lo sucedido. Todos estaban en la misma bolsa. Eran horas de escape frente a lo que se veía o escuchaba. Muchos asilados entraron por la puerta a la residencia de la Embajada Argentina de la avenida Vicuña Mackenna en Santiago de Chile, otros lo

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hicieron saltando el muro y unos pocos —en un acto de real coraje— fueron llevados a su interior en los autos de amigos diplomáticos argentinos. A algunos estos gestos les costaron la carrera. El 24 de septiembre, con la firma del jefe del Departamento América Latina, Francisco “Tito” Pullit y escrito por el funcionario José María Otegui, se informaba por memorándum secreto Nº 222 a la Dirección General de Consejería Legal de la cancillería que “con motivo del golpe militar del 11 del corriente en Chile, solicitaron asilo en nuestra representación diplomática en Santiago ciudadanos de varios países latinoamericanos”. “El criterio político adoptado —sostenía Pullit— fue su concesión sin distinción de nacionalidad. En tal sentido, se cursó la pertinente instrucción a nuestra Embajada indicando que el asilo, sin calificarlo, estaba otorgado. Posteriormente, se adoptó la decisión de consentir la permanencia en territorio nacional de todos los chilenos asilados que lo peticionen, no así del resto de los ciudadanos latinoamericanos, a quienes se les otorgarían facilidades de tránsito hacia los países que opten como destino final.” Es con respecto a la situación jurídica de este último grupo [asilados no chilenos] que este Departamento se permite solicitar la opinión de la Consejería Legal, en relación a los puntos que siguen: a) En qué medida el asilo otorgado obliga a la República a consentir la permanencia en territorio nacional de aquellas personas que no desearan proseguir viaje a terceros países. b) En su caso, qué normas internacionales en la materia se violarían si se obligara a dichas personas a continuar viaje. c) En la última hipótesis, si existen recursos legales que esas personas pudieran interponer. Vicuña Mackenna ya no tiene lugar para el medio millar de asilados. Se duerme de a turnos en cualquier espacio de la residencia porque los colchones y los sillones no alcanzan. La comida escasea, existen problemas con la provisión de agua, los baños no dan abasto. Hay varias mujeres embarazadas, tres de ellas a punto de dar a luz. El encargado de atenderlos, consejero Albino Gómez, debe realizar verdaderos prodigios para darles a todos una solución. El grupo de asilados es heterogéneo.

“En muchos casos se trata de familias extranjeras que, ante el clima de xenofobia levantado en Chile en los primeros días del golpe, buscaron resguardo. El criterio de que constituyen en bloque un grupo extremista con el cual es preferible evitar contactos parece tener sustento, también, según versiones no confirmadas pero que parece necesario consignar, por algunas autoridades de la Embajada”, se informaba en la página 3 de La Opinión del 29 de septiembre.

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Años más tarde, Pinochet afirmaría que a Chile “llegaban extranjeros subversivos, miles de cubanos, también montoneros, tupamaros. Aquí se daban cita todos los guerrilleros de América Latina como también activistas soviéticos y de otros países europeos”. Al comentar el “Plan Z”, los periodistas Emilio Filippi y Hernán Millas (Chile 7073. Crónica de una experiencia) afirman que un “papel destacado tendrían los contingentes de extremistas extranjeros [doce mil] y los guerrilleros formados en el país”.25 Pinochet abundaba en la cuestión: “Siempre van a seguir apareciendo algunos extremistas: especialmente lo que me llama la atención es que hay mucho extranjero. Hago presente que yo no lo aceptaré, y los tribunales van a ser severísimos en esta materia con los extranjeros, porque no se puede aceptar que gente extraña que viene a recibir instrucciones de educación u otro tema, aparece después como extremista, matando a nuestros propios conciudadanos. Es una aberración, [...] sin embargo los extremistas, que son en su mayoría extranjeros, están agitando y están viendo la forma de producir delitos y causar el caos”.26 Para el Comandante en Jefe de la Armada, almirante José Toribio Merino, “lo realmente criminal es que los militares carabineros y algunos marinos que fueron asesinados, fueron victimados por guerrillas y francotiradores extranjeros, la mayoría de los cuales, como hemos comprobado, son argentinos, uruguayos o cubanos”.27 La nota reservada Nº 592 de la embajada argentina en Chile analizaba los “ataques del nuevo gobierno a extremistas y a ciertos extranjeros”. Comenzaba recordando que tanto Allende como Clodomiro Almeyda “estuvieron íntimamente ligados a la Organización Latino-Americana de Solidaridad [OLAS] desde su iniciación”. Y seguía: “Nace ahí entonces el primer fuerte vínculo entre el gobierno de la Unidad Popular y el régimen de Fidel Castro. Es decir que si bien la ‘vía chilena’ seguía una línea diferente a la del acceso al poder por parte de las autoridades cubanas, no es descartable que dos de los máximos representantes de la UP, más allá de una declaración de ideales comunes con las autoridades de La Habana por un mero romanticismo, hayan estado verdaderamente imbuidos de idénticos sentimientos a los de Castro”. “La afirmación anterior vendría a contraponerse, vale destacar, con la reconocida personalidad de Allende, proclive a una vida confortable muy distante de las privaciones que supone un régimen como el propuesto por la OLAS. No cabe una afirmación igual para la figura de Almeyda, hombre austero, estudioso y de una

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formación de cuya profundidad nadie duda.” El superficial argumento de Del Carril no resiste el análisis. El encargado de negocios de la embajada tendía a establecer equivalencias entre la ideología y el modo de vida de un líder. “Siempre en el terreno de las vinculaciones La Habana-Santiago, merece recordarse que una de las hijas de Allende estaba casada con Luis Fernández Oña, ministro consejero de la Embajada de Cuba, de quien corrían comentarios que apuntaban a señalarlo como el creador del Grupo de Amigos Personales del Presidente (GAP), del ex jefe de Estado y principal ideólogo de las escuelas de adiestramiento en la técnica de la guerrilla que había esparcidas en diversos puntos de Chile”. El diplomático se refería a Beatriz, “Tati”, que además colaboró en la formación del Ejército de Liberación Nacional (ELN) del Partido Socialista chileno, participó en la guerrilla de Ernesto Guevara y de los hermanos Peredo en Bolivia.28 Si el encargado de Negocios de la Argentina hubiera sido alguien mejor informado, se habría enterado de que el martes 11, entre los extranjeros que se encontraban en La Moneda, además del valenciano Joan Garcés, asesor del Presidente, estaba también Nancy Julien, esposa en ese entonces de Jaime Barrios, gerente general del Banco Central de Chile, quien había asesorado al gobierno de Castro como funcionario internacional y trabajado con Ernesto Guevara en el Banco Central de Cuba. Nacida en Cuba en 1959, luego del triunfo de Castro ingresó al ministerio de Relaciones Exteriores, más adelante colaboró con Carlos Rafael Rodríguez en el Comité Central del Partido Comunista cubano y en la Biblioteca Nacional de La Habana. Restablecidas las relaciones entre Chile y Cuba, ayudó a instalar la embajada cubana en Santiago. En Chile trabajó en el ministerio de Economía y en Chile Films, del que fue director Eduardo “Coco” Paredes (el funcionario complicado en el affaire de los bultos cubanos).29 Antes de que comenzara el bombardeo al palacio presidencial, Julien llamó al embajador de Cuba, Mario García Incháustegui, y le gritó “Patria o Muerte. Venceremos”, pero no se quedó a pelear y se refugió en la embajada de México. Años después apareció en Buenos Aires como esposa del embajador sueco Peter Landelius y desde la residencia de su marido, en Palermo chico, dio una entrevista a Clarín en la que relató con una sonrisa y rodeada de lámparas de porcelana, alfombrados y jarrones con flores frescas,30 sus padecimientos durante las últimas horas de Allende. “No hay duda —resumía Del Carril en su nota 522— de que luego de la instauración del gobierno de la UP, Chile fue sufriendo una gradual variación en su estilo de vida, producto de la incorporación de prácticas extrañas a las que estaba

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acostumbrado a través de su historia. En suma, cada día se acentuaba la sensación de que sus destinos no estaban manejados por chilenos. Tal era la opinión mayoritaria del ‘hombre de la calle’, común denominador del pensamiento ciudadano. Por ello, entonces, los constantes ataques de la Junta de Gobierno a extremistas y a ciertos extranjeros”. Entre los cientos de pedidos de asilo que llegaban al Palacio San Martín desde la embajada en Santiago, con carácter secreto, a manera de ejemplo merece reseñarse la nota Nº 561, del 19 de septiembre de 1973: Enrique Alejandro Allendes quien declara haber sido hasta el 11 de septiembre tesorero general de la República, nombrado por el Presidente de la República, y militante del Partido Socialista. Me informa que ocupaba cargos en varias comisiones del Comité Central del partido y que recibió la totalidad de las armas inventariadas de la tesorería para redistribuirlas entre los militantes de su partido y del Comunista en la idea de resistir la acción de las Fuerzas Armadas de derrocar al gobierno de la Unidad Popular. Colegas suyos en el ministerio de Hacienda, según señala, han sido detenidos y en algunos casos, presume, fusilados.

El Ejército Argentino analiza el golpe en Chile. Irradiación del comunismo El Ejército Argentino había seguido atentamente los acontecimientos del martes 11. Unos días después del golpe, la Jefatura de Inteligencia elevaba al comandante general, el general de división Jorge Raúl Carcagno, una primera evaluación de la situación chilena, especialmente en lo referente a su “marco externo”. Redactado con un estilo formal y una sintaxis dura, el documento explicaba:31 “El golpe de estado de las FF.AA. mantiene la expectativa general acerca de la evolución del gobierno chileno. Las reacciones producidas en diversas naciones son muy variadas y en general responden a la orientación ideológica del movimiento o a sus posibilidades de vinculación económica. • Brasil. La tendencia general es de apoyo al golpe y de condena al gobierno depuesto. Las FF.AA. brasileñas justifican el movimiento. El gobierno de Brasil ofrece la posibilidad de apoyo económico y técnico para la reconstrucción chilena. • Paraguay. Es unánime la opinión pública y el gobierno en el apoyo a la revolución

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militar que habría puesto fin a un proceso político considerado negativo. Las publicaciones de Asunción adjudican a la Argentina una actitud poco efectiva contra la extrema izquierda. • Bolivia. Se ha recibido con general expectativa el anuncio del Jefe de la Junta de Gobierno chilena, según el cual sería de su interés restablecer las relaciones diplomáticas con Chile. En La Paz se publican artículos del general Pinochet, según los cuales se niega a Bolivia el derecho a tener salida al mar. • Perú. Hubo una gran difusión de los acontecimientos. Se considera que el derrocamiento del gobierno de Allende puede motivar complicaciones a Perú en el orden interno y externo. En cuanto al ámbito exterior se espera conocer el apoyo que Chile pueda recibir de EE.UU., lo que podría colocar a este país en una situación opuesta a Perú. Ante versiones según las cuales Perú podría aprovechar la situación chilena para pretender restituir los territorios perdidos en la Guerra del Pacífico, el [canciller] general Mercado Jarrin se apresuró a declarar que su país no adoptaría ninguna medida que permitiera suponer la posibilidad expresada, considerando además que los chilenos deben resolver por sí mismos sus problemas”. Respecto de los Estados Unidos, se informaba que los funcionarios del Departamento de Estado encontraban “absurdas” las denuncias de una intervención estadounidense en el movimiento militar. “En general —se señalaba—, toda la prensa concede grandes titulares al episodio y las opiniones son dispares. Algunos diarios se mantienen a favor del movimiento; en tanto que otros lo califican de ‘tragedia’ [el Times] o de ‘tinieblas sobre Chile’ [el Post].” De Cuba se indicaba que “las relaciones están rotas” y que la Junta Militar había denunciado “la injerencia cubana en Chile” y llevado el problema ante las Naciones Unidas. Bajo el subtítulo “Probable evolución”, la Inteligencia Militar argentina estimaba que: “Chile dejaría de constituir un foco de irradiación del comunismo en América. Sin embargo, la persecución desatada contra los comunistas chilenos y de otras nacionalidades permite prever la afluencia de dirigentes marxistas hacia otros países, especialmente hacia los vecinos. Si bien el gobierno de Allende concitaba expectativa internacional por constituir una experiencia muy particular sobre la instauración del socialismo por vía democrática, interrumpido el proceso, la observación se centraría

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sobre el gobierno militar y los logros que pueda obtener un procedimiento marcadamente distinto al anterior”. El tercer punto trataba las “incidencias” del golpe en el país: “Por su proximidad geográfica, Argentina puede recibir el mayor contingente de comunistas desplazados de Chile. Además, por la misma razón pueden constituirse en nuestro territorio bases operativas para actuar contra el gobierno militar chileno. A pesar del control de fronteras que se efectúa, la gran extensión limítrofe facilitará dichas acciones. El gobierno chileno ha de buscar en la Argentina el apoyo económico que necesita para la reconstrucción nacional, especialmente en la solución del déficit alimentario. No debe olvidarse que Chile es un importante comprador de productos industriales argentinos. Por todo ello, es de esperar el acercamiento de la Junta Militar hacia nuestro país, siempre que una política más agresiva de Brasil no logre volcar enteramente hacia su órbita al país transandino”. El gobierno argentino analizaba, bajo la presión de la opinión publica (expresada por políticos, dirigentes sindicales y la prensa en su totalidad), el reconocimiento diplomático de las autoridades militares que habían tomado el poder en Chile. La Junta Militar chilena hizo llegar una carta formal al gobierno argentino expresando el deseo de continuar manteniendo relaciones abiertas en el camino de los acuerdos permanentes de ambos gobiernos. El gobierno del presidente Raúl Lastiri reconoció a las nuevas autoridades trasandinas el 19 de septiembre. La cuestión militar seguía siendo materia de análisis y controversia en la vida política, tanto en la actividad castrense en la Argentina como en el rumbo del gobierno militar chileno. En Santiago, los militares encabezados por Pinochet decidieron dar a conocer la lista de publicaciones autorizadas a circular, entre las que figuran los principales diarios del país, como así también algunas revistas de carácter técnico no político, entre las que se destacó Corín Tellado. Los integrantes de la fórmula presidencial de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín y Fernando de la Rúa, solicitaban a la sociedad el voto prometiendo, como la fórmula del peronismo, buscar la “ liberación nacional”. La campaña electoral, con un resultado conocido de antemano, sólo registraba detalles menores que apenas si animaban al comentario. Los especialistas en opinión pública daban por descontado el triunfo de la fórmula Perón-Perón, en tanto los comentaristas políticos más recalcitrantes frente al peronismo sólo se animaban a plantear la incertidumbre respecto del caudal de votos que podía obtener la fórmula.

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Perón cerró la campaña electoral con un mensaje a la población que fue difundido por Canal 9. Y frente a los sucesos de Chile, el líder justicialista manifestó la necesidad de “poner las barbas en remojo”. Obligado por una opinión política ansiosa, Perón optó por la cautela. Los puntos sobresalientes del discurso del candidato justicialista como cierre de campaña podrían resumirse de la siguiente manera: • En el país se mueven dos factores diferentes que coinciden en la alteración de la paz social y el orden. A uno lo identifica con la delincuencia común; al otro, con perturbaciones políticas y económicas de fines inconfesables. • Sólo la unidad nacional organizada puede abrir el camino para consolidar el proceso de creación de las nuevas instituciones que pretendemos alcanzar. • No venimos con fines revanchistas sino a dejar atrás antinomias, a superar pasiones insanas en beneficio de la Patria. • En esta época de acechanzas no es concebible ni puede aceptarse como natural la existencia de fuerzas organizadas para imponer designios de sectores extraños. • Las manifestaciones tumultuosas y los reclamos violentos no suelen ser el mejor camino; para lograr objetivos, mejor optar por procedimientos más adecuados y prudentes. El domingo 23 de septiembre se realizaron las elecciones nacionales que arrojaron el contundente resultado de siete millones y medio de votos para la fórmula oficialista, consagrando a Perón como presidente por tercera vez en la historia. El 62,7% de los electores optaron por la formula Perón-Perón, un 13% más que en la elección de Cámpora, en tanto el radicalismo obtenía 2.905.719 votos. Si la población respiraba aliviada por la finalización de la campaña electoral y confiaba en la figura de Perón como el líder político para comenzar a transitar una época de calma, pronto volvería a sorprenderse por una violencia que parecía no tener fin.

El asesinato de José Ignacio Rucci. Las réplicas Dos días después de los comicios, un comando de FAR y Montoneros asesinó a balazos al jefe de la CGT, José Ignacio Rucci. Fue, en primera instancia, la respuesta brutal por el papel preponderante que había tenido Rucci en la caída de Cámpora;

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asimismo lo acusaban de haber tenido un protagonismo especial en los incidentes de Ezeiza, aunque él viajaba en el avión que traía a Perón. El asesinato de Rucci fue una clara advertencia de la guerrilla a Perón, y de paso a toda la sociedad. El resultado electoral no modificaba el interés expreso de Firmenich y sus socios en continuar por el camino de la violencia para instalar la patria socialista. El camino de Montoneros no tenía vinculación con la democracia representativa ni tampoco con las decisiones populares volcadas en las urnas. Rucci, uno de los blancos favoritos de la guerrilla, había sido advertido en los cánticos montoneros en la cancha de Atlanta: “Rucci traidor a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor”. Al mismo tiempo que los jefes montoneros dialogaban con Perón, planificaban la muerte de Rucci, confirmando aquello que había sostenido Firmenich el 8 de septiembre: que no abandonarían las armas porque eran su recurso político. En aquel momento no firmaron el asesinato, pero con el tiempo se supo fehacientemente que habían sido los responsables del crimen. A Rucci lo sucedió en el cargo Adelino Romero, segundo en la organización obrera y miembro de la Asociación Obrera Textil (AOT). La primera respuesta de la ortodoxia peronista fue el asesinato de Enrique Grynberg, miembro del Consejo de la Juventud Peronista de la Zona Norte. Como dijo años más tarde el ex secretario general del MNA, Juan Manuel Abal Medina, tras el asesinato de Rucci, “Perón decide que va a terminar con esos sectores”. En las horas previas al asesinato de Rucci, el matutino italiano Il Giornale D’Italia publicó declaraciones que Perón le formuló al corresponsal Luigi Romersa, en las que avanzó varios pasos en dirección a su definición ideológica sobre el peronismo. Las mismas fueron reproducidas en la edición vespertina de La Razón del 25 de septiembre. Perón dijo: “Mientras los demás hablan de socialismo nosotros hablamos de justicialismo. Somos decididamente antimarxistas”. Seguidamente, tras definir los métodos de la guerrilla, observó: “O los guerrilleros dejan de perturbar la vida del país o los obligaremos a hacerlo con los medios de que disponemos, los cuales, créame, no son pocos”. Perón no se olvidó de Cuba, al advertirle que “no haga el juego que hiciera en Chile, porque en Argentina podría desencadenarse una acción bastante violenta”. Tras el crimen de Rucci, el jefe del peronismo convocó a hombres que se habían replegado después de los hechos de Ezeiza —Jorge Osinde, entre otros— y les encargó nuevamente la tarea de contener la situación. Casi al mismo tiempo, ordenó

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reponer en sus puestos a los profesionales que integraban el cuerpo de protección del presidente (licenciados por Cámpora) y reforzó los mecanismos de seguridad en torno de su residencia en Gaspar Campos. Por último, apuntó a la depuración. Así lo relató el semanario Primera Plana: “El viernes 28 de septiembre, en Olivos, habló con la claridad que caracterizaba a todas sus últimas intervenciones. Según ha trascendido, ante los miembros del Consejo Superior del justicialismo sostuvo que el Movimiento era objeto de una ‘agresión externa’. No hizo ninguna alusión a la CIA u otros organismos del ‘imperialismo yanqui’: arremetió sin más ni más contra el marxismo… y declaró la guerra a los ‘simuladores’, a quienes afirmó que les iba a ‘arrancar la camiseta peronista’ para que no quedaran dudas ‘del juego en el que estaban empeñados…’ ‘Frente a un gobierno popular no les queda otro camino que la infiltración’. ‘En adelante seremos todos combatientes’”, señaló Perón. Y culminó con su proclama: “Yo soy peronista por tanto, no soy marxista”. La respuesta orgánica no tardaría en aparecer: La Opinión del 2 de octubre informaba acerca de un “documento reservado” estableciendo “drásticas instrucciones a los dirigentes del Movimiento para que excluyan todo atisbo de heterodoxia marxista”. Dice Benito Llambí, ministro del Interior de Raúl Lastiri: “Le manifesté a Perón —no hay que olvidar que a esas horas era ya presidente electo— que me parecía necesario convocar de inmediato a los gobernadores para establecer una apreciación global y acompasar las acciones pertinentes en los planos federal y provincial”. Una vez aprobada la idea por Perón, se llevó a cabo una reunión plenaria con gobernadores y vicegobernadores, el presidente provisional, el titular de la cartera de Interior y el presidente electo. Las directivas fueron leídas por el senador Humberto Martiarena, miembro del Consejo Superior Peronista. La cumbre —que duró dos horas y media— tuvo una fuerte carga emotiva, no solamente por lo que se iba a tratar sino porque Perón por primera vez les iba a ver la cara a todos los mandatarios provinciales electos el 11 de marzo de 1973. La introducción del documento, redactado por Jorge Osinde, no daba para análisis alternativos: “El asesinato de nuestro compañero José Ignacio Rucci, la forma alevosa de su realización, marca el punto más alto de una escalada de agresiones al Movimiento Nacional Peronista, que han venido cumpliendo los grupos marxistas terroristas y subversivos en forma sistemática y que importa una verdadera guerra desencadenada contra nuestra organización y contra nuestros dirigentes”. Esta “guerra”, según el documento, se manifestaba a través de campañas de “desprestigio”, “infiltración de esos grupos marxistas en los cuadros del Movimiento”, “amenazas,

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atentados y agresiones” contra los cuadros del partido y la población en general. La parte introductoria termina considerando que “el estado de guerra que se nos impone no puede ser eludido, y nos obliga no solamente a asumir nuestra defensa, sino también a atacar al enemigo en todos los frentes y con la mayor decisión”. A continuación se desarrolla un largo listado de directivas. En el punto 2°, inciso 1, se insiste con la palabra “guerra”. En el apartado 3°, “Información”: se establece “la necesidad de participar en forma activa en la lucha contra nuestros enemigos”. El punto 5° trata sobre “Inteligencia”: “En todos los distritos se organizará un sistema de Inteligencia, al servicio de esta lucha, el que estará vinculado con el organismo central que se creará”. Es decir se crean estructuras de Inteligencia paralelas a las institucionales. En el 8°, “Medios de lucha”: “Se utilizarán todos los que se consideren eficientes, en cada lugar y oportunidad”, una definición muy amplia, no taxativa, en las que se establecen conducciones y ejecuciones descentralizadas con gran libertad de acción. El miércoles 10 de octubre, el gobierno de Lastiri decretó la caducidad de las licencias de los canales de televisión 9, 11 y 13. Según las estimaciones de aquél momento, las empresas dirigidas por Alejandro Romay, Héctor Ricardo García y Goar Mestre enfrentaban grandes deudas al Estado Argentino, el principal acreedor. Eran deudas de todo tipo: a los bancos del Estado, aportes jubilatorios, DGI. También se intervino el Canal 8 de Mar del Plata, en manos de la familia Tarantini, cuyas cuentas se encontraban al día. Rodolfo Iribarne, integrante de la mesa política del FreJuLi, dirá que a Perón el tema se lo llevaron resuelto a escasas horas de asumir la presidencia. “Aunque —explica— Perón venía de vivir en Europa, donde la televisión era un servicio público: la televisión estatal era un modelo europeo y la televisión privada respondía al modelo estadounidense”. La estatización de los canales de televisión se hizo tras la muerte de Perón. También, dos días antes de la asunción de Perón, el Ejército Argentino tomó decisiones extremas en materia de seguridad. Con la firma del general Luis Alberto Betti, jefe del Estado Mayor General, a las 18 horas del 10 de octubre de 1973 se extendió la orden secreta especial del JEMGE Nº 457/73 para la seguridad del jefe del Ejército, teniente general Raúl Carcagno. En cuatro carillas, de las que sólo tomaron conocimiento doce altos jefes militares, se observa que “las organizaciones paramilitares terroristas, especialmente las de tendencia trotskista como el autotitulado ERP,32 han reiterado sus amenazas de continuar la lucha armada contra el

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Ejército. Por lo expresado, continuarán los atentados contra miembros de la institución, fundamentalmente sobre las más altas jerarquías”. A partir de esto se tendió un anillo protector alrededor de Carcagno y su familia, con medidas que contemplaban desde sus desplazamientos terrestres hasta los aéreos. Teniendo en cuenta el inusitado clima de violencia que crecía en pleno período constitucional, las medidas de protección al Comandante General del Ejército resultaron más consistentes que aquellas que ya estaban en vigencia para el cuidado del “personal superior en situación de retiro y sus familiares”. Estas medidas, calificadas de secreto militar y firmadas a las diez de la mañana del 24 de julio de 1973 por el general Alberto Numa Laplane, a cargo del Estado Mayor, ya tendían “a disuadir e impedir atentados terroristas contra: teniente general (R) Alejandro Agustín Lanusse; general de división (R) Alcides López Aufranc y [la] señora esposa del extinto teniente general Pedro Eugenio Aramburu”. El 11 de octubre, un día antes de asumir Perón, Lastiri firmó el decreto 1.858 reincorporando al servicio activo al comisario Juan Ramón Morales y al subinspector Rodolfo Eduardo Almirón.

Operativo Dorrego Son días en los que determinadas cuestiones de tipo militar van a merecer atención. Una, el reemplazo del jefe de la Policía Federal, Heraclio Ferrazzano, por el general (R) Miguel Ángel Iñíguez. Otra, el frente de conflicto que se abría a raíz del pedido del jefe del Ejército de retirar a las delegaciones militares de los Estados Unidos y Francia, que se encontraban en el país desde 1947 como consecuencia de la adhesión argentina al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), y desde 1967, por la aplicación del Plan Europa de compra de armamentos, respectivamente. Sin embargo, el hecho más sensible fue el “Operativo Dorrego”, que comenzó una semana antes de la asunción de Perón y se clausuró el 23 de octubre. Durante esas jornadas, cerca de cuatro mil efectivos del Ejército, ochocientos integrantes de la Juventud Peronista y funcionarios de los municipios realizaron tareas de reconstrucción barrial tras las inundaciones en varias localidades bonaerenses. La idea generada por el coronel Juan Jaime Cesio fue acercar a los militares y los miembros de la Juventud Peronista, en un gesto de reconciliación. Los efectivos militares pertenecían al Cuerpo I y sus jefes eran el general Roberto Cánepa, de la

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Brigada de Infantería X, los coroneles Albano Harguindeguy, de la Brigada de Caballería Blindada I, Alberto Jorge Ramírez, jefe del Regimiento 6 de Infantería, y Federico Pedernera, del Regimiento 7 de la misma arma. Según afirmó Manuel Urriza en El Perón que conocí, el presidente de la Nación había hecho saber que iba a concurrir al acto de cierre del operativo, a celebrarse en la ciudad de 25 de Mayo, pero no asistió. Urriza arriesga que no viajó por el mal tiempo. Sin embargo Gustavo Caraballo, en Tras las bambalinas del poder, sostiene que Perón le dijo que había decidido cancelar el viaje “porque las cosas no andan bien allí”. El autor revela que Perón tenía información acerca de contactos con “milicias armadas”, formaciones a las que se oponía con firmeza. Al finalizar el operativo se realizó un desfile. El Ejército hizo desfilar a sus efectivos frente al palco que presidían Bidegain, Carcagno y Leandro Anaya, comandante del Cuerpo I. La JP hizo luego desfilar a su gente en grupos: “Brigada Pablo Maestre”, “Brigada de Reconstrucción Eva Perón”; “Brigada Capuano Martínez”; “Brigada Fernando Abal Medina”. El operativo fue un éxito en términos de reparación de la infraestructura del vecindario, pero fue el comienzo del fin del teniente general Carcagno y del coronel Jaime Cesio. Caraballo habrá de relatar que Perón estaba al tanto de los encuentros reservados entre Cesio y dirigentes montoneros para analizar “una salida conjunta” en el caso de que Perón muriera. Una de esas reuniones se realizó el 18 de noviembre, cuando el líder se encontraba próximo a padecer un edema pulmonar. ¿De qué modo podía Perón bendecir el “Operativo Dorrego”? Como se ha dicho antes, estaba en el medio de un juego de simuladores. Perón necesitaba aferrarse al poder y estaba casi a un mes de asumir la presidencia. Montoneros, por su parte, necesitaba crecer más, en todos los sentidos, para cuando llegara la hora de la guerra abierta. La “Biblia” se refiere al Operativo Dorrego entre sus páginas 498 y 500. “Fue un símil de los ‘servicios voluntarios’ que se practican en los países comunistas a favor de la comunidad (fueron y son muy explotados por Cuba, para su propaganda internacional), donando tiempo y esfuerzo en días feriados. En el ejercicio de ese ‘trabajo voluntario’ se alternan tareas manuales con las intelectuales, y en los momentos de descanso prolongado (durante y después de las comidas) se organizan reuniones de grupos mixtos, civiles y militares, alrededor de los fogones del vivac, produciéndose de esta forma un intercambio de opiniones y una comunicación más fluida que durante las tareas cotidianas, posibilitando y facilitando la captación

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ideológica”. En el trabajo se califica de “activistas” a los ochocientos miembros de la JP que intervinieron y, al analizar la composición de la Comisión Conjunta de Coordinación y Supervisión del operativo, se hace especial mención al hecho de que actuó “como secretario el licenciado Vaca Narvaja [asesor de la gobernación y recordado por su participación como miembro de Montoneros, en el copamiento de La Calera, provincia de Córdoba]”. El 12 de octubre de 1973, Juan Domingo Perón asumió por tercera vez la Presidencia de la Nación en un clima de algarabía y esperanza, a pesar de la ola de atentados y secuestros extorsivos que envolvía al país. Como un signo de los tiempos, Perón salió a su histórico balcón sobre la Plaza de Mayo detrás de un vidrio blindado. Por la noche se dio una función de gala en el Teatro Colón para agasajar a los invitados y hubo una recepción en el Hotel Plaza. A varios de estos eventos concurrió un oficial de Granaderos junto con “Guagua” Alonso, una de las bellezas de la época. Por ese motivo nunca lo olvidó, y por otro menos satisfactorio: “En un momento de la fiesta apareció Almirón, custodio de López Rega, y le dijo a Fernando Taboada, un funcionario de Ceremonial del Palacio San Martín: ‘Acaban de ametrallar el automóvil del delegado de la Junta chilena. No quieren que nadie se entere’”. El mismo día, Montoneros anunciaba la fusión con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), grupo que a partir de ese momento dejaba de producir acciones con ese nombre. La fusión, según el Acta de Unidad, será para iniciar “una nueva batalla en esta larga guerra de liberación, tan dura y compleja como la anterior”. El primer acto significativo de la nueva organización se realizó en la plaza Vélez Sarsfield de Córdoba, el 17 de octubre. En ese lugar, frente a más de diez mil personas, Mario Eduardo Firmenich, le respondió a Perón sin nombrarlo, al decir: “Resulta que hay algunos que durante la etapa anterior estaban en contra de lo que nosotros hacíamos y que ahora explican que como éramos formaciones especiales éramos para un momento especial, que era la dictadura. Y que como ahora se acabó la dictadura, se acabaron las formaciones especiales. Claro. ¡Ellos dicen que lo que se justificaba antes no se justifica ahora! […] Entonces nosotros pensamos que hay alguna trampa en el argumento. Por lo tanto, no nos pensamos disolver”. Firmenich definió al documento que se dio a publicidad el 2 de octubre para la depuración del Movimiento como una “estupidez”: “Este documento plantea un fantasma que arremete contra el peronismo. Nosotros lo que debemos plantear es que sí queremos la depuración del Movimiento, pero fundamentalmente de aquellos que son agentes de

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los yanquis en el Movimiento. Esta es la depuración que vamos a hacer; de todos aquellos que no representan a los trabajadores”. Roberto Quieto, el jefe de las FAR se integró como segundo de la Conducción Nacional de Montoneros, reconoció que la elección de Córdoba para realizar el acto se debía “al papel protagónico que jugó el pueblo de Córdoba en la lucha contra la dictadura militar. Sí, compañeros, es el reconocimiento al Cordobazo, al Viborazo, a numerosas acciones armadas que tuvieron por escenario a esta ciudad”.

El rol de la masonería. El papel de Licio Gelli El encuentro con Fernando Esteva no es un dato menor. Esteva fue testigo directo de la llegada de Licio Gelli (“El Titiritero”) a la Argentina, porque en esos momentos era el secretario privado de César Augusto de la Vega, máxima autoridad de la masonería nacional, de quien además era primo. Es importante su testimonio, porque Gelli muchos años más tarde dijo que él había introducido a Perón en el Rito Escocés con el grado 33 y en el Consejo Supremo de la logia Propaganda Due en Madrid; dijo también que esa ceremonia se realizó durante junio de 1973, y que viajó en el avión que aterrizó en la base de Morón. De la Vega contó otra versión: que presentó a Gelli y José López Rega entre julio y agosto del ‘73, y que luego el ministro de Bienestar Social gestionó la audiencia con Perón. De la Vega en una oportunidad sostuvo que Perón no entró en la logia, sino que pactó con ella, permitiendo que López Rega ingresara y designando a varios de sus miembros como funcionarios. Por otra parte, como dato que certifica su cercanía con Gelli, de la Vega lo introduce en la Casa Rosada el día que Perón asume su tercer período presidencial. La palabra autorizada de Esteva —un importante militante nacionalista y católico— aclara varios de los interrogantes que permanecieron en las sombras hasta el presente: —¿Dónde estabas en los meses de la asunción de Cámpora? —En el año 1973 yo tenía 24 años, me había recibido de abogado un año antes y cuando se produce la asunción de Cámpora me entero de que César Augusto de la Vega, primo hermano mío, 26 años mayor, iba a asumir como secretario de Estado en el ministerio de Bienestar Social. Era el primer pariente que llegaba a un cargo político tan alto, aun cuando en mi familia había gente que desde el punto de vista social y artístico ocupaba posiciones notables como un pintor, Jorge de la Vega, o un tío mío, Francisco García Jiménez, letrista de tango. Asume Cámpora, pasa un mes

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aproximadamente, yo era un abogado relativamente desocupado, y colaboraba con mi padre, que era abogado. Un día mi primo me manda llamar —julio de 1973— y me ofrece que sea su secretario privado. Me dice: “Mirá Fernando, yo necesito un hombre de confianza, porque aquí están todas estas mujeres y no sé para dónde patean. Yo necesito alguien que me filtre cosas, que me ordene la agenda, yo no tengo mucha experiencia en la función pública, así que vení y dame una mano”. El 12 de julio debía empezar a trabajar y me dijo: “Vení a las 9.30 porque a las 10 van a venir dos señores y tal vez yo me demoro unos minutos, por favor atendélos”. Llegó el 12, como estaba acordado, y aparecen dos señores, muy simpáticos, que se presentan como Alberto Vignes y Guillermo de la Plaza. Los hago pasar a la sala de espera unos minutos, hasta que llega mi primo e ingresan a su despacho. Luego sale mi primo y me dice: “Llamá a la oficina de López Rega para decirle que están las dos personas con las que tengo que ir a verlo”. Averiguo el número de interno, pido por un señor Villar y le comunico a mi primo que puede pasar por la zona reservada del ministerio a entrevistarse con López Rega. Se demora una hora la reunión, se van los visitantes, mi primo me hace pasar a su despacho y me dice: “El más viejo va a ser ministro de Relaciones Exteriores y el otro, que es amigo mío, va a ser embajador en el Uruguay”. Yo quedé anonadado. —¿Ya se hablaba de la caída de Cámpora? —Él no me lo dijo. Pero inmediatamente renuncian Cámpora y Lima, y al otro día asume Lastiri como presidente provisional. Te hago un paréntesis: yo no conocía la ideología política de mi primo, pero de las charlas familiares se desprendía que era un antiperonista, razón por la cual a mis padres les había llamado la atención que asumiera como funcionario peronista. Sabía que era presidente del Club del Progreso, distinguido médico del Hospital Rivadavia, adjunto de cirugía, gastroenterología, jefe de guardia en el Hospital Aeronáutico, asesor médico de la Ika Renault, un hombre muy distinguido y además con enorme sentido del humor, inteligentísimo como sus hermanos. Nos llamó la atención que lo hicieran secretario de Estado, pero al cabo de un tiempo de gestión con él empecé a notar que había una característica especial en los visitantes y en las reuniones que sostenía. Hasta que un día él, cosa que le agradezco, me confiesa su condición de masón y el grado que tenía, grado 33 y Gran Maestre de la Gran Logia Argentina, es decir que era la cabeza de la masonería acá. Si bien no tenía una ambición de poder notoria, sentía el atractivo de la figuración, que es una cosa distinta. Lo cierto es que a través de esa conversación me cuenta la historia de cómo había llegado al cargo. En un viaje a Madrid que hacen Lima y Cámpora antes

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de asumir, Perón les dice que estaba convencido de que dos factores determinantes para su caída en 1955 habían sido su enfrentamiento con la Iglesia y con la masonería, y que no quería volver a tener ese tipo de problemas; que él en Europa iba a buscar la persona e iba a establecer las mejores relaciones con la Iglesia, pero que con la masonería se entrevistaran con la autoridad máxima, y que el Gran Maestre o quien la masonería designara formara parte del gabinete. En esa reunión, Lima dice: “Yo sé quién es, soy amigo, cenamos juntos en el Club del Progreso un par de noches por semana”. Así fue que se ofreció para entrevistar a de la Vega. Habla con él, le pide tener una entrevista absolutamente a solas, en la que le transmite estos deseos de Perón y le ofrece integrar el gabinete como secretario de Salud Pública. Mi primo, frente a este ofrecimiento, en una tenida masónica mantiene un enfrentamiento con una fracción que se opone a la propuesta. En esa tenida la votación lo autoriza a negociar con el gobierno en el gabinete, y cuando mi primo va con la respuesta a Lima, le comenta un problema personal: le dice que no se quiere acercar a Salud Pública, ya que había tenido una hemiplejia, de la que salió casi indemne (apenas si arrastraba una pierna imperceptiblemente), pero de todos modos no se sentía en condiciones de asumir esa responsabilidad. Creo además que debe haber influido un poco el hecho de que no quería tener diferencias con sus colegas de toda la vida —era un tipo de mucha vida académica—. Pero como Perón quería que la relación entre la masonería y su gobierno la manejara López Rega, también quería que de la Vega formara parte de ese ministerio, entonces le ofrecen la subsecretaria del Menor y la Familia, a la que inmediatamente, por un decreto, transformaron en Secretaria de Estado. —¿Con la reforma de la ley de ministerios? —Yo me entero de todo esto a raíz de esa confesión de mi primo, motivada porque aparece en la Argentina un italiano que lo va a visitar a su despacho. Cae una mañana de la Vega y me lo presenta a Licio Gelli. Cuando Gelli se va, mi primo me dice: “Mirá este italiano, al que llevé hoy a ver a Perón, viene con un montón de plata y va a haber inversiones importantes, así que al viejo le interesó muchísimo”. Eso era después del 23 de septiembre, cuando gana Perón. Allí empiezan las versiones de que Licio Gelli era de la masonería y en esos días mi primo me cuenta su vinculación con el peronismo. Aclaro que me sentí en una encrucijada, porque yo era fundador de la revista Cabildo, participaba en uno de los grupos fundadores con Luis María Bandieri, mi hermano Hugo Esteva y Roberto Raffaeli, quienes junto con Enrique Graci Susini en el año 1972 habíamos fundado una revista que se llamaba Vísperas, que había sacado seis o siete números. Ese mismo grupo de gente, el 25 de mayo de 1973, saca

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el primer número de Cabildo, así que cuando yo me entero en septiembre u octubre de esta situación de mi primo, lo encaro y le digo: “Mirá, César, yo no puedo seguir siendo tu secretario privado porque hay una incompatibilidad política, no estoy dispuesto a transar en este sentido, así que voy a renunciar”. Y él me dice: “Tendríamos que buscar el modo en que nacionalismo y la masonería tengan relaciones”. A lo que le respondí que no estaba en condiciones, no era nadie en el nacionalismo, apenas un colaborador de una revista. —¿Vuelve Licio Gelli a la Argentina? —Vuelve. Hizo varios viajes entre julio y octubre de 1973. Una de las cosas que le encomiendan a de la Vega es la relación con Salvador Allende, porque también era masón y con Chile había un problema limítrofe pendiente. Se habían entrevistado, según relatos de mi primo, cuando asumió Cámpora. Allende vino aquí y tuvo una entrevista a solas con de la Vega, y luego de la Vega, Gelli y masones de América Latina tuvieron un encuentro en Chile, segunda etapa de un encuentro previo que se había hecho aquí en Argentina. Esto fue antes de que Perón asumiera el 12 de octubre. —Yo oí hablar de esa reunión de los masones. ¿También estuvo presente Perón? —En Chile no, acá no me consta, no lo tengo presente. —Creo que alguna vez lo contó Licio Gelli… —Lo que sí puedo decir es que cuando llega el 12 de octubre —iba a asumir Perón —, me dice mi primo: “Me tenés que acompañar a la asunción de Perón. Mañana te paso a buscar por tu casa a las diez de la mañana con el auto y la custodia y nos vamos a la Casa de Gobierno”. Al otro día no sólo llega el coche de mi primo, sino que llega otro vehículo atrás, y tres o cuatro Ford Falcon de custodia. En el vehículo de atrás iba Licio Gelli. Llegamos a la explanada de la Casa Rosada e ingresamos como perico por su casa, sin problemas, porque ya Gelli entraba como si fuera un ministro, todos lo saludaban. Es más, cuando llegamos a los pasillos de ingreso al Salón Blanco, había varios políticos de la Hora del Pueblo que querían acceder y no los dejaban entrar; Licio Gelli, mi primo y yo pasamos sin problema. Recuerdo a Perón muy rígido, muy estático, simpático como siempre pero muy firme, creo que muy contento de llevar uniforme de general de la Nación. Estaba orgulloso de vestir ese uniforme. Lo cierto es que en el ínterin mi primo me informa quiénes habían ingresado con el apoyo de la masonería, es decir quiénes eran masones dentro del gabinete. Me dio dos nombres, uno era José Ber Gelbard y el otro Ángel Robledo. —¿Sabés si Licio Gelli condecoró a Perón o Perón a Licio Gelli? —Sí, se condecoró a Licio Gelli, porque de todo eso participó de la Vega. Lo

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condecoró con el collar de la Orden de San Martín. Había un hombre italiano, Gian Carlo Elía Valori, contacto de Perón con el Vaticano, y seguramente también habrá transitado con este hombre la relación de Licio Gelli, que era muy simpático. —¿Qué visión tenían de Cámpora y la asunción de Perón en aquella época? —Veíamos que Cámpora era un personaje secundario, un comodín que había colocado Perón porque no podía ser candidato. Y por otro lado Cámpora y la estructura del peronismo estaban siendo utilizados por la izquierda marxista y sediciosa, y la impresión que teníamos era que a Perón iba a costarle mucho desprenderse de ese peso que arrastraba, si es que podía hacerlo. Por eso no nos sorprendimos cuando Perón termina echando a los Montoneros en la Plaza de Mayo. Perón había hecho una jugada táctica, pero no era marxista ni compartía la visión revolucionaria del castrismo, que en última instancia era lo que predominaba en todas esas fracciones subversivas. Nosotros lo veíamos así, había cosas contradictorias. Como mínimo en ese peronismo había tres líneas: una, de los que habían hecho entrismo desde la izquierda; otra que era el ala más radicalizada de los sindicatos y militares que estaban en la posición más represora; y en el medio había una cantidad de tipos que jugaban a ser el centro del peronismo, Brunello, Rocamora, Robledo, Benítez, quizás Llambí, y tenían una lealtad importante con Perón, eran hombres de Perón. En ese momento la revolución todavía era una bandera en América Latina, y ellos no la portaban ni la quemaban.

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CAPÍTULO 3 NOVIEMBRE DE 1973. LA LUCHA POR LOS SINDICATOS. LOS CUATRO FRENTES DE BATALLA

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En noviembre de 1973 la política argentina tenía como único centro de atención el desarrollo de las relaciones entre el presidente Perón y las organizaciones armadas, embarcadas en una ola cada vez más violenta de secuestros, asesinatos y ataques contra dirigentes sindicales y miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Después de un largo mes en el ejercicio de la presidencia, Perón se enfrentaba con un sector del peronismo que pretendía llevarlo por la senda del socialismo nacional, un difuso planteo que giraba alrededor de la figura del jefe del comunismo cubano, Fidel Castro.

• Los vientos del Caribe La Argentina y Cuba rompieron relaciones diplomáticas a comienzos de la década del sesenta, tiempos de las resoluciones I y II de la VIII Reunión de Consulta de Cancilleres de la OEA que se realizó en Punta del Este. Allí se declaró la “incompatibilidad del comunismo en el sistema interamericano” y se habló de “actos resultantes de la continuada intervención de los poderes chinosoviéticos” en la región. El 25 de julio de 1964, en el marco de la IX Reunión de Consulta, el canciller radical Miguel Ángel Zavala Ortiz apoyó la resolución que aconsejaba a todos los miembros de la Organización de Estados Americanos la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales y la suspensión de todo comercio y tráfico marítimo. Desde entonces, Cuba se convirtió en la meca de las organizaciones terroristas de América Latina. Allí los cuadros se forjaron intelectualmente y recibieron instrucción militar (esto ha sido relatado con detalle en Nadie fue y Volver a matar). De Cuba partió la primera experiencia guerrillera argentina formada en la base de Punto Cero, una escuela de Preparación Especial de Tropas Irregulares, que con Ricardo Masetti y militares cubanos se instaló en Salta y fue eliminada por la Gendarmería en pleno período constitucional de Arturo U. Illia. De allí en adelante, especialmente tras la cumbre de la Organización Latino-Americana de Solidaridad, en 1967, los principales cuadros del terrorismo argentino fueron educados en distintas actividades militares.

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El 25 de mayo de 1973 llegó al poder en la Argentina un gobierno que estaba seriamente infectado por el castro-comunismo y que nada tenía que ver con la doctrina justicialista. Todos lo sabían. Las relaciones con Cuba se reestablecieron con la asunción de Héctor J. Cámpora y por eso se explica la presencia del presidente Osvaldo Dorticós durante las ceremonias del traspaso presidencial. No sería esa la única actividad del mandatario cubano. También viajó a Córdoba, donde fue homenajeado por las autoridades provinciales y cumplió el rol de orador central en un acto que contó con el apoyo y la algarabía de las organizaciones guerrilleras, que declararon a la provincia “territorio libre”. La “Biblia” del Ejército Argentino, en el capítulo IX, se ocupó extensamente de la cuestión cubana, más de cien carillas contienen un historial de la revolución castrista: su estrategia, listas de argentinos que pasaban por La Habana para entrenarse en los centros controlados por los cubanos y los soviéticos (con nombres que hoy revisten rigurosa actualidad), aparatos de difusión. Tras una advertencia de los autores, en un recuadro de la página 301 (“La metodología de la guerrilla consiste en que su sola existencia es ya un triunfo político”), el trabajo pone el acento en las cinco conferencias que trazaron el rumbo de la subversión en la Argentina y otros países. Están enumeradas y cada una merece una amplia referencia documental. Se trata de: 1) Conferencia de los partidos Comunistas de América Latina (1964); 2) primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina (Tricontinental) (1966); 3) IV Congreso Latinoamericano de Estudiantes (1966); 4) Primera Conferencia de la Organización Latino-Americana de Solidaridad (OLAS) y 5) Congreso Cultural de La Habana. Todo esto era sabido por las Fuerzas Armadas, las Fuerzas de Seguridad y el propio Juan Domingo Perón.

La jefatura del primer mandatario comenzaba a ser discutida por los jóvenes radicalizados de Montoneros y sus organismos colaterales. El enfrentamiento reconocía los cuatro frentes de batalla que serán examinados a continuación: sindicatos, gobernadores provinciales, accionar guerrillero y universidades. En la vida sindical, el accionar de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) tenía como objetivo combatir a las autoridades legítimas de los gremios adheridos a la

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CGT, organización que contaba con todo el apoyo de Perón. En fábricas y organismos públicos, los miembros de la JTP ocupaban edificios y presionaban a los empresarios por el control de la producción. La respuesta que recibían era tan brutal como la ofensiva que encaraban. Tal fue el caso del dirigente Pablo Fredes, de la empresa de transportes Centenera, muerto a balazos a principios de noviembre de 1973 por un comando que lo aguardaba en su domicilio de Castelar. Centenera y Costera Criolla fueron empresas privadas en las que activistas de la JTP lograron el control administrativo. La táctica formaba parte del plan de cogestión obrero-empresarial que impulsaban para todo el país con el sostén de la JP y de Montoneros, parte del intento de construir el tan mentado socialismo nacional. El 1 de noviembre de 1973, los diarios de Buenos Aires publicaron una solicitada de la Juventud Peronista de la Republica Argentina —JPRA, conocida como “jotaperra” en el argot político de entonces, enemiga frontal de la JP aliada a Montoneros— que llevaba el título “Al marxista Kestelboim”, dirigida al decano de la facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. La semana anterior, la JPRA había realizado un acto en memoria del jefe de la CGT José Ignacio Rucci en el hall de dicha facultad, con el resultado lógico de enfrentamientos con acérrimos opositores. Hubo golpes de todo tipo, gases lacrimógenos y tiroteos, aunque sin heridos. Mario Kestelboim hizo responsable de los gravísimos desórdenes a infiltrados que no pertenecían al peronismo y que sólo buscaban generar caos para conseguir la intervención a la casa de estudios, convertida, como toda la Universidad de Buenos Aires desde la asunción de Perón, en un encarnizado terreno de lucha entre facciones internas del peronismo. En la solicitada, la JPRA deja abierta la sospecha de haber soportado un ataque por parte de las “bandas marxistas” respaldadas por Kestelboim. El ministro de Educación Jorge Taiana, designado por el ex presidente Cámpora y confirmado por Perón, estaba en la mira de la ortodoxia peronista pero gozaba del soporte de la juventud radicalizada y en consecuencia defendía la tarea de las autoridades de la Universidad de Buenos Aires, un baluarte que la JP estaba dispuesta a defender a toda costa, aun enfrentando las directivas de Perón. Taiana fue convocado por el Consejo Superior del peronismo para explicar las razones que lo llevaron a confirmar como interventor de la UBA a Ernesto Villanueva, representante de la JP. Después de la renuncia de Rodolfo José Puiggrós (también designado por Cámpora) al frente de la universidad, el reemplazo fue Villanueva, quien decidió suprimir los exámenes de ingreso en los colegios que dependían de la

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UBA, Nacional Buenos Aires y Carlos Pellegrini, respondiendo a una bandera de lucha del estudiantado secundario y universitario. La medida aumentó la desconfianza de las autoridades del peronismo en el ministro. Así, Taiana se vio obligado a confirmar al interventor para respaldar la decisión de suprimir los exámenes de ingreso, medida que exigía la Cámara de Apelaciones para saber si Villanueva tenía facultades para semejante decisión o actuaba por delegación ministerial. Además, el Consejo Superior peronista quería saber si Taiana tenía opinión acerca de la “infiltración marxista” en la UBA, a la que imaginaban menguada tras la renuncia de Puiggrós. El ministerio respondió por la vía inderacta proyectando en instalaciones universitarias la película Voto más fusil, del chileno Helvio Soto, que exaltaba la revolución socialista chilena encabezada por Salvador Allende. Taiana se mostró reticente a la convocatoria del Consejo peronista, demostrando su escaso interés por acordar con las líneas más ortodoxas del Movimiento; a la vez, la juventud revolucionaria le aseguraba un renovado respaldo en el estudiantado. Las diferencias que enfrentaban al órgano partidario con el ministro quedaron latentes; el Consejo Superior seguía observando con preocupación la infiltración marxista en la Universidad de Buenos Aires. En otro frente de batalla, la Juventud Sindical peronista (JS) que representaba a la ortodoxia gremial, enemiga de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) aliada a Montoneros, realizaba una concentración en el Congreso Nacional para apoyar la Ley de Contratos de Trabajo y la reforma a la Ley de Asociaciones Profesionales, dos instrumentos que el gobierno de Perón necesitaba para frenar la anarquía en las empresas por reclamos de grupos radicalizados. El presidente de la comisión de Legislación Laboral, senador Afrio Pennisi, un hombre del gremio metalúrgico, recibió con entusiasmo a la delegación de la JS que se desprendió del acto para hacer entrega de un documento de apoyo a las leyes mencionadas. Pennisi estaba sometido a la presión de los diputados de la JP que se encontraban recolectando apoyos en la Cámara Baja para oponerse a los dos proyectos en curso. La JP, a su vez, organizaba en el estadio Luna Park de Buenos Aires un Plenario Sindical convocado por la JTP procurando reforzar la pelea contra las mencionadas leyes y ampliar la base de sustentación con organizaciones gremiales de izquierda y el Peronismo de Base. Tanto la JTP como las organizaciones combativas sostenían que reformar la Ley de Asociaciones Profesionales en el sentido propuesto por la CGT y las 62 Organizaciones significaba otorgar plenos poderes a la burocracia sindical,

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entorpeciendo la tarea de democratizar al movimiento obrero. Perón apoyaba de manera franca y pública ambos proyectos. Las delegaciones de la JTP de todo el país, el gremio telefónico de Buenos Aires (liderado por Julio Guillán), los sindicatos combativos de Tucumán (encabezados por el secretario general de la Federación de Trabajadores Azucareros, Atilio Santillán), junto con organizaciones combativas de Córdoba, se hicieron presentes en el acto. A nadie se le escapaba que la reunión excedía largamente el propósito de rechazar las leyes sindicales y de contratos de trabajo, para convertirse en una expresión más del rechazo de las organizaciones juveniles radicalizadas a las políticas implementadas por el gobierno de Perón.

La Ley de Asociaciones Profesionales. Perón vuelve a hablar de “infiltración” y “anticuerpos”. Gobernadores en la mira El proyecto de Ley de Asociaciones Profesionales ingresó al Congreso de la Nación en noviembre impulsado por las autoridades nacionales y el apoyo de la CGT. Desde el primer momento la JTP y las organizaciones colaterales opusieron resistencia pública, con actos y protestas en fábricas, tratando de conseguir socios políticos en el Congreso donde todavía mantenían un pequeño grupo de legisladores que respondían a la JP, una colateral de Montoneros. La futura ley dejaba con escasa posibilidad de maniobra a los activistas de base en fábricas y organismos públicos. En principio, exigía un mínimo de antigüedad para alcanzar el cargo de delegado, para discutir las convenciones colectivas o formar parte de las federaciones nacionales. Exigía además un porcentaje de votos para reclamar asambleas extraordinarias, a lo que la JTP consideraba excesivo, y cerraba la posibilidad de incorporar a las minorías en las conducciones sindicales. Para los jefes sindicales de la ortodoxia peronista, después del asesinato de Rucci, la nueva ley era imprescindible para enfrentar a la radicalizada juventud en los lugares de trabajo. El 2 de noviembre se realizó en Mar del Plata el congreso anual de la Asociación Obrera Textil. Tanto el ministro de Trabajo, Ricardo Otero, como los jefes sindicales Adelino Romero y Lorenzo Miguel, aprovecharon para denunciar la existencia de un plan de sabotaje contra los líderes sindicales instrumentado por organizaciones que pretendían crear el caos y fomentar la violencia. Ninguno de los oradores pensaba en

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otras organizaciones que no fueran las pertenecientes a la Tendencia Revolucionaria de la JP y Montoneros. El mismo día, Perón concurrió a la CGT con el propósito evidente de apoyar a la dirigencia sindical “ortodoxa” y “organizada”, como le gustaba reiterar frente a la embestida de la juventud revolucionaria, pero también para dar sostén al proyecto de Ley de Asociaciones Profesionales, que ya encontraba escollos en el Congreso. En compañía de Isabel Perón y de López Rega, pronunció un mensaje de una hora de duración en el que retomó los conceptos claves de la ortodoxia justicialista. Además de elogiar a la organización sindical, a la que definió como una de las mejores del mundo, Perón advirtió que la revolución justicialista no se podía hacer ni con fracturas ni con violencia, e insistió en su prédica de alcanzar la revolución en paz, frente a una dirigencia sindical altamente sensibilizada por la violencia. La revolución en marcha “no se puede obtener fácilmente, y no se puede alcanzar por fracturas ni revoluciones violentas. No son los procesos destructores los que pueden armar un sistema que permita obtener el grado de felicidad y dignidad que soñamos para nuestro pueblo”. El 8 de noviembre, Perón volvió a hablar ante la dirigencia sindical en el Salón Felipe Vallese de la CGT, y frente a los peligros que acechaban al Movimiento, preguntó en voz alta: “¿Cómo se intenta hoy conseguir lo que no consiguieron durante veinte años de lucha? Hay un nuevo procedimiento: el de la infiltración. Esto ha calado en algunos sectores, pero no en las organizaciones obreras”. En la misma ocasión habló de la doctrina y la defensa del Movimiento. El cambio de la doctrina “será por la decisión del conjunto, jamás por la influencia de cuatro o cinco trasnochados que quieren imponer sus propias orientaciones a una organización que ya tiene la suya”; en cuanto al cuidado del Movimiento, se refirió al “germen patológico que invade el organismo fisiológico, genera sus propios anticuerpos, y esos anticuerpos son los que actúan en autodefensa”. El escenario era, entonces, el de Perón en la CGT y la JP en el Luna Park. El enfrentamiento estaba servido. En el Luna Park, los sectores juveniles presentaron como hecho novedoso la alianza con delegados de gremios combativos de Córdoba que también se oponían a las leyes enviadas por el gobierno peronista al Congreso y que estaban a punto de comenzar a ser debatidas, pero con un ambiente ampliamente favorable a su aprobación tanto, en el Senado como en Diputados. En la provincia de Córdoba, uno de los focos más conflictivos del país, la situación político-gremial se mostraba cargada de tensión. El sindicalismo combativo estaba dividido entre el radicalizado jefe del gremio Luz y Fuerza, ligado al PC, Agustín Tosco, y el

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vicegobernador peronista Atilio López, aunque también pesaba el sindicato mecánico liderado por el representante de la izquierda revolucionaria René Salamanca. La prensa entendía que la visita de Perón a la CGT formaba parte de la estrategia del gobierno de fortalecer el Pacto Social, un acuerdo entre las centrales de trabajadores y empresarios, en este caso la Confederación General Económica, que respondía a los lineamientos del ministro de Economía José Ber Gelbard. El fortalecimiento de la CGT y de sus máximos líderes formaba parte de la estrategia del gobierno, que necesitaba defender su esquema en medio de un clima económico que no alcanzaba a satisfacer el reclamo de mejoría que el propio Perón pretendía para disminuir la tensión provocada por los denominados delegados de base. Gelbard, convencido de la bonanza del Pacto Social, había puesto en marcha el Plan Inflación Cero, acompañado por precios máximos a los artículos de consumo masivo, pero no estaba arrojando resultados positivos. En esa primera semana de noviembre, las 62 Organizaciones de Córdoba decidieron en un plenario general la aplicación de un documento reservado del Consejo Nacional Justicialista aprobado por Perón el mes anterior en el terreno político-sindical de la provincia, a fin de llevar adelante una depuración ideológica. El gobernador Obregón Cano, con la ayuda de la JP y de Montoneros, intentaba vanamente resistir la presión de las autoridades nacionales del peronismo, pero sin dejar de apoyar a los sectores combativos del sindicalismo provincial. Poco después del acto en el Luna Park, los dirigentes más importantes concurrieron al Congreso Nacional para entrevistarse con los diputados de la JP, que los recibieron encabezados por Carlos Kunkel y Armando Croatto. La decisión de enfrentar en el Parlamento la Ley de Asociaciones Profesionales marcó un punto en común entre los presentes, quienes también resolvieron denunciar a los jefes sindicales de la CGT como responsables del nuevo proyecto laboral. Para la oportunidad fueron acompañados por los diputados de la Unión Cívica Radical Rubén Rabanal y Osvaldo Sarli. El grupo de la JTP también logró el apoyo de los legisladores Juan Carlos Comínguez y Vicente Musacchio de la Alianza Popular Revolucionaria. En la mayoría de las provincias gobernaban jefes del partido que habían recibido la bendición de la Juventud Peronista en épocas de la presidencia efímera de Héctor J. Cámpora. Desde la toma de posesión de Perón como presidente de la Nación, los sectores ortodoxos del Movimiento comenzaron a intentar alinear a los mandatarios de Mendoza, Formosa, Córdoba y Buenos Aires, pero sin conseguirlo, y pusieron en marcha al Consejo Superior para avanzar con el plan de depuración ideológica. La

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delegación mendocina del Consejo Superior, a través de un documento que llegó a la prensa, aconsejó la expulsión del Movimiento del gobernador Alberto Martínez Baca. Antes había solicitado la remoción de todos los ministros del gabinete provincial por inconducta ideológica y partidaria. El gobernador respondió con un enroque, intercambiando ministros en el gabinete, lo que no alcanzó para aplacar la tensión. En la provincia de Buenos Aires, el enfrentamiento del gobernador Oscar Bidegain (apoyado por la JP) con el vice Victorio Calabró (hombre del sindicalismo ortodoxo) fue objeto de análisis de parte del interventor partidario Juan Carlos Beni, quien decidió reemplazar a las autoridades partidarias que habían sido designadas por el gobernador. Al mismo tiempo, recibió un documento de los diputados provinciales que respondían a Calabró en el que se denunciaba una conspiración marxista encarnada por falsos dirigentes peronistas.

• Bidegain a la intemperie El abogado Carlos Negri, integrante del núcleo fundador de la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN), entidad que ganó mucha influencia en la Universidad de La Plata a comienzos de los setenta, relatará en Setentistas, de Fernando Amato y Christian Boyanovsky Bazán, la soledad de Oscar Bideagain durante la campaña de 1973. El candidato a vicegobernador, Victorio Calabró, no lo tenía en cuenta. “Este hombre está total y absolutamente solo y me está pidiendo ayuda a mí”, pensó luego de mantener una conversación con Bidegain y su esposa, Antonia Moro. Tras acompañarlo durante varios días por el interior de la provincia, Negri habló con Norberto “Cabezón” Habegger, quien ya era un referente importante en Montoneros, tras su paso por Descamisados: “Cabezón, este hombre está solo. Nos comemos el gobierno de la provincia… Es en serio, está solo. Tiene un pariente que es un pelotudo, al que me dijo que va a poner de jefe de policía, y otro que es un escribano de Azul que va a poner de ministro de Gobierno. Después, este tipo no tiene a nadie. Y encima el otro lo está recagando. No tiene a nadie. No tiene tropa, nada. Es más, se está pagando la campaña electoral solo. Te lo digo, nos comemos el gobierno de la provincia. Esto es un regalo. No se puede creer”. Así fue como Bidegain, ese abogado de Azul, un nacionalista de rancia estirpe, en cuya oficina colgaba un retrato de Adolf Hitler, pasó a convertirse en la

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punta de lanza de Montoneros en la provincia de Buenos Aires. Los que estuvieron en el lanzamiento de la campaña de 1973 aún recuerdan cuando Bidegain dijo en su discurso “si avanzo seguidme, si retrocedo matadme”. Era una vieja consigna. Su autor: Benito Mussolini.

El Consejo Superior desautorizó, además, la conducta de la Agrupación Evita, una colateral de Montoneros que en el mentado acto del Luna Park descalificó tanto a las autoridades partidarias como a la dirigente Silvana Roth, titular de la Rama Femenina en el Consejo. La Agrupación Evita estaba integrada por Chunchuna Villafañe, Marilina Ross y Julia Constenla. El viernes 9 de noviembre la Unión Obrera de la Construcción —UOCRA— publicaba una extensa solicitada en la prensa dando a conocer su opinión sobre la Ley de Asociaciones Profesionales y la de Contratos de Trabajo, que fue leída como la expresión oficial del sindicalismo ortodoxo frente a los reiterados ataques de la juventud. Dos leyes “que defienden el derecho obrero” según la UOCRA. Vale la pena detenerse en algunos de los puntos más significativos de la solicitada para comprender la tensión que reinaba entre los sectores enfrentados. Sobre la Ley de Asociaciones Profesionales advertía que procura “garantizar la estabilidad de los distintos niveles gremiales, delegados, comisiones internas, mediante la creación del Fuero Sindical”. A lo que agregaba que también busca “fijar una línea de continuidad en el mandato de los dirigentes, por un periodo de cuatro años, circunstancia esta que posibilita una gestión coherente en beneficio de las bases”. En cuanto a la Ley de Contratos de Trabajo, la UOCRA entendía que “reafirma el derecho de huelga frenando la acción disociante”, pero también “impide la concreción de cualquier tipo de fraude en la relación laboral”. El final, bajo el titulo “A los que se oponen”, estaba dirigido directamente tanto a la Juventud Peronista en su conjunto como a los diputados de la JP que buscaban alianzas en el Congreso para enfrentar las dos leyes del gobierno: “Son los mismos que discuten a Perón y al peronismo intentando imponer filosofías que el pueblo argentino ha rechazado siempre”, decían, agregando que “los que agravian y critican estas leyes y a la conducción sindical son los que quieren organizaciones gremiales débiles, sin fuerza, atomizadas, para manejarlas a su gusto y placer, en la permanente servidumbre que le imponen sus ideologías trasnochadas”. Mientras tanto, Perón cuidaba otro frente de significativa importancia para el desarrollo de la política nacional: los dirigentes de partidos opositores a los que

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convocó el martes 13 a la Casa de Gobierno para una reunión de agenda abierta. El jefe del radicalismo, Ricardo Balbín, sostuvo la importancia del encuentro estaba asentada en la misma reunión, convocada por un presidente que buscaba la unidad nacional en un clima turbulento de violencia en todo el país. La convocatoria tuvo amplia repercusión pública, al punto que los analistas políticos hablaron del comienzo de las tareas de un Consejo de Estado que en verdad no estaba en los planes del gobierno. Perón reactualizó la reunión que había llevado a cabo a pocos días de su retorno, en noviembre del año anterior, conocida como Asamblea de la Unidad y realizada en el restaurante Nino de Vicente López. Perón les hizo saber a los presentes que uno de los amplios salones de la Casa de Gobierno a partir de ese momento quedaba a disposición diaria de los líderes políticos no peronistas. Encargó al mismo tiempo al secretario general de la Presidencia, Vicente Solano Lima, en una medida inédita, la coordinación de las reuniones entre dirigentes y ministros y secretarios del gabinete. A la cita concurrieron Ricardo Balbín, Fernando de la Rúa y Enrique Vanoli (UCR), Arturo Frondizi (MID), Héctor Sandler (UdelPA), Alberto Fonrouge (conservador popular), Horacio Thedy (demócrata progresista), Leopoldo Bravo (del bloquismo), Horacio Sueldo (revolucionario cristiano), Claudio Saloj (Partido Intransigente), Elias Sapag (Movimiento Popular Neuquino), Jorge Abelardo Ramos (Izquierda Popular), José Antonio Allende (popular cristiano), Oreste Ghioldi y Fernando Nadra (Partido Comunista). También estaban acompañando a Perón el jefe de la CGE, Julio Broner, el sindicalista Lorenzo Miguel y el senador Humberto Martiarena, titular del Consejo Superior del Peronismo. Definiciones de Perón en el encuentro hubo muchas, como en cada aparición del líder. “Yo no me siento el dueño de la pelota”, dijo, y destacó la importancia de la dirigencia política sugiriendo que “la mejor manera de superar los enfrentamientos es a través de una democracia integral, el diálogo permanente, y el acceso a las fuentes de gobierno”. “Lo que quería despertar es el deseo de que seamos todos amigos y vengamos a discutir los problemas entre nosotros, y que en medio de esos problemas consideremos que defendernos nosotros es defender el sistema, porque los que atacan al sistema no lo atacan en forma directa, nos atacan a nosotros que somos representantes del sistema. [...] En este sentido quiero puntualizar que ya se les han destinado a los señores dirigentes unas dependencias para que las consideren como la casa de ustedes. En cuanto al señor secretario de la Presidencia que tiene la tarea de la coordinación, puede invitar a alguno de los señores ministros para informar y lo mismo ocurrirá con los técnicos de los ministerios”. Al finalizar la cumbre, Perón

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invitó a los presentes a una recorrida por la Casa de Gobierno, especialmente por el salón habilitado para la dirigencia política no oficialista (Balbín desistió de realizar el paseo). El impacto en toda la clase política, así como en la sociedad, fue altamente positivo. Posteriormente, el jefe del Movimiento Renovación y Cambio, Raúl Alfonsín, hasta ese momento minoría en la UCR, juzgó al diálogo de positivo. Balbín entendió que “lo que se ha expresado con claridad es ofrecer esta casa a todas las expresiones políticas, considerar que no es exclusivamente del Presidente sino que pertenece a todo el pueblo”. Las rencillas internas en el peronismo apagaron rápidamente el brillo de la reunión. Con la oposición, Formosa se asoció a las diferencias irreconciliables en la cúspide del poder provincial peronista. El gobernador Antenor Gauna trataba de frenar el poder de los diputados provinciales que respondían a la JP, contando con la colaboración no oficial de la ortodoxia del Movimiento. Gauna procuraba obtener del ministro del Interior, Benito Llambí, la intervención al poder Legislativo provincial, pero el gobierno, por instrucciones de Perón, se esforzó por mantener la calma y reagrupar a todas las partes encontradas, que aceptaron un congelamiento de la situación en un noviembre cargado de incertidumbre política, violencia guerrillera y enfrentamientos internos en el peronismo. A pesar de los intentos de Llambí por reducir los impactos públicos, particularmente en la prensa, de las acciones terroristas, se advertía que al menos se habían producido cinco sucesos violentos al promediar noviembre. Según el ministro, desde que asumió el general Perón, la acción terrorista había disminuido en un ochenta por ciento. Se sabía sin embargo que: • Un comando terrorista había ocupado durante varias horas las instalaciones de la fábrica láctea Sancor, ubicada en las afueras de la ciudad de Córdoba. Al menos treinta hombres y mujeres jóvenes se dedicaron a cargar en diez camiones cajas de leche en polvo que posteriormente distribuyeron en barrios pobres de la capital provincial. • También en Córdoba, el edificio en el que funcionaba el sindicato Luz y Fuerza, cuyo secretario general era Agustín Tosco, fue atacado con una bomba de alto poder explosivo que provocó numerosos daños materiales sin heridos. • Un comando del PRT-ERP había intentado copar las instalaciones de la empresa Mercedes Benz ubicada en la localidad de González Catán, Buenos Aires. Fue

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rechazado por los trabajadores, que impidieron el ingreso de los terroristas a la planta. El grupo invasor, sin embargo, desplegó una bandera roja en el frente de la fábrica, ostentando armas de fuego. De acuerdo con el informe proporcionado por los delegados del sindicato de mecánicos, un grupo de trabajadores prendió fuego el estandarte político. • Un hallazgo considerado de suma importancia por los organismos de seguridad tenía lugar en la ciudad de Córdoba: la policía descubrió una central de informaciones del ERP. Se encontraron listas completas de funcionarios públicos de la provincia con las patentes de los autos que utilizaban, tanto de civiles como de policías y militares, hecho que provocó asombro en los investigadores por la magnitud de la información que manejaban los terroristas. También se encontraron en el allanamiento planos con valiosos relevamientos de objetivos militares pertenecientes al Tercer Cuerpo de Ejercito, la Fábrica Militar de Aviones y la Escuela Militar de Aviación. • También en Córdoba, el ERP atacó dos objetivos privados. Un grupo ocupó una fábrica de calzado en el barrio de San Vicente, mientras otro similar asaltó la central de Química Hoechst, donde se alzaron con cajas de medicamentos. • El hecho más resonante, sin embargo, fue el secuestro del coronel del Ejército Florencio Emilio Crespo, también efectuado por un comando del PRT-ERP en La Plata. El secuestro del militar levantó una oleada de indignación en los cuadros militares de la capital bonaerense que apenas logró ser contenida por los más altos oficiales. Las versiones de la prensa indicaron que el comando terrorista atacó por error al coronel Crespo, al que confundieron con otro militar que estaba a punto de viajar a los Estados Unidos para capacitarse en la lucha contra la subversión. • Otro secuestro involucró a un directivo del Banco de Londres y América del Sur, Enrique Niborg Anderssen, domiciliado en la localidad de Olivos. Según la policía, la falta de denuncia del secuestro por parte de la familia reveló que la liberación del banquero se tramitaba directamente en Londres con un rescate de medio millón de libras esterlinas, solicitud de los captores, pertenecientes a una organización terrorista no identificada.

Perón volvió a tener un ataque cardíaco.

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“La unidad nacional, sin Perón, se va a la mierda”, dice Montoneros. El atentado contra el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen Noviembre cargaba de incertidumbre y estupor a los argentinos. Además, el mes terminaba con un sobresalto de salud que obligó a Perón a guardar cama por varios días. El jueves 22 de noviembre el presidente fue víctima de un edema agudo de pulmón en su casa de Gaspar Campos. En ese momento no contaba con un equipo de atención médica de urgencia. “De allí que con los autos de la custodia hubo que salir a buscar un médico en forma urgente”, relató años después el doctor Carlos A. Seara. Hasta ese momento se sabía que Perón era atendido por el eminente cardiólogo Pedro Cossio. Pasado el accidente, Perón le dijo a Cossio: “Esta vez no estaba lista la guadaña, aunque la vi cerca”. Allí se tomó la decisión de formar un equipo médico estable, integrado por jóvenes profesionales de sólida formación, entrenados para situaciones de urgencia y de absoluta confianza profesional e ideológica. Todos los candidatos a integrar el equipo, como bien dijeron Pedro Cossio y Carlos Seara, fueron investigados. Este dato no es menor, porque configuraba el clima ideológico del ambiente que rodeaba a Perón… o lo que Perón deseaba. Como se verá en el diálogo con los médicos, más adelante en el libro, uno de los candidatos a formar el grupo fue descartado después de comprobarse que en las elecciones de marzo de 1973 había votado por la fórmula de izquierda Alende-Sueldo. El equipo acompañaría a Perón a todas partes (no sólo estarían afincados en Gaspar Campos) con guardias rotativas. “Siempre fue gorila hablar de la enfermedad de Perón. Pero compañeros, ¡qué cagazo!”, tituló en tapa El Descamisado del 27 de noviembre, y agregó: “Para peor, esos comunicados que no dicen nada, que a fuerza de no creerles durante todos estos años, terminamos por tomarlos como mentiras… Hasta que no lo vimos, guiñando el ojo y diciendo sonriente ‘eh, algunos creen que estoy p’al gato’, no se nos fue el julepe. […] Sentimos la soledad encima. Solos de Perón. Todo quedó desinflado y sin fuerza. No hubo ni gobierno, ni unidad nacional, ni Movimiento… La unidad nacional, quedó confirmado, sin Perón se va a la mierda”. En la prensa escrita, Balbín, quien había recibido un informe pormenorizado del estado de salud de Perón, trazó un descarnado panorama señalando su impotencia para conseguir que la población entienda la gravedad del clima que agobiaba a la

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República. “No consigo que la gente vea en claro lo que va a pasar, que se prepare para las cosas que van a pasar”, fue el enigmático mensaje del jefe del radicalismo. Terminaba el mes con otro atentado resonante, el que sufrió el senador radical por la provincia de Chubut Hipólito Solari Yrigoyen el miércoles 21 al mediodía, cuando puso en marcha el automóvil que utilizaba normalmente, estacionado en una cochera de la calle Marcelo T. de Alvear 1276 de la ciudad de Buenos Aires. La bomba se conectó al sistema de arranque del motor, y estalló cuando el legislador lo puso en marcha, provocándole heridas graves en todo el cuerpo. Milagrosamente, salvó su vida. El atentado fue atribuido por la dirigencia política del radicalismo a sectores de la ultraderecha. Solari Yrigoyen, con otro abogado de la UCR, Mario Amaya, se caracterizaba por defender a presos acusados por delitos de terrorismo. Se lo creía miembro oculto del PRT. Los atentados y la violencia política ensombrecían un panorama que bajo la presidencia de Perón parecía encaminar a la Argentina a un mejoramiento de variables económicas a través del Pacto Social. Y también hacia una mejora en las relaciones internacionales, con acuerdos con los países vecinos, como el firmado con Uruguay, de límites sobre el Río de la Plata, que puso punto final a una larga controversia. En ese tratado con Uruguay, uno de los artículos impedía a países terceros aprovisionarse en algunos de los puertos de los dos firmantes en caso de conflicto armado con alguno de los socios. La cláusula resultó premonitoria, en tanto años más tarde, en el conflicto de Malvinas, los barcos de guerra ingleses no pudieron utilizar el puerto de Montevideo para el reabastecimiento. El desplazamiento de Perón a Montevideo para firmar el acuerdo no estuvo exenta de tironeos entre los funcionarios del Palacio San Martín y el Palacio Santos. En el libro Antes del silencio, memorias de un presidente uruguayo, de Miguel Ángel Campodónico, el ex presidente Juan María Bordaberry dejó entrever que la visita de Perón a Montevideo, el 19 de noviembre de 1973, estuvo rodeada de suspicacias. Él entendía que “Perón era una especie de mala palabra”, porque todavía se recordaba la ayuda que las radios Carve y Colonia habían prestado a su derrocamiento en 1955, más otras actitudes pasadas que, lejos de acercar, parecían distanciar a los dos países. “Perón no venía tranquilo al Uruguay; es más, puede decirse que lo hacía con cierto temor.” Por razones de seguridad, el gobierno argentino propuso que Perón llegara al aeropuerto de Carrasco, tomara un helicóptero militar argentino junto con su colega uruguayo y se dirigieran al Palacio de Gobierno en la Plaza Independencia. Los funcionarios uruguayos respondieron que el país estaba en condiciones de otorgarle

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todas las condiciones de seguridad necesarias y que, por otra parte, el mandatario oriental no estaba dispuesto a circular dentro de su país con un helicóptero argentino. La fórmula de transacción fue la siguiente: desde la Argentina enviaron un automóvil blindado al que se le puso la chapa “Número 1” y el escudo uruguayo. El día de la llegada fue decretado feriado y la caravana se desplazó por la rambla hasta el centro de Montevideo. “Muchas personas que estaban disfrutando de la playa se acercaban a la vereda para saludar y aplaudir el paso de la comitiva”, recordó Bordaberry. El mandatario también contó cómo José López Rega se coló en el automóvil presidencial a pesar de las indicaciones del edecán uruguayo, coronel Barbé. “Perón, al ver a la gente que lo saludaba espontáneamente, perdió el temor que había sentido en un principio y se mostró entusiasmado con el espectáculo… Hasta se refería a las personas que veía con perros diciendo que se notaba que era gente buena, ya que quienes tenían perros no podían ser malos.” Finalizada la firma de los documentos, Perón salió al balcón del Palacio Presidencial y levantó los brazos, saludó a la multitud, con su gesto característico. Era la primera vez que visitaba Uruguay como presidente y era la segunda entrevista que mantenía con un mandatario uruguayo. La primera había sido con Luis Batlle Berres en 1948, quien dos años antes había participado en el acto de cierre de campaña de la fórmula opositora TamboriniMosca. “Ese Perón ya era otro, era un buen abuelo —recuerda Bordaberry—, no podía creer que lo aplaudieran de esa manera. Pero de aquella visita no puedo decir mucho porque fue muy breve”. La última postal hay que tomarla como una suerte de crítica: apenas terminados los actos, Perón se volvió a Buenos Aires y en lugar de quedarse a almorzar en Montevideo, se mostró en un carrito de la costanera porteña comiendo un asado con sus colaboradores.1 Montevideo podía ser territorio de gente buena con perros, pero Argentina seguía en su propia sintonía. En simultáneo con el atentado que sufrió Solari Yrigoyen, el empresario estadounidense Albert Swint fue asesinado a balazos junto a sus dos custodios por un comando de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), en Córdoba, mientras que en Rosario un grupo del PRT-ERP asaltó una cochera para robar automóviles. Allí se produjo un enfrentamiento con la policía que dejó como saldo dos guerrilleros muertos, Oscar Raúl Tettamanti, de 21 años, que había salido en libertad el 25 de mayo, y Nelly Enaterreaga, fallecida en el hospital al que había sido trasladada herida como consecuencia de los disparos. Dos policías resultaron gravemente heridos.

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• Sale Noticias, el diario de Montoneros. Gregorio “Goyo” Levenson El 20 de noviembre de 1973 apareció el matutino Noticias bajo la dirección de Miguel Bonasso. El medio se convirtió en el portaviones editorial de Montoneros, y allí trabajaron sus mejores plumas: Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Juan Gelman, Pablo Piacentini, Horacio Verbitsky y el uruguayo Zelmar Michelini. Al medio también estuvieron vinculados Juan Julio Roqué y Norberto Armando Habegger, de la conducción nacional de Montoneros. Su administrador era Gregorio Levenson. En julio de 1983 tuve que viajar a México. Antes de partir, un dirigente radical me preguntó si me interesaba conversar con Esteban Righi y contesté, como corresponde, que sí. De esta forma conocí a quien había sido el ministro del Interior del presidente Héctor J. Cámpora. Aprovechando el encuentro le hice un reportaje para la revista Humor que Enrique Vázquez, su jefe de redacción, publicó con amplio despliegue editorial en el número de agosto de 1983. Pero no es a ese encuentro con el Bebe Righi al que me quiero referir. Cuando ya llevaba algunos días en el Sheraton María Isabel, frente a la Columna del Ángel, tocaron a la puerta de mi habitación. La abrí y una persona mayor me dijo que deseaba conversar conmigo. Era Gregorio “Goyo” Levenson. La verdad, no tenía ni idea de quién era. No sé qué razón lo llevó a conversar conmigo, ni nunca supe quién le había dicho que me viera, porque él fue muy prudente. Así pude conocer al marido de “Lola” (desaparecida en enero de 1977) y el padre de Bernardo, militante montonero (desaparecido a fines de 1976) y de Miguel Alejo, uno de los fundadores de las FAR, entrenado militarmente en Cuba, que intervino en la toma de Garín y murió de un paro cardíaco el 20 de diciembre de 1970. Lo cierto es que así nació un reportaje que no fue para Humor sino para un semanario que descuartizó la nota, quitándole una historia de su nuera, la “Negra” Marta Bazán, un cuadro militar montonero como Bernardo, que terminó en la ESMA emparejada con el almirante Chamorro. Goyo abandonó la Argentina el 20 de mayo de 1977, cumpliendo una orden del Cabezón Habegger. Así apareció la primera referencia directa que yo tuve del diario Noticias, un medio que Montoneros financió hasta que lo cerraron. Recuerdo que le pregunté

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cómo se había financiado —porque él había sido el administrador general— y me respondió que administraba “lo que me daban y nunca pregunté de dónde venía”. La pregunta no tuvo una segunda intención, sólo fue el resultado de una mala experiencia personal que había tenido al intentar sacar una revista. Un tiempo después tuvo la amabilidad de dejarme su libro El país que yo viví, escrito en 1983, con sus correcciones al margen e impreso de una forma muy rudimentaria, con una carta y su foto. El libro esta en mi biblioteca. Más tarde Goyo vino a Buenos Aires, y murió el 19 de mayo de 2004. Sabía que andaba por ahí pero nunca más lo vi. Con el mayor respeto me pregunté: ¿para qué lo voy a ver, si andamos por veredas diferentes? No lo quería importunar. Él ya tenía bastante.

La violencia fue severamente comentada por la prensa de los Estados Unidos. The Journal of Comerce afirmó, en su edición del 21 de noviembre, que “Buenos Aires se ha convertido en la capital mundial del secuestro“. Y explicaba que desde comienzo del año se habían producido más de ciento cincuenta casos de secuestros extorsivos comprobados, con pagos de rescates por cuatrocientos millones de dólares, y más de veinte atentados y agresiones terroristas en perjuicio de empresas estadounidenses radicadas en el país. No difería en el enfoque con el semanario Time, que señalaba bajo el título “Argentina, un estilo de muerte”: “Como cientos de sus colegas empresarios norteamericanos, el ejecutivo de Ford, John Albert Swint, vivía atemorizado. Las bandas guerrilleras han convertido al terrorismo en una cosa usual para los relativamente ricos y poderosos, especialmente en los alrededores del centro industrial de Córdoba, que se ha hecho famosa como la capital del terrorismo. En la agenda de la muerte hay, desde principios de año, ciento sesenta secuestros denunciados, incluyendo nueve extranjeros, tres de ellos de nacionalidad norteamericana. En relación con el asesinato de Swint, las Fuerzas Armadas Peronistas se responsabilizaron por el ataque, informando que el empresario intentó resistirse y que esta circunstancia fue el motivo del ataque mortal”. En la última semana de noviembre fueron asesinados, en la estación ferroviaria de San Miguel, el abogado José Pastor Deleroni y Nélida Florentina Aranda, que lo acompañaba. Él era un profesional que militaba en el peronismo de base y se había destacado por la defensa de presos políticos durante los gobiernos militares de 1966 a

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1973. La muerte de Deleroni fue atribuida a otro abogado, Ricardo Julio Valenzuela, a quien se señalaba como ligado a la derecha peronista del Comando de Organización.

Lorenzo Miguel conducción. Perón habla de previsión social y reforma constitucional Las leyes laborales aguardaban sanción mientras en la conducción del peronismo el metalúrgico Lorenzo Miguel accedía al importante cargo de principal delegado sindical en el Consejo Superior del Movimiento. Surgía un líder gremial de peso como reemplazante del asesinado Rucci. El hasta entonces jefe de la central sindical, Adelino Romero, textil, no había conseguido llenar el vacío dejado por Rucci, y el sitial, en manos de Miguel, empezaba a mostrar otro perfil, también de la ortodoxia del peronismo pero con el sostén de un gremio poderoso, la Unión Obrera Metalúrgica. En un intento por aplacar las disidencias en el Congreso, el Consejo Superior del Peronismo adoptó severas medidas, comenzando por institucionalizar a la Juventud Sindical ortodoxa como miembro del organismo partidario, desechando a la JTP que respondía a Montoneros. Se armó una reunión para evaluar el acto del Luna Park, a la que fueron convocados los diputados de la JP Roberto Vidaña, Carlos Kunkel, Alberto Jiménez, Rodolfo Vittar, Enrique Sversek, Anibal Iturrieta, Roberto Bustos y Armando Croatto, quienes ofrecieron explicaciones y se retractaron, según informó el propio Consejo. El último párrafo del comunicado partidario señalaba que el Consejo “busca formular la más severa advertencia a los diputados mencionados con el objeto de evitar en el futuro la reiteración de actitudes equívocas que en nada contribuyen al logro de la unidad y organización del Movimiento Peronista”. El jueves 29 de noviembre fue dejado en libertad el empresario Kurt Schmidt, gerente general de Swissair, secuestrado el 23 de octubre por un comando del PRTERP, tras el pago de un rescate de diez millones de dólares. La noticia se conoció en Zurich, sede central de la empresa aérea, donde también se dijo que Schmidt abandonó Buenos Aires en compañía de otros cuatro ejecutivos que habían llegado desde Suiza para negociar con los captores. El último día de sesiones, viernes 30 de noviembre, el oficialismo logró la aprobación de la controvertida Ley de Asociaciones Profesionales, luego de conseguir el concurso de los dos tercios de los diputados para tratar el caso sobre tablas (y tras

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una sesión en la que no había podido reunir el quórum necesario). El oficialismo insistió en la necesidad de aprobar una norma que permitiría a los delegados sindicales permanecer cuatro años en las empresas en lugar de dos. Los diputados de la JP no se hicieron presentes en el recinto, en lo que se entendió como una manera indirecta de rechazar el proyecto. Los partidos políticos opositores con representación parlamentaria votaron en contra del proyecto de ley. Muchos de ellos habían estado en la reunión convocada por Perón en la Casa Rosada, pero mantuvieron una cerrada oposición a la propuesta oficialista de otorgar mayor poder a los delegados sindicales y a la CGT, reclamando en cambio una democratización de las estructuras sindicales que no estaba en los planes del gobierno ni de los sindicatos ortodoxos. Al finalizar la semana de la Seguridad Social, en coincidencia con el término del mes de noviembre, la vicepresidenta María Estela Martínez de Perón comandó una ceremonia de entrega de beneficios a jubilados y pensionados; allí, López Rega formuló curiosas apreciaciones sobre el carácter de la persona humana y el destino de la humanidad. Analizando la marcha biológica de los hombres, López Rega precisó que “dentro del hombre viejo existe el hombre celeste, el joven eterno y el siempre amigo, al que también denominan los textos sagrados como el hombre nuevo”. En la apreciación del ministro, “los hombres que con una vida activa olvidan a sus ancianos, cometen la imprudencia de quebrar por la mañana el techo de la habitación donde deben dormir por la noche cuando la tormenta arrecia”. En otro terreno, un alto oficial de la Armada exponía sus puntos de vista sobre la marcha institucional del país en términos que llamaron la atención de la dirigencia política en su conjunto. El capitán de corbeta Carlos Robacio decía: “Aun cuando una calma aparente nos rodea, estamos viviendo momentos excepcionales para la Nación. El enemigo no descansa y en las sombras acecha, tratando de imponer mediante la corrupción, el crimen o la violencia un sistema de vida totalmente ajeno a nuestro sentimiento de argentinos”. El jefe del Ejército general Carcagno se refirió al secuestro del coronel Crespo, capturado por un grupo terrorista, descartando que la Fuerza a su cargo estuviera involucrada en la investigación del caso. Se trata de un problema policial, dijo Carcagno, en consonancia con la posición de Perón. La violencia, dijo el jefe militar, “está tendiendo a desaparecer”.

• Advertencia

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En noviembre de 1973, Horacio “Hernán” Mendizábal2 presidió una reunión de “la militancia de superficie” de La Plata y sus alrededores, en el anfiteatro de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Nacional de La Plata. Allí planteó el “teatro de guerra” que se vivía. Tenía autoridad para hacerlo: era el jefe de la Columna Sur de Montoneros. En determinado momento, los asistentes se quedaron sin respiración; fue cuando planteó que, de acuerdo a las estimaciones de la “conducción”, la organización podía llegar a perder más del ochenta por ciento de sus cuadros durante “la guerra”. Luego de exponer esto bramó: “Compañeros, el que se quiera quedar se queda, y el que no que se vaya. Aquí estamos para pelear”. Por lo menos en ese momento, nadie se levantó ni se fue. Está claro, entonces, que los miembros de las organizaciones terroristas que continuaron en la lucha no lo hicieron por dinero. Estaban tan convencidos de lo que hacían como los “otros”, los que estaban del otro lado.

La provincia de Córdoba sobresalía en el panorama nacional de la violencia terrorista. Las autoridades de la Bolsa de Comercio, lideradas por Luciano Tagle, le solicitaron al gobernador Obregón Cano la adopción de medidas urgentes para frenar el avance de la guerrilla que castigaba todos los días a alguna empresa, con secuestros de ejecutivos o bien robo de vehículos que transportaban comestibles. La prensa se vio sacudida por un rumor que vinculaba la situación del secuestrado coronel Crespo con el soldado Hernán Invernizzi, responsable de abrir el paso al comando terrorista del Ejercito Revolucionario del Pueblo que atacó el Comando de Sanidad en la ciudad de Buenos Aires. Pero fuentes militares expresaron que de ninguna manera se aceptaría un canje del oficial secuestrado con el detenido Invernizzi. El rumor circulaba en el mismo momento en que las denominadas Fuerzas Armadas Peronistas exigían el retiro de las empresas multinacionales del país, o en todo caso que limitaran al mínimo sus actividades, bajo amenaza de llevar adelante ataques masivos contra bienes y personas físicas vinculadas a las mismas. Las FAP habían asesinado en Córdoba al gerente general de Transax y a dos de sus custodios. A pesar de las promesas del ministro Benito Llambí a directivos de empresas extranjeras, recrudecía el éxodo de ejecutivos por el ataque diario de la guerrilla a blancos considerados “brazos del imperialismo”. Asfixiado por los gastos, el gobierno nacional adoptó una medida que levantó las críticas de la oposición: un congelamiento de vacantes en la administración central,

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con un decreto del Poder Ejecutivo que invitaba a las provincias a adherir con normativas semejantes. La medida fue dada a conocer con fundamentos que mencionan la necesidad de adoptar “con urgencia el congelamiento de vacantes toda vez que el rubro personal ha sido el que mayor incremento ha tenido en los últimos años”. Al finalizar noviembre, Perón sorprendió con un discurso sobre la calidad previsional que implementaba su gobierno, después de una larga semana de inactividad provocada por trastornos de salud. Las referencias a la marcha de la economía, que según el presidente había permitido mejorar la calidad del sistema previsional, fueron puestas en foco por la oposición, en momentos en que arreciaban las protestas por el alza del costo de vida. Perón se extendió largamente sobre la historia del sistema de jubilaciones, y calificó de robo y saqueo la intervención estatal sobre las cajas de jubilaciones que había puesto en marcha su primer y segundo gobierno, entre 1946 y 1955. “No quisimos hacer un sistema estatal, porque yo conocía —lo he visto en muchas partes— que estos servicios no suelen ser ni eficaces ni seguros. Preferimos instituirlos administrados y manejados por las propias fuerzas que habrían de utilizarlos, dejando al Estado libre de una obligación que siempre mal cumple”, dijo en Casa de Gobierno el viernes 30 de noviembre frente a un auditorio compuesto por dirigentes sindicales, empresarios, funcionarios del gabinete, diputados y senadores. Ningún miembro de la Juventud Peronista se hizo presente en el acto. Perón formuló también dos anuncios de diferente relevancia: un aumento del treinta por ciento para jubilados y pensionados y la decisión de impulsar la reforma de la Constitución Nacional. Volvía a surgir la idea de crear un Consejo Económico y Social a la manera del régimen que gobernaba en Francia, y otorgarle rango constitucional, una hipótesis que rechazaba de manera frontal el radicalismo balbinista. El radicalismo se aprestaba a enfrentar las elecciones internas para definir sus autoridades partidarias, hasta ese momento lideradas por Ricardo Balbín. El principal opositor, Raúl Alfonsín, lideraba el Movimiento de Renovación y Cambio que gozaba de significativa adhesión entre la juventud del partido. Alfonsín afirmaba que “el hecho de que estemos en un diálogo constructivo [con Perón] no significa que estemos domesticados, el radicalismo pronto será una alternativa nacional”. La reelección de Balbín exigía el apoyo de los dos tercios de los miembros del Comité Nacional, que estaba integrado por cuatro representantes de cada provincia. Los balbinistas descansaban en la tarea que desarrollaban tanto el presidente del bloque de diputados nacionales, Antonio Tróccoli, como el senador Juan Carlos Pugliese, el caudillo

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metropolitano Julián Sancerni Giménez, el titular del bloque de senadores Carlos Perette y el senador chaqueño Luis León. Paralelamente, los grupos juveniles del radicalismo bonaerense también se alistaban para una confrontación interna con sectores enfrentados que respondían a las conducciones nacionales del balbinismo — línea nacional— y del alfonsinismo. Más de cien mil jóvenes estaban en condiciones de votar, de acuerdo con las reglas impuestas por el presidente del comité provincial, César García Puente, en lo que se consideraba un adelanto de los comicios internos nacionales. A nadie se le escapaba que los sectores juveniles del balbinismo acordaban con el acercamiento al presidente de la Nación, en tanto los integrantes del alfonsinismo se sentían en mejores condiciones de acordar con los representantes de la JP en el marco de la actividad desarrollada por Juventudes Políticas Argentinas, organización creada a partir del interés de la Tendencia Revolucionaria del peronismo en expandir la influencia política del peronismo radicalizado, pero también como un territorio de protección frente a los avances de “la derecha”. La juventud alfonsinista se presentaba como más radicalizada frente a sus pares del balbinismo, reconociendo como orientadores a los dirigentes Federico Storani y Leopoldo Moreau. En Córdoba, donde la fortaleza del radicalismo era reconocida políticamente, el partido rechazó la convocatoria del gobernador Obregón Cano —aliado de la JP y enfrentado a la ortodoxia peronista— al mismo tipo de diálogo que había inaugurado Perón en la Casa Rosada. Los radicales cordobeses, liderados por Eduardo Angeloz y Víctor Martínez, pretendían diferenciarse con claridad de la conducción nacional de Balbín y se mostraban más emparentados con la postura independiente que enarbolaba Alfonsín.

La violencia no cede En el último mes de 1973, tanto los grupos armados que secuestraban empresarios y mataban a integrantes de las fuerzas de seguridad, como los de ideología públicamente marxista, mantenían una presión sobre el gobierno justicialista que se sospechaba intolerable. Perón insistía en defender el Plan Social, también conocido como Acuerdo Social, para mantener una economía estable con un control administrado sobre los precios internos. A pesar de las permanentes reuniones del presidente con

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sectores políticos, sindicales y empresarios, las organizaciones radicalizadas de la JP se encargaban de sabotear todas y cada una de las iniciativas del primer mandatario. Lentamente Perón se convencía de la fortaleza y el vigor del enemigo interno. Descartaba a las Fuerzas Armadas como sostén del gobierno para limitar el accionar de la subversión, y prefería echar mano de la policía y las fuerzas de seguridad. A los empresarios extranjeros que reclamaban un mínimo de seguridad, el gobierno les respondió con la movilización de tropas de la Gendarmería Nacional. Como militar que era, Perón sabía que incorporar al Ejercito —y las fuerzas restantes— en el combate contra la subversión hubiera significado un peligro para la democracia que insistía en defender a toda costa. Mientras tanto, soportaba cada día el anuncio de un nuevo secuestro extorsivo, el asesinato de algún uniformado, el atentado contra empresas extranjeras y nacionales, bombas contra sindicatos, etc. La contraofensiva comenzaba a ser de igual signo: con violencia, la derecha replicaba sobre dirigentes políticos considerados aliados de las radicalizadas huestes juveniles. La crónica de la violencia extremista registraba hacia finales de año un informe emanado de fuentes policiales de Córdoba, que puso nuevamente de relieve el papel de la provincia en el despliegue de las organizaciones armadas. Los investigadores policiales lograron detener en la capital provincial al segundo jefe del PRTERP, el contador José Manuel Carrizo (a) “Juan”, responsable del comando que había secuestrado al empresario Oberdan Salustro. Carrizo fue apresado el 23 de noviembre y trasladado de inmediato a la localidad de Almirante Brown, en la provincia de Buenos Aires. A los 36 años, Carrizo había estado preso dos veces por desarrollar actividades extremistas y liberado finalmente en la noche del 25 de mayo de 1973, el mismo día que asumió Cámpora. En la provincia de Buenos Aires, un comando del ERP integrado por diez personas atacó un destacamento policial en la ruta 3, kilómetro 43,5, estrellando un camión contra el puesto de la policía caminera. Utilizando un camión Mercedes Benz de gran porte, lograron paralizar a los efectivos policiales, a los que sorprendieron para robar las armas guardadas en el lugar. En la localidad de Ferreyra, Córdoba, un comando del ERP asaltó el comedor de la empresa Materfer, del grupo Fiat, reduciendo al personal de guardia. El operativo estuvo dirigido a arengar a los trabajadores que estaban almorzando, una acción que se tornaba frecuente en fábricas con significativa concentración de operarios. Dos jóvenes que militaban en la agrupación Obreros de San Andrés fueron secuestrados por cuatro personas mientras repartían volantes políticos frente a la fábrica textil San Andrés, en la localidad bonaerense del mismo

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nombre, que mantenía un conflicto con el personal. En la denuncia policial, los involucrados, Daniel Saslansky y María Gualtiem, mencionaron que los individuos los obligaron a introducirse en el baúl de un automóvil después de golpearlos y torturarlos. En la madrugada del primer sábado de diciembre, una bomba destrozó el frente del edificio del club Federación de Sociedades Gallegas ubicado en el barrio de San Telmo de la ciudad de Buenos Aires. El salón de actos del club había sido alquilado por el Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas para el congreso del gremio, previsto para el 19 de diciembre, destinado a elegir nuevas autoridades. En Tucumán, la Cámara de Diputados, que contaba con fuerte presencia de legisladores vinculados la Tendencia, acusó a medio centenar de policías de estar implicados en casos de secuestros de personas, torturas y asesinato de militantes políticos. El informe de una comisión especial de la Cámara creada para investigar la conducta policial provocó un impacto político de importancia, teniendo en cuenta que solicitaba al gobernador la urgente separación de los imputados. De inmediato comenzaron a circular en Tucumán anónimos en los que se mencionaba la decisión de la fuerza policial de resistir la medida reclamada por los diputados. En Resistencia, el responsable de la Comisión de Solidaridad con los exiliados chilenos, Armando Sosa Mena, fue secuestrado durante varias horas por un grupo de individuos que lo alejaron del centro de la capital para someterlo a golpes y producirle heridas de armas blancas. El abogado comunista Julio José Viaggio denunció un ataque con una bomba plástica y el ametrallamiento de su domicilio particular en la localidad bonaerense de San Fernando. Viaggio se destacaba en su actividad profesional por haberse dedicado a la defensa de exiliados chilenos instalados en las provincias de Corrientes, Chaco, Formosa y Misiones por decisión de la justicia nacional. El abogado había presentado un recurso ante la Cámara Federal de Apelaciones logrando que el cuerpo revisara una decisión judicial de primera instancia, con el propósito de obtener una libre circulación de los exiliados chilenos por todo el país. Viaggio ocupaba el cargo de vicepresidente de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, que completaba con funciones en la Comisión de Coordinación de Movimientos de Ayuda a Chile. La bomba colocada en su domicilio destrozó el frente de la vivienda. En Santa Fe fue creada una comisión para estudiar la vinculación de las Fuerzas Armadas y de Seguridad con el caso del secuestro y asesinato del estudiante Ángel Enrique Brandaza, de 28 años, ocurrido en Rosario un año antes, el 28 de noviembre de 1972, cuando todavía gobernaba el régimen militar. Los miembros de la comisión estaban ligados al sector de la Tendencia Revolucionaria, al que también pertenecía

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Brandazza. De acuerdo al informe legislativo, el estudiante había sido secuestrado por un comando conjunto de policías y militares y torturado en una cárcel de Rosario. Reclamaban la intervención de la justicia civil para los imputados, entre los que resaltaba el general retirado Elbio Leandro Anaya, titular del Segundo Cuerpo de Ejercito con asiento en Rosario. El ambiente político se alteró con las declaraciones del diputado nacional del peronismo ortodoxo Rodolfo Arce, de la provincia de Buenos Aires. El legislador habló de infiltración marxista en la cúpula institucional de la provincia, haciendo alusión indirecta al gobernador Oscar Bidegain. La situación bonaerense era similar a la de otras provincias. Y se trataba de la consecuencia lógica de los enfrentamientos internos en el peronismo desde la asunción de Cámpora como presidente de la Nación.

• El expediente Trelew Tengo con el diputado justicialista (MC) Luis Sobrino Aranda una relación respetuosa, de aquellas en las que siempre se aprende algo. Cuando viene a Buenos Aires desde Rosario, tratamos de encontrarnos a charlar, generalmente en mi casa. Es un hombre con una memoria prodigiosa, y cuando habla del pasado se notan sus reservas. Don Luis guarda grandes secretos. Es un tipo prudente y tiene sus límites. Si hablara de todo lo que vivió y conoce, muchos pasarían a estar en situación comprometida. Especialmente aquellos que hablan con un vocabulario “progresista”, de izquierda, pero que a la hora de las definiciones cuentan el dinero con la mano derecha. Una vez me permitió prender un grabador y registrar ciertos momentos de la historia de la Argentina y de su gran pasión, el peronismo. Este fragmento forma parte de aquel registro: —¿Usted entró en la comisión de Defensa de la Cámara de Diputados en mayo del ‘73? —Sí, entro de secretario porque Perón me lo había prometido… Lo pusieron al bonaerense Luis Lazzarini [conservador popular] de presidente. Perón hablaba en esa época conmigo, cuando los Montoneros tenían mayoría, porque habían sido muy astutos en la comisión de Defensa y querían reabrir la causa… ¿Cómo se llamaba el lugar de la matanza en la base de la Marina? —La Base Almirante Zar, en Trelew. —En Trelew, y querían abrir la causa. Yo logro comunicarme con Perón,

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pese a que ya me obstruía totalmente el grupo de López Rega. Él me dice: “Sobrino, lo arregla muy fácil: usted dice que yo le pedí el expediente, que el expediente lo tengo yo y que me lo vengan a pedir a mí”. —¿El expediente del fusilamiento de Trelew? —Sí, sí, porque [Carlos] Kunkel y los Montoneros que integraban la lista, acompañados por la gente del partido de Oscar Alende y algún otro, tenían mayoría. Entonces, cuando piden el expediente, digo: “Bueno, quiero decirle, presidente Lazzarini, que mi cargo de secretario se lo debo a Perón, mi diputación se la lleva Perón. Perón me preguntó dónde estaba el expediente, le dije que lo tenía yo y me lo pidió y se lo llevé”. Kunkel armó un tremendo despelote. —O sea que Perón no quiso investigar los hechos de Trelew… —No señor. —¿Estamos hablando de días posteriores al 12 de octubre de 1973? —Pero por supuesto, Perón era presidente. —¿Por qué cree que Perón no quiso investigar los hechos de Trelew? —Cuando yo le pregunto “mi General, ¿por qué juró con uniforme?”, una pregunta bien geminiana, porque somos curiosos, me dice: “Porque yo quiero unir a mi pueblo con el Ejército”. Esa fue una respuesta categórica. El General no quería ahondar la diferencia en la Argentina, por eso él cambia, porque se cansó de decirme en Madrid que el grave error que cometió fue haber entrado en algunas cosas en las que produjo una división. Él dijo: “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. Balbín interpretó eso y desgraciadamente la muerte de los dos impidió que se produjera la unión nacional que este país necesitaba.

La declinación del general Carcagno y el surgimiento de Emilio Eduardo Massera La prensa destacaba las tensiones que envolvía a las Fuerzas Armadas con motivo de los pases y ascensos tradicionales del año. En el Ejército, el general Jorge Carcagno no lograba la aprobación para el ascenso de doce coroneles a generales de brigada: al menos cuatro de ellos no gozaban de la confianza del gobierno justicialista.

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En la Armada, el almirante Carlos Álvarez soportaba la presión de los mandos medios que apoyaban la designación como nuevo jefe de la institución al contralmirante Eduardo Emilio Massera, al que los medios destacaban como un hombre de perfil más cercano a las ideas del gobierno justicialista. Álvarez había tratado sin éxito de desplazar a Massera a la Junta Interamericana de Defensa en Washington. Perón delegó la solución de los problemas militares en el ministro de Defensa, Ángel Federico Robledo, y se abstuvo de intervenir de manera directa. Con el nuevo esquema, ocho altos oficiales navales pasaron a retiro. En el Ejército quedaron en el llano los coroneles Juan Jaime Cessio, Juan Carlos Colombo, Julio Etchegoyen y Eduardo Matta. Albano Harguideguy, incluido inicialmente en la lista que no logró prosperar pese a los intentos de Carcagno, finalmente consiguió su ascenso. Jorge Raúl Carcagno solicitó su pase a retiro debido, sin dudas, al fracaso del intento de ascender a los coroneles que apoyaba. Atrás quedaba el Operativo Dorrego, con la milicia cumpliendo tareas barriales y desfilando junto a la cúpula de la JP en el conurbano bonaerense. Una muestra de la relación entre la JP y el Ejército se pudo leer en la revista El Descamisado, que dio su apoyo a la reorganización de las Fuerzas Armadas haciendo hincapié en la figura de Massera y rechazando la destitución de Carcagno: “En la Marina se acaba con el sector ultragorila y en el Ejército se golpea al sector más proclive a integrar el Frente Justicialista de Liberación”. Tras el malestar que lo mantuvo una semana fuera de las actividades oficiales, Perón comenzó a delinear antes sus colaboradores una hipótesis de trabajo que tenía como referencia el parlamentarismo europeo, un sistema que redujera la influencia del titular del Poder Ejecutivo y ampliara la relación con el Congreso. Las modificaciones eran estudiadas por el ministro del Interior y el secretario general de la Presidencia, con la vista puesta en la modificación de la Constitución Nacional prevista para 1975. A pesar de los esfuerzos del gobierno por frenar la ola de violencia subversiva utilizando a las fuerzas de seguridad, e incluso con el adelanto del ministro Llambí de sus planes de enviar al Congreso un proyecto de ley para extender la jurisdicción de la Policía Federal en delitos contra las personas y la propiedad, el ERP llevó adelante en la ciudad de Campana un operativo comando para secuestrar al ejecutivo de la empresa estadounidense ESSO, Víctor Samuelson. El diario El Mundo, controlado por el ERP, publicó la foto del secuestrado Samuelson, destacando que el rescate solicitado para su liberación trepaba a los diez mil millones de pesos. En Córdoba, una bomba destrozó el auto del dirigente sindical combativo René

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Salamanca mientras el gremialista se encontraba en una reunión en el edificio de la Unión Tranviarios Automotor (UTA). No hubo heridos. El mismo día, la esposa del secuestrado coronel Crespo, con más de un mes de cautiverio en manos del ERP, se ofrecía a interceder ante las autoridades militares para el canje que proponían los terroristas: la libertad del militar a cambio de los detenidos en ocasión del ataque al Comando de Sanidad. El ministro Benito Llambí anunció que la Gendarmería Nacional estaría a cargo de la custodia de las fábricas que solicitaran protección y seguridad para cumplir con normalidad sus actividades. Por primera vez esta fuerza de seguridad iba a cumplir tareas de prevención en propiedades privadas. Llambí también informó que los empresarios que lo solicitaran tendrán custodia personal. La vida universitaria, especialmente en la Universidad de Buenos Aires, conformaba otro terreno de alta conflictividad para el gobierno de Perón. En la UBA, pese al desplazamiento de Rodolfo Puiggrós como interventor designado por Cámpora, continuaban los conflictos no sólo por las manifestaciones estudiantiles que se oponían a la política oficial, sino por la actitud de las autoridades que resistían los embates de la ortodoxia. Al desplazamiento de Puiggrós y de Francisco “Paco” Urondo, militante en la organización armada Montoneros, que había sido designado en un cargo de dirección, se sucedían los pedidos de cesantía sobre los profesores de Filosofía y Letras y Derecho, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, ambos editores de la revista Militancia, que defendía la política de los sectores revolucionarios armados. El ministro de Educación, Jorge Taiana, responsable de la destitución de los dos profesores cuestionados por la ortodoxia justicialista había sido convocado en tres oportunidades por el Consejo Superior del Movimiento para explicar la marcha de una política universitaria que no había sufrido ningún cambio desde la asunción del general Perón. Ortega Peña desconoció la resolución que lo separaba del cargo, aduciendo discriminación ideológica. Entendía que la Ley de Prescindibilidad debía ser aplicada a pedido del titular de la facultad y no del ministro del área. Mario Kestelboim, decano de Derecho, sostuvo la postura de los dos desplazados y puso en aprietos al ministro Taiana, quien finalmente insistió en su medida administrativa. A pesar del apoyo que la izquierda más radicalizada y los sectores peronistas de base otorgaban a los desplazados, en las elecciones para definir autoridades de la Asociación de Docentes de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, la lista encabezada por Ortega Peña-Duhalde perdió por el doble de votos en manos de sectores más moderados de la juventud peronista.

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El diario The Buenos Aires Herald advertía en su edición del 14 de diciembre que tres nuevos ejecutivos de empresas extranjeras, en este caso de la petrolera Cities Service, abandonaban el país debido a amenazas de grupos extremistas. Recordaba también que veinte directivos de la filial argentina de Ford habían retornado a los Estados Unidos igualmente amenazados, lo mismo que directivos de IBM, Chrysler y otras firmas estadounidenses. El semanario U.S. News and World Report indicaba que quinientos ejecutivos norteamericanos habían dejado el país en cuestión de meses.

Perón vuelve a reunirse con Balbín en Gaspar Campos A pesar de sus problemas de salud, Perón mantenía reuniones permanentes con todo el arco político del país. En Casa de Gobierno y frente a un numeroso grupo de dirigentes de distintas fuerzas retomó la idea de la unión nacional y el camino de la ley: “Dejemos que cada argentino haga lo que quiera siempre que sea en el marco de la ley”. El viernes 14 de diciembre por primera vez en ciento veinte años de historia una mujer, Isabel Martínez de Perón, presidió el Senado. El mismo día, Perón recibió nuevamente al jefe de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, en Gaspar Campos. Hablaron de dos cuestiones centrales: la reforma constitucional y la ley universitaria. El presidente de la Nación abrió el primer tema sosteniendo que los textos constitucionales de 1853 y 1949 generaban en la sociedad sensaciones similares: unos los aceptaban y otros los rechazaban, por lo tanto lo mejor era “lograr una Constitución de unidad”. Perón le dijo a Balbín que tenía un gran interés en que el radicalismo participara en la comisión que iba a estudiar la reforma, y el radical respondió que no era la intención de su partido participar en forma conjunta, porque “los temas sensibles no despiertan mucho calor”. “¿Para qué adelantar la reforma constitucional? ¿No es más conveniente para el justicialismo esperar los resultados de la gestión económica?”, observó con perspicacia Balbín. “Es que, don Ricardo, yo no me siento bien. Quiero sacar este asunto cuanto antes. A la cuestión económica hay que dejarla que camine por su lado. Total, ganen los peronistas o ganen los radicales, ya nos pondremos de acuerdo para el trabajo”, fue la respuesta. La idea del oficialismo era extender el plazo presidencial a seis años, en lugar de los cuatro con reelección de la reforma de Lanusse de 1972. Para el jefe radical, la sociedad había votado un presidente por cuatro años y no por seis. Además, temía que la Asamblea

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Constituyente se declarara soberana y pretendiera cambiar más artículos. La guerrilla y la cuestión universitaria fueron también los temas sobresalientes de la reunión entre ambos líderes.

• Banderas Durante 1970 y 1972, con las organizaciones armadas saliendo a la superficie, la cuestión de cómo combatirlas fue tema de análisis entre los alumnos de la Escuela Superior de Guerra. Se consideraron trabajos extranjeros y experiencias argentinas y quedaron definidas dos posturas. Una sostenida por los “con bandera”: al terrorismo había que combatirlo con uniforme, dentro de un marco legal. Y la otra, impulsada por los capacitados en Inteligencia: había que combatir con los mismos métodos del enemigo. Eran los “sin bandera”, influenciados por las doctrinas francesa e israelí. La liberación de los detenidos acusados de hechos terroristas, del 25 de mayo de 1973, representó una victoria para los “sin bandera”. Los que se inclinaban por una consideración legalista del fenómeno subversivo se vieron sin argumentos.

Un precario estado de salud le impidió a Perón trasladarse a Asunción del Paraguay, donde el gobierno argentino coronaba una tarea diplomática que llevaba el propósito de terminar un largo conflicto de intereses para comenzar el proyecto binacional de Yacyretá, una gigantesca represa destinada a generar electricidad para abastecer a los dos países. El presidente argentino delegó en la vicepresidenta la representación oficial, haciéndole llegar a su par de Paraguay, Alfredo Stroessner, una carta personal que contenía un significativo mensaje. Allí, Perón le explica a Stroessner, a quien trata de amigo, el motivo de su ausencia, haciendo hincapié en quién lo reemplaza: “Lo que más quiero en mi vida, que es mi esposa, a la que mi pueblo eligió como vicepresidente”. Isabel Martinez de Perón resaltó en su discurso el afecto de Perón por el pueblo paraguayo y sus autoridades, quienes lo recibieron sin dudar cuando debió abandonar la Argentina tras el golpe de 1955. El Tratado de Asunción contemplaba la construcción de la represa de Yacyretá, con un aporte inicial de cien millones de dólares, a levantarse a orillas del río Paraná con una capacidad de generación de energía eléctrica de 3,3 millones de kilovatios. Si bien el capital inicial

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estaba conformado por aportes idénticos de ambas naciones, el Estado argentino otorgaba un préstamo de cincuenta millones de dólares al Paraguay a una tasa de interés del seis por ciento anual. En Rosario, el ministro de Trabajo, Ricardo Otero, hombre del sindicalismo metalúrgico, retomaba el concepto de la ortodoxia para atacar a las juventudes que habían elegido el terrorismo como arma de desarrollo político. Mientras Perón recibía a Balbín en Gaspar Campos, le dedicó una parte sustancial de su discurso a la rama sindical de la Tendencia Revolucionaria, la Juventud Trabajadora Peronista: “Son los mismos estúpidos que creen que la resistencia empezó en 1972 y no en 1955 cuando nosotros manteníamos por instrucciones de Perón la vigencia del Movimiento”. “El Che Guevara es un renegado que nunca podrá sustituir a Perón”, dijo Otero, no sin recordar que Rucci había sido asesinado “por peronista”: “Muchos de nosotros vamos a caer, pero eso no nos va a hacer retroceder”. El discurso del ministro revelaba hasta qué punto el país estaba en un virtual estado de guerra interna. Este terreno de enfrentamiento fue sacudido nuevamente por la carta que hizo llegar a la prensa el coronel Crespo, secuestrado el 7 de noviembre. El militar afirmaba que se encontraba dispuesto a aceptar el juicio revolucionario de la organización terrorista que lo mantenía secuestrado, aceptando la legislación y usos de la guerra establecidas en la Convención de Ginebra el 12 de agosto de 1949. Se entendía que como contrapartida, el PRT-ERP liberaría al militar después de la “condena”, pero no hubo ninguna reacción oficial al respecto. El 19 de diciembre asumió el nuevo comandante general del Ejército, Leandro Anaya, en reemplazo del general Jorge Carcagno, en una ceremonia que contó con un desfile de tropas al mando del segundo comandante del Primer Cuerpo de Ejército, Jorge Rafael Videla. Atrás quedaba la figura de un militar, el general Carcagno, que había entusiasmado a los sectores juveniles con una pública demostración de alineamiento con la política de Cámpora. Carcagno había puesto a su fuerza en comunión con la JP en el Operativo Dorrego, y finalmente había solicitado la expulsión de las misiones militares extranjeras del país (una de los Estados Unidos, la otra de Francia), reclamo que fue desechado por el gobierno de Perón. Decidido a combatir la violencia subversiva con la ley en la mano, Perón se encontró con un escollo que debía sortear a cualquier precio: el ordenamiento jurídico en el terreno penal, drásticamente modificado por el gobierno de Cámpora. Perón insistía en dar el tratamiento de “delincuentes” a los miembros de los grupos terroristas. “Si asaltan un banco y se llevan la plata, no son otra cosa que delincuentes,

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a mí no me van a decir que lo hacen en nombre de una ideología superior”, afirmó. Poner bajo el imperio de la ley a los “delincuentes” también significaba modificar el Código Penal y las leyes que regulaban el funcionamiento de la Policía Federal, en este caso para darle un territorio de acción extendido, que trasladara delitos comunes a la órbita federal para respaldar la acción policial en todo el país. Algunas de las modificaciones propuestas por el gobierno de Perón ya se encontraban vigentes al 25 de mayo de 1973, cuando asumió Cámpora y decidió derogarlas mediante la ley 20.509 que dejó sin efecto las normas penales que reprimían conductas delictivas o penas específicas sin intervención del Congreso de la Nación. A través de las leyes 20.509 y 20.510, del 27 de mayo de 1973, el gobierno de Cámpora hizo excarcelables las principales figuras delictivas relacionadas con la subversión: tenencia de armas de guerra, falsificación de documentos de identidad, también del automotor, amenazas extorsivas. “Algunos dicen que quieren la revolución violenta —reflexionaba Perón —, pero no sé cómo se puede arreglar la economía de un país como el nuestro a balazos”. La prédica presidencial no encontraba eco ni en Montoneros ni en el ERP. La prensa dio a conocer un documento de trabajo confeccionado por los organismos de seguridad del Estado en el que se consignaba una serie de inconvenientes provocados por la legislación en curso, la misma que Perón estaba decidido a modificar. Allí se indicaba que numerosos activistas que habían obtenido la libertad el 25 de mayo de 1973, y que fueron detenidos por las fuerzas de seguridad por cometer delitos contra las personas o la propiedad, debieron ser rápidamente puestos en libertad por falta de un sistema legal que los inculpara. El presidente finalizaba diciembre con anuncios públicos ante los periodistas de Casa de Gobierno. Dichos anuncios tenían que ver con cambios en la legislación represiva, adelantos sobre el Plan Trienal que abarcaba el periodo 73-76, informes sobre la futura modificación de la Constitución Nacional para avanzar en la conformación de un Proyecto Nacional para todos, salvo para aquellos que decidieron “sacar los pies del plato”. Antes de hablar con la prensa, Perón había mantenido una extensa ronda de reuniones con todo el arco político del país, que culminaron con un encuentro a solas con el principal líder opositor Ricardo Balbín. Luego habló públicamente para reforzar el espíritu de concordia nacional que pregonaba su gobierno procurando estabilizar la Argentina, dejando atrás una guerra e iniciando el camino de la reconstrucción.

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La economía y el Pacto Social. El desabastecimiento. La última Navidad con Juan Perón El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) informaba que la tasa de desocupación medida en octubre había llegado al 4,5%, un punto menos que la medición de agosto. La marcha de la economía, asentada en acuerdos de precios y salarios, conformaba la columna vertebral de un sistema sostenido por el presidente Perón después de un semestre, el primero del año, en el que la inflación se devoraba los salarios y alteraba el humor social. Ya en noviembre, el aumento del índice de precios al consumidor del 0,8% creaba expectativas favorables en el gobierno, aun cuando sectores laborales reclamaban por la caída del salario real. El secretario de Comercio, Miguel Revestido, al anunciar el índice correspondiente a noviembre, recordaba que entre diciembre de 1972 y mayo de 1973, los precios habían aumentado un 43,7%, “mientras que desde mayo hasta noviembre de este año la onda inflacionaria se ha mantenido prácticamente en cero”. La política de precios máximos preocupaba a los principales actores de la vida económica privada. Según el comisario Gamboa —miembro de la Comisión de Precios, Ingresos y Nivel de Vida— las inspecciones a las empresas para verificar el sistema de precios máximos se encontraba trabajando con todo vigor para evitar deslizamientos especulativos. El gobierno obligaba a las empresas que pretendieran un reconocimiento de mayores costos a presentar el balance anual para dar traslado —o rechazar— la solicitud. En Córdoba, el abastecimiento de carne vacuna se encontraba seriamente restringido debido a la dificultad de los comerciantes minoristas para vender el producto siguiendo la línea de los precios máximos. Frente al descontento público comenzaba a surgir el mercado negro, donde se conseguía el producto a precios superiores a los consignados oficialmente. Los minoristas decidieron declararse en paro por tiempo indeterminado agravando la situación.

• Fuerzas Argentinas de Liberación Un informe para el nivel presidencial, estrictamente secreto y confidencial, de la Central Nacional de Inteligencia, fechado en 1974, señala el origen de las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL) en 1969. “Acciona como aparato militar del Partido Comunista Revolucionario (PCR), sin que se haya

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reivindicado la dirección política del mismo. En la práctica su origen se remonta a 1962, por sucesivas evoluciones de los llamados ‘grupos de choque’ de la Federación Juvenil Comunista, surgidos como consecuencia de la incidencia del maoísmo en las estructuras del Partido Comunista Argentino. Hizo sus primeras incursiones en el campo insurreccional (año 1969) con la denominación Frente Argentino de Liberación (FAL), por iniciativa de la organización Tupamaros de Uruguay.” En cuanto a su situación legal, el trabajo dice: “No existe legislación que la reprima como organización ilegal”, y su ideología es “marxista-leninista revolucionaria (maoísta)”. Como todos los restantes grupos terroristas, su organización es “celular clandestina”. En cuanto a las zonas de acción, expresa: “Actúa preferentemente en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, habiendo incursionado esporádicamente en Córdoba, Rosario, Santa Fe, Tucumán y Mendoza”. Sobre su actitud frente al gobierno de Perón, abunda: “Oposición frontal al gobierno nacional, [...] críticas y hostigamiento contra las estructuras reconocidas del peronismo ortodoxo” y “apoyo solidario” a la Tendencia Revolucionaria. Entre los principales dirigentes son citados: Luis María Aguirre (a) “Tato”, Lidia M. Malamud de Aguirre, Sergio Efraín Schneider y su esposa Susana del Carmen Giacche, Isaías Enrique Sokolowitz y Raúl Luis Monsegur. El trabajo informa que las FAL tenían en la clandestinidad entre 150 y 200 “combatientes” y entre 800 y 1.000 “periféricos”, aunque hasta el 30 de junio de 1973 eran 150 los efectivos “comprobados e identificados”. Se destaca que “fue la primera organización insurreccional que protagonizó operaciones armadas de envergadura contra unidades de las FF.AA.” e “inauguró prácticamente la técnica del secuestro con la finalidad de negociar con el gobierno nacional la libertad de extremistas detenidos”. Además, “mantuvo acuerdos operacionales con la organización Tupamaros de Uruguay”. Entre las “debilidades” escénicas, el informe refería la “definida actitud del gobierno nacional de erradicar actos de violencia en el país y los grupos que la generan” y “el firme respaldo a esta posición, de los partidos políticos, CGT, 62 Organizaciones y el consenso popular de repudio a las acciones de violencia”. El objetivo final según dicho informe era: “La captura del poder político e instauración de un régimen socialista-marxista”.

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El trabajo, a pesar del momento en que fue realizado, no especificaba acciones por parte de Inteligencia. Al parecer el organismo no leía los diarios del momento. Otro informe (PI 350/72, de la Policía Federal), señalaba que “la primera acción armada efectuada por las FAL fue el asalto al Banco de Liniers, donde la organización se apoderó de $50.000.000 de pesos m/n”. Nada se decía en los antecedentes de la organización de Alejandro Baldú ni del matrimonio Verd. La Cámara Federal en lo Penal, disuelta por el gobierno de Cámpora, investigó hechos terroristas por los cuales varios de sus miembros estuvieron detenidos, hasta que salieron indultados en mayo de 1973. Tampoco se dirá nada del secuestro extorsivo a Isidoro Graiver, en agosto de 1972, por el que la organización obtuvo US$ 150.000.

Los conflictos gremiales tomaban temperatura en todo el país, amenazando la fortaleza del Pacto Social. En Buenos Aires, la seccional Belgrano de la empresa Ferrocarriles Argentinos anunció un paro por dos días en reclamo de mejoras salariales, medida levantada con esfuerzo por los dirigentes de la Unión Ferroviaria tras la promesa de la conformación de una comisión para estudiar las demandas y elevarlas al gobierno. Los historiadores recordaron en la prensa que el primer paro que debió enfrentar Perón fue llevado a cabo por el gremio ferroviario en 1946 y obligó a una severa intervención militar para controlarlo. En la empresa de transporte de pasajeros Costera Criolla los trabajadores realizaron una toma de las instalaciones reclamando el pago de los sueldos. La policía acudió al llamado de los directivos, procediendo a detener a cinco delegados sindicales y quince conductores, abriendo un conflicto de mayores proporciones. La planta de Alpargatas, ubicada en Florencio Varela, fue ocupada por los trabajadores que reclamaban la renuncia del delegado interventor de la Asociación Obrera Textil, perteneciente al sindicalismo ortodoxo, Manuel Martínez, además de elecciones internas para designar nuevas autoridades. Martínez era un férreo defensor de la política de acuerdos implementada por el gobierno y respaldada por la CGT. El jueves 13 de diciembre, el tema precios y salarios fue objeto de una extensa disertación de Perón en el salón de actos de la CGT, sitio al que concurrió sin dudas para enfriar un panorama que se revelaba preocupante. Procuraba además sostener un sistema político-económico que diversos actores sociales estaban poniendo en duda. Concurrió más de un centenar de dirigentes sindicales, y Perón estuvo acompañado

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por el jefe de la CGT, Adelino Romero, el del gremio textil, los ministros de Trabajo y de Bienestar Social. En una extensa exposición, Perón se dedicó a explicar la economía que surgiría del acuerdo de precios y salarios, con pasajes que merecen destacarse: • “Cuando debemos hablar de sueldos, o sea, de salarios y precios, tenemos que considerar todos estos aspectos. No podemos lanzarnos a perturbar una acción que se va realizando. Yo jamás le he prometido al pueblo argentino nada que no haya sido capaz de cumplir. Hasta ahora jamás he prometido en vano. Y yo prometo acá, bajo mi palabra, que nosotros en este Plan Trienal que iniciamos, vamos a poner a punto toda una situación nacional en donde tanto la felicidad del pueblo como la grandeza de la Nación se vayan realizando paulatinamente”. • “Estamos haciendo todo lo que es posible y ganando de todos lados un poquito. Observen ustedes que en lo que va de este tiempo en la proporción de la distribución de beneficios hemos pasado del 33%, que era lo que se distribuía antes a los obreros, al 43%. Llegaremos al 50% poco a poco. De la misma manera que hemos realizado eso, nuestra moneda, que estaba totalmente desvalorizada, ha mejorado en estos ciento ochenta días el 40% de su poder adquisitivo. Es decir, un dólar costaba 1450 pesos cuando llegamos aquí y en este momento cuesta 960 o 970 que iremos bajando más”. • “La Confederación General del Trabajo es una garantía para todos los trabajadores, porque conozco a los dirigentes, no de ahora, sino desde hace treinta años. ¡Si sabré yo quiénes son los dirigentes! Tengo la más absoluta confianza en la honradez, honestidad y capacidad de estos hombres. La Confederación General del Trabajo puede estar segura y tranquila con los dirigentes que tiene, aunque algunos tontos digan que son burócratas”. Las definiciones de Perón en la CGT se producían en un marco de tensión con el empresariado, que cuestionaba la política económica, especialmente el sistema de precios máximos, aduciendo mayores costos. Tanto la Unión Industrial como la Unión Comercial Argentina pronosticaban un grave deterioro en las pequeñas y medianas empresas, con la consiguiente pérdida de fuentes de trabajo por quiebra en la producción. Los conflictos sindicales también llegaron a los grandes diarios de Buenos Aires. La Prensa informó a sus lectores que la edición diaria llegaba con una

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menor cantidad de páginas debido a problemas generados a raíz del “bajo rendimiento” del personal. En La Nación el personal acudió al ministro de Trabajo para denunciar modificaciones en las condiciones laborales. Los miembros de la comisión interna del diario manifestaron que habían elevado un petitorio con reclamos a las autoridades de la empresa, no encontrando respuesta. Por primera vez se abrió el mercado chino para las exportaciones argentinas. El presidente de la Junta Nacional de Granos, Juan Goñi, informó que el país se disponía a colocar entre dos y tres millones de toneladas de granos, trigo y maíz por partes iguales, en el gigante asiático. En vísperas de Navidad, el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo dio a conocer una declaración acerca de la violencia política que castigaba al país. Allí decían que la paz se construye “con la unidad, solidaridad y organización del pueblo junto a su líder”. Y llamaban la atención sobre “violentas agresiones a nivel de la militancia política, bombas, atentados, muertes, secuestros”. A su vez, el arzobispo coadjutor de Buenos Aires, monseñor Juan Carlos Aramburu, exhortó a los argentinos a superar la ola de violencia instalada, en la tradicional homilía de Navidad. Aramburu, considerado un obispo moderado, dijo que la familia argentina debía buscar “no el enfrentamiento, la división o el enceguecido absurdo, desgraciadamente puesto de moda, de sembrar inútilmente la muerte”. En la ciudad cordobesa de Cosquín fue secuestrado y asesinado el estudiante Guillermo Tomás Burns, de 27 años. Había sido capturado por un grupo desconocido en la madrugada del 21 de diciembre, y fue encontrado horas más tarde acribillado a balazos. La prensa destacaba que el joven no registraba militancia política alguna. Las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL) dieron a conocer a través de un comunicado que hicieron llegar a la prensa, la situación del comerciante Miguel Ángel De Bonis, dueño de una armería ubicada en la Capital Federal, al que habían secuestrado y aun mantenían en cautiverio. Según las FAL, De Bonis fue encontrado responsable de proveer de armas a grupos parapoliciales, cosa que el propio comerciante habría reconocido, al menos de acuerdo al comunicado del grupo subversivo. Las FAL también acusaron a la Unión Obrera Metalúrgica en un sentido similar, denunciando que en la seccional Avellaneda de la UOM se utilizaban los fondos sindicales para la compra de armas destinadas a grupos parapoliciales. El sindicato respondió a través de una enérgica solicitada, acusando a su vez a la organización subversiva de “delincuentes”, utilizando el mismo giro impuesto por Perón para identificar a los comandos guerrilleros. Al mismo tiempo, la UOM

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advertía que se disponía a iniciar acciones judiciales contra los medios de prensa que publicaron el comunicado de las FAL, “reclamando de esos medios las pruebas que posean como sustentación de las acusaciones de las que se hicieron eco”. En la comida de fin de año del gremio metalúrgico, realizada en el camping Rutasol de la provincia de Buenos Aires, el ministro de Trabajo Ricardo Otero señaló que estaba en marcha una conjura para asesinarlo. Otero se limitó a manifestar que los servicios de seguridad le habían hecho conocer un plan en tal sentido, sin entrar en mayores detalles. Después de casi dos décadas, Juan Domingo Perón volvió a pasar Navidad en la Argentina, y como presidente de la Nación. Lo hizo en su casa de Gaspar Campos. El clima político era totalmente distinto al de 1954. El Jockey Club, apuntó Mayoría el 23 de diciembre, “se limita hoy limpia y escrupulosamente a ser lo que debe ser, una organización de esparcimiento y un centro de sociabilidad para sus socios... la oligarquía vacuna ya no existe”. La observación estaba relacionada con la propuesta de varios diputados justicialistas de sacarle la administración de los hipódromos de Palermo y San Isidro. La población porteña volvió a padecer en la víspera de Navidad la dieta eléctrica: el sistema de transmisión del Chocón había tenido problemas como resultado de incendios en La Pampa. También había dificultades energéticas en Europa por el boicot petrolero decretado por los países árabes. El 25 de diciembre, Perón concurrió con su esposa y López Rega a un espectáculo que se realizó en la Plaza de la República, sitio en el que el ministerio de Bienestar Social había adornado el obelisco como un árbol navideño con consignas de propaganda oficial. Intervinieron Guillermo Brizuela Méndez, Juan Carlos Mareco y Juan Carlos Rousselot como maestros de ceremonias. Y entre los artistas se destacaron Hugo Marcel, Jorge Cafrune, Fidel Pintos, Alberto Olmedo y Jorge Porcel. Para no ser menos, la Regional I de la JP organizó un festival en el Luna Park con Marilina Ross, Antonio Tormo y Piero. Los que se quedaron en su casa pudieron ver por Canal 7 Teatro 10, un programa de la RAI con las hermanas Kessler, Gianni Morandi, Jimmy Fontana, Milva y Ornella Vanoni.

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CAPÍTULO 4 LOS INFORMES SECRETOS PARA PERÓN. EL PRT-ERP ATACA LA GUARNICIÓN DE AZUL. LAS DOS DIVISIONES

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En la tarde del sábado 5 de mayo de 1973, cuando aún no había asumido Héctor J. Cámpora, Raúl Lastiri no era reconocido por la calle y nadie imaginaba que Juan Domingo Perón asumiría la Presidencia de la Nación en ese mismo año. El teniente general Alejandro Agustín Lanusse —presidente de facto que había conversado con Cámpora y Lima tras el asesinato del contralmirante Hermes Quijada— habló con los oficiales del Batallón de Comunicaciones 121 y dio una explicación antológica de lo que le habían dicho sus interlocutores sobre el futuro argentino: “En un momento de la charla los señores Cámpora y Lima me explicaron que ellos aplicarán frente al terrorismo una política totalmente distinta; una terapéutica, que nada tiene que ver con los esfuerzos realizados por nosotros, los integrantes de las Fuerzas Armadas. Pregunté, entonces, si podía decirles a mis camaradas que a partir del 26 de mayo podían despreocuparse de la subversión. Comprendo que la pregunta era difícil y producto de la evolución que toman las conversaciones, evolución que a veces no es la apropiada, dentro de la cordialidad que la enmarcó. Si no era fácil la pregunta, mucho menos podía serlo la respuesta. Y en la elipsis que se eligió para la contestación, yo interpreto que no puedo anticiparles esa directiva que me pareció entender a primera escucha, porque le corresponderá hacerlo al gobierno constitucional”. Ocho meses más tarde, en enero de 1974, el PRT-ERP continuaba con su práctica de “guerra popular prolongada”. Nada había cambiado para la organización guevarista desde la llegada de la democracia, ni siquiera el hecho de que Juan Domingo Perón viviera en la Argentina y fuera presidente de la Nación. En ese mes atacaría otra unidad del Ejército. No era la primera vez. No sería la última. El 18 febrero de 1973, con la complicidad del soldado conscripto Félix Roque Giménez, había asaltado con éxito el Batallón 141 de Córdoba, golpe que sirvió para duplicar o triplicar “el arsenal que teníamos”, diría años más tarde Enrique Gorriarán Merlo en sus Memorias.1 “Luis Mattini” (Arnol Kremer), en su libro Hombres y mujeres del PRTERP, haría suyo el inventario que dio a la prensa el general de división Alcides López Aufranc, en ese momento comandante del Cuerpo III. Aclaró que “el material de guerra obtenido fue vital para el ERP, si recordamos la crítica situación sólo un par de meses antes: alrededor de setenta fusiles, pistolas, granadas, gran cantidad de parque, ametralladoras y hasta un arma antiaérea”. Era todavía la época del gobierno de facto de Lanusse y la acción no fue evaluada por la sociedad en su verdadera dimensión.

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Claro, se hablaba de la violencia de “arriba” que generaba violencia de “abajo”. Al mes siguiente, Cámpora triunfó en las elecciones, pero al PRT-ERP poco le importó: declaró una tregua al nuevo gobierno pero no a algunos estamentos del Estado que iba a comandar. Al poco tiempo de asumido, el 13 de julio de 1973, Cámpora debió abandonar el poder y asumió interinamente Raúl Lastiri. Quiérase o no, era un gobierno constitucional, cuya finalidad era convocar a las elecciones presidenciales que condujeron a Perón nuevamente a la Casa Rosada. El 6 de septiembre de 1973, un comando del PRT-ERP intentó copar el Comando de Sanidad con la finalidad de robar armamento y materiales médicos de campaña, pero fracasó. También en esta ocasión contaron con la complicidad de un soldado conscripto, Hernán Invernizzi, ascendido a dragoneante, hijo de Eva Giberti (la “educadora para padres”) e hijastro del psiquiatra Florencio Escardó (a) “Piolín de Macramé”. El 12 de octubre de 1973 asumió Perón tras dieciocho años de exilio. Llegaba plebiscitado con el apoyo del 62% del electorado, pero al PRT-ERP no le importó. Desde octubre hasta enero cometieron todos los desmanes imaginables: secuestros extorsivos, asesinatos, atentados y más. El 19 de enero de 1974, con la connivencia de otro soldado conscripto,2 intentaron copar y saquear la Guarnición Militar de Azul, provincia de Buenos Aires, que albergaba en sus cuarenta hectáreas al Grupo de Artillería Blindada Nº 1 y al Regimiento 10 de Caballería Blindada “Húsares de Pueyrredón”. En el invierno del ‘73 el Buró Político (BP), integrado por los principales jefes del PRT-ERP, abandonó el Gran Buenos Aires y se estableció en Córdoba, donde permaneció hasta el verano del ‘74. La razón para tal decisión, según Mattini, fue que Córdoba “era la región más proletaria del país, unida al hecho de que la dirección del partido debía estar allí donde estuviera el centro de la vida política nacional y experimentar la sana ‘presión proletaria’”. Una verdad a medias. Córdoba como centro geográfico de la Argentina ahorraba tiempo para los desplazamientos clandestinos de los miembros del BP y, además, los jefes del PRT-ERP se sentían allí protegidos por una infraestructura de complicidades que en Buenos Aires no tenían, desde estamentos de la administración provincial hasta sectores del sindicalismo clasista que hacían la vista gorda. Pero existía otro objetivo que legitimó el traslado hacia Córdoba: desde 1973 Santucho quería pasar a otro nivel y eso significaba crear un foco guerrillero rural que permitiera en el futuro declarar una “zona liberada”. Ese foco iba a estar en Tucumán: “Justamente, el 27 de agosto de 1973 yo estaba en

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Tucumán, en una reunión en la que se estaba preparando toda la guerrilla”, recordaría años más tarde Efraín Martínez Platero, un miembro de la dirección de Tupamaros. Para hacer posible la formación de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez [llevaría el nombre del “zurdo” Jiménez (a) “Ricardo”, un miembro del PRT-ERP muerto en Tucumán en un enfrentamiento con la policía provincial] era necesario contar con un gran arsenal y esas armas se podían obtener en la Guarnición de Azul.

¿Cuánto sabía Juan Domingo Perón del PRT-ERP y de Montoneros en enero de 1974? Hoy, cuando muchos jefes guerrilleros han relatado sus andanzas, cuando algunos archivos secretos se abrieron, cuando organismos de Inteligencia extranjeros desclasificaron informes (aunque algunos aparezcan con párrafos censurados), resulta sencillo trazar un panorama de las organizaciones político-militares de la ultraizquierda o de connotación marxista, se ampararan o no en el Movimiento Justicialista. En Nadie fue y Volver a matar se publicaron varios informes de la época —realizados por la Inteligencia argentina, rescatados del olvido— que abonan la certeza de que las organizaciones armadas intentaban tomar el poder por cualquier método, incluyendo, claro, la violencia. De acuerdo a las fechas en que se realizaron dichos informes, nadie se podía hacer el distraído: Lanusse, Cámpora, Lima, Lastiri y también Perón los leyeron, o tenían la obligación de leerlos. El titular de la secretaría de Inteligencia de Juan Domingo Perón fue el general de división (R) Alberto José Epifanio Morello, nacido el 6 de enero de 1906, egresado del Colegio Militar el 31 de diciembre de 1924 como subteniente de Infantería, oficial de Estado Mayor, retirado el 7 de octubre de 1955.3 Según informaron personajes del momento, llegó a ese cargo por el consejo de su yerno, el coronel Carlos Alberto José Corral, jefe de la Casa Militar de Perón. No formaba parte del círculo castrense que tenía contacto íntimo y diario con el líder, pero dada la vinculación familiar sus informes llegaban a destino. A Perón le gustaba leerlos y subrayaba con lápiz rojo lo que le parecía importante. Si por cuestiones de trabajo o de salud no podía leerlos personalmente, le eran referidos por miembros de su “estado mayor” íntimo, con acceso cotidiano a la residencia de Olivos, los coroneles Corral, Damasco, Sosa Molina o los tenientes coroneles Díaz y Ramírez, entre otros. “Perón se informaba por militares”, aseguró un ex miembro del PRT-ERP.4 A lo que

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habría que agregar: por lo menos en las cuestiones de defensa y seguridad… Su especialización en Inteligencia quedó demostrada en Chile, antes de la Segunda Guerra Mundial. Siempre se apoyó en el coronel Jorge Manuel Osinde, formador del antiguo SIE, de la SIDE presidencial y de Coordinación Federal en la Policía Federal Argentina. En 1974, el presidente Perón no desconocía nada del PRTERP, porque su organización estaba infiltrada como pocas. Lo mismo podía decirse de Montoneros y de otras organizaciones de menor capacidad de combate. Las organizaciones armadas también crearon aparatos de Inteligencia. El del PRT-ERP contó con la jefatura de Juan Santiago Mangini (a) “Capitán Pepe”, casado con Leonor Inés Herrera, ambos tucumanos, caídos el 28-29 de marzo de 1976. En pocas palabras, tanto el Estado argentino como las fuerzas terroristas contaron con aparatos de Inteligencia cuyos enfrentamientos causaron bajas de uno y otro lado. Juan Domingo Perón sabía que el PRT-ERP había abandonado la IV Internacional trotskista para plegarse a la línea Moscú-La Habana después de 1972, tras la estadía de Santucho en Cuba, luego de fugarse del penal de Rawson. Tampoco ignoraba las diferencias que surgieron dentro de su seno y que dieron origen al ERP-22 de Agosto y a la Fracción Roja, en 1973. La inteligencia del Estado seguía paso a paso las discusiones que se suscitaban en París entre el Secretariado Unificado y la Liga Comunista francesa (LC) del trotskismo. Por eso Perón podía, hasta donde la prudencia alcanzara, hablar públicamente de la cuestión, como lo hizo. Podía haber mostrado documentos capturados por Inteligencia del Estado pero lo evitó. Asimismo, estaba al tanto de casi todo lo referido a las reuniones que conformaron la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR), porque el tema le preocupaba. Y sabía que Montoneros había participado como “observadora” cuando se fundó la organización. Estimaba que la cuestión tenía dos planos: uno interno, porque además de las argentinas operaban en el territorio nacional organizaciones extranjeras, y eso podía obligarlo a utilizar en algún momento a las Fuerzas Armadas, alternativa que no le gustaba; y el otro externo, casi todo conducía a Cuba, su gobierno y los campos de entrenamiento de guerrilleros, además con Cuba mantenía relaciones diplomáticas. Existe un “documento base”, con el sello “estrictamente secreto y confidencial”, bajo el título “Organizaciones Armadas Clandestinas”, realizado por la Central Nacional de Inteligencia y sobre ERP, ERP-22, ERP-FR, FAL, Montoneros y FAP. Dicho informe, como varios otros, se encuentra modificado y actualiza uno anterior. Era una fotografía de una película que parecía no tener fin. Sucintamente, en doce

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páginas se informaba que el PRT-ERP contaba con una estructura político-militar clandestina con la “preexistencia de un aparato político que conduce la acción armada”, de allí que “se especifica su estructura orgánica en forma integral [PRTERP]”. En la página 2 se establecían los diferentes niveles: a) “Congreso Nacional, órgano de dirección máximo del partido. Fija la línea política y militar del mismo”. b) “Comité Central, elegido por el Congreso Nacional e integrado por 18 miembros titulares y siete suplentes, siendo el máximo organismo partidario entre Congreso y Congreso”. c) “Comité Ejecutivo: integrado por 11 miembros elegidos por el Comité Central. Ejerce la conducción práctica del partido, aplicando las resoluciones políticas y militares del Congreso Nacional y Comité Central. Responsable de la dirección de prensa, finanzas, escuela de cuadros y organización del partido”. d) “Buró Político: integrado por cinco miembros elegidos por el Comité Ejecutivo. Ejerce el control diario de la organización en los aspectos de prensa, propaganda y agitación, finanzas, cursos, organización, etcétera”. e) “Comité Militar Nacional: integrado por cinco miembros elegidos por el Comité Ejecutivo, constituye el núcleo dirigente del ERP. Planifica la estrategia militar de la organización de acuerdo a los lineamientos impuestos por el Comité Central, el Comité Ejecutivo y el Buró Político. Es asistido desde noviembre de 1973 por un Estado Mayor Central (EMC), que pasó a asumir la responsabilidad directa de algunas funciones anteriormente absorbidas por el Comité Militar Nacional. La misión conferida al EMC le asigna la responsabilidad de la ejecución de los planes militares de la organización y la elevación al nivel técnico de la misma. El nuevo órgano ejecutivo paramilitar está integrado por las siguientes jefaturas: • Jefe del EMC • Personal • Operaciones (2º Jefe del EMC) • Inteligencia y Ejército Enemigo • Logística • Comunicaciones”.

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Seguidamente se hace mención a las regionales (con un responsable político y otro militar): “El PRT-ERP cuenta con nueve regionales: Buenos Aires (Capital Federal y Gran Buenos Aires), Nornordeste (comprende zona norte de Buenos Aires y sur de Santa Fe, luego llamada Riberas del Paraná), Bahía Blanca, Rosario, Santa Fe, Córdoba, Tucumán, Chaco y Mendoza”. El trabajo sostiene en su página 5: “En el VI Congreso Nacional del PRT también se planea aprobar la introducción de modificaciones a la composición de los organismos de dirección nacional partidarios, aumentando el número de sus miembros. Las modificaciones prevén: • Comité Central: de 18 titulares y 7 suplentes a 28 y 11 respectivamente. • Comité Ejecutivo: de 11 a 17 miembros. • Buró Político: de 5 a 8 miembros. • Comité Nacional Militar: de 5 a 8 miembros”. Se ha mencionado expresamente la modificación a sus estructuras ad referendum del VI Congreso Nacional que iba a realizar el PRT-ERP, porque este dato establece el período de tiempo en el que fue realizado el trabajo de la Central Nacional de Inteligencia: entre agosto y septiembre de 1973. Como explicó Mario Roberto Santucho, el Comité Ejecutivo en su reunión de julio de 1973 tomó una serie de decisiones que iba a considerar ese VI Congreso, pero el mismo sólo pudo realizarse en el exilio, en Italia, por cuestiones de seguridad y recién en mayo de 1979. De todas maneras, el Comité Ejecutivo decidió desligar al partido de la IV Internacional trotskista con sede en París, y darle a la organización un perfil ideológico castro-guevarista prosoviético, siguiendo a Fidel Castro y a Võ Nguyên Giáp (Vietnam del Norte). En pocas palabras, la central de operaciones del PRT-ERP ya no estaría en París sino en La Habana. En su página sexta, el informe trata dos cuestiones: • Actitud frente al gobierno: “Oposición frontal al gobierno nacional, mediante la acción crítica y/o hostigamiento a la gestión de Estado, autoridades del poder central y/o provinciales, políticas de gobierno, FF.AA. y de seguridad, empresas de capitales extranjeros y/o multinacionales, etcérera”. • Posición frente al peronismo: “En contraposición, apoyo solidario a las actividades y objetivos de los sectores pseudoperonistas enrolados en la

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Tendencia Revolucionaria e intención de estructurar con los agrupamientos armados de esa tendencia (FAR y Montoneros) la Organización Revolucionaria de Vanguardia”. En la página 8 habrá de aclarar que el PRT-ERP “ha protagonizado operaciones armadas en forma conjunta con otras organizaciones similares que accionan en el país, específicamente con las Fuerzas Armadas Revolucionarias, actualmente fusionada en Montoneros”. Tras el fallecimiento de Juan Domingo Perón, el 1 de julio de 1974, otro informe completará el trabajo. Titulado “Ámbito Contrainteligencia”, será más específico con respecto a la relación del PRT-ERP con Montoneros. En su página 11 dirá: “Ante el pasaje a la clandestinidad de la organización Montoneros (6 de septiembre de 1974) y el anuncio formulado por su dirigente Mario Eduardo Firmenich, admitiendo la posibilidad de un accionar conjunto con el ERP, supeditándolo al logro de coincidencias políticas, el PRT-ERP definió el 18 de septiembre de 1974 su postura respecto al eventual acercamiento con la organización Montoneros. Puntualizó que la actitud del PRT-ERP frente a Montoneros debe ser de firme y consecuente lucha ideológica, señalando su más amplia disposición a compartir con dicha organización, la constitución de un ‘Frente Democrático, Patriótico y Antiimperialista’, en cuyo seno se discutan fraternalmente los puntos programáticos y las formas de acción en común, con la finalidad de enfrentar a las estructuras e instituciones del Estado. En el terreno específicamente militar, el PRTERP enunció su disposición de colaborar con la organización Montoneros, en forma simultánea y/o conjunta, en la ejecución de operaciones paramilitares dirigidas contra las FF.AA. y de Seguridad y empresas de capitales extranjeros”. La Inteligencia del Estado estimaba que el PRT-ERP contaba en ese momento con dos mil quinientos a tres mil combatientes y entre nueve mil y doce mil periféricos. Al 30 de junio de 1974 tenía 1334 efectivos comprobados o identificados. El trabajo trataba también las “peculiaridades” y las “debilidades” de la organización armada. Informaba acerca de su participación en la Junta Coordinadora Revolucionaria y las gestiones que realizó la JCR ante el gobierno de Argelia, tendientes a conseguir “apoyo financiero y reconocimiento como integrante del bloque de Países No Alineados”. También menciona sus subvenciones a organizaciones armadas extranjeras que realizan “operaciones armadas” en nuestro país, “particularmente Tupamaros”, y el hecho de que “mantiene conexiones con la organización vasca subversiva Euzkadi Ta Askatazuna-Liga Comunista Revolucionaria (ETA-LCR)” y

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“facilitó instrucción paramilitar en nuestro país a elementos afectados a la aludida organización extranjera”. Muchos años más tarde, lo que se observa es el intrincado camino de toma de decisiones que existía en el PRT-ERP, al mejor estilo de las telarañas burocráticas que rodeaban a los sistemas castrista y soviético. Una suerte de “Estado dentro del Estado”, con un gobierno nacional más autoridades regionales, provinciales y departamentales. Como si fuera poco, tenía inclusive un Estado Mayor militar.

La misión “Mattini” en Cuba. Encuentro con Fidel Castro En su ponderada obra Hombres y mujeres del PRT-ERP, Arnol Juan Kremer, nombre de guerra “Luis Mattini”, contó que con la precisa instrucción de Mario Roberto Santucho y el Buró Político de “los perros” —como se denominaba a los integrantes del PRT— viajó secretamente a La Habana para mantener encuentros al más alto nivel y “discutir las perspectivas para América Latina y en particular para Argentina después de la apertura que había representado el camporismo”. Mattini llegó a Cuba con la impresión de que en el Partido Comunista Cubano y en especial el Departamento América que comandaba el comandante Manuel Piñeiro Losada, “Barbarroja”, “sobrestimaban las posibilidades del peronismo de lanzar al país hacia una política independiente de largo alcance”, que “predominaban las simpatías por el peronismo” y en cambio en las estructuras militares cubanas “existiría mayor preponderancia pro PRT-ERP, por la consecuencia militar del ERP”. Cuenta Mattini que, dada la importancia del temario a tratar, debería haber viajado el propio Santucho. Habría que aclarar que el contacto previo de Castro con Santucho no fue satisfactorio y que, por lo tanto, el argentino no quiso exponerse. Las dudas y observaciones que plantea Mattini son las mismas que en Volver a matar reflejara Alejandro Ferreyra Beltrán que viajó con Mario Roberto Santucho en aquella primera ocasión: “Fidel lo recibe a Roby y yo creo que Fidel se va de la entrevista desilusionado. O sea, cuando va a ir Fidel a la casa, a nosotros nos sacan, nos hacen programar una actividad. Me contó después el de seguridad que Fidel llegó preguntando en voz alta: ‘¿Dónde está el hombre, dónde está el hombre?’, y se pusieron a charlar. Charlaron mucho de Perú, de la importancia que tenía para Cuba romper el bloqueo; ése es uno de los temas clave. Para llegar, luego, a la cuestión de qué iba a hacer el ERP frente a Cámpora. Fidel tenía expectativas económicas de cara

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a la relación con Argentina, salir del bloqueo. Ésta era la obsesión de Fidel. Y que nosotros con la actividad armada no fuéramos a dificultar eso. Yo creo que Santucho tenía definida la posición de ninguna tregua, más o menos. Cuando se va Fidel, tuvimos una conversación en la que Roby me cuenta que se había quedado preocupado porque lo había notado a Fidel disconforme con la conversación”. Luis Mattini vivió en La Habana la rutina con la que eran tratados los revolucionarios. Se alojó en una casa de seguridad o de protocolo, una de las tantas casas robadas a antiguos moradores que huyeron cuando el castrismo se sacó la máscara democrática; lo pasearon por distintos lugares —incluidas fábricas y centros culturales— para que observe el avance de la revolución; visitó sedes diplomáticas de países socialistas; y “en especial la unidad de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que comandaba el general Arnaldo Ochoa Sánchez” (fusilado el 13 de julio de 1989 con cargos falsos, cuando su figura competía con la del propio Fidel Castro). Mattini, lo mismo que Ferreyra Beltrán, quedó deslumbrado por la sobriedad y humildad de Arnaldo Ochoa. Y lo dice: “La aspiración de máxima de Santucho y el Buró Político era que el propio general Ochoa fuese instructor de la Compañía de Monte, tarea para lo cual lo habían apalabrado durante la dictadura de Lanusse y sólo esperaba la aprobación de Fidel”. Ochoa venía de fracasar en Venezuela, con un plan de “exportación” de su revolución. Peleó en el Congo y habría de comandar las tropas cubanas que intervinieron en la guerra de Angola cuando ya abiertamente los cubanos oficiaban de carne de cañón del imperialismo soviético. A pesar de todo, Ochoa fue declarado “Héroe de la Revolución” y fue el general de división más condecorado de Cuba. La esperada entrevista con el comandante Fidel Castro se realizó el 4 de enero de 1974 y duró casi ocho horas. Durante la misma, el revolucionario cubano llevó la mayor parte de la conversación, relatando los pormenores de su larga marcha hacia el poder desde el asalto al cuartel de Moncada (26 de julio de 1953) hasta enero de 1959 y desde ahí hasta ese momento. Mattini pidió armas e instrucción militar para formar la Compañía de Monte en Tucumán, y Fidel, con sutileza, le dijo que no, porque Cuba había establecido relaciones diplomáticas con la Argentina y ello “impedía cualquier forma de apoyo militar a una guerrilla opositora al gobierno”. Cuenta Mattini que Castro le dijo: “Admiro la tenacidad de ustedes, componente indispensable de la pasta de los revolucionarios. Pero muchachos, más flexibilidad y astucia”. Fidel también observó que una guerrilla sólo tiene posibilidades de éxito en determinadas condiciones políticas. En general no es viable la lucha armada contra un

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gobierno que guarde las formas democráticas. En particular contra un gobierno que, como el peronista, gozaba de indiscutida popularidad. “Caballo”, nombre con el que el pueblo cubano reconoce coloquialmente a Castro, se contradecía: él había consentido y entrenado la segunda incursión guerrillera en la Argentina —que integraron oficiales cubanos— durante las presidencias de Guido e Illia. ¿Acaso era antidemocrático el gobierno de Raúl Leoni en Venezuela cuando el general Ochoa comandó la expedición que intentaría derrocarlo? Recuérdese que el gobierno de Leoni rompió relaciones con la Argentina cuando se derrocó a Illia, en 1966, porque la Doctrina Betancourt le impedía reconocer gobiernos de facto. A simple vista, ambos interlocutores escondieron algo. Mattini no cuenta que ya para esa época el PRT-ERP planificaba el copamiento de la Guarnición de Azul, buscando armas para su futura Compañía de Monte (faltaban quince días para concretarlo). En otras palabras, intuía que Cuba no les daría armamento. Y por el lado de Castro, más de lo mismo: mentiras, como era su costumbre. A pesar de mantener relaciones diplomáticas y de gozar de un crédito blando argentino —que nunca devolvió— que le posibilitó renovar el parque automotor y tomar otras mercaderías y alimentos, Cuba continuó siendo un lugar de entrenamiento y refugio de cuanto terrorista argentino anduviera por allí. Lo concreto es que en el momento de producirse la “retirada estratégica” de la conducción del PRT-ERP, el lugar elegido para cobijarse fue Cuba. También lo fue para Montoneros. De allí que la guerra contra el Estado democrático que declararon las organizaciones armadas tuviera una connotación mayor: la injerencia militar extranjera en una cuestión interna nacional. El revelador anexo del presente libro es una prueba contundente de lo que aquí se afirma.

El plan de ataque a la Guarnición de Azul “La decisión [de atacar] fue de la máxima dirección, Santucho y el Buró Político que componíamos nosotros”, relató Mattini, hablando con el diario El Tiempo de la ciudad bonaerense de Azul, el domingo 18 de junio de 1995. A comienzos de 1974, el Buró Político del PRT-ERP estaba integrado por Mario Roberto Agustín Santucho (“Roby”, “Miguel”, “Cte. Carlos Ramírez”, “Ernesto Contreras”, “Raúl Garzón”, “Enrique Orozco”, etc.), Benito Jorge Urteaga (“Mariano”, “Gato”, “Ojito”), Domingo Menna (“Gringo”, “Nicolás”, “Munich”), Arnol Juan Kremer (“Luis Mattini”), Enrique Gorriarán Merlo (“Pelado”, “Gungo”, “Mateo”, “Cap. Ricardo”, “Cte.

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Ángel”, “Juan Alberto Rodríguez Marenco”), Carlos Germán (“Negro Mauro Gómez”), José Manuel Carrizo (“Juan”, “Luis”, “Francisco”, “Negro”, “Flaco”) y Antonio del Carmen Fernández (“Negrito”). El Estado Mayor del ERP hizo el diseño de la operación pero dependía del Buró Político fijar el día y la hora y elegir el método para tomar el cuartel. El objetivo era “dar un golpe fuerte a las FF.AA., y el objetivo práctico era obtener, al menos, entre seis y ocho toneladas de armamentos” que iba a ser destinado “a la preparación de las guerrillas rurales, para el futuro, porque semejante cantidad de armamentos no se necesitaba para la guerrilla urbana. Ésta se autoalimentaba, por lo general. Atacábamos comisarías, por ejemplo. No se necesitaba todo ese material”. En su diálogo con Marcial Luna de El Tiempo, Mattini va a reiterar un argumento que le expuso a Castro dos semanas antes del ataque: la máxima dirigencia del PRTERP consideraba que en la Argentina, a corto plazo, se iba a producir un golpe de Estado, “y la guerrilla rural tendría el objetivo de responder a ese golpe”. “Nosotros teníamos la facilidad de tener un conscripto que permitió el operativo. De no haber estado ese chico, probablemente no lo hubiéramos hecho. Los conscriptos eran nuestra fuente de información fundamental. El conscripto de Azul hizo toda la descripción, los puntos débiles de la guardia.” Era un tal “Néstor”, no identificado. Durante la planificación se estudiaron detalladamente las rutas desde Tandil a Buenos Aires “para la retirada de los grupos armados de combate y los de logística que iban, con los camiones más pesados, directamente a Tucumán […] El mayor inconveniente que nosotros teníamos en ese momento no era el ataque al cuartel, sino la retirada con varias toneladas de armamento”. La preparación de esos camiones retrasó el ataque, planeado originalmente para diciembre de 1973. Mattini explicó que se prepararon unos camiones cisterna a los que se les hizo un dispositivo para ingresar el armamento: “Uno de esos camiones era de aceite comestible. El trabajo fue algo así como una exquisitez de ingeniería, porque se les hizo un sistema de apertura muy bien disimulado para meterle armamento. Incluso se previó que si un policía, en la ruta, mangueaba un poquito de aceite, ya que eso podía ocurrir también, tenía que salir aceite”. El operativo estuvo conformado por tres grupos. “Un grupo central, al mando del jefe del operativo, que era Gorriarán Merlo, atacaba la zona de tanques. Según un informe era la zona más dura, por eso ahí iba el jefe con el grupo principal”. Otro grupo, al mando de Hugo Irurzun, “Capitán Santiago”, se desplazaría en profundidad en el cuartel.5 Y un tercer grupo, al mando de Jorge Molina, cuya misión era atacar las

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casas de los jefes militares y secuestrarlos. Este grupo tenía “autonomía total”. Es decir, independientemente del ataque al cuartel, su misión era secuestrar a los jefes y llevárselos sin tener en cuenta lo que sucedía con el resto de los atacantes: “Era una misión al margen y no tenía contacto con el mando” de Gorriarán Merlo. Según Mattini, Irurzun entra en la profundidad del cuartel, “pero no puede retirarse hasta no recibir la orden” y “lo que ocurrió fue que la orden no llegó, porque Gorriarán da la orden pero no verifica que los comandos la hayan recibido”.

Jorge Carlos Molina, “Capitán Pablo” o “Pinturita” fue uno de los que intervinieron en el V Congreso del PRT que se realizó en la Isla Magnasco, una de las Lechiguanas frente a San Nicolás, el 30 y 31 de julio de 1970, sitio en el que se creó el ERP. Estudió el secundario en el Liceo Militar General Belgrano, donde se recibió de subteniente de reserva con altas calificaciones. Tanto es así que el coronel Miná, director del Instituto, le dijo: “Por un pelo no se lleva usted la bandera, cadete Molina”. Estudió arquitectura en la Universidad Católica de Santa Fe y por entonces conoció a su esposa, Nilda Míguez, “Negrita”, con quien se casó en 1969. Los dos militaron en el PRTERP e intervinieron en numerosos actos delictivos. Molina, junto con Osvaldo Sigfrido Debenedetti (“Alejandro”, “el Tordo”), secuestró el 23 de mayo de 1971 al cónsul inglés en Rosario, Stanley Silvester, también gerente del frigorífico Swift, liberado tras una gran entrega de alimentos a los sectores más pobres de esa ciudad. Caerá preso y será amnistiado el 25 de mayo de 1973. Al mes siguiente formará parte del grupo que dio una conferencia de prensa, al lado de Santucho, Urteaga y Gorriarán Merlo. Su presencia se debió a que era responsable político de la Regional Buenos Aires. Fue uno de los que trabajó en la expansión de la Compañía de Monte en Tucumán. Su nombre aparece varias veces en los archivos de la Cámara Federal en lo Penal que dejó de funcionar con la asunción de Cámpora, en mayo de 1973. Especialmente en la declaración de Ramón Bernardo Etchegaray, del 30 de julio de 1971, en la que el detenido realizó un largo relato de las acciones militares en las que intervino en Rosario.

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La Argentina de los diarios “El Presidente atenderá los asuntos de Estado desde Olivos, todo el mes de enero”, informó La Razón del miércoles 2 de enero de 1974, junto a una fotografía de Perón acompañado por José López Rega, el coronel Carlos Alberto Corral, el teniente coronel Alfredo Sebastián Díaz y un oficial de servicio del Cuerpo de Granaderos a Caballo.6 Una rápida lectura del vespertino muestra la ceremonia de asunción del general Alberto Numa Laplane como jefe del Cuerpo I y a Carlos Alberto Reutemann probando su Brabham BT-44 en el autódromo municipal 17 de Octubre, con la vista puesta en el Gran Premio República Argentina que se correría el día 13. Para Perón era un día importante, porque a las 21.30 veía por Canal 11 Polémica en el bar, ese programa desde el que lo hacía reír Fidel Pintos. El presidente venía de pasar largos años con la televisión de la España franquista, formal, poco ágil, aburrida, y se deslumbró con los canales privados argentinos. Precisamente en España, ese día, había asumido como Primer Ministro Carlos Arias Navarro, tras el asesinato del almirante Luis Carrero Blanco por separatistas vascos. Lo hizo ante el Caudillo y juró fidelidad a las Leyes Fundamentales y los Principios del Movimiento Nacional. En Argentina, la violencia política no cejaba: Alejandro Giovenco, jefe del Comando Centro Cóndor del peronismo ortodoxo, ex guardaespaldas del asesinado José Ignacio Rucci, fue víctima de un atentado en su casa de Chorroarín 727 y recibió un balazo en una pierna. Salvó su vida gracias a que su custodia personal repelió el ataque. El armero Miguel A. de Bonis continuaba sin aparecer desde el 22 de diciembre momento en que fue secuestrado por un comando de las FAL y, como si no faltara nada, un comando de derecha pretendió incendiar la sede de Cinema International Corporation, distribuidora de la película Jesucristo Superstar, por considerar “blasfemo” al filme. El jueves 3, Felipe Romeo, director de la revista El Caudillo, adherido a la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA) de Julio Yessi, sufrió un atentado: resultó herido en una pierna y se responsabilizó del hecho a la Tendencia Revolucionaria. Al día siguiente, los diarios informaron del asesinato del chileno Sergio Leiva Molina —quien se encontraba asilado en la Embajada Argentina en Santiago de Chile— a manos de un carabinero que custodiaba el edificio. Leiva Molina se había trepado a uno de los árboles del jardín de la residencia para mirar hacia fuera y recibió tres disparos, hecho que provocó un incidente diplomático. Sin embargo, la noticia más impactante fue la aparición pública de Carlos

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Altamirano Orrego al lado de Fidel Castro durante los festejos del decimoquinto aniversario de la revolución cubana. Altamirano había sido secretario general del Partido Socialista de Chile y, como tal, uno de los que más aportaron a la radicalización de la sociedad trasandina hasta el golpe de septiembre del ‘73. En ese momento se encontraba en La Habana Arnol Kremer para mantener aquel encuentro con Fidel Castro. El coronel Vicente Damasco —que dejaba de ser jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo y sería reemplazado por el coronel Jorge Sosa Molina— pasaba a desempeñarse como secretario militar de la Presidencia. Trascienden algunos nombramientos de embajadores argentinos: Guillermo de la Plaza a Uruguay; Jorge Osinde, Paraguay; Jorge Kawataba, Japón; Heraclio Ferrazzano, Panamá. Como si la naturaleza, molesta, hubiese mandado una señal, un fuerte temporal de viento y agua se abatió sobre el territorio horas antes del día de Reyes. La Capital Federal y sus alrededores quedaron colapsados, hubo seis muertos y El Chocón quedó fuera de servicio tras la caída de siete torres. El gobierno respondió con restricciones energéticas. Los diarios no dejaban de informar que todavía no habían sido liberados los empresarios Douglas Gordon Roberts (Pepsi), Víctor Samuelson (Esso), Charles Hayer (empresa constructora MacKee Tasca) e Yves Boisset (Peugeot). En Rosario fue copada la fábrica de cojinetes Rex por parte de un comando del PRT-ERP. Y también fueron incendiados los talleres de COGTAL, donde se imprimían varios medios, entre ellos el diario El Mundo, propiedad del PRT-ERP. Frente a estos y otros hechos, Ricardo Balbín endureció su discurso y a través de radio Continental dijo: “Las grandes coincidencias del país no se lograrán con dos personas sentadas en escritorios separados por varios kilómetros de distancia”. Para agregar que “el Justicialismo confunde al gobierno con el Movimiento” porque el árbol de Navidad levantado en el Obelisco estaba adornado con leyendas partidarias. Con respecto al proyecto oficial de levantar un Altar de la Patria (aprobado por el Senado el 10 de enero), sostuvo: “Lo podríamos dejar para cuando consolidemos la Nación”. Finalmente, Balbín se mostró muy crítico con la política universitaria: “No sé si Taiana leyó las coincidencias de la Hora del Pueblo, pero es evidente que no las acata, a pesar de que las firmaron los integrantes del FreJuLi, la CGT y la CGE”. “Ganó en todas partes, menos en el final”, rezaba Clarín el lunes 14 de enero, comentando lo sucedido con Carlos Alberto Reutemann durante el Gran Premio de la República Argentina de Fórmula 1. El corredor santafesino fue primero durante casi toda la carrera, y en la vuelta 38 se le soltó la tapa de toma aerodinámica de aire y a

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dos vueltas del final tuvo que abandonar. Perón, que había llegado al promediar la carrera con la esperanza de entregarle el premio, le dedicó una sonrisa y un abrazo. El ganador fue Denis Hulme con un McLaren M 23. Entre el jueves 10 y el lunes 15, el presidente Perón pronunció tres discursos intentando trazar las líneas del gobierno, fijar directivas. Era verano y el viejo mandatario no paraba de trabajar en Olivos para una sociedad en la que muchos parecían no escucharlo o escucharlo sin tomarlo en cuenta. El 10 de enero se dirigió a los artistas. “Nuestro interés es hacer patria [mediante] una revolución lenta, pero sin pausa.” “No soy partidario de las revoluciones cruentas. No me gusta la pelea. Prefiero el devenir sincero y tranquilo de los cambios.” La respuesta de Montoneros a través de El Descamisado fue un largo artículo firmado por su director, Dardo Cabo, “Cuba, cómo es el socialismo nacional”. Al día siguiente, les habló a los empresarios en Olivos: “El país no ha de salvarse por la acción aislada de una persona; ha de salvarse con la acción de todos”. El lunes 14 criticó a los adversarios y sus acciones: la crisis institucional en Córdoba, la violencia, el recelo de algunos diputados oficialistas para con las reformas al Código Penal, las huelgas que buscaban aumentos salariales, los embates de la Juventud Peronista de la Tendencia Revolucionaria… Demasiados escollos para una persona que había asumido la presidencia tres meses antes y estaba transitando el final de su vida. El martes 15, la Regional I de la Juventud Peronista realizó una gran marcha frente al Plaza Hotel, sitio en el que se alojaba el líder panameño Omar Torrijos Herrera. Encabezaba la marcha una gran bandera de Montoneros y fue quemada una bandera estadounidense. La amplia crónica de la marcha apareció en El Descamisado del 22 de enero, edición cuyo título de tapa era: “Si los diputados aprueban las leyes represivas votarán leña para el pueblo”. En la cobertura de la manifestación aparecen fotografiados Enrique Maratea y Jorge Todesca de la Regional I; Jorge Obeid, jefe de la Regional II; Lili Massaferro por la Agrupación Evita y nombradas todas las colaterales de Montoneros. El viernes 18, antes del mediodía, Perón y Torrijos firmaron una larga declaración conjunta en la que Panamá reafirma “su total apoyo” al reclamo argentino por las Islas Malvinas y la Argentina reconoce al Estado panameño “las legítimas demandas referidas al Canal de Panamá y la recuperación de su territorio actualmente denominado Zona del Canal de Panamá”. “La Argentina en el despegue”, se tituló el artículo del diario Il Popolo, órgano oficial de la gobernante democracia cristiana italiana, que reprodujo Mayoría el

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sábado 19 de enero, en el que se afirmaba que Perón “ha vuelto al Gobierno como un sabio de la política, empeñado especialmente en no repetir ninguno de los errores que se le reprocharon alguna vez, con razón o sin ella: hoy Perón aparece como el hombre de gran equilibrio nacional comprometido en el respeto de las opiniones ajenas y en la convivencia pacífica. Todo esto le ha asegurado el apoyo y la cooperación de numerosos sectores no peronistas”. Ese sábado 19 comenzaba el Festival de Cosquín y por primera vez en catorce años los ganadores serían elegidos por el voto popular. Junto al ticket de entrada, cada espectador recibía un talón para votar. Algunos de los que participarían eran ya parte de la leyenda del folklore argentino: Eduardo Falú, Los Fronterizos, Los Huanca Hua, Los de Salta y Ramona Galarza. Por la noche, decenas de miles de argentinos que se quedaron en sus casas para ver televisión optaron por Canal 9 y su Alta Comedia: allí se vio Fedra con la participación de Nélida Lobato, Víctor Laplace, María de los Ángeles Medrano, Oscar Ferrigno y la presentación de Silvio Soldán. Canal 11, a las 23.30, emitió A la noche Pinky, un programa musical-periodístico conducido por Lidia Elsa Satragno. Como siempre, a las 0.30, Canal 13 presentaba su Noticiero, relatado por Horacio Galloso. En esos momentos ya estaba en marcha el ataque a la Guarnición Militar de Azul, pero nada salió al aire en esa edición.

El relato militar sobre el ataque a la Guarnición Militar de Azul En la “Reseña histórica del intento de copamiento a la Guarnición Ejército Azul”, realizada por pedido de la Comisión del Arma de Artillería “Santa Bárbara” y escrita por el coronel Horacio Guglielmone (h) (que tuvo escasa distribución por solicitud del teniente general Roberto Fernando Bendini), se hace una detallada crónica del ataque, precisamente porque el autor fue uno de los que defendió las unidades militares. El asiento de la Guarnición Ejército Azul estaba ocupado por los cuarteles de dos unidades: el Grupo de Artillería Blindado 1 (GA Bl 1) y el Regimiento de Caballería de Tiradores Blindados 10 “Húsares de Pueyrredón” (RC Tir Bl 10), actualmente Regimiento de Caballería de Tanques 10 “Húsares de Pueyrredón”. (RC Tan 10). La noche del sábado 19 de enero de 1974, conociendo la escasez de efectivos con que contaba la Guarnición (la mayoría de los conscriptos había sido dada de baja por

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razones presupuestarias y licencias de fin de semana), una versión reforzada de la compañía “Héroes de Trelew” del PRT-ERP inició el ataque a las 23.40, y los combates se prolongaron durante toda la noche y hasta las primeras luces del día siguiente. Antes del ataque, un grupo de combatientes copó la casa quinta del doctor Miguel A. Inza, a tres kilómetros del objetivo, amordazó al casero y comenzó a concentrar el grueso del escalón “Asalto” amparado en el amplio jardín rodeado por un cerco de pinos que cortaba la visibilidad. Allí instalaron una posta sanitaria y distribuyeron los uniformes y armamentos. El otro escalón, de “Contención”, orbitó en los alrededores en apoyo del primero, para bloquear cualquier auxilio a la Guarnición, además de apoyar el escape de los atacantes y los camiones. Según Guglielmone, cada grupo estuvo integrado por unos ciento veinte hombres (es decir, doscientos cuarenta combatientes). El escalón Asalto estuvo organizado en varios grupos, según la misión a cumplir. Los atacantes entraron en la zona de cuarteles vistiendo uniformes de combate con casquetes o cascos idénticos a los utilizados por el Ejército, y armados con fusiles FAL, FAP, fusiles ametralladoras Madsen, ametralladoras MAG y PAM, lanzacohetes, lanzagranadas, granadas de mano, escopetas calibre 12.70 y pistolas 9 mm y 11.25. A las 23.40 se escuchan los primeros disparos en el puesto de guardia Nº 4, donde es degollado el soldado conscripto Daniel Osvaldo González. El oficial de servicio, teniente primero Alejandro Domingo Carullo, llega al lugar del hecho, es herido de gravedad por ráfagas de pistola ametralladora y dado por muerto. Pocos minutos después, el personal de la guardia central comienza a repeler el ataque. El ruido de los disparos y las explosiones de las granadas llaman la atención del resto de los efectivos del cuartel y del barrio militar ubicado enfrente de la Guarnición. De allí saldrán cuatro oficiales para ingresar en la unidad a toda velocidad, en dirección al casino de oficiales: el mayor Osvaldo Antonio Larocca, el capitán médico Miguel Ángel López Orts y los subtenientes Eduardo Raúl Mendizábal y Horacio Guglielmone. También ingresó un civil de 18 años, Jorge Fernández Funes, hermano de uno de los oficiales con destino en la Guarnición. Para entonces, los atacantes ya habían alcanzado la parte posterior del sector oeste del cuartel y el casino de oficiales. Mientras se libraba una fuerte lucha en el interior del cuartel, el jefe del Grupo de Artillería Blindado 1, teniente coronel Jorge Roberto Ibarzábal, que se encontraba cenando en la casa de un oficial de su unidad en el barrio militar, ingresó al cuartel

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dirigiéndose a la casa del jefe de la Guarnición y jefe del Regimiento “Húsares de Pueyrredón”, coronel Camilo Arturo Gay. Juntos dejan a sus familias y se dirigen a defender la unidad, sin darse cuenta de que a sus espaldas la vivienda había sido rodeada por un grupo terrorista. A cincuenta metros de allí, antes de cruzar el arroyo Azul, que separaba a la casa del cuartel, son interceptados y, escasamente armados como estaban, intentan resistirse. El coronel Gay cae herido de muerte y es tomado prisionero; Ibarzábal es introducido en un vehículo y sacado del lugar. La familia de Gay es llevada como rehén a la herrería del cuartel; allí debían ser recogidos por un vehículo, cosa que no ocurrió porque ya estaba fracasando el ataque y, además, un vehículo blindado militar bloqueó al grupo atacante. Desde una ventana del primer piso del casino de oficiales, el subteniente Guglielmone ve ingresar a tres camiones civiles. Esto le da la certeza de que el objetivo del ataque es el robo de material de guerra. Guglielmone toma contacto con aquellos que defendían las salas de armas de las baterías A y B, y los insta a mantener intactas las posiciones explicando que ése era el objetivo de los atacantes. Cerca de las dos de la madrugada ingresa una sección del Arsenal Naval “Azopardo” (distante a 35 kilómetros) integrada por veinte hombres. A las cuatro llegan el general Albano Harguindeguy —jefe de Logística del Ejército— y el coronel Damo, de quien dependían las unidades atacadas. El vehículo blindado, cuyas orugas crean un efecto psicológico sobre los atacantes, se dirige al fondo del cuartel y en la herrería encuentra que dos atacantes —Guillermo Pascual Altera y Santiago Luis Carrara— mantenían como rehenes a los familiares del coronel Gay, a Enrique Alejandro Paradelo, un amigo del hijo de éste que estaba de visita, a dos suboficiales heridos (Raúl Jesús Puyó y Manuel Ernesto Caballero), además de los integrantes de ese puesto de guardia y a dos suboficiales más. Los atacantes se ven cercados y la situación queda a cargo del mayor Larocca, quien oficia de interlocutor hasta el final de las acciones. Los dos atacantes reclaman la presencia de diputados y senadores, periodistas y un juez federal. Recibida la orden de “accionar sobre los terroristas” del teniente general Leandro Enrique Anaya, comandante general del Ejército, Larocca reúne a los oficiales y pide dos voluntarios para concretar la acción. Se ofrecen un subteniente del Grupo de Artillería Blindado 1 y un teniente de corbeta del Arsenal Naval “Azopardo”. Cerca de las 7.30 del 20 de enero todo estaba listo para cumplir la orden de Anaya. Altera miraba hacia el exterior planteando sus exigencias, y amenazando con matar a

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los rehenes en caso del no cumplimiento de las mismas. Carrara estaba detrás, apuntando con su FAL a los prisioneros. La esposa del coronel Gay, Ilda Irma Cazaux, se encontraba sentada en el fondo del edificio, y en su regazo descansaba la cabeza de su hija Patricia, de 14 años. Más atrás, el resto de los rehenes. A la señal esperada, los dos tiradores se incorporaron y abrieron fuego. “Altera cayó muerto instantáneamente, pero Carrara, cubierto en parte por el anterior, cae herido por dos disparos en el costado derecho, algo más arriba de la cintura, pero alcanza a girar y hace un disparo con su FAL, hiriendo de muerte a la esposa del coronel Gay, al ingresar el proyectil por la cara inferior del hombro izquierdo de ésta y salir por su espalda, por debajo y a la derecha de su omóplato derecho” (informe del médico forense de la delegación Azul de la Policía Federal, doctor José Moreno). “La señora de Gay —‘Chela’— inclinó su torso hacia adelante, herida de muerte, cayendo sobre el rostro de su hija Patricia a quien acariciaba para tranquilizarla.” Fue trasladada al Hospital Municipal de Azul pero fue imposible salvarle la vida. Tenía 42 años. A Carrara lo llevaron a la enfermería del cuartel y posteriormente al Hospital Municipal de Azul, donde fue atendido y se le salvó la vida. Actualmente está “refugiado” en Alemania. Guglielmone, al finalizar su trabajo, deslizó la siguiente observación: “Es de notar que los terroristas pudieron cargar sus muertos y heridos en uno de los camiones que habían ingresado y huir con ellos, no siendo interceptados porque no participaron otras fuerzas en el bloqueo de las vías de escape, salvo acciones menores aisladas de las policías Federal y Provincial”. Había llegado la hora del escarmiento. Tras el fracaso de la operación, Gorriarán Merlo fue “despromovido” bajo el cargo de haber abandonado a su gente antes del repliegue, y se lo destinó en Córdoba. Su cargo fue ocupado por Juan Eliseo Ledesma (a) “comandante Pedro”.

El calvario de Ibarzábal y su familia Desde el día del secuestro de Ibarzábal, su familia vivió un verdadero calvario. El PRT reclamaba un canje de prisioneros como los que había ensayado en tiempos del gobierno militar, tal como lo testimonió Luis Mattini al Centro de Documentación e Información del Instituto Gino Germani, pero el Estado defendía la postura de no negociar con terroristas. El sábado 16 de febrero de 1974, el PRT-ERP difundió una “Resolución del Estado

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Mayor del ERP” en la que se otorgaba un plazo de cuarenta y ocho horas “para responder sobre el estado en que se encuentran los compañeros Antelo y Roldán” (supuestos desaparecidos). Concluido el plazo, “si no se registrara respuesta, será ejecutado el teniente coronel Ibarzábal por recaer en su persona la responsabilidad de ser el jefe de la Institución Militar que viola los más elementales derechos humanos, negando los convenios internacionales firmados en Ginebra”. Horas más tarde, la organización armada, ante una respuesta telefónica que le habría dado el comandante general del Ejército (“el Ejército solamente daba cuenta de la detención de Santiago L. Carrara, herido, y Guillermo P. Altera, muerto”) resolvió suspender la ejecución de Ibarzábal. Insólita fue la conclusión que se sacó tras la aclaración: “De acuerdo a lo informado por el Ejército Argentino, se aplicará la justicia popular sin juicio sumario a la Policía Federal y a sus organismos especializados en torturas”. En Estrella Roja del 4 de marzo de 1974 se publicó una conferencia de prensa de los miembros de la conducción del PRT-ERP, Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, José Manuel Carrizo y el Gringo Menna, en la que se intentaron explicar las causas de la muerte de la esposa del coronel Gay: la culpa había sido de los militares. En el mismo ejemplar se imprimió un largo artículo sobre el “canje de prisioneros y respeto a los combatientes” durante la Guerra de la Independencia de América Latina, firmado por todas las organizaciones de la Junta Coordinadora Revolucionaria. Desde el 19 de enero hasta el 19 de noviembre de 1974, Ibarzábal permaneció en una “cárcel del pueblo”. Pudo comunicarse con su familia con la condición de que hiciera mención al pedido de canje. Su familia le respondía a través de avisos en los diarios. En su primera carta manuscrita —que se publicó en El Mundo— decía que estaba en una “cárcel del pueblo en calidad de prisionero de guerra de un ejército enemigo y sujeto a las mismas normas establecidas en Ginebra para estos casos”. Agregando: “En la ‘cárcel del pueblo’ me tratan con corrección y mi estado de salud actual es bueno”. En otra, firmada en marzo, le decía a su esposa: “Te pido le hables a ‘Manolo’ Rodríguez para que por intermedio de sus amistades políticas y de otro orden procure que se haga un canje entre quienes estamos prisioneros del ERP y los miembros de esta organización que están a disposición de la Justicia. Lo mismo puedes pedirle al Petizo Serdá, a Alfredo Ávalos y Tisi”. En otra misiva más, de abril, se dirige a su esposa y a sus hijos: “Sé que los he dejado en una situación difícil y mi amargura es no saber cómo se las arreglan, ni poder hacer nada para ayudarlos […] Hace unos días he leído una revista deportiva en la que vi a Anaya presenciando el partido Boca-River. Te podrás imaginar mi querida

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Nelly, el dolor inmenso que ello me causó, pues yo tenía la ilusión de que este señor destinara sus momentos, o parte de ellos, a tratar de recuperar a los jefes que estamos en ésta situación. Me parece que su conciencia no le reprocha nada, pues seguramente debe desconocer —a pesar de su jerarquía— las más elementales normas del ejercicio del mando”. A pesar de esto, no estaba solo. El 5 de septiembre, Adolfo Mario Savino, ministro de Defensa, le escribe a la señora de Ibarzábal: “Necesito señalarle, para atemperar con la seguridad que le proporciono la dimensión de su angustia, que en la agenda de trabajo de este ministro, así como en las metas de trabajo de cada hombre de seguridad, figura como un compromiso de honor restituir a su hogar a su esposo y dar condigna sanción a los responsables del execrable delito”. El 19 de noviembre, aproximadamente a las 19 horas, en un control de ruta que se realizaba en las calles Donato Álvarez y San Martín, en la localidad de San Francisco Solano, se observó una caravana integrada por una camioneta Rastrojero, un Ford Falcon celeste y un Chevrolet blanco, que trató de evitar una inspección policial. Los tres móviles fueron interceptados y se produjo un fuerte tiroteo del que huyeron entre diez y doce terroristas que conformaban el grupo. Los tres ocupantes de la camioneta lograron escapar, y el último en abandonarla efectuó tres disparos al interior de la caja. Cuando se revisó el Rastrojero abandonado se encontró un armario metálico de 1,65 metros de alto por 65 centímetros de ancho volcado en el piso, con su puerta abierta. En cuyo interior yacía un hombre con los ojos tapados con cinta adhesiva y tres impactos de bala realizados a corta distancia. Era el teniente coronel Ibarzábal, que había sido asesinado a quemarropa por un revólver calibre 357 Magnum de Smith & Wesson. El informe policial del hecho expuso que dentro de la camioneta también encontraron una carpa de campaña, elementos de comunicaciones y sanidad, documentación de la organización, una ametralladora Browning calibre 50 y “una cédula a nombre de Gustavo Sergio Licowsky (‘El Polaco’), presumiblemente el autor de los disparos contra el jefe militar”. Horas más tarde, la policía encontró el lugar hacía donde se dirigía la caravana, cerca de la avenida Calchaquí. Los restos de Ibarzábal fueron velados en el Regimiento Patricios y enterrados en el Panteón Militar de la Chacarita. Corría noviembre de 1974. Juan Domingo Perón había muerto y fue reemplazado por su esposa María Estela Martínez. En nombre del Ejército habló el director de la Escuela Superior de Guerra, general Osvaldo Azpitarte. Entre otros párrafos destacados por la prensa, Azpitarte dijo: “Pienso que no está lejos el día que la Patria nos reclame para acudir en su defensa…”. Una carta manuscrita por el teniente general Juan Carlos Onganía le hizo saber a la familia de

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Ibarzábal (ascendido post mortem): “Su dolor, señora, es el de la Patria misma, esté segura de ello. No dude jamás que el padecimiento de su marido como el suyo actual es el acto de abnegación que, como holocausto, reúne a la Argentina sufriente en pos de su salvación”. El 11 de agosto el PRT-ERP intentó copar el Regimiento 17 de Infantería Aerotransportada en Catamarca y asaltó la fábrica de explosivos de Villa María, Córdoba, robando armamento y secuestrando al mayor Argentino del Valle Larrabure, que pasaría un poco más de un año en una “cárcel del pueblo” y cuyo cuerpo apareció en un baldío de Rosario el 23 de agosto de 1975. Montoneros había pasado a la clandestinidad el 6 de septiembre de 1974, en abierta oposición al gobierno constitucional. En Estrella Roja del 2 de diciembre de 1974 el PRT-ERP publicó el “Parte de Guerra” en que intentó explicar la muerte del oficial Ibarzábal como fruto de un enfrentamiento con las fuerzas policiales “que obligó a ajusticiar al detenido”. Seguidamente agregaba: “Debemos señalar que en todo momento nuestra organización procuró preservar la vida del detenido, teniendo en cuenta los principios humanitarios y las leyes internacionales; esa actitud ha sido demostrada permanentemente a través del trato que se le dio al teniente coronel Ibarzábal, al igual que a otros detenidos”. Los exámenes forenses del cadáver demostraron que su estado físico era deplorable. A comienzos de 1974, Silvia Ibarzábal era una joven, como tantas otras en la Argentina, que imaginaba una vida con sus avatares pero venturosa. Había llegado a la mayoría de edad, estaba con sus padres, su hermano y un amigo, y en pocos minutos, aquel 19 de enero, su vida y la de su familia cambiaron para siempre. Su padre, Jorge Roberto, se marcharía a defender su unidad y ya no retornaría más. —El asalto coincidió con tu cumpleaños… —Mi cumpleaños había sido el día anterior. —El 18. —El 18. Y bueno, a la noche siguiente vinieron a visitarme unos amigos, dos militares que estaban ahí, y un amigo mío civil. Por eso yo estaba con gente en mi casa en la noche del ataque, y mis padres estaban comiendo en un departamento lindero. Nosotros vivíamos enfrente de la unidad: cruzábamos una avenida y entrábamos al cuartel. El regimiento tenía su guardia, esto era en enero, con lo cual había mucha gente de pase y había gente licenciada. La guardia que había era la que estaba al ingreso de la unidad. Las viviendas militares nunca tuvieron seguridad.

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—Ustedes escuchan los tiros y… —A las doce menos cuarto, más o menos, se empiezan a escuchar unas detonaciones. Yo pensé que era una fábrica de pirotecnia que había cerca, pero dos de los amigos que estaban conmigo, que eran militares, reconocen las detonaciones y salen, se suben a sus autos y cruzan al cuartel. Ahí entra mi papá con mi madre, y baja las persianas. Yo en ese momento tenía un hermano de diez años que estaba durmiendo en la cama matrimonial, así que mi papá lo alza y lo pone en el piso y nos dice a nosotros que nos tiremos en el piso. Busca un revólver, su arma personal… —Una pistola… —No, era un Smith & Wesson. Y quiere salir vestido de civil, sábado a la noche. Mi mamá entró en estado de desesperación, diciéndole que no se vaya, que espere que lo cubran, que llame por teléfono. Cuando levantó el teléfono, ya estaban las líneas cortadas. Mi papá, que forcejeaba con ella, le decía: “Tengo que cruzar, soy el jefe”. Y se fue. Ésa fue la última vez que lo vimos. —Toda la escena del ataque y la defensa del regimiento ustedes no la vivieron, ustedes lo vivieron de afuera. —Nosotros lo vivimos, digamos, desde enfrente. Pasamos toda la noche arrastrándonos por el piso, porque se producían impactos en las persianas y el fuego era muy intenso. No eran solamente impactos de bala, se escuchaban granadas, se escuchaban ametralladoras, o sea, era una cosa muy terrible y todo muy seguido, sin un espacio de silencio. Mi otro recuerdo es como a las dos de la mañana: el ruido de los helicópteros que bajaban a buscar a los heridos. Creo que como a las tres de la mañana sacan los vehículos blindados, que avanzan por la calle donde nosotros vivíamos para ingresar por la puerta principal a la unidad, cosa que también es muy impresionante, porque escuchar el ruido de los tanques por delante tuyo es poco usual. Habrá habido fuego intenso como hasta las cuatro y media de la mañana. A su vez teníamos a parte de la policía en mi casa, que venía y se quedaba resguardada ahí. No sé para qué, realmente, porque no tengo conocimiento de que haya ingresado ningún policía. —Se dice que la policía de la Provincia de Buenos Aires montó un cinturón de seguridad. —Habíamos pedido que cerraran las rutas, porque el problema era que esta gente fue vestida con uniformes militares. Y los militares estaban de civil, entonces la situación era muy confusa. El último tiroteo habrá sido entre siete y ocho de la mañana. Yo de lo que tengo conocimiento es que mi padre cruza para encontrarse con

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el coronel Gay, que tenía su casa detrás de la unidad. Se va hasta la casa de Gay, salen los dos y son emboscados cerca de un arroyo, ahí hay un tiroteo y lo matan a Gay. Entonces lo detienen a mi papá y le dicen que oficie de interlocutor con la familia de Gay. La familia era la señora, sus dos hijos y un amigo que fue a pasar unos días de vacaciones. A la familia de Gay la trasladan a la herrería con un par de soldados, creo, que también habían sido tomados como rehenes. —A partir de ahí empieza el proceso del secuestro de tu padre, la prisión, el comunicado del ERP… —Mi mamá fue al hospital a dar sangre, estaba [Albano] Harguindeguy, porque él era el comandante de esa brigada y esa noche se encontraba en Tandil, así que pudo llegar muy rápidamente hasta Azul. Mi mamá antes de salir nos dio un tranquilizante a cada uno y yo la verdad que pensé “lo mataron”, porque no tenía sentido que nos dieran un tranquilizante. Pensábamos: “Pasó lo peor”. Pero eso no era lo peor, lo peor era que lo hubiesen secuestrado. Cuando volvió mi mamá del hospital, nos dijo que estaba secuestrado. Era impensable esa posibilidad para nosotros y yo creo que era impensable por el tremendo fuego que hubo durante casi toda la noche. —¿El teniente general Leandro Anaya fue al regimiento? —Sí. Esperamos durante trescientos días, esperamos y esperamos en una época en la que no había Internet ni celulares. Nosotros al día siguiente seguíamos con las persianas bajas porque estaba toda la prensa ahí. Nos quedamos un tiempo más, yo me vine rápido a Buenos Aires, pero mi familia se habrá quedado un mes, un mes y medio más. Estábamos en el aire. Habíamos alquilado nuestro departamento en Buenos Aires, pero por suerte el hombre que lo alquiló nos dijo: “Acá tienen el departamento, vuelvan, no se hagan ningún problema”. Y empieza a transcurrir el tiempo y llega la época, por ejemplo de clases, y nosotros íbamos al colegio, volvíamos a todo ese tipo de cuestiones que uno hace mecánicamente. —¿Hubo un soldado entregador en Azul? —Calculan que sí, porque la unidad es muy grande, creemos que el ataque fue efectuado porque en ese momento era la unidad más poderosa del país. —Ellos querían el cambio por Invernizzi. —Por Invernizzi entre otra gente. A mi papá sólamente lo dejaban escribir para pedir el canje. Los contactos se realizaban a través de un íntimo amigo de mi papá que tenía un negocio, una inmobiliaria, con lo cual era muy fácil entregar cartas o hacer un contacto personal con él. Sé que se tocó, pero de esto me enteré hace un par de meses, a un funcionario, un ministro. Sé que tocaron a una hermana de mi papá, que llegó a

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hablar con María Estela Martínez de Perón. Esta hermana de mi papá falleció hace poquito. Siempre el pedido era el del canje. —¿Y el gobierno de Perón aceptaba un canje? —Con los terroristas no se negocia o por lo menos eso decían. No fue lo que pasó con Anzorreguy. —Exacto. A Anzorreguy lo cambiaron por Schneider en la provincia de Buenos Aires y eso cayó muy mal en el Ejército. —Mi mamá escribió sobre eso. Nosotros llevábamos al Ejército las inquietudes que nos llegaban por el lado del amigo de mi papá. Yo estuve una sola vez en el comando, porque estaba en Buenos Aires y creo que me mandó a llamar Anaya y me mostró una foto de mi papá donde decía “estoy bien”. La foto era un desastre, no parecía estar bien. Estaba recién secuestrado. —O sea que todos los contactos eran para producir un canje. —Sí. Mi mamá pidió no tener custodia. Recordarás que estuvo secuestrado un militar de apellido Crespo, que tenía cáncer, y creo que lo largaron por eso, porque no tenía la atención médica adecuada y tampoco era buena publicidad que se les muera un prisionero de guerra. A la señora de Crespo la secuestraron y la llevaron a ver al marido. Entonces mi mamá pidió no tener custodia pensando que a lo mejor podía tener esta posibilidad, cosa que nunca sucedió. Las primeras cartas fueron entregadas en la inmobiliaria de este amigo de mi papá. En la puerta de la inmobiliaria estaban sentados mi hermano y el hijo de este hombre, que tenían la misma edad, 10 años. Y entraron dos adolescentes muy llamativas, con anteojos espejados, que eran la novedad. Las chiquitas entraron, dijeron “venimos de parte del Vasco”, entregaron la correspondencia y se fueron. Así era. —¿Iban de parte del Vasco? —El Vasco era mi papá. Así dejaban la correspondencia. Después él ya tuvo contactos personales, y entonces nos pedía que saquemos solicitadas diciendo cómo estábamos. Te podrás imaginar: “Al teniente coronel Ibarzábal su familia le quiere comunicar que está todo bien”. ¿Qué vas a poner? ¿Qué nos va a poner él a nosotros en las cartas aparte del canje? ¿Que estaba mal? ¿Que lo trataban mal? No. Ésa era la comunicación, a través de los medios de comunicación. O sea, nada. —¿Recuerdan algo de Perón? —Sabemos que esto marcó, digamos, un punto de inflexión en el país. Un discurso fuertísimo. —Vestido de uniforme.

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—Vestido de uniforme, un discurso. Más el que hace para los soldados, los oficiales y las familias de Azul. —El discurso oficial para nosotros los civiles y después una carta para todos los oficiales. —Sí, sí. A nosotros no se nos ocurría pedir una entrevista con el presidente, aunque seguramente nos hubiera recibido. Pasa que entrás en un estado de obnubilación muy importante. —A tu padre lo velaron en el Regimiento de Patricios. —Porque fue mucha gente. Sé que se pusieron aviones de línea desde Córdoba para que venga la gente. El otro contacto cercano que pudimos tener fue el que nos brindó el gerente de una empresa, Insud, Enrique Mendelsohn, un alemán que estuvo unos meses secuestrado con mi papá. Nos dijo que primero estuvo en la celda de al lado, pero que después compartió celda por un tiempo. Mendelsohn sabía que lo suyo era plata, más plata, menos plata, pero que lo iban a terminar canjeando. Este hombre era padre de dos varones. Un hijo era en ese momento gerente del Sheraton de Río de Janeiro y el otro hijo es el que lo entrega al padre. —¡Entregó al padre! —Sí, sí, lo entregó al ERP. —Y bueno, un día ustedes se levantan y se enteran que han asesinado de tu padre durante un control de ruta.… —Una noche nos despiertan a las cuatro de la mañana, cuatro y media, unos amigos, íntimos amigos, los que más estaban con nosotros. Nos despiertan y nos dicen que se encontró un cuerpo… Que todavía no estaba claro… Creo que ellos ya sabían, pero bueno… Así que nos levantamos, esperando las llamadas telefónicas que confirmen. Un amigo de mi papá había ido a reconocer el cuerpo… Sonó el teléfono, atendió un amigo de mi viejo, cortó y dijo: “Confirmado”. —Había una foto terrible… Se lo ve a Anaya, y a la derecha hay un oficial con su cara hinchada de tanta emoción y tanto llanto. —Para él había terminado el calvario y para nosotros no, porque a partir de ese momento, por supuesto, pasamos a ser personas distintas para toda la vida… Mi mamá me dice: “Llamá por teléfono y avisá a la gente”. Y yo llamando por teléfono cuando no podía ni hablar. ¿Vos viste que ahora secuestran una persona, cuatro, cinco días, una semana y esto es una movilización de los medios? No digo que en aquel momento los medios no estuviesen, pero esperar trescientos días ese terrible final… Nosotros ya nos conformábamos con lo que nos había dicho Mendelsohn: “No esperen

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reencontrarse con una persona normal”. No nos importaba. Pero bueno… Nosotros tuvimos que hacer lo posible para que nuestra tragedia no fuera mayor, había que agarrarla a mi mamá para que no se tirara por el balcón, había que tironear con ella para que no se pegue un tiro. En uno de esos tironeos se le escapó un tiro y casi hay una… —…desgracia. —Con mi hermana, fue una mala maniobra. Estuvo internada por desintoxicación, tomaba pastillas para dormir, para estar activa, para los nervios. Yo tuve que firmar la internación con 21 años. Son todas experiencias muy traumáticas y que nadie se puede imaginar. Hacernos cargo de una casa, porque mi mamá estuvo tirada en una cama, no sé, por lo menos cinco años. Y nosotros también teníamos que recuperarnos, pero no podíamos, porque teníamos que estar atentos a ella. —Además tenían que vivir. —¿Vos sabés lo que es darle esas noticias a un chico de diez años? ¿Despertarlo para avisarle que mataron al padre? Es terrible, terrible. En realidad, no sé cómo hemos podido sobrevivir. Mis hermanos se casaron muy jóvenes, mi hermana a los 19 años se casó y se fue de casa; mi hermano siguió la carrera militar, así que a los 20, 21 años se fue de mi casa y yo me casé a los 35. Fue muy duro, no pudimos encontrar jamás una palabra que nos reconforte. ¿Y sabés por qué? Yo hoy siento que fue, para hablar lo mejor posible, al divino botón todo. No sirvió, no sirvió. Esa es la sensación que a uno le queda. —Pero sí sirvió de algún modo, porque tu padre fue víctima de una guerra en la que se impuso al Ejército sobre un modelo que no era argentino, ni era aceptado por la mayoría del pueblo argentino. O sea, tu padre no es un tipo cualquiera. —Para mí es muy reparador esto, porque hoy en día hasta hay problemas para que se lo homenajee dentro del mismo Ejército.

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CAPÍTULO 5 LA ESCALADA DEL CONFLICTO. EL ESCARMIENTO

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El ataque del PRT-ERP a la Guarnición Militar de Azul tuvo la triste virtud de poner sobre el tapete una larga lista de incongruencias. Sacó a la superficie la contradicción de una guerrilla que luchaba por la “liberación popular” mientras el presidente era nada menos que Juan Domingo Perón. Se derrumbaba a los ojos de todo el mundo aquel andamiaje intelectual-ideológico de la “violencia de abajo” como respuesta a la “violencia de arriba”. El ataque representó otro escalón en “la guerra popular prolongada” de la que tanto hablaban los grupos terroristas. La respuesta del gobierno pareció confirmar la tesis de la scalation de la que hablaban los estrategas de la época (Walt Rostow, asesor del presidente estadounidense Lyndon Johnson, entre otros) cuando analizaban el desarrollo y crecimiento de los conflictos armados. Primero la obtención de fondos (asaltos, secuestros); luego los “desarmes”, es decir el robo de armas y uniformes a policías llegando hasta el asesinato; rescate de prisioneros en manos de la Justicia; asalto a unidades militares para robar gran cantidad de armamento; liberación de zonas del territorio y, finalmente, toma del poder a nivel nacional. El asalto en Azul se encuadraba en el cumplimiento del tercer tramo. Seguiría, en marzo, la formación de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez en Tucumán. A los pocos días del intento de copamiento de la Guarnición de Azul, Última Clave observó el panorama de la siguiente manera: “Si todas las perspectivas que la política planteaba para marzo han aflorado tempranamente en enero, esto no es otra cosa que un indicio de la velocidad con que se está desarrollando el proceso argentino. Un 1973 que mostró al país con cuatro presidentes, muestra ahora a un líder que en nueve meses pasó de la más dura crítica a las Fuerzas Armadas al más cálido elogio. Exhibe también la desgracia de un gobernador que, hace menos de un año, de los veintitrés candidatos de todo el país, era el único que había sido concretamente indicado por Juan Perón. Para bien o para mal, todo se desarrolla con una velocidad impensada. Ya no habrá pausas ni políticas ni económicas ni sociales”. “Perón perdió la serenidad y se colocó sin simulaciones a la cabeza de la cruzada contrarrevolucionaria, haciendo de la lucha antiguerrillera el centro de la política gubernamental. Esta importante definición […] da abruptamente por tierra con lo que quedaba de las ilusiones de un Perón progresista o revolucionario y lo muestra tal cual es, el Jefe de la Contrarrevolución”, dijo el PRTERP en El Combatiente del 30 de enero de 1974. Y era cierto: Perón tuvo que asumir como presidente de la Nación para

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terminar con un proceso revolucionario de corte marxista-leninista que se abatía sobre la Argentina. ¿Lo dijo él? Sí, es lo que le contó a su joven médico personal Carlos A. Seara y que éste relató en su libro Perón, testimonios médicos y vivencias, escrito junto a Pedro Ramón Cossio. “A estos tipos hay que terminarlos”, le dijo Perón al joven oficial de Granaderos que oficiaba el 20 de enero de jefe de Servicio de la Guardia. —¿Vos estuviste con Perón el día del copamiento de Azul? —A la mañana siguiente justo. —¿Cómo estaba? —Le tuve que hacer un electrocardiograma y él estaba silencioso, compenetrado, muy disgustado y lo que más me impresionó es que no me animé a hacer ningún comentario, al menos al principio. Hablamos lo formal: “General, tengo que poner los electrodos; General, lo tengo que molestar con esto”. Y al terminar el electrocardiograma, cuando le retiro los electrodos, pregunto: “¿Y, General?”. Una pregunta vaga, ante la que me dice: “Doctor Cossio, al toro no se lo enfrenta cuando embiste, se lo voltea una vez que ya pasó”. Eso fue todo lo que me dijo, medio sentado en la cama y pasándose las manos por la cabeza, como diciéndome: “Estoy esperando la oportunidad para dar la contestación a lo que ha pasado”.

El punto límite. Perón y el discurso que ganó la guerra La Razón salió a la calle anunciando un “Cruento golpe extremista en una unidad militar de Azul”, con la información a toda página en tres columnas. A las 10.40 Perón presidió una reunión a la que asistieron la vicepresidente y los ministros de Interior (Llambí), Economía (Gelbard), Defensa (Robledo) y de Bienestar Social (López Rega). También participaron los tres comandantes generales: Anaya, Massera y Fautario; el jefe de la SIDE (general Morello), el jefe de la Casa Militar (coronel Corral) y el secretario Militar de la presidencia (coronel Damasco). Allí se analizaron todas las informaciones disponibles y se convino que Perón hable a las 21 en cadena nacional desde la residencia de Olivos. Luego, el teniente general Leandro Anaya viajó al lugar de los hechos. Mientras tanto, en la sede del Ejército los altos oficiales del Estado Mayor y demás dependencias —entre otros los generales Jorge Rafael Videla, Alberto Numa Laplane y Roberto Eduardo Viola— realizaron reuniones de evaluación que duraron toda la jornada. De esas reuniones, más específicamente de la

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Secretaria General de Ejército, partió un mensaje telefónico para el coronel Damasco: “Vicente, sería importante si el presidente de la Nación puede lucir el uniforme esta noche cuando pronuncie su discurso”. El domingo 20 por la noche se levantó una tarima en uno de los grandes salones de la residencia presidencial a la que se le puso una mesa de firma estilo francés con adornos de bronce dorados, más dos sillones. En uno se sentó Perón con uniforme de diario de teniente general y en el otro, un poco más atrás, María Estela Martínez de Perón. Completaban la escena el edecán militar, teniente coronel Alfredo Díaz, y dos soldados del Regimiento de Granaderos a Caballo con uniforme de época. Fuera de cámara, acompañaban los ministros Llambí, Robledo, Gelbard y López Rega y, con claro sentido político, los titulares de la CGT, Adelino Romero, las 62 Organizaciones, Lorenzo Miguel, y el Consejo Superior Justicialista, José Humberto Martiarena. Juan Domingo Perón habló como presidente de la Nación y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Más que una simple arenga fue una fijación de órdenes, directivas y prioridades frente a la emergencia del momento. El discurso de novecientas palabras, que Perón no improvisó, comenzó a las 21.08. Esperado con mucha expectación, el mensaje presidencial fue el siguiente: Me dirijo a todos los argentinos frente al bochornoso hecho que acaba de ocurrir en la provincia de Buenos Aires, en la localidad de Azul, donde una partida de asaltantes terroristas realizó un golpe de mano, mediante el cual asesinaron al jefe de la unidad, coronel don Camilo Gay, y a su señora esposa, y luego de matar alevosamente a soldados y herir un oficial y suboficial, huyeron llevando como rehén al teniente coronel Jorge Ibarzábal. Hechos de esta naturaleza evidencian elocuentemente el grado de peligrosidad y audacia de los grupos terroristas que vienen operando en la provincia de Buenos Aires, ante una evidente desaprensión de sus autoridades. El gobierno del pueblo, respetuoso de la Constitución y la ley, hasta hoy ha venido observando una conducta retenida frente a estos desbordes que —reitero— nada pueden justificar en la situación que vive la República. Tampoco, desde nuestro Movimiento, hemos querido producir un enfrentamiento, desde que anhelamos la paz y propendemos a la unión y solidaridad de todos los argentinos, hoy ocupados en la reconstrucción y liberación nacional. Pero todo tiene un límite: tolerar por más tiempo hechos como el ocurrido en Azul, donde se ataca a una institución nacional con los más aleves procedimientos, está demostrando palmariamente que estamos en presencia de verdaderos enemigos de la Patria, organizados para luchar contra el Estado, al que a la vez se infiltran con aviesos fines insurreccionales. Nuestro Ejército, como el resto de nuestras Fuerzas Armadas que han demostrado su acatamiento a la Constitución y a la ley, en provecho de una constitucionalización, no merecen sino el agradecimiento del pueblo argentino, que frente a lo ocurrido debe sentirse herido en lo

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más profundo de su sentimiento patriótico. Ya no se trata sólo de grupos de delincuentes sino de una organización que, actuando con objetivos y dirección foránea, atacan al Estado y a sus instituciones, como medio de quebrantar la unidad del pueblo argentino y provocar un caos que impida la reconstrucción y la liberación en que estamos empeñados. Es la delincuencia asociada a un grupo de mercenarios que actúa mediante la simulación de móviles políticos tan inconfesables como inexplicables. En consecuencia, ni el gobierno que ha recibido un mandato popular, claro y plebiscitario, ni el pueblo argentino, que ha demostrado con creces su deseo de pacificación y liberación, pueden permanecer inermes ante estos ataques, abiertos a su decisión soberana, y tolerar el abierto desafío a su autoridad, que pone en peligro la seguridad de la ciudadanía, cada día expuesta a la acción criminal de estas bandas de asaltantes. No es por casualidad que estas acciones se produzcan en determinadas jurisdicciones; es indudable que ello obedece a una impunidad en que la desaprensión e incapacidad lo hacen posible. Por lo que sería aún peor si mediara como se sospecha una tolerancia culposa. En consecuencia, el gobierno nacional en cumplimiento de su deber indeclinable, tomará de hoy en más las medidas pertinentes para atacar el mal en sus raíces echando mano a todo el poder de su autoridad y movilizando todos los medios necesarios. El Movimiento Nacional Justicialista movilizará asimismo sus efectivos para ponerlos decididamente al servicio del orden y colaborar estrechamente con las autoridades empeñadas en defenderlo. Pido asimismo a todas las fuerzas políticas y al pueblo en general que tomen partida activa en la defensa de la República, que es la atacada en las actuales circunstancias. Ya no se trata de contiendas políticas parciales, sino de poner coto a la acción criminal que atenta contra la existencia misma de la Patria y sus instituciones y que es preciso destruir antes que nuestra debilidad produzca males que puedan llegar a ser irreparables en el futuro. Pido igualmente a los compañeros trabajadores una participación activa en la labor defensiva de sus organizaciones, que tanto ha costado llevarlas al momento actual de su magnífico funcionamiento. Esas organizaciones son también objeto de la mirada codiciosa de estos elementos, muchas veces disfrazados de dirigentes. Cada trabajador tiene un poco de responsabilidad en esa defensa, y espero confiado porque los conozco, que la sabrán defender como lo han hecho en todas las ocasiones. Aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una tarea que compete a todos los que pretendemos una Patria justa, libre y soberana, lo que nos obliga perentoriamente a movilizarnos en su defensa y empeñarnos decididamente en la lucha a que dé lugar. Sin ello, ni la reconstrucción nacional ni la liberación serán posibles. Yo he aceptado el gobierno como un sacrificio patriótico y porque he pensado que podría ser útil a la República; si un día llegara a persuadirme que el pueblo argentino no me acompaña en ese sacrificio no permanecería un solo día en el gobierno. Entre las pruebas que he de imponer al pueblo está esta lucha. Será, pues, la actitud de todos la que me impondrá mi futura conducta; ha pasado la hora de gritar

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“Perón”, ha llegado la hora de defenderlo.

El discurso fue muy claro. Así hablaba Perón, y de sus palabras se desprenden críticas al PRT-ERP, Montoneros (simuladores) y al gobierno de la provincia de Buenos Aires que comandaba Oscar Bidegain. Homenajea a las Fuerzas Armadas, habla del magnífico funcionamiento de la organización sindical y, sin nombrarla, roza a Cuba cuando menciona los “objetivos y dirección foránea” de los terroristas. Perón sabía de qué hablaba. Luego del discurso, el presidente de la Nación, su esposa y el ministro de Bienestar Social concurrieron a la capilla ardiente en la que se velaban los restos del coronel Camilo Gay y de su esposa, Ilda Irma Cazaux, rindiéndoles homenaje junto al teniente general Anaya, Benito Llambí y su esposa Beatriz Haedo, Gelbard, Robledo, altos jefes militares, funcionarios y familiares del matrimonio. Al día siguiente Clarín —que dedicó toda su tapa a tratar la noticia—, en un artículo a cuatro columnas de su página 18 (en aquel entonces el diario abría con la sección Internacionales), hizo una “crónica de la subversión”, señalando los ataques terroristas contra dependencias militares entre 1971 y 1974. “Ese discurso de Perón fue una divisoria de aguas para la sociedad y las Fuerzas Armadas”, dijo el doctor Alberto Assef, miembro de la mesa nacional del FreJuLi .1 El 21 de enero de 1974, el encargado de Negocios de la Embajada de los Estados Unidos envió el siguiente cable cifrado a Washington: Subject: Perón llama a campaña anti terrorista Ref: Dao’s Msg ir 6 804 0030 74 1. Sumario: anoche Perón respondió al ataque terrorista del 20 de enero en el regimiento de Azul con un durísimo discurso contra los terroristas. 2. La embajada desea marcar algunos aspectos significativos del discurso de Perón que sugieren ha cambiado el rumbo con respecto al problema del terrorismo. En el pasado él se ha referido a estos activistas como delincuentes pero anoche él ha dicho que no sólo son un grupo de delincuentes sino que son una organización con dirección extranjera y con objetivos de atacar la soberanía del pueblo y el gobierno argentino. Hasta este momento el gobierno se había reprimido por que es necesaria la paz y la unidad pero el ataque al regimiento de Azul demuestra cuán lejos están dispuestos a ir los terroristas. Agotado, Perón pidió todos los esfuerzos necesarios para destruir a los terroristas y llamó a todos los sectores a movilizarse en la defensa en común de la Republica “que está ahora bajo ataque”.

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3. Para enfatizar y para demostrar de lo que hablaba, habló al pueblo usando su uniforme de general y flanqueado de tres jefes de seguridad además de su gabinete. Además agradeció a las Fuerzas Armadas por la ayuda en la reconstrucción nacional y dijo que las Fuerzas Armadas no merecían más que agradecimiento del pueblo argentino. Este cobarde ataque es una afrenta al patriotismo de los argentinos. 4. En lo que fue interpretado como una cachetada al gobernador Bidegain, simpatizante de la izquierda, Perón dijo que no había chances de que esto se repita en ciertas jurisdicciones, ya que lo que había ocurrido había sido por descuido e incompetencia. Bidegain renunció a la mañana siguiente después del discurso. 5. Finalmente, en una exortación al pueblo argentino y especialmente a los peronistas y trabajadores a apoyarlo ya que no permanecería un día más en el gobierno si no lo apoyaban. Ya era hora de parar de gritar “Perón” y empezar a defenderlo. 6. Comentario, Perón ha llamado a “represión de terroristas” antes pero el tono del discurso de anoche fue diferente, esta vez no hubo ambigüedades. La paciencia de Perón está terminada.

Los medios gráficos expresaban la conmoción que generó el ataque terrorista. “Ha llegado la hora de una rendición general de cuentas dentro del Movimiento. En cuanto a los oportunistas políticos, se esfuman las posibilidades de obtener para el futuro dividendos electorales procedentes de la izquierda. A Perón hay que tomarlo integralmente o dejarlo”, editorializó Mayoría, el matutino de tendencia justicialista de Tulio Jacovella. “Aceptaremos la lucha en todos los terrenos”, dijo en un comunicado el senador Humberto Martiarena. Y Ricardo Balbín afirmó desde Río Gallegos: “Condeno severamente el atentado. Esos grupos extremistas constituyen una incógnita, porque muchos sectores que se autotitulan democráticos son totalitarios y no se sabe al servicio de quiénes están”. Siguiendo con las tupidas repercusiones, el diputado nacional peronista Carlos Gallo hizo saber: “Ya nadie puede estar jugando a dos puntas en torno a organizaciones que realmente están contra las instituciones, el orden y la reconstrucción nacional”. Mientras que Última Clave del 31 de enero de 1974 informó: “Lo de Azul constituye un hito para la política argentina. No es que el copamiento —o si se prefiere intentona de copamiento— haya marcado un cambio fundamental, la abrupta finalización de algo o el súbito comienzo de algo. Las tendencias ya se venían insinuando, pero faltaba la instancia definitoria, el punto límite”. En la sección “Sotto voce” de la contratapa de Mayoría del 22 de enero se dio una primera señal acerca del proceso de escarmiento que se avecinaba: “Serían elevados al Congreso de la Nación en las próximas cuarenta y ocho horas los pedidos de intervención para las provincias de Buenos Aires y Córdoba, en forma sucesiva. La

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resolución fue adoptada ayer por la tarde, durante una prolongada reunión entre el teniente general Perón y el ministro del Interior, Benito Llambí. […] Según logró establecerse, los candidatos para ambas intervenciones serían los generales José Embrioni en Buenos Aires y Miguel Ángel Iñíguez en Córdoba. Por otra parte, el general Alberto Samuel Cáceres pasaría a desempeñarse como jefe de Policía en virtud de sus conocimientos de la ‘guerrilla’, ya que cumplió las mismas funciones en épocas ‘similarmente críticas’”. Como se relató en Volver a matar, el general de brigada Alberto Samuel Cáceres Anasagasti llegó a ser jefe de Policía durante el último tramo del gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse. Cáceres no fue en esta ocasión el jefe policial porque permaneció en Seguridad (como comandante de Gendarmería Nacional), pero ya se estaba pensando en un experto en lucha antisubversiva que se encontraba en situación de retiro de la Policía Federal, el comisario mayor Alberto Villar. Desde la revista Las Bases, cuyo director era Américo Rial, el 22 de enero se envía un mensaje a otros gobernadores afines con la Tendencia: “Si bien las palabras del Conductor estaban evidentemente dirigidas a los responsables del Estado provincial en el que ocurrieron los sangrientos hechos del domingo, no es menos cierto que muchos otros deben poner las barbas en remojo”. El ataque en Azul coincidió con el tratamiento parlamentario de reformas a la legislación penal. Se trataba de restaurar algunas de las sanciones y configuraciones de delitos que habían sido derogadas en las sesiones del 26 de mayo de 1973. Especialmente para algunos delitos que afectaban la capacidad operacional de las organizaciones armadas. Entre otras figuras, los atentados con bombas, la tenencia de armas no autorizadas, robo de armamento, muertes a personal militar y de las Fuerzas de Seguridad, secuestros o incitación a la violencia. Varios fueron los penalistas que trabajaron en la reforma. Entre otros José Alberto Deheza, titular de la Fiscalía N°2, quien luego sería fiscal de la Cámara Federal de la Capital y más tarde ministro de Justicia (y luego de Defensa) de María Estela Martínez de Perón. Deheza era de los que pensaban que se podía atacar a la subversión con la ley. Eso ya se había intentado con la creación de la Cámara Federal Penal de la Nación durante 1971 y 1973. Años más tarde, Deheza dedicaría uno de sus libros a un amigo “con quien tuve el privilegio de combatir al terrorismo con la fuerza de la ley en soledad durante 1975…”. Cuando Deheza dejó la fiscalía lo reemplazó Enrique José Gamboa, que nada conocía de la aplicación de la ley. Unos meses más tarde, cuando Montoneros pasó a la clandestinidad (6 de septiembre de 1974), el ministro de Justicia Antonio Benítez

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envió al juez Ojeda Fèbre los antecedentes del caso para que realice la denuncia penal del hecho, y el fiscal Gamboa no quiso investigar, aduciendo amenazas a su familia: se dirigió al juez para que designe otro fiscal. “Enriquito, no puedo hacer nada”, le respondió el magistrado. Gamboa pidió licencia y más tarde renunció, y la fiscalía quedó a cargo del doctor Almeyda. La denuncia nunca se realizó. Meses más tarde fue designado fiscal (antes secretario) del juzgado el doctor Ricardo Rongo; Montoneros lo amenazó de muerte a través de una carta y más tarde, el 11 de marzo de 1976, pusieron una bomba en su domicilio. Rongo pidió licencia. “Váyase, nosotros no le podemos dar seguridad”, le dijo el jefe de la Policía Federal, general Albano Harguindeguy. Desde el otro costado del arco político, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde en Militancia —año 2, número 32— consideraban que “cualesquiera sean las diferencias que los sectores revolucionarios del peronismo tengan con el ERP sobre las formas de llevar adelante la Guerra del Pueblo, nada hace a la conceptualización de las FF.AA. como un ejército de ocupación que ha jugado un papel permanente para legalizar el sistema de explotación y dependencia”. Para ellos era una “vuelta al pasado”. En el mismo ejemplar, como “material de discusión”, se publicó un trabajo crítico sobre el gobierno y la “burocracia sindical” realizado por la Columna José Sabino Navarro de Montoneros. Los diputados de la JP enrolados en la Tendencia Revolucionaria difundieron un comunicado de prensa en el que señalaban que los atacantes de la unidad de Azul “pertenecen a las sectas de ultraizquierda y ultraderecha que pretenden obligar al gobierno a un aumento de la represión y se han pronunciado pues a favor de esas reformas pretendiendo burdamente que la represión se extienda sobre los sectores populares”. Los diputados alertaron que se iban a oponer a la “legislación represiva”. Firmaron esa declaración Roberto Vidaña, Armando Croatto, Carlos Kunkel, Aníbal Iturrieta, Rodolfo Vittar, Alberto Jiménez, Santiago Díaz Ortiz, Nilda Garré, Enrique Sversek, Juan Manuel Ramírez, Jorge Glellel, Juana Romero y Diego Muniz Barreto. Esa declaración salió publicada en Mayoría el mismo día que Perón recibía a algunos de ellos a las diez de la mañana en la residencia de Olivos.

• Recuerdos de un teniente coronel y un teniente 2 Estuve presente con otros oficiales cuando Perón se reunió con los diputados

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de la JP y los maltrató en directo por TV. Antes de que entraran, Perón dispuso la tarima desde la que iba a hablar, con algunos ministros atrás. Dispuso que sus sillones estuvieran separados por un metro, “así no se pueden codear”. Estaba claro que Perón ya tenía en mente lo que les iba a decir. Recuerdo que faltaron dos diputados: Julio Mera Figueroa y Nilda Garré. “Alguien” de Olivos les avisó lo que se venía, no pregunté quién fue. Por la Inteligencia Militar, después supimos que varios diputados viajaron a México y de ahí a Cuba. Conversaron con Fidel Castro y éste los aconsejó: “No lo ataquen a Gelbard, yo sé por qué se los digo”. Más tarde esos diputados estuvieron con el entonces ministro de Economía, quien reconoció que era el contacto más importante con Moscú. Juan Domingo Perón se movía en la intimidad con el coronel Carlos Corral, Vicente Damasco, el teniente coronel Ramírez de Inteligencia de la Casa Rosada y el edecán Alfredo Díaz. A Díaz lo trataba de “m’hijo” y le tomaba examen todo el tiempo. Claro, venía de la Escuela de Guerra de Brasil, estaba muy preparado. A su vez, Díaz le tomó un gran aprecio y respeto y le cuidaba las espaldas. En otra ocasión, Perón nos invitó a cuatro oficiales al cine de Olivos, junto con López Rega, para ver La Patagonia rebelde. Vimos la película y recuerdo que en un momento Perón comentó en voz alta: “¡Esto es mentira!”. Cuando terminó, dirigiéndose a López Rega, le dijo: “Esta película no se estrena”. Con Perón teníamos un trato frecuente. Era de sentarse con nosotros a conversar, mientras se tomaba su Bitter Cinzano y nos convidaba cigarrillos Kent. Después de su muerte, todo cambió. A los pocos meses, el clima del país (lo mismo que el de Olivos) se agravó mucho. Estábamos parados, asqueados, entre los relatos de los custodios de López Rega que contaban cómo la noche anterior le habían puesto la 45 en la boca a un “zurdo” y la izquierda que comenzó a matar a un oficial cada semana. Recuerdo el asesinato del capitán Paiva, el 2 de octubre de 1974. Esa noche se le pidió a Isabel Perón que no asistiera a su velatorio en Patricios. Estar en Granaderos, escoltar al presidente, cuidar la Casa Rosada y la residencia de Olivos nos permitía conocer al presidente, a los ministros, estar en contacto con ellos, observarlos. Cierta vez Perón vino a presenciar un desfile al regimiento. Al finalizar, no se quedó a comer un asado porque se sintió mal. Se quedaron Isabel y López Rega. A los postres, López Rega improvisó un largo discurso, impropio, que nos causó mucho malestar. Cuando

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terminó había que brindar. López Rega dijo: “Yo quiero que brinde ése”. Se refería al teniente primero Juan Manuel Gondel, el prototipo de Granadero, un tipo con bigote, de casi dos metros de altura, que respondió: ‘Yo no voy a brindar frente a personas que no son deseables en este lugar’ (o algo parecido). Bueno, se terminó el asado y al retirarse el ministro de Bienestar Social se disculpó. Vicente Damasco no era de los que se denominan “patanes”. Con el tiempo, Perón intimó con él y le encargó coordinar los trabajos del “proyecto o modelo argentino”. Creo que Perón lo consideraba como un sucesor suyo. Esto lo escuché muy cerca del presidente. En una ocasión Perón, Damasco y el edecán Alfredo Díaz se reunieron a solas. En esa reunión Damasco le presentó el trabajo a Perón, a instancias del padre Héctor Ponzo, capellán del regimiento y confesor de Perón, mientras Díaz exponía los cuadros temáticos. Poco después, Damasco pasó a la presidencia como secretario Militar y entró a “jugar” como si no fuera militar. Lo reemplazó en Granaderos el coronel Jorge Sosa Molina. Me acuerdo que cuando entró a Olivos, uno de los primeros que sale a saludarlo es el padre Ponzo —un tipo muy querido por todos—, y Jorge Sosa Molina le dice: “Mire padre, de la copa de los árboles para arriba manda usted, de la copa de los árboles para abajo mando yo”.

Los diputados concurrentes pensaban que iba a ser una conversación privada y el presidente los esperó con dos cámaras de televisión. La escena fue preparada con prolijidad. A Perón se le acomodó el sillón presidencial y atrás, separados por una corta distancia, fueron ubicados los sillones para Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados, y Ferdinando Pedrini, jefe del bloque del FreJuLi, los ministros de Interior y Bienestar Social, el secretario general de la Presidencia, Vicente Solano Lima y el secretario de Prensa y Difusión, Emilio Abras. El dueño de casa comenzó el encuentro de una manera seca y cortante: Perón: —Muy bien, señores, ustedes pidieron hablar conmigo. Los escucho. ¿De qué se trata?3 Rodolfo Vittar: —Nosotros queríamos hablar con usted antes de hacerle entrega de un comunicado que hemos sacado repudiando el atentado de Azul. Queremos señalarle nuestros conceptos con respecto a la modificación del Código Penal. La nuestra no es una postura en contra de dicha modificación. Tenemos algunas dudas con respecto a la

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misma. Estamos de acuerdo en la necesidad de que nuestro gobierno popular tenga un aparato de seguridad y una legislación de seguridad del Estado popular, pero vemos que algunos de los considerandos no tienen mucha claridad en torno a pautas técnicas legales y políticas. Queremos con los compañeros diputados de la Juventud escucharlo a usted y además expresarle nuestra voluntad para sumarla al llamado que usted hizo al pueblo argentino para transitar el camino de la reconstrucción y liberación nacional en paz y felicidad para el pueblo. Ese es, fundamentalmente, el aspecto sobre el cual queríamos conversar con usted. La prensa distorsionó un poco el aspecto de nuestra postura. En el bloque hemos planteado, con los compañeros peronistas, la necesidad de una mayor discusión para que tampoco tengamos en el aspecto formal enfrentamientos con los sectores opositores del Parlamento que hasta ahora vinimos trabajando en conjunto y en forma bastante profunda. Vemos en ese sentido la necesidad de poder dar con ello una discusión para que esta misma ley de defensa del Estado popular sea realmente una legislación que salga en forma unánime del conjunto del Congreso de la Nación Argentina. Nosotros aplicamos objeciones a uno o dos artículos y queremos escucharlo a usted, señor General. Por eso le hemos pedido esta entrevista y lo hemos molestado en la actividad que usted está desarrollando. Perón: —Por lo que veo se trata de un problema interno del bloque. No es un problema que escape al mismo. Ahora, es indudable que en los grupos colegiados existe una norma ante la cual funciona y fuera de la cual no debe funcionar. Los grupos colegiados tienen su discusión interna, el concepto de la tarea misma legislativa lo impone, por eso existen los bloques. ¿Cuál debe ser la norma dentro de los bloques? Eso no se discute [...] Yo tengo entendido que hasta han concurrido ministros al bloque para tratar este asunto. Diputado: —Concurrieron para hablar con el presidente de la comisión. Hay una comisión especializada interna permanente. Perón: —Esto se ha tratado en el bloque y se ha votado. Diputado: —Se votó simplemente si nosotros podíamos discutir el tema. Y se votó que no podíamos discutirlo. Ferdinando Pedrini: —En el bloque no se pueden votar de ninguna manera los proyectos del Poder Ejecutivo. Lo que se votó fue la conveniencia o no de que comparecieran en el bloque los tres ministros, esto es, de Justicia, Interior y Defensa. Y el bloque resolvió que no era necesario, porque en realidad los tres ministros habían tenido una reunión con el presidente de la Cámara, con el suscripto presidente del bloque, y con los presidentes de las comisiones Penal y de Justicia. Esa fue la

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resolución del bloque. El bloque de ninguna manera podía ponerlo a votación. Se analizó el proyecto artículo por artículo, dándose las explicaciones del caso en las dudas que había. Los compañeros de la Juventud tienen problemas en dos artículos de la ley, que son Asociación Ilícita y Configuración del Delito. Perón: —Entonces, las consideraciones son sobre la configuración del delito. Esa es una tarea del juez, el que hace la configuración del delito de asociación ilícita es el juez. Nosotros no podemos pensar en que ya la ley va a ir configurando los delitos de asociación ilícita. Eso es una enormidad; esa es una tarea para el juez. Lo que no esté claro en la ley será el juez el que lo interprete […]. El Poder Ejecutivo pide esta ley porque la necesita. Hay treinta asaltos que justificarían una ley dura, sin embargo hasta ahora hemos sido pacientes, pero ya no se puede seguir adelante, porque de lo contrario la debilidad nuestra será la que produzca la propia desgracia del país, que es lo queremos evitar. Ahora bien, hablando con toda franqueza, indudablemente no le veo razón a ninguno de los argumentos que vienen exponiéndome para la defensa de la ley. Eso será por la tarea de discutir y buscar triquiñuelas a las cosas. No; aquí hay un fin, el medio es otra cosa. Diputado: —Pero la asociación ilícita podría venir por el solo hecho de estar agrupado en una asociación que no esté legalmente reconocida. Como puede suceder con una agrupación que recién se integra en un sindicato o en una agrupación de base política... Perón: —Pero, ¿dónde está el delito?... Por otra parte, ésa es la tarea del juez y no de la ley, porque asociación ilícita puede haber en todas las gamas de la delincuencia. Pero todo eso es competencia de los jueces. Nosotros no podemos hacer de jueces. El delito lo configura el juez. Todo aquel que se asocie con fines ilícitos configura el delito. Ahora, quien debe determinar si el fin es lícito o ilícito es el juez. Para eso tenemos jueces. Por otra parte, no es el objeto mío conversar sobre estas cosas, porque no me corresponden. Toda esta discusión debe hacerse en el bloque. Y cuando se decida por votación lo que fuere, ésta debe ser palabra santa para todos las que forman parte de él; de lo contrario, se van del bloque. Esa es la solución. […] En esto se debe actuar de la misma manera que actuamos en el orden político. Nadie está obligado a permanecer en una fracción política. El que no está contento, se va. En este sentido, nosotros no vamos a poner el menor inconveniente. Quien esté en otra tendencia diferente de la peronista, lo que debe hacer es irse. En ese aspecto hemos sido muy tolerantes con todo el mundo. El que no está de acuerdo o al que no le conviene, se va. Pero en ese caso representa ni más ni menos que al

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Movimiento. Lo que no es lícito, diría, es estar defendiendo otras causas y usar la camiseta peronista. En esto hay que proceder con la mayor seriedad porque se trata de cosas trascendentes para el país. En este momento, con lo que acabamos de ver, en que una banda de asaltantes que invoca cuestiones ideológicas o políticas para cometer un crimen, ¿ahí nosotros vamos a pensar que eso lo justifica? ¡No! Un crimen es un crimen cualquiera sea el móvil que lo provoca, y el delito es delito cualquiera sea el pensamiento, o sentimiento, o la pasión que impulse al criminal. Siempre que hay voluntad criminal es un delito y eso lo tiene que penar la ley, no nosotros. Diputado: —Yo quiero ratificar nuestra decisión, que es una decisión no sólo ética, moral y muy sentida, sino también en el plano político que es la de permanecer y contribuir en la medida de nuestras posibilidades a la tarea común del peronismo, por una simple razón: porque somos peronistas y no otra cosa. En este sentido y partiendo de una concepción que creo que usted comparte, porque nos lo ha dicho, sostenemos que el mejor éxito de la tarea de conjunto es la contribución y el aporte que todos podamos hacer. En alguna medida nosotros nos hemos sentido, si usted quiere disculparme la palabra, un poco limitados en nuestra posibilidad de contribuir al proceso porque en los planteos en nuestro sector no ha habido lugar para que nosotros podamos contribuir en forma positiva, por una serie de razones que son largas de explicar. Perón: —Ese es un cargo que lo tiene que hacer al presidente del bloque. Diputado: —De todas maneras, a pesar de esas situaciones, nosotros ratificamos nuestra intención de seguir trabajando contributivamente con usted para que usted pueda seguir llevando adelante su tarea. Nuestra situación de inserción en distintas organizaciones políticas, que creemos se ven perjudicadas por algunos aspectos de esta ley, no la vamos a volver a introducir, porque sobre este tema usted ha sido muy claro. Planteamos también una cuestión de orden político, una apreciación que es válida en la medida en que usted la admita, y deja de ser válida en la medida que usted tenga otra apreciación. Perón: —¿En qué consiste esa apreciación? Diputado: —Nosotros pensamos que partiendo de un principio que usted ha manifestado en numerosas oportunidades, y al cual le otorgamos la máxima razón y sabiduría, sostenemos que la violencia es la que se ejerce no solamente a través de los grupos minoritarios de ultraderecha o de ultraizquierda. Son episodios elaborados; no

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son productos de una generación espontánea, sino productos de una generación que está, de alguna manera, sumergiéndonos a todos en la violencia. Perón: —Entonces, ¿cómo evitaría usted eso? Diputado: —Le voy a contestar con sus palabras: nosotros pensamos eso, que hemos desterrado las estructuras violentas que hacen que esa violencia de abajo sea generada por la violencia de arriba. Perón: —Y a pesar de eso, la violencia continúa cada vez en mayor forma. Diputado: —Sí señor, y ahí se aplica con toda celeridad y con toda decisión el poder represivo del Estado Popular. Perón: —¿Y le parece que hemos esperado poco, con todo lo que ha pasado en estos siete meses de gobierno popular y plebiscitario, donde todos esos señores de las organizaciones terroristas se largan a la calle, culminando en este episodio, atacando un regimiento? Diputado: —¿Me permite, señor Presidente? Precisamente... Perón: —¿Es decir que somos nosotros los que provocamos la violencia? Diputado: —Consideramos, señor General, lo siguiente sobre este tema: que los lamentables acontecimientos de Azul indican precisamente una decisión de estos grupos minoritarios, totalmente ausentes de lo que es un sentimiento nacional y de lo que es la comprensión de la necesidad de unidad del pueblo argentino, en un proceso de reconstrucción. Entendemos que, precisamente, la intención de estos sectores es especular con un clima de violencia, en crear una actitud del Estado, que estos sectores califican arbitrariamente de represiva y es, precisamente, el caldo de cultivo político en el cual se desarrolla su planteo político. Hemos conocido durante años, a través de un enfrentamiento de la dictadura, cuál es la política del ERP, el autodenominado Ejército Revolucionario del Pueblo. Sabemos que su política crece y se desarrolla en un ambiente de violencia. Perón: —No, está totalmente equivocado. Yo a eso lo he conocido “naranjo”, cuando se gestó ese movimiento, que no es argentino. Ese movimiento se dirige desde Francia, precisamente desde París. […] Sé qué persiguen y lo que buscan. De manera que en ese sentido a mí no me van a engañar, porque, como les digo, los conozco profundamente. He hablado con muchísimos de ellos en la época en que nosotros también estábamos en la delincuencia, diremos así. Pero jamás he pensado que esa gente podría estar aliada con nosotros, por los fines que persigue. Ya lo he dicho más de veinte veces que la cabeza de este movimiento está en París. Eso ustedes no lo van a parar de ninguna manera, porque es un movimiento organizado

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en todo el mundo. Está en todas partes: en Uruguay, en Bolivia, en Chile, con distintos nombres. Y ellos son los culpables de lo que le ha pasado a Allende. Son ellos y están aquí en la República Argentina también. Están en Francia, en España, en una palabra, están en todos los países. Porque esta es una Cuarta Internacional, que se fundó con una finalidad totalmente diferente a la Tercera Internacional, que fue comunista, pero comunista ortodoxa. Aquí no hay nada de comunismo; es un movimiento marxista deformado, que pretende imponerse en todas partes por la lucha. A la lucha —y yo soy técnico en eso— no hay nada que hacerle, más que imponerle y enfrentarle con la lucha. Y atarse las manos frente a esa fuerza; atarse las manos y especialmente atarse las manos suprimiendo la ley que lo puede sancionar. Porque nosotros, desgraciadamente, tenemos que actuar dentro de la ley, porque si en este momento no tuviéramos que actuar dentro de la ley ya lo habríamos terminado en una semana. Queremos seguir actuando dentro de la ley y para no salir de ella necesitamos que la ley sea tan fuerte como para impedir esos males. Dentro de eso, tenemos que considerar si nosotros podemos resolver el problema. Si no contamos con la ley, entonces tendremos también nosotros que salirnos de la ley y sancionar en forma directa como hacen ellos. ¿Y nos vamos a dejar matar? Lo mataron al secretario general de la Confederación General del Trabajo, están asesinando alevosamente y nosotros con los brazos cruzados, porque no tenemos ley para reprimirlos. ¿No ven que eso es angelical? El fin es la sustentación del Estado y de la Nación. […] Ahora bien, si nosotros no tenemos en cuenta a la ley, en una semana se termina todo esto, porque formo una fuerza, lo voy a buscar a usted y lo mato, que es lo que hacen ellos. No actúan dentro de la ley. La decisión es muy simple: hemos pedido esta ley al Congreso para que éste nos dé el derecho de sancionar fuerte a esta clase de delincuentes. Si no tenemos la ley, el camino será otro; y les aseguro que puestos a enfrentar la violencia con la violencia, nosotros tenemos más medios posibles para aplastarla, y lo haremos a cualquier precio, porque no estamos aquí de monigotes. Nosotros no somos dictadores de golpes de Estado. No nos han pegado con saliva. Nosotros vamos a proceder de acuerdo con la necesidad, cualesquiera sean los medios. Si no hay ley, fuera de la ley también lo vamos a hacer y lo vamos a hacer violentamente. Porque a la violencia no se le puede oponer otra cosa que la propia violencia. Eso es una cosa que la gente debe tener en claro. Lo vamos a hacer, no tenga la menor duda. Diputado: —Nosotros, un poco como soldados del Movimiento y de usted que es el conductor de ese gran movimiento nacional en la Argentina, le queremos señalar que

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nuestra entrevista la hicimos en carácter de militantes peronistas. Era fundamental escucharlo a usted acerca de lo que realmente pensaba en torno a ese problema, el cual nosotros no cuestionamos globalmente sino en algunos de sus aspectos. Lo que queremos es señalarle y ratificarle, con toda la fuerza que tenemos, que estamos totalmente junto a usted como integrantes del Movimiento Peronista y junto al pueblo. En ese sentido, somos disciplinados en nuestro Movimiento. Fuimos, somos y seremos disciplinados, hasta la muerte. Queremos agradecerle con todo corazón esta entrevista, y estamos muy contentos de estar con usted, de verlo y de escucharlo. Ese ha sido uno de los objetivos que tuvimos para venir a verlo. Perón: —Muy bien, muchas gracias. “El 25 de mayo fueron liberados los combatientes y en los días posteriores los legisladores por unanimidad dictaron la amnistía para los liberados y derogaron la legislación represiva y los tribunales especiales. Ahora el 24 de enero, la Cámara de Diputados tiene que reunirse con el objeto de aprobar o rechazar un proyecto de reformas al Código Penal que contempla penas aún más graves que las derogadas casi ocho meses atrás por esos mismos legisladores”, se lamentó Montoneros en un comunicado que abrió —a dos páginas— el número 36 de El Descamisado, cuyo director, Dardo Cabo, se encontraba en Cuba. Al día siguiente las oficinas del medio fueron allanadas por efectivos de la superintendencia de Seguridad Federal de la Policía Federal. Ya para entonces el Consejo Superior del Movimiento Justicialista había dictaminado que El Descamisado y Militancia no eran órganos de expresión del peronismo, calificando a sus redactores de “infiltrados”. El acto que iba a realizar la Juventud Peronista con las Juventudes Políticas frente al Congreso de la Nación como elemento de presión fue suspendido por no tener autorización policial. La contratapa de El Descamisado del 22 de enero instruía acerca de los sitios en los que debían ubicarse en Plaza Congreso las distintas representaciones. Las columnas Norte y Capital de la Tendencia iban a ocupar todo el frente de la manifestación. A dos páginas, La Opinión, el matutino de Jacobo Timerman informó en su edición del 24 que el ministro de Economía había destacado “la bonanza económica del país en la coyuntura mundial de hoy; las reservas de divisas alcanzan a 1419,5 millones de dólares”. Gelbard se comprometió a combatir la especulación y el contrabando. No fueron dos cuestiones menores. La sociedad ya sufría las consecuencias del desabastecimiento y los altos costos financieros. Las primeras medidas fueron:

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restricción para la circulación de vehículos particulares para ahorrar combustible y se reducción en 50% de la utilización de electricidad en las oficinas del Estado. Se estudiaba la importación de cigarrillos para compensar el desabastecimiento.

• La memoria de José Carlos Piva En 1955 el general Perón decidió privatizar los colectivos de Buenos Aires que estaban en poder de Transportes de Buenos Aires, que representaba al Estado, sucesora de la Corporación de Transportes, ese engendro que nació del pacto Roca-Runciman de 1933. En ese año 1955, 773 vehículos de 19 líneas pasaron a manos de dos personas. A mí me tocó el coche 59 de la línea 259 y a partir de ese momento nos dedicamos a nuestras tareas especificas. En calidad de representante de esa empresa, llegué a la Federación de Colectivos, entidad que agrupaba a los últimos integrantes de las viejas líneas que se habían salvado de la Corporación, siete líneas, más ocho o nueve que habían nacido después de 1944. Entonces llegamos nosotros e insuflamos la vitalidad de gente joven, con nuevas esperanzas. Tenía un grupo de hombres cargados de ideales, de sueños, de conductas no aplicables en el campo de la política activa pero muy recomendables desde el campo de la utopía. Con esta gente recreamos esa Federación de Colectivos y luego hicimos la Federación de Transportes y junto con las líneas que tomamos nosotros, más otras que se acoplaron después, líneas de trolebuses, ómnibus, tranvías, hicimos lo que yo creo que fue, y así lo afirma una memoria del Banco Mundial del año 1962, el mejor servicio de transporte de gente, es decir, nadie debía caminar más de tres cuadras para tomar un colectivo en el ámbito de la Capital Federal. Y lo hicimos a costo bajo y además había, en más de catorce mil colectivos, no menos de mil dueños de colectivos, que hacían sus asambleas, dirigían sus comisiones, regenteaban la empresa, hombres activos, que trabajaban de madrugada y a la tarde iban a la empresa para ver qué se podía hacer, discutir, es decir gente útil. Luego fueron reemplazados estos hombres por mega empresas, y hoy se ha perdido una característica que era la del hombre del transporte. De esa federación me tocó dirigir la FATAP, la Federación Argentina de Transporte por Automotor de Pasajeros, y estuve aproximadamente veinte años

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manejándola. Luego fui a la Confederación General Económica, me nombraron presidente de la Federación del Comercio de la República Argentina. Curiosamente participo en forma muy activa en todo lo que tiene que ver con el advenimiento del peronismo en el año 1973. La firma del Pacto Social, los acuerdos de la CGT y una serie de políticas económicas que generaron expectativas en algunos lugares. Me parece que fueron interesantes las propuestas, duraron poco, hasta que murió Perón. El ministro Gelbard estuvo unos meses más y fue reemplazado por Alfredo Gómez Morales y la cosa cambió de rumbo a partir de ese momento. En ese tiempo, nosotros teníamos acuerdos, una mesa chica, que formábamos con la CGT, la CGE, la UCR y el Partido Justicialista, en la que tratábamos en forma muy reservada temas económicos. Por el Partido Justicialista venía Antonio Cafiero, a mí me tocaba estar por la Confederación General Económica y también venía Félix Elizalde, radical, y con ellos cambiábamos impresiones, no siempre coincidentes. No fue fácil negociar con la CGT el Pacto Social. El acuerdo final del Pacto lo comenzamos a negociar un día a las seis de la tarde y no había acuerdo. A la delegación de la CGT la dirigía Rucci con gran sabiduría: me sorprendió gratamente la manera en que manejaba los temas, aún cuando eran las cuatro de la mañana, el salón estaba lleno de humo y gente y no se llegaba a un acuerdo. ¿Cómo se llegó al acuerdo? Con un llamado telefónico a Madrid: Perón dio la orden de acordar y se acordaron ahí precios y salarios. Cámpora ya era presidente. —¿Por qué Gelbard fue el ministro de Economía de Cámpora y quedó con Perón? —Yo creo que Gelbard negoció con mucha habilidad la posibilidad de que los grupos de la Confederación General Económica, pequeños grupos nacionales, tuviesen una participación activa que contrariaba los intereses de las grandes empresas. Es decir: no se iba a realizar una revolución desde la Confederación General Económica, pero es evidente que las políticas aplicadas y las propuestas desarrolladas no fueron del agrado de los sectores del establishment. Prueba de ello es que en el golpe del ‘76 se intervienen los partidos políticos y a la CGE se la disuelve. Me consta que había en su seno personas del Partido Comunista, había de cada pueblo un paisano, y seguramente la orientación final y las adhesiones políticas tenían que ver con la forma de pensar de Gelbard e Israel Dujovne. Por eso fue ministro de

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Economía, porque supo generar las condiciones para un acuerdo con la CGT, que no fue fácil. Pero Perón impuso condiciones que generaron un determinado estado de situación, con algunos logros en economía y con algunas cosas negativas. Hay que tener en cuenta el abrupto aumento del precio del petróleo que generó condiciones muy adversas. Todo esto me tocó a mi por haber sido un hombre vinculado al radicalismo, no muy intensamente en la vida institucional, sino desde la calle, desde la consulta, de hombre que no faltó a los actos de la Unión Cívica Radical … —¿Cómo vivió los pocos días de Cámpora presidente? ¿Pudo escuchar algún pensamiento de Balbín en aquellos días? —Sobre esas cosas no hablé mucho con él. Balbín quería ayudar, pero tenía inconvenientes, se entendía más con Perón, creo. Balbín me contó dos cosas que recuerdo nítidamente… Una de ellas cuando estábamos solos en el Comité Nacional: “Me dijo Perón que le han hecho mucho daño en el Paraguay, en la cañonera, un frío irreparable, y me anunció casi su muerte”. La otra me llamó mucho la atención, porque me la contó con entusiasmo y agradecimiento: “He arreglado con Perón una cosa muy difícil, que es la designación de las autoridades universitarias”. A Balbín ese hecho lo tocó casi hasta las lágrimas, fue un reconocimiento explícito del acuerdo con Perón. Luego opinó sobre la conducta de las organizaciones armadas. Era incomodo, ellos querían que el Sheraton fuera el Hospital de Niños, todo lo que se hacía era poco. Lo mismo que ocurrió en Chile con Allende. No estaban de acuerdo y saboteaban el pacto. —Usted debe haber trabajado en la cuestión de Ezeiza, porque ahí hubo mucho transporte… —Casualmente no, porque yo vine en el avión con Perón. Hay una carta de la comida de a bordo que yo me tomé la precaución de hacer firmar a algunos que venían en el avión y la guardé de recuerdo. Faltarán varias firmas...

La expulsión de Oscar Bidegain Todo se movía muy rápidamente. Durante la mañana del martes 22, Benito Llambí citó al gobernador de Buenos Aires y le pidió la renuncia. Según contó Manuel Urriza, su íntimo colaborador, en El Perón que conocí, Bidegain se mostró muy sorprendido,

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porque los mensajes que recibía de parte de Perón indicaban otra cosa. Que seguiría al frente del Ejecutivo provincial tras una profunda reestructuración de su gabinete. Según Urriza, tras la entrevista con el ministro le propuso a Bidegain que permaneciera en el auto mientras él confirmaba el mensaje de Llambí con Vicente Solano Lima. El secretario general de la Presidencia confirmó la renuncia al decir: “Sí, doctor, es cierto. Dígale a Bidegain que se ve que el General anoche ha cambiado de idea”. “Ustedes saben igual que yo de quiénes vienen esas cosas…”, aclaró enigmáticamente el viejo caudillo conservador popular. “Canetino” era el seudónimo con el que Perón mentaba telefónicamente a Ramón Landajo. Según Landajo —que comenzó a trabajar con Perón desde muy joven y estaba puesto por él mismo en el gobierno de Bidegain bajo la pantalla de secretario de Informaciones y Personal de la Aduana—, el nombre era el resultado de la unión de “Canela” y “Tinola”, los caniches del General. Landajo tiene otra visión de aquellos días: la permanencia de Bidegain le iba a dar al Poder Ejecutivo la oportunidad de intervenir la provincia, y uno de los candidatos era Lima. “Antes de asumir Cámpora me llega una comunicación de Perón:4 me tenía que presentar a Bidegain, porque era el hombre elegido por él para la provincia de Buenos Aires. Lo pone a Bidegain y las 62 Organizaciones nombran a Calabró como vicegobernador, por venir de la UOM. Ahí había un divorcio total. Bidegain llega sin nada. O sea: ¿en quién se tiene que respaldar Bidegain? En la Tendencia, en ‘los muchachos’. ¿Con quién? Con [Norberto] Habegger… El primero que llega es Habegger, que era de la Democracia Cristiana.5 Y con él todo el grupito que salió electo en la provincia de Buenos Aires, Croatto, Kunkel, bueno, todos aquéllos…” —¿Y Urriza?6 —No, Manolo, no, Manolo entra en la gobernación con Caletti, que va como director de Prensa, y cuando renuncia Mariategui quedan dos personas que Bidegain quiere meter en el gobierno. Una era yo, y le dije: “Yo no puedo ser, no soy abogado”. La otra era Manolo, que venía con la recomendación de Jorge Antonio. Pero él tenía relaciones con los muchachos de la JP, o sea, con Habegger, Jauretche, Gallo Mendoza, todo ese grupito que va ocupar lugares en el gobierno de Bidegain. A mí me ponen como secretario de Informaciones y Personal de la Aduana, pero con la condición de que yo le informara permanentemente al General de todo aquello que me llegaba a mi despacho. Seguramente, la opinión del presidente cambió tras la entrevista con Ricardo Balbín del miércoles 23 en Olivos, porque el líder radical se oponía a una intervención que a la corta o a la larga se iba a extender a los tres

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poderes de la provincia. En la entrevista que tuvo con Perón, el presidente del radicalismo se inclinó por la continuidad institucional, a pesar de ser Calabró el beneficiado. Para la UCR no existían “causas constitucionales” que demandaran la intervención. Tras la reunión —a la que también asistió Lima—, el periodista de La Opinión le preguntó a Balbín: “Antes de asumir al doctor Bidegain se lo acusaba de fascista; ahora se lo acusa de marxista. ¿Cuál es su opinión?”. Balbín responde: “Eso pregúnteselo a él”. Siguiente pregunta: “¿Usted cree que la reforma penal va a servir para arbitrar los medios para conjurar la acción terrorista?”. Nuevamente Balbín: “Me quedo con la frase que dijo un senador: ‘Acá se sabe quiénes son los muertos y no los matadores’”.

La carta en la que Perón habla de “exterminar”. El juego de los simuladores. Nadie parece decir toda la verdad Como si el discurso del 20 de enero y la “felpeada” a los diputados de la Tendencia no hubiesen sido suficientes, el 23 de enero Perón envió una carta a los jefes, oficiales, suboficiales y soldados de Azul en la que se expresó “como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y soldado experimentado” para decir: “Ésta lucha en la que estamos empeñados, es larga y requiere en consecuencia una estrategia sin tiempo. El objetivo perseguido por estos grupos minoritarios es el pueblo argentino, y para ello llevan adelante una agresión integral. […] Por ello, sepan ustedes que en esta lucha no están solos, sino que es de todo el pueblo que está empeñado en exterminar este mal y será el accionar de todos el que impedirá que ocurran más agresiones y secuestros. […] La estrategia integral que conducimos desde el Gobierno nos lleva a actuar profundamente sobre las causas de la violencia y la subversión, quedando la lucha contra los efectos a cargo de toda la población, las Fuerzas Policiales y de Seguridad, y si es necesario las Fuerzas Armadas”. En la misma carta consideró que “revolución en paz y el repudio unánime de la ciudadanía harán que el reducido número de psicópatas que va quedando sea exterminado uno a uno para bien de la República”. Al día siguiente, Perón encabezó otra reunión castrense en un colmado Teatro Colón y entregó sables a los nuevos oficiales de las FF.AA. Antes de sus palabras, el provicario castrense Victorio Bonamín invocó a Dios, “Señor de la vida de los hombres y dueño del destino de los pueblos”, y al referirse a los sables que se entregaban afirmó: “Consérvalos siempre,

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oh Señor de los Ejércitos, en la inmaculada idealidad de esta aurora de su larga jornada profesional, esta alborada nacida del seno de una noche en que ellos decidieron sí ser militares bajo la constelación de nuevas estrellas de luz rojiza llamadas Sánchez, Berisso, Duarte Ardoy, Quijada, Gay… ¡Qué estirpe, Señor! ¿Cómo no amar a una Argentina que engendra jóvenes de este temple de héroes?”. El viernes 25 en su página 4, La Nación informó sobre cambios en la jefatura de la Policía Federal. Volvía a la institución, como subjefe, el comisario mayor Alberto Villar. El día anterior fue recibido por Llambí, entrevista a la que concurrió acompañado del comisario inspector Alberto Margaride. En la misma edición se publicaron las reformas al Código Penal propuesto por el Poder Ejecutivo. Con motivo de la promulgación de la reforma penal en el Parlamento renunciaron los diputados nacionales Rodolfo Vittar, Roberto Vidaña, Carlos Kunkel, Armando D. Croatto, Santiago Díaz Ortiz, Diego Muniz Barreto, Jorge Gellel y Aníbal Izurieta. Por la noche, el Comando Superior del Movimiento Nacional Justicialista los expulsó de sus filas. Entraron en reemplazo de los renunciantes —representando a la JP— Rodolfo Betanín y Miguel Zabala Rodríguez, quienes se mantuvieron en el bloque del FreJuLi, y Rodolfo Ortega Peña, que constituyó un bloque unipersonal. Una semana después del ataque a la Guarnición de Azul se oficializó la renuncia de Bidegain y su reemplazo por Calabró. Perón había terminado así su semana más intensa desde que asumió su tercer período. “El año empezó con una espectacular bajada de caretas colectiva. El carnaval que viene tendrá pocos disfrazados, sólo sobrevivirán algunas máscaras sueltas, de esas que no engañan a nadie y dan un poco de compasión por el anacronismo y la pobreza de ingenio”, afirmó la revista El Caudillo, que salió a la calle el 1 de febrero. No da nombres. ¿Hacían falta? Al cumplirse una semana del ataque, una ola de atentados recorrió las ciudades de Buenos Aires, Bahía Blanca y Rosario. No hubo heridos ni muertos y los diecisiete atentados fueron contra locales de la JP y sectores de la izquierda. No se salvó ni el café de La Paz, aunque nadie pudo explicar el por qué.

• Brézhnev en La Habana Según el periodista e historiador Tad Szulc, “Fidel Castro recibió el espaldarazo definitivo de la Unión Soviética —y un nuevo reconocimiento de

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su prestigio internacional— cuando Leonid Brézhnev llegó a La Habana el 28 de enero de 1974. Nunca había visitado Latinoamérica el máximo dirigente soviético, y el suyo fue un viaje especial a Cuba, no una etapa de una gira más prolongada”. Como era costumbre, Castro paseó al visitante por los puntos geográficos más sensibles de la Revolución Cubana. Presidieron un acto de un millón de personas en la Plaza de la Revolución y firmaron una “Declaración de Principios” soviético-cubana. Szulc cuenta en su libro Fidel que Castro confirmó que él era el portavoz del Kremlin en el Movimiento de Países No Alineados. Por esos días se registró la caída de la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar en Portugal [abril de 1974], forzada por militares izquierdistas, que abrió las puertas a los deseos de independencia de las “provincias de ultramar”, las colonias Angola, Mozambique, Cabo Verde y Guinea-Bissau más las de Asia. Lo más importante fue la guerra que se desató en Angola, ya que Castro apoyó al Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) y llegó a estacionar en la década siguiente un contingente de doscientos mil soldados. Lo más granado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas pasaron por Angola (lo propio harían en Etiopía), entre otros el general Arnaldo Ochoa, que retornaría a La Habana como un prócer (aunque, como quedó dicho, hacia finales de los ‘80 fue fusilado junto con oficiales por realizar operaciones no autorizadas por la comandancia). Al mismo tiempo llegó a Buenos Aires una misión comercial de la Unión Soviética encabezada por el viceministro de Comercio Exterior, Alexis Manzhulo. En Ezeiza fue recibido por su par Miguel Revestido.

El martes 29, La Razón oficializó las designaciones y promociones del comisario general Alberto Villar como subjefe de la Policía Federal y del comisario mayor Luis Margaride como jefe de la Superintendencia de Seguridad Federal. Ambos estaban en situación de retiro y fueron convocados y ascendidos “a través del presidente de la República”. Con respecto a las designaciones, Mario Eduardo Firmenich dijo: “Estamos [los Montoneros] en total desacuerdo”.7Además, el nuevo gobernador de la provincia de Buenos Aires designó como jefe de la policía al coronel César N. Díaz. La violencia terrorista estaba en todas partes. La Opinión del 30 de enero tituló con la palabra “Violencia” todo el ancho de su página 9. En la nota correspondiente se daba cuenta de los hechos de características políticas que consolidaban “la escalada

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del terrorismo y la autopresentación de grupos parapoliciales”. Fue una de las primeras referencias a la Triple A, Alianza Antiimperialista Argentina, que se adjudicó la autoría del atentado al senador nacional Hipólito Solari Yrigoyen, el 21 de noviembre de 1973. Ya en 1974 dicha organización daba a publicidad una “lista negra” de personalidades que “serán ajusticiadas de inmediato en el lugar en que se encuentren”. Incluyen allí a los coroneles (R) Luis Perlinger y Juan Cesio; el obispo de La Rioja, Luis Angelelli; Hugo Bressano (a) Nahuel Moreno y Homero Cristaldo (a) “Jorge Posadas”, dirigentes trotskistas; los abogados Silvio Frondizi, Mario Hernández y Gustavo Roca; Manuel Gaggero, director de El Mundo (diario del PRTERP); los dirigentes gremiales Armando Jaime, René Salamanca, Raymundo Ongaro y Agustín Tosco; el profesor Rodolfo Puiggrós, ex Interventor en la UNBA; y Julio Troxler, ex subjefe de la Policía de Buenos Aires. La lista, además, contenía los nombres de Santucho y Roberto Quieto. Un autodenominado “Escuadrón de la Muerte” emitió un comunicado en el que decía estar formado por “personal de los distintos organismos policiales, de seguridad e inteligencia nacionales” y se hizo responsable de los diecinueve atentados con bombas a locales de la JP y del atentado al diputado del FreJuLi de Santa Fe, Juan Lucero, miembro de la bicameral de la Legislatura que investigó el secuestro y la muerte del militante peronista Ángel Brandazza. El “Comando José Ignacio Rucci” puso una bomba en los talleres de la gráfica Cogtal donde se imprimían Mayoría y El Mundo. Jorge Lobl, empleado de los talleres Coghlan, también amenazado, le envió un telegrama a Perón reclamando “garantías para mi integridad, investigación y castigo para los integrantes del comando terrorista”. Las denominaciones “patota”, “somatén”, “ortodoxia-socialismo nacional”, “anticuerpos”, “entrismo”, “contrabando ideológico”, “organizaciones de autodefensa”, “Triple A” (Alianza Antiimperialista Argentina o Alianza Anticomunista Argentina) y “Comando Libertadores de América” figuraban en el vocabulario cotidiano. Eran días en los que Mario Eduardo Firmenich, líder de la “juventud maravillosa” o de una de las “formaciones especiales” declaró, sin sonrojarse: “Antes de su retorno habíamos hecho nuestro propio Perón. Hoy que está aquí, Perón es Perón y no lo que nosotros queremos.”8 Tras el paso de los años, Antonio Cafiero, una suerte de albacea testimonial del peronismo, confesó en Clarín: “Perón e Isabel sabían que había una organización Triple A, que eliminaba gente… Yo creo que Perón no podía ignorar que había atentados, que había delitos. De ambos bandos, porque la cosa no era tan de un solo

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color; eran dos los bandos que se mataban recíprocamente […] a un presidente como Perón no se le podía escapar que había sujetos que atentaban contra la vida de los miembros de las organizaciones guerrilleras. Y eso no caía del cielo. Era porque había una organización haciéndolo. Ahora, que él la ordenaba, la controlaba, la conducía, eso sí que no”.9 Montoneros no quería quedarse afuera del peronismo. Soportaban cualquier escarnio de parte de Perón con tal de tomar una cuota del poder que el líder tenía en sus manos. Perón les hablaba y sus dirigentes fingían no escuchar. Ellos le decían algo y Perón les respondía con otro tema, ignorando olímpicamente la cuestión que deseaban tratar. En su edición número 38, El Descamisado informó acerca de una reunión mantenida el martes 29 entre Perón y los dirigentes de la Tendencia Revolucionaria Juan Carlos Dante Gullo y Jorge Obeid. Desbrozando todo lo que el medio pudo disfrazar y silenciar de las palabras del mandatario, el artículo sin embargo expresaba: “El General desaprobó la actitud de [los] grupos derechistas, que junto con los grupúsculos de la ultraizquierda contribuyen a crear un clima de caos. Los compañeros manifestaron al General que el enemigo principal es el imperialismo yanqui, con todo su poder económico y financiero”. Luego, “Gullo y Obeid se refirieron al problema del desabastecimiento, un arma que la derecha económica está utilizando cada vez con más fuerza…”. “Los compañeros también señalaron los sucesos de Azul, donde un minúsculo grupo intentó copar un regimiento. Señalaron al General que este hecho fue muy bien aprovechado por los sectores reaccionarios del Movimiento, que a partir de ese momento acrecentaron su campaña de violencia contra la JP. El General dijo que ‘el ERP forma parte de una conspiración internacional detrás de la cual está la CIA’. Y enseguida agregó que ‘la JP está dentro de la ley, con todas sus expresiones, la mayor de las cuales es Montoneros’. […] El General reconoció que la JP agrupada en Regionales es la organización mayoritaria, e instó a los jóvenes a organizarse e institucionalizarse. Acerca de Julio Yessi, titular de la JPRA, Perón dijo que no había que hacerse problemas, que su nombre había surgido entre gallos y medianoche. La ‘juventud todavía no tiene autoridad’, afirmó el General.” Había más: “A propósito de lo ocurrido en Azul, el General opinó que ese hecho se había gestado durante el transcurso del Operativo Dorrego, como consecuencia de la infiltración que se posibilitó en ese momento”. Es decir, para Perón, la JP y los

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atacantes de Azul aparecían como cómplices. “Los compañeros Gullo y Obeid le respondieron que eso no era posible porque la estructura de la JP está controlada, manifestando el general Perón que en realidad la infiltración se produjo a través del coronel Cesio, de quien dijo que integraba el ERP, lo mismo que el ex gobernador Bidegain, su señora y sus hijas. […] En determinado momento de la conversación, Gullo le dijo a Perón que ‘nos quisieron llevar a un falso enfrentamiento entre la patria peronista y socialista, pero nosotros comprendimos que el peronismo es el socialismo nacional’. El General respondió que estaba de acuerdo con lo que decía Gullo, pero que a los que les gusta el socialismo podían irse a los cinco partidos socialistas que existen en nuestro país. Al que le guste el comunismo, agregó, que se vaya al Partido Comunista.” La entrevista se realizó por gestión de Vicente Solano Lima —otros dirán que también intervino Gelbard— en el marco de los contactos para concretar una gran cumbre de Perón con las juventudes peronistas. Montoneros no reconocía la capacidad de representación de la gran mayoría de las vertientes. Finalmente, después de anunciar la fecha para el cónclave [jueves 30], Perón no quiso descartar a ninguno de los treinta y seis invitados: la JP de las Regionales sería uno más. La excusa para no asistir fue que no “íbamos a caer en una provocación similar a la que hicieron Osinde, Norma Kennedy y Ortiz y otros tristes personajes del Movimiento a Rodolfo Galimberti, en Madrid, el 28 de abril del ’73”. La reunión no se llevó a cabo.

Por expresa disposición de Juan Domingo Perón se designa al comisario Villar como subjefe de la Policía Federal. La Carpeta Azul Después del ataque del PRT-ERP a Azul, Perón citó en su residencia de Gaspar Campos al comisario mayor Alberto Villar, el mismo oficial que había investigado el asesinato del ex presidente Pedro Eugenio Aramburu (1970) y el secuestro seguido de muerte del presidente de la Fiat, Oberdan Sallustro (1972). Poco tiempo antes de la transferencia del mando al presidente Héctor J. Cámpora, el 3 de enero de 1973, Villar pasó a situación de retiro. Había recorrido casi todo el escalafón jerárquico de su fuerza y era uno de los pocos jefes de las Fuerzas de Seguridad que tenía un conocimiento profundo del fenómeno subversivo en la Argentina. Lo había enfrentado con dureza y decisión. Y por eso se iba.

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En enero de 1974, Perón ya estaba al tanto de lo que tenía que afrontar, aunque no en su verdadera dimensión: no dejaba de decir que a la subversión la corría con la Policía. Con el asesinato de Rucci tuvo la certeza de que FAR y Montoneros habían retomado la acción armada. “Perón allí decide que va a terminar con esos sectores”, observó Juan Manuel Abal Medina.10 Julio Santucho, hermano del líder del PRT-ERP, diría en su libro Los últimos guevaristas que durante “el último año de su vida, más que gobernar, Perón se dedicó a combatir a la izquierda. Para ello desplegó una estrategia basada en la utilización combinada de métodos legales e ilegales”. Según la historia oral, el comisario Villar en Gaspar Campos se encontró con un Perón enojado. Tras unas palabras de bienvenida, el dueño de casa le expresó su preocupación acerca del desarrollo del fenómeno subversivo y le pidió que se hiciera cargo de la subjefatura de la Policía Federal, con amplios poderes para designar a sus colaboradores. Para los que lo conocieron, Villar habría aclarado “No soy peronista”, a lo que Perón respondió que eso lo sabía, pero que lo convocaba porque “la Patria lo necesita”. De todos modos, ésta es una versión al menos incompleta del encuentro. En realidad, Villar no fue solo a la reunión con Juan Domingo Perón: llevó a dos personas más porque sabía lo que le iban a ofrecer y necesitaba hacerle una pregunta al presidente de la Nación. Como el dueño de casa no se podía exponer a un desplante, se había asegurado conocer de antemano la posible respuesta positiva del jefe policial. El ministro Llambí, como vimos, había operado previamente. ¿Por qué Villar fue acompañado a Gaspar Campos? Según explicó: “Yo necesito que ustedes lo escuchen, y lo necesito porque me van a secundar. Y él va a dar las ordenes y quiero que las escuchen de manera directa”. En un momento del encuentro se produjo el siguiente diálogo: Villar: —Señor presidente, ¿tenemos mano libre para terminar con la subversión? Perón: —Para eso lo he llamado, necesito poner orden. Villar: —Señor presidente, ¿me permite una pregunta? Necesito hacérsela. Perón: —Pregunte. Estamos en confianza. Villar: —Usted me está ordenando que nosotros lo ayudemos a poner orden, y vamos a cumplir. Ahora, con el respeto que se merece, ¿usted sabe que hay gente con la que usted trata que no está de acuerdo con la convivencia democrática? Algunos hablan en su nombre pero en la intimidad dicen de usted barbaridades. Perón: —Comisario, en mi gobierno nadie tiene “coronita”. ¿Usted está al tanto de quiénes son todos los jefes del terrorismo?

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Villar: —Sí, señor. Aquí tengo algunos antecedentes. En ese momento el jefe policial le entregó una carpeta de tapas color azul marino y letras doradas que rezaba: “Policía Federal. Superintendencia de Seguridad Federal. Dirección General de Inteligencia”. Y en letras más grandes: “Álbum fotográfico de extremistas prófugos”. Perón abrió la carpeta, la observó un rato en silencio y, guiñándole un ojo, le dijo: “Pensé que habían quemado todos estos expedientes. ¿No fue ésa la orden del ‘jovencito’ Righi?” (en realidad pronunció “Riggi”). Villar repuso: “Señor presidente, si me permite, le voy a responder con una gran enseñanza suya. No quemamos nada porque ‘los hombres son buenos, pero si se los vigila son mucho mejores’”. Perón no tuvo otro remedio que reírse, y palmeándolo le dijo: “Bueno Villar, lo he convocado para que me ayude a poner orden. Cuenta con mi confianza: proceda… y déjeme la carpeta”. A la salida, uno de los acompañantes, con aire de preocupación, le dijo al nuevo subjefe de la Policía Federal: “Le dejamos la carpeta, ¿qué va a hacer con ella? ¿La carpeta tiene todo?”. A lo que Villar contestó: “No le puse todo, sólo algunos antecedentes. Toda la información la tenemos nosotros, ahora lo vamos a ayudar”. Mirando al otro acompañante, preguntó: “¿Escuchaste bien, Negro? Entonces, ahora, piña, patada y máquina”. La Carpeta Azul estuvo en poder de Perón hasta enero de 1974, cuando se mudó a Olivos. Contenía los antecedentes de importantes jefes de las organizaciones armadas. Cada biografía estaba acompañada por la foto correspondiente. Queda claro que para la época la carpeta ya tenía datos desactualizados y Perón a través de la Central Nacional de Inteligencia (CNI) contaba con información más calificada. Con la perspectiva que da el paso de los años se puede decir que había personajes que sobraban y varios que faltaban.11

El comisario Alberto Villar (a) “Tubo” (a) “Tubito” ascendió a jefe de la Policía Federal Argentina por un decreto del 13 de mayo de 1974. Cuando aceptó reincorporarse a su Fuerza sabía cuál podía ser su destino. Era conocido entre su tropa que le gustaba comer bien y lo único que lo preocupaba era su enfermedad de gota y así se lo dijo a Perón. El presidente le respondió que él tenía cáncer y tras eso no cabía ningún lamento.

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Un mes más tarde de esa entrevista será asesinado por Montoneros. “No sé si a su vuelta me va a encontrar, por lo tanto ahora me despido de usted”, le dijo al embajador Benito Llambí poco antes de partir a Canadá una vez que dejó de ser ministro del Interior en agosto de 1974. Según los servicios de Inteligencia de la época, en el asesinato de Villar y su esposa actuó como entregador el subcomisario Washington Ouvide, secretario privado de Villar, que había sido instigado por una “militante”. Primero fue detenida la mujer y luego se allanó la casa de Ouvide, donde se encontró un fichero de “blancos” de la Policía Federal. Las fuentes policiales sostienen que Washington Ouvide había entregado la información al PRT-ERP sobre los movimientos de Villar y su afición por la navegación, pero esta organización no tenía experiencia anfibia ni cargas subacuáticas y se la cedió a Montoneros. Norberto Ahumada (a) “Beto” hizo la inteligencia del “blanco”. Atracaron la carga los buzos tácticos Máximo Fernando Nicoletti (a) “Gordo Alfredo” y Carlos Andrés Goldenberg (a) “Andresito”, “Tomasito” con apoyo de Carlos Laluf (a) “Nacho”, la compañera de éste “Nacha” y “Pippo”. El 1 de noviembre de 1974, Goldenberg (entrenado en Cuba como buzo táctico) pulsó el control haciendo saltar por los aires al crucero Marina y al matrimonio Villar. Los asesinos integraron los pelotones de combate “Chávez-Pierini”, “17 de Octubre” y “Julio Troxler”, agrupándolos en un Grupo Especial de Combate (GEC). La traición de Ouvide (caído por una ventana del Departamento Central de Policía en 1976) y la cesión del “blanco-objetivo” del ERP a Montoneros pueden datar del primer semestre de 1974, en vida del general Perón. Villar también era oficial de reserva del Ejército Argentino y —tras sucesivos cursos— ascendió hasta Teniente 1º de Artillería y se graduó de Paracaidista Militar.

Junto con Villar asumió el comisario inspector Luis Margaride. El jefe de la Policía Federal seguía siendo el general (R) Miguel Ángel Iñíguez. Villar se hizo cargo de su puesto el 29 de enero de 1974, una semana después de Azul. El mensaje de Perón no podía ser más claro. Tras llegar al más alto rango de la jerarquía, y con las instrucciones del caso, Villar dio los toques finales a un organismo de Inteligencia de las Fuerzas de Seguridad de Argentina, Chile, Uruguay y Bolivia, con la finalidad de contrarrestar un aparato

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similar de las organizaciones armadas que ya funcionaba en el Cono Sur: la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR), la misma que engarzaba al PRT-ERP, MIR (Chile), Tupamaros (Uruguay) y ELN (Bolivia). Un informe militar que trataba “el curso de acción inmediato del ERP”, relataba que entre el 22 y 26 de abril de 1973 (es decir luego de las elecciones en las que triunfó la fórmula Cámpora-Lima) se realizó una reunión conjunta entre PRT, MIR y Tupamaros para coordinar acciones comunes: “Se ha concretado un primer paso hacia la continentalización de la lucha armada mediante el apoyo mutuo, el intercambio y la creación de un comité conjunto permanente”. Será conocida como la Junta Coordinadora Revolucionaria, cuya matriz estaba en La Habana bajo el mando directo del comandante Manuel Piñeiro Losada (a) “El Gallego” (a) “Barbarroja”. Posteriormente, a comienzos de 1974, durante una conferencia de prensa que se realizó en Lisboa al amparo de la Revolución de los claveles, el ERP anunció públicamente la constitución de un “Comando Conjunto Operacional” integrado por el ERP, MIR, Tupamaros y ELN. “En función de tales objetivos, gestionaron ante el gobierno de Argelia apoyo financiero y el reconocimiento de la JCR como integrante del Bloque de Países No Alineados”, observará un documento militar secreto de mayo de 1974. En realidad, el anuncio constituyó el lanzamiento al plano internacional de una verdadera supranacional terrorista, ideada en Chile en noviembre de 1972 durante la estadía de Roby Santucho en Santiago, tras su paso por La Habana y París. Un clima general de apatía impedía un feliz reinado para el Rey Momo en ese febrero de 1974. Para peor, el corso oficial había sido suprimido. Apenas se registraron comparsas en la calle Cuenca (de Ricardo Gutiérrez a Baigorria), en Asamblea (desde Centenera hasta Emilio Mitre) y en Villa Lugano. Como en años anteriores, la diversión pasaba por los bailes y las mejores recaudaciones, según Sadaic, fueron en Vélez Sarsfield, Centro Lucense y San Lorenzo. El verdadero “Rey”, Ramón Bautista “Palito” Ortega, junto con Los Iracundos, recaudó cerca de cuarenta millones de pesos en el Club Los Andes, de la provincia de San Juan. Los fuegos artificiales y la guerra de baldazos provocaron algunos heridos. Las agendas sociales de los diarios registraban pocas novedades. Como dato curioso, apenas el casamiento de Andrés Martínez Vivot y Sáenz Valiente con Mercedes Hardoy en la iglesia del Santísimo Sacramento. El padre del novio, Julio Martínez Vivot, era un conocido abogado laboralista que se desempeñaba en Familia y Minoridad. Persona de buenas maneras, culto, un político moderado, sabía un poco más que el resto de lo que

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sucedía en el país: era profesor de Historia en el Colegio Militar de la Nación, por lo tanto varias camadas habían recibido sus enseñanzas. Con el paso de los años llegaría a ser miembro de un gabinete presidencial. Fue ministro de Defensa del último presidente de facto (1982-1983), general (R) Reynaldo Benito Antonio Bignone, quien en 1975 llegaría a ser director del Colegio Militar de la Nación. En este contexto, aprovechando los días de carnaval de 1974, Villar presidió en Buenos Aires una cumbre con jefes de seguridad de Chile, Uruguay y Bolivia. Una de las actas de dicha reunión, cuyos fragmentos se reproducen a continuación, fue obtenida por la Inteligencia de Montoneros, que la publicó el 10 de diciembre de 1975 en el semanario El Auténtico, órgano del Partido Auténtico, su fachada política (su director era el ex diputado nacional Miguel Ángel Zabala Rodríguez, uno de los expulsados del bloque peronista en febrero de 1974).12 Representante de Chile (Carabineros): —La delegación de Chile somete a consideración de ustedes las siguientes ponencias: 1°, acreditar en cada embajada un agregado de seguridad que puede ser miembro de las Fuerzas Armadas o de Policía, cuyas funciones básicas serían la coordinación con la Policía o el encargado de seguridad de cada país o los varios organismos locales. 2°, en forma similar a lo que tiene Interpol en París, tener también nosotros una Central de Informaciones, donde podamos requerir datos de individuos que son marxistas. 3°, intercambios programados e imprevistos de personas: que nosotros podamos venir, ir a Bolivia y Bolivia pueda ir a Chile, y que podamos venir a la Argentina nuevamente, que podamos llegar directamente con toda confianza a cualquiera de los organismos de Seguridad de cualquiera de los países, y exponer a qué venimos, que no necesitemos previamente una invitación formal. 4°, la necesidad de establecer un canal de comunicación. A manera de ejemplo sugiero dos canales, uno formal que podría ser el agregado de seguridad, y uno directo para lo cual podríamos ocupar la red Entel con el sistema de inversores de teléfonos. 5°, la necesidad de establecer un sistema de becas para entrenamiento de personal en base o cursos formales. Señor subjefe de la Policía Federal (comisario general Villar): —¿Alguien tiene alguna otra propuesta? Representante de Bolivia: —La delegación de Bolivia sugiere que todos los elementos marxistas que están en diversos países sean internados a cierta distancia, de tal manera que impidamos la afluencia de los mismos hacia las zonas fronterizas… Representante de Uruguay (inspector general Castiglione): —Lo que yo iba a

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proponer ya está comprendido en lo que ha expuesto el señor general de Carabineros. Particularmente, reiteraríamos el ofrecimiento que ya hemos hecho de mantener uno o más funcionarios en zonas críticas como el Litoral, colaborando con la policía argentina a efectos de identificar gente. Señor subjefe de la Policía Federal (comisario Villar): —No hay ningún problema. El jefe del Departamento de Asuntos Extranjeros (DAE) luego va a tomar contacto con el inspector general Castiglione para coordinar esos enlaces. Lo mismo Chile, si necesita tener gente en la zona de Mendoza, San Juan o la zona que se determine, como asimismo Bolivia en el caso de Salta, Jujuy. La ponencia que vamos a hacer al gobierno nacional es la fijación del lugar de residencia de los asilados, así como también la vigilancia semanal de éstos, que les impida viajar a través de la República y estar en zonas de fronteras. Con respecto a las becas, cuenten con ellas. Los álbumes de fotos se están confeccionando. En la embajada lo más seguro van a ser los agregados militares, dado que dentro del personal civil puede haber alguien que tenga ideas distintas a las nuestras. Ha sido aprobado por nuestro gobierno el agregado policial, que será denominado agregado legal para darle cobertura. Cuando el problema sea urgente, pueden establecer contacto con la jefatura o subjefatura o bien con la superintendencia de Seguridad Federal, diciendo que viene alguien, podemos decir que viene una comisión de narcóticos. ¿Qué les parece? Luego de una observación del delegado chileno, Villar especificó mejor el tema del centro de atención y de control de la nueva organización: “No sólo tenemos que prestar atención a los ciudadanos de nuestros países, sino también a los cubanos, checoslovacos, alemanes o de cualquier nacionalidad para que el archivo sea más completo posible”. La sede central del organismo se estableció en Buenos Aires.

Se profundiza la fractura con Montoneros. Las clases de Perón a la juventud en Olivos Para La Opinión, febrero de 1974 comenzó con tres títulos de tapa que marcaban el clima político. El principal informaba en su volanta que “El general Perón dialogó en Olivos con veintinueve dirigentes juveniles, en la primera de una serie de reuniones semanales” y el título a cuatro columnas expresaba: “La autoexclusión de la ‘Tendencia’ marca un punto de fractura en el justicialismo”. También se informaba que

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“el Senado aprobó el pedido de licencia del presidente”, y un tercer título trataba sobre el acuerdo entre la Argentina y Libia que había logrado una misión presidida por el ministro de Bienestar Social, José López Rega. Desde Madrid, López Rega, que había terminado su misión en Trípoli imponiendo al coronel Muammar al-Gaddafi la Orden de Mayo al Mérito en el grado de Gran Cruz, dijo que creía “útil y prudente que el general Perón goce de unas breves vacaciones en Madrid, sin protocolo alguno” y que su viaje a España “le permitiría establecer contactos de alto nivel internacional”. Un mensaje un tanto confuso para un presidente que llevaba tan sólo cuatro meses en su cargo. En realidad, formaba parte de un rumor que sostenía que Perón debía viajar para hacerse un chequeo y/o tratamiento médico que podría demandar cuarenta días. “¿Quién ocupará la Presidencia en reemplazo de su titular?”, se preguntaba Última Clave del 7 de febrero. Y resumía: “Apenas si febrero ha empezado a deslizarse y ya la situación política argentina parece encaminada hacia el más endemoniado embrollo”. Para peor, había escasos márgenes para distraer a la sociedad, porque regía la suspensión de emisiones televisivas entre las 20 y 23, al menos “hasta que se logre un margen mínimo de seguridad” en el suministro de electricidad. La situación del parque energético era dramática y se pedía a la población “restringir el consumo innecesario”. Para aumentar el enredo, al día siguiente Vicente Solano Lima, secretario general de la Presidencia, desmintió renuncias en el gabinete. Algo había, porque para los medios periodísticos la gestión de Lima se encontraba desgastada tras el fracaso de sus gestiones para acordar una reunión de la dirigencia juvenil con el presidente de la Nación. Con la ausencia de la Juventud Peronista de las Regionales (que respondían a Firmenich), Perón se había reunido, a las diez de la mañana del jueves 31 de enero, con un numeroso grupo de jóvenes de diferentes tendencias justicialistas. Entre otros, cruzaron el portón de la residencia presidencial, Alberto Brito Lima (Comando de Organización), Carlos Diurich (Movimiento José Ignacio Rucci), Horacio Calderón (Legión Revolucionaria Peronista), Rubén Gianinni (Agrupación 8 de Octubre), Salvador Pinacchio (Agrupación Nueva Argentina), José Pirraglia, Humberto Romero y Laura Velásquez (Rama Juvenil del Consejo Superior del Movimiento), Alejandro Giovenco (Comando Cóndor), Patricio Fernández Rivero (CNU), Carlos Maguid (Comando de Unidades Básicas) y Juan Musciascia (JPRA). Los diarios de los días siguientes no expresaron en su totalidad las palabras de Perón, pero mediante los dichos de los asistentes se puede presumir hacia dónde apuntó el líder del peronismo.

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“El general Perón ha dicho que va a indicar los canales a seguir para aquellos que no estén de acuerdo con la doctrina justicialista”, dijo Juan Carlos Ortiz del FreJuLi. José Luis Pirraglia fue más claro: “El General ha instado a la unidad; pero también dijo que para los que quieren la patria socialista, tienen cinco partidos socialistas para militar en ellos: que elijan. Perón exhortó a luchar por la patria peronista”. En la noche del sábado 2 de febrero un importante grupo de terroristas atacó la base aérea militar “Mariano Moreno” de José C. Paz y hubo un duro tiroteo, registrándose veinticinco detenciones. La Razón —un medio cercano al Ejército— no identificó a la organización atacante en su edición del día siguiente. El lunes 4, la esposa de Perón cumplió años rodeada de numerosas mujeres que la visitaron en Olivos. Ella sólo dejó la residencia por un corto tiempo, para dirigirse a Ezeiza a recibir a José López Rega que llegaba de su viaje a Libia y España. En la escalinata del avión, el ministro de Bienestar Social se mostró exultante: “Se tendió un puente entre Latinoamérica y el Mundo Árabe”, declaró. Luego, los dos se subieron a un helicóptero que los trasladó a Olivos donde los esperaban mil quinientas personas concentradas por la dirigente Norma Kennedy.

• Ganar, gustar, golear El domingo 3 de febrero, en la Bombonera, se jugó un Boca-River para el recuerdo. Boca le hizo cinco goles a Ubaldo Fillol y cuatro de ellos los anotó el debutante Carlos María García Cambón, que venía del Chacarita campeón del 69. Entre otros, integraron los equipos “Patota” Potente, Norberto Alonso, Quique Wolff, el “Conejo” Tarantini, Mouzo, Morete y “Mostaza” Merlo. Néstor “Pipo” Rossi gritaba desde el banco, como director técnico de River; Rogelio Domínguez, por Boca. Alberto J. Armando estaba eufórico. En la misma fecha, la dupla Ricardo Bochini-Daniel Bertoni enloqueció a los hinchas de Independiente y Miguel Brindisi le “facturó” los cuatro goles de Huracán a Atlanta. En 1974, el Bambino Veira dejó San Lorenzo y se incorporó a Banfield, llevado por Carmelo Faraone. Fue el año del Campeonato Presidente de la Nación Teniente General Juan Domingo Perón y Banfield salió tercero en su zona detrás de Boca y del campeón Rosario Central. La selección argentina se preparaba para el Mundial en Alemania y su técnico Vladislao Cap dio a

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conocer a los elegidos, entre los que estaban Carnevali, Perfumo, Brindisi, Telch, Balbuena, Ayala y Chazarreta. Por su parte, Carlos Monzón llegó a París para enfrentar por el título de los medianos a “Mantequilla” Nápoles, mientras Oscar “Ringo” Bonavena se preparaba para competir con Ron Lyle a doce asaltos en Denver, Estados Unidos. Éste año fue el anteúltimo que Ringo pasaría en la Argentina. Vivía en República de la India y Libertador y se lo podía ver de tanto en tanto en la vereda de la confitería Doney tomando un copetín.

La violencia contenida en las filas del oficialismo no amainaba. En escasas cuarenta y ocho horas fueron asesinados Jorge Patricio Gallardo, del Comando de Organización de La Plata, y Hugo Mazzolini, un obrero de la construcción de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) de Bahía Blanca. En Rosario voló por los aires un local de la Regional II de la JP. Y para que las cosas queden claras, la Rama Femenina del Justicialismo publicó una solicitada sosteniendo que la Agrupación Evita de la Tendencia “no perteneció ni pertenece al Movimiento”, lo mismo que sus dirigentes Adriana Lesgart, Lili Massaferro y Diana Alac. Perón siguió avanzando en el plano de las definiciones. El 4 de febrero, en un mensaje televisado, ponderó los avances en materia económica y agradeció “la cooperación de todas las fuerzas políticas”. Además dijo: “No puedo decir, lamentablemente, lo mismo del oficialismo, donde se han producido problemas internos que no pueden ser sino negativos para la alta responsabilidad que hemos recibido […] El terrorismo, inexplicable frente a un gobierno del pueblo, ha mostrado sus verdaderas intenciones… yo debo agradecer en nombre del gobierno, la cooperación de la ciudadanía, tanto en la información como en la represión del enemigo común, porque la lucha entre la delincuencia y el país nadie puede ser neutral. […] Es un placer, como jefe del Estado y un orgullo como viejo soldado, poder informar a la Nación sobre el magnífico comportamiento y acción de nuestras Fuerzas Armadas que, estoicamente, han absorbido el impacto de un injusto y miserable ataque contra una de ellas”. A pesar de que se sostenía que los conflictos internos en algunas provincias estaban congelados, en Mendoza el conflicto dialéctico subía de tono. “Entiendo que no podemos incurrir en negligencia culpable manteniendo a gente enemiga dentro del elenco gubernativo”, afirmó el ministro de Gobierno Pedro Baglini. En Córdoba, Luis

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Longhi, normalizador partidario, bendecía a una CGT ortodoxa, justicialista y verticalista, dejando afuera a la JTP y a los gremios de izquierda acaudillados por Agustín Tosco y René Salamanca, defensores del gobernador Obregón Cano. En la dirección de poner orden dentro del oficialismo, en cuestión de minutos la Cámara Baja aceptó la renuncia de los ocho diputados de la JP que se negaron a votar afirmativamente las reformas al Código Penal presentadas por el Poder Ejecutivo, y el bloque del FreJuLi sancionó con treinta días de suspensión a los diputados aliados que “no justifiquen debidamente el no haber votado la reforma penal”. Entre los implicados estaba Hugo Lima, hermano de Vicente Solano Lima, y varios legisladores del MID.

La “purificación”. “¿Qué es lo que quieren hacer con la Tendencia?” El jueves 7 de febrero, Juan Domingo Perón volvió a reunirse por la mañana con los sectores juveniles del Movimiento. Asistieron casi los mismos del jueves anterior y se agregaron Julio Yessi, por el Consejo Superior, Rubén “Chacho” Contesti de Encuadramiento de la Juventud y dirigentes de la segunda sección de la provincia de Buenos Aires. La cumbre volvió a tener la coordinación de Lima, y esta vez, a diferencia de la primera, las palabras del presidente fueron distribuidas a la prensa y la secretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia imprimió un folleto. Después de escuchar algunas exposiciones, Perón habló desde una tarima en la que se habían ubicado el sillón presidencial y su mesa de trabajo. Estaba rodeado por Isabel, López Rega y otros tres funcionarios. Parados, más atrás, se observaban nueve custodias. El marco se completaba con ocho astas con banderas nacionales. Juan Domingo Perón dividió aún más las aguas y dijo: • “Hay mucha gente que ha tomado la camisa peronista para hacer deslizamientos, aún mal disimulados, hacia zonas en las cuales nosotros no estamos de acuerdo; es decir: el Movimiento no está de acuerdo. Y esto se ha manifestado ya, abiertamente, en algunos sectores, llámense como se llamen. A mí no me interesa el nombre, me interesa qué hay dentro de ese nombre y esto es lo fundamental para nosotros”. • “No se puede organizar creyendo que esa tarea es sólo juntar gente, que bien puede

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estar engañada, o estar en la realidad o pensar de otra manera. Organizar no es juntar gente; es aunar voluntades conscientes con una finalidad, es decir con un objetivo. Cuando digo voluntades conscientes quiero decir hombres a los cuales se les ha dicho: ‘Nosotros queremos esto, ¿lo quiere usted también? Venga con nosotros... ¿No quiere usted esto? Allá usted’”. • “No se obliga a nadie a estar en el Movimiento Peronista. A la juventud, en fin, la queremos a toda, a todos. Sabemos el mérito que tienen en el trabajo y en la lucha que han realizado. No, eso no lo niega nadie ni lo puede negar. Eso ya está en la historia… Pero eso ha sido en la lucha cruenta, que ya ha pasado. ¿Por qué nos vamos a estar matando entre nosotros? ¿Para decir que somos valientes? […] Los que quieren seguir peleando, bueno, van a estar un poco fuera de la ley porque ya no hay pelea en este país”. • “Para pelear, si hay que pelear, yo decreto la movilización y esto se acaba rápidamente; convoco a todos para pelear y van a pelear organizadamente, uniformados y con las armas de la Nación. Pero no es eso en lo que estamos. Con eso no vamos a hacer sino echar al país un paso más atrás de lo que está. Para dar pasos adelante tenemos que hacer primero la pacificación, después el ordenamiento. No interesa cómo. Yo no quiero que sean todos justicialistas en el país, ni convendría que así fuera”. • “Antes de pensar en una organización, es [necesario] ver quién es quién, quiénes constituyen el justicialismo dentro de la juventud y quiénes no. […] Va a haber muchos que se metan diciendo ‘viva Perón’ y están pensando que se muera Perón. Ustedes comprenderán que esto no puede ser; hasta es una falta de ética política. En el país no se ha dado nunca el fenómeno de la infiltración política. Es la primera vez que se da en la historia de la República Argentina; gente que se infiltra en un partido o movimiento político con otras finalidades que las que lleva el propio Movimiento”. • “Lo que tenemos que hacer es ponernos de acuerdo, si no pasarán cosas aberrantes, como un grupo de peronistas que se opone a que se sancione al terrorismo. ¿Entonces están en el terrorismo? El peronismo no está en el terrorismo; por lo tanto el peronismo está en contra del terrorismo, porque es el partido del gobierno, el movimiento del gobierno”. • Levantando aún más la mirada, mirando a extramuros de la residencia de Olivos, a los Montoneros que no estaban presentes, Perón se preguntó: “¿Qué quieren?

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¿Que el gobierno caiga? Hay cosas que no se pueden explicar […] por ello es necesaria esa purificación”. • “Lo venimos viendo. Tengo todos los documentos y además los he estudiado. Esos son cualquier cosa menos justicialistas. Entonces, ¿qué hacen en el justicialismo? Porque si yo fuera comunista, me voy al Partido Comunista y no me quedo ni en el Partido ni en el Movimiento Justicialista.” • “No queremos liberar ruinas, queremos liberar una nación. No queremos liberar un cadáver, queremos un ser que trabaje y se desenvuelva. En estos momentos no podemos hablar de liberación. ¿Liberación de qué, si todo lo tenemos hipotecado?”. • “Todos esos que hablan de la Tendencia Revolucionaria, ¿qué es lo que quieren hacer con la Tendencia Revolucionaria?”.

Otro informe estrictamente secreto y confidencial para Perón sobre Montoneros Como se sabe, Perón era un gran lector. Muchas veces se ha sostenido que los servicios de Inteligencia lo intoxicaban con información falsa para influenciarlo. En esos días de 1974, el presidente de la Nación recibió un informe elaborado por la Central Nacional de Inteligencia (CNI) de veinte páginas sobre la organización armada Montoneros y sus colaterales. Perón sabía de qué se hablaba cuando se refería a la Tendencia. Hoy, gran parte de la historia es de dominio público, pero en aquella época no, y por lo tanto es importante conocer qué sabía Perón para observar dónde y cómo se paraba frente al fenómeno subversivo. Respetando su estilo y redacción, una síntesis del informe podría ser la siguiente: en principio, cuando se trata el “origen” de Montoneros, dice que “constituye la fusión, a partir del 12 Oct 73, de la primigenia organización Montoneros con las denominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)”. De Montoneros sostiene que es una “simbiosis del peronismo de izquierda revolucionaria y corrientes cristianas progresistas infiltradas por el marxismo. Se conforma entre 1966/1970 sobre la base de siete agrupamientos independientes con asiento en BUENOS AIRES (2), CÓRDOBA (2), SANTA FE (3), que inspirados fundamentalmente por la influencia de la Revolución Cubana en América Latina, el testimonio de Camilo TORRES y la experiencia guerrillera de Ernesto ‘CHE’ GUEVARA en BOLIVIA, visualizan en la lucha armada y en la aceptación teórica del

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Socialismo, la única alternativa y propuesta válida para la toma del poder político. Sus principales cuadros militares fueron instruidos en CUBA en 1966/67”. Sobre las FAR dice que fueron “estructuradas entre los años 1967/70 sobre la base de cuadros políticos militares provenientes del PARTIDO COMUNISTA REVOLUCIONARIO (PCR) y VANGUARDIA COMUNISTA (VC), instruidos en CUBA en 1966/67 con el propósito original de incorporarse al movimiento guerrillero de Ernesto ‘CHE’ GUEVARA en BOLIVIA. Adoptó su denominación de FAR a similitud de las milicias populares cubanas y otras similares de Latinoamérica”. Al tratar la situación legal de la organización político-militar (OPM) dirá: “No existe legislación que la reprima como organización ilegal”, en tanto eso ocurrirá recién cuando pase a la clandestinidad, el 6 de septiembre de 1974, tras el fallecimiento de Perón y con María Estela Martínez de Perón como presidenta constitucional. En el capítulo “Ideología”, la Comunidad de Inteligencia clasificará a Montoneros como “seudo peronista-marxista” y a las FAR como “marxista-leninista (castrista)”. “Se reconoce que MONTONEROS tiene una organización celular clandestina [y] hasta el 12 Oct 73 su estructura político-militar comprendía: • CONDUCCIÓN NACIONAL: colegiada, federal y centralizada. Integrada por un representante de cada Región. • REGIONALES: estructuradas sobre la base de la división geográfica del país, en 6 regiones, divididas a su vez en Zonas Militares… por su importancia dentro de una estrategia de guerra nacional, tipificaron a las Regionales en Regionales prioritarias y Regionales no prioritarias. • ZONAS: con las unidades geográficas que constituyen una Región. Dentro de cada Zona se ha tipificado también subzonas… las estructuras organizativas políticomilitares que constituyen una zona son las COLUMNAS. Las conducciones de éstas conforman la conducción zonal. • COLUMNAS: son unidades político-militares autónomas, dentro de un concepto geográfico que es el de Región o Zona. Una columna está constituída por: UBC (Unidades Básicas de Combate); UBL (Unidades Básicas de Logística); UBA (Unidades Básicas de Aspirantes); UBR (Unidades Básicas Revolucionarias) y COLABORADORES.”

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Seguidamente se traza una radiografía de cada una de las unidades básicas con el habitual —y denso— lenguaje de la Inteligencia. Importa, sí, observar lo que se define como “colaboradores”: “Son personas o grupos de personas que colaboran con la organización en determinadas situaciones específicas, sin un grado de compromiso permanente con la misma. Se define como tales a quienes compartiendo la línea político-militar de la organización, ofrecen su apoyo o ayuda circunstanciales (técnica, de información, etc.)”. De las FAR el Informe de la CNI observará que tienen una organización “celular clandestina” y que “su orgánica prescindió prácticamente de estructuras políticas, limitándose exclusivamente a las paramilitares”. “Hasta el 20 Oct 73 estaba regimentada por una Dirección Nacional y nueve Regionales” [y las identifica]. “Su organización básica la constituyó el COMANDO.” “La fusión de ambas organizaciones (FAR-MONTONEROS) adquirió la estructura orgánica de la primigenia organización MONTONEROS, con la introducción de algunas variantes, tales como: • Incorporación del CONSEJO NACIONAL como escalón superior al de CONDUCCIÓN NACIONAL. • Incorporación en lo funcional de nuevos órganos afectados a la CONDUCCIÓN NACIONAL, tipificados como SERVICIOS NACIONALES, que cubren las siguientes áreas específicas: INTELIGENCIA, LOGÍSTICA, DOCUMENTACIÓN, PRENSA, COMUNICACIONES, PROPAGANDA”. • También se detalla la creación de SECRETARÍAS, afectadas a las Conducción Nacional y Regionales, de: “ASUNTOS MILITARES, GOBIERNO Y ADOCTRINAMIENTO.” Se introducen nuevos criterios en las Unidades Básicas de Combate: “Aplicación de una política de socialización de sus bienes a los componentes de las UBC” y “reorganización territorial de las REGIONALES por asentamiento geográfico determinado, a constituirse las mismas de la siguiente manera: Noroeste, Noreste, Centro, Cuyo, Litoral, Buenos Aires, La Plata y Patagonia”. Se aclara que “coincidentemente” se reestructuran otros escalones de la organización en “la necesidad de cubrir el despliegue de su frente de masa política: JUVENTUD PERONISTA (Tendencia Revolucionaria)”. En cuanto a la “actitud frente al Gobierno Nacional”, la CNI sostiene que es de “oposición frontal” y “declarada intención de encabezar la resistencia popular y

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reasumir las formas armadas de lucha contra las estructuras del Estado”. Sobre la “posición frente al Peronismo”, la CNI sólo observa la realidad de esos días: “Críticas y hostigamiento contra las estructuras reconocidas del peronismo ortodoxo (MNJ, CGT, 62 Organizaciones); formación de estructuras político-sindicales paralelas a las institucionalizadas por el peronismo ortodoxo; apoyo activo o solidario a las actividades y objetivos de los sectores seudo-peronistas enrolados en el Peronismo de Base (PB)”. En ese momento, la CNI consideraba que los “principales dirigentes” de la organización eran: “Mario Eduardo FIRMENICH, Roberto Jorge QUIETO, Alberto Miguel CAMPS, Fernando VACA NARVAJA, Francisco Reynaldo URONDO, Norma ARROSTITO, María Antonia BERGER, Jorge Omar LEWINGER, Juan Julio ROQUÉ, Marcos OSATINSKY y René Ricardo HAIDAR”, lo que permite observar que todavía la Inteligencia del Estado tenía algunos agujeros informativos, ya que no contabilizaban, entre otros, a Carlos Alberto Hobert (a) “Pingulis” y Roberto Cirilo Perdía. Se estimaba que los efectivos de Montoneros en la clandestinidad constituían 2.000 a 2.500 combatientes y 12.000 a 15.000 periféricos. Aunque tenía “1.096 efectivos comprobados e identificados”. Las colaterales de Montoneros “en los frentes de masa” eran: Juventud Peronista (Tendencia Revolucionaria); Agrupación Evita (AE); Juventud Trabajadora Peronista (JTP); Unión de Estudiantes Secundarios (UES); Juventud Universitaria Peronista (JUP); Movimiento Villero Peronista (MVP); Movimiento de Inquilinos Peronistas (MIP) y el Movimiento Infantil Peronista (MIP). Luego se expone un extenso capítulo en el que se señalan las “peculiaridades” de la organización y sus “debilidades”, entre éstas se consideran los últimos discursos del presidente de la Nación y el no reconocimiento de parte del peronismo de las estructuras de superficie de Montoneros: “La consecuente reducción de su espacio político, la pérdida de consenso popular al entrar en contradicción político-ideológica con el Tte Grl Juan D. Perón y el aislamiento de adherentes en todas sus estructuras de masa”. Como “objetivo final” de la organización se considera la “toma del poder político e instauración de un régimen socialista-marxista”. En cuanto a sus “principales capacidades” se apuntan, entre varias, el “desarrollar operaciones de guerrilla urbana contra objetivos de las Fuerzas Armadas y de Seguridad y ocupación parcial y/o temporaria de localidades; ejecutar tareas de eliminación física directa sobre miembros de las Fuerzas Armadas y/o de Seguridad, autoridades del Gobierno

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Nacional, autoridades legislativas y/o judiciales y figuras de relevancia política y/o sindical”. En el capítulo “publicaciones” se enumera a semanario Ya, semanario El Descamisado y el diario Noticias. El ítem “Principales operativos a partir del 25 May 73” hasta esa fecha no establece la participación de Montoneros y/o FAR en el asesinato de José Ignacio Rucci. Textualmente dice: • “Participación activa en ocupaciones de fábricas, empresas, centros médicos asistenciales, municipios, oficinas públicas, etc. • Participación activa en los sucesos acaecidos el 20 Jun 73 en Ezeiza. • Actividades psicológicas de difusión, propaganda y captación”. El viernes 8 de febrero, a las once de la mañana, Perón ofreció una conferencia de prensa en Olivos en la que negó un posible viaje a España y también se mostró sorprendido por la cantidad de versiones acerca de presuntas renuncias y reemplazos de ministros de su gabinete. “No hay nada de eso”, afirmó. Pero el periodismo no había inventado nada. Del viaje presidencial habían hablado López Rega y Vicente Solano Lima, y los rumores de renuncias de Llambí, Vignes, Gelbard y Lima salían del propio gobierno. Volvió a decir que “hay mucha gente que está dentro de la administración que está saboteando”. Acerca de los últimos hechos de violencia manifestó: “Son asuntos policiales que están provocados por la ultraizquierda y la ultraderecha y lo único que puede hacer el Poder Ejecutivo es detener a sus autores y entregarlos a la Justicia”. El momento inesperado de la conferencia se presentó cuando una periodista del diario El Mundo, Ana María Guzzetti, sostuvo con el líder el siguiente diálogo: —Señor presidente: cuando usted tuvo la primera conferencia de prensa con nosotros yo le pregunté qué medidas iba a tomar el Gobierno para parar la escalada de atentados fascistas que sufren los militantes populares. A partir de los hechos conocidos por todos, de Azul, y después de su mensaje a defender al gobierno, esa escalada fascista se ha ampliado mucho más. En el término de dos semanas hubo exactamente veinticinco unidades básicas voladas, que no pertenecen precisamente a la ultraizquierda, hubo doce muertos y ayer se descubrió el asesinato de un fotógrafo. Evidentemente, todo esto esta hecho por grupos parapoliciales de ultraderecha. —¿Usted se hace responsable de lo que dice? Eso de parapoliciales lo tiene que

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probar —replicó Perón, y mirando al edecán aeronáutico agregó—: tomen los datos necesarios para que el ministerio de Justicia inicie la causa contra esta señorita. —Quiero saber qué medidas va a tomar el Gobierno para investigar tantos atentados fascistas. —Las que está tomando; ésos son asuntos policiales que están provocados por la ultraizquierda y la ultraderecha; la ultraizquierda que son ustedes [señalando a la periodista con el dedo] y la ultraderecha que son los otros. De manera que arréglense entre ustedes; la Policía procederá y la Justicia también. Indudablemente que el Poder Ejecutivo lo único que puede hacer es detenerlos a ustedes y entregarlos a la Justicia, a ustedes y a los otros. Lo que nosotros queremos es paz, y lo que ustedes no quieren es paz. —Le aclaro que soy militante del Movimiento Peronista desde hace trece años. —Hombre, lo disimula muy bien. El Mundo ya se encontraba en sus últimos días. Había sido lanzado a la calle en agosto de 1973, tras expresa consideración de la cúpula del PRT-ERP, bajo la dirección de Luis Cerrutti Costa (curiosamente, un ex ministro de Trabajo del jefe de la Revolución Libertadora, general Eduardo Lonardi) y la subdirección de Manuel Justo Gaggero, luego director interino cuando Cerrutti Costa realizó, a partir de diciembre de 1973, una extensa gira por Cuba, Vietnam del Norte y otros países “socialistas”. Intentaba dirigirse a la izquierda “independiente” y contó hasta septiembre de 1973 —ataque del PRT-ERP al Comando de Sanidad— con la colaboración de periodistas que pertenecían al Partido Comunista. Su “responsable político” fue Benito “Mariano” Urteaga. El 9 de diciembre de 1973, Gaggero se hizo cargo de la dirección y el diario salió hasta el 14 de marzo, día en que el Poder Ejecutivo lo clausuró definitivamente. Dadas las clausuras temporarias y presiones de todo tipo, el medio fue un fracaso comercial. Para entender el clima de confusión y “simulación” que reinaba basta contar que mientras los dirigentes comunistas se entrevistaban con funcionarios del gobierno peronista, mantenían relaciones clandestinas con el PRT-ERP. Tras el asalto a la Guarnición de Azul, El Mundo no fue prohibido, aunque la organización armada que lo financiaba (con el dinero de secuestros extorsivos) estaba fuera de la ley. El 13 de febrero el gobierno de Perón produjo uno de sus hechos más significativos en materia de política exterior, al poner punto final a un siglo de polémicas: ratificó el

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Tratado del Río de la Plata y su Frente Marítimo, que habían sido firmados en noviembre por los cancilleres Vignes y Blanco, dando así un gran impulso a la puesta en marcha de la represa hidroeléctrica de Salto Grande. Esto sucedió en el marco de la visita del presidente uruguayo José María Bordaberry a Buenos Aires. La delegación uruguaya había llegado el día anterior y la residencia de Olivos fue el centro de las reuniones. Los éxitos en materia internacional no encontraban su contrapartida en el frente interno. En medio de las ceremonias diplomáticas, Mayoría salió el miércoles 13 con un título catástrofe que informaba: “Plan: matar a Perón”, junto con Bordaberry e Isabel Perón. La información era el resultado de investigaciones y allanamientos realizados por la Policía Federal, y comprometía a miembros de FAR, FAP y Tupamaros. Todo condujo a alrededor de treinta detenciones y la caída de un jefe histórico, Carlos Caride, amnistiado el 25 de mayo de 1973. Todo esto fue contado a la prensa por el comisario Luis Margaride, en presencia de Villar y Miguel Ángel Iñíguez. Cuando se le preguntó a Margaride en qué organización militaba Caride, dijo: “Fue militante de la resistencia, ahora es netamente trotskista”. Era todo muy confuso: Caride era militante montonero y las FAR se habían disuelto al integrarse a Montoneros. El Descamisado, en su edición número 40, salió a defender a Caride preguntando “¿Margaride quién es?”, y haciendo un inventario de los atentados que habían sufrido en los últimos días miembros y locales de la JP. Entre otros el allanamiento del diario Noticias que dirigía Miguel Bonasso y estaba financiado por Montoneros. El Descamisado agregaba: “Fuera del peronismo hay un trabajador del que nada se sabe. Detenido en Azul y desaparecido quién sabe dónde: Roldán…”. Al hablarse de “fuera del peronismo” se hacía alusión al PRT-ERP. Horas más tarde, como para amainar el clima de efervescencia, Perón declaró a la televisión española que “todos los días me venden un atentado, no sé qué habrá de cierto en eso”.

“Aventando las malas semillas” El jueves 14, en horas de la mañana, Perón volvió a recibir a representantes de diferentes vertientes de la Juventud Peronista, quedando nuevamente afuera la Tendencia. El grupo de asistentes fue numeroso: a los habituales se les sumaron, entre otros, Juan José Álvarez, Adrián Amodio, Jorge Rampoldi y Felipe Romeo. Al lado

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del Presidente estaban su esposa, Vicente Solano Lima y el coronel Vicente Damasco, a quien Perón le creó la secretaría de Gobierno en la Presidencia. Perón, como era su costumbre, comenzó escuchando. Uno de los que se levantó fue Horacio Calderón, para ejercer una severa crítica a los organismos de la Tendencia; dijo que había llevado una carpeta con la lista de “enemigos enquistados en el gobierno”. Además, aseguró que iba a pedir al Consejo Superior del Movimiento la expulsión de Héctor J. Cámpora y que se estudie la posibilidad de enjuiciar su desempeño. “Si Usted quiere, al final de la reunión se la entrego a su secretario”. La respuesta de Perón fue inmediata: “Isabelita, alcanzame la carpeta del compañero Calderón”. Varios lustros más tarde, Calderón observó que “la ruptura” con la JP de las Regionales se hizo patente cuando quiso poner condiciones a su asistencia.13 A la hora de hablar, Perón improvisó unas reflexiones que tuvieron como cuestión central “el desviacionismo” y el papel de la juventud en el futuro. Otra vez, sus palabras fueron ampliamente difundidas por los medios gráficos, televisivos y radiofónicos. No había dudas: sin nombrarlos les estaba hablando a los Montoneros y sus organismos colaterales. Comenzó diciendo que todas las revoluciones atraviesan cuatro etapas, a saber: el adoctrinamiento; la toma del poder; la etapa dogmática, o “proceso doctrinario de realización”; y “la consolidación a través de una organización que dé sustancia permanente a esa revolución, que no necesita ser permanente, como en la teoría trotskista (ningún pueblo vive en revolución permanente).“ Algunos creen que la revolución es tomar el poder y ponerse a hacer macanas. No. Existe un proceso que fija una etapa histórica, en cualquier país que se decida a hacer una revolución, y no tiene por qué ser cruenta; puede ser totalmente incruenta, siempre que remueva profundamente la comunidad que se desea transformar. [...] Hemos tomado el poder; las masas son conscientes de lo que se está realizando. Pero qué ocurre: los dirigentes comienzan a tener dentro y fuera del dogma sus propias preferencias y luchan por ellas en vez de hacerlo por la ideología y la doctrina que dio razón de ser al movimiento revolucionario.” ”Esto no es nuevo. No se olviden de la revolución cultural china. Es en base de un proceso como este lo que nos está pasando a nosotros. El desviacionismo que se produjo en los primeros diez años, en la etapa dogmática, después de llegar al poder, llevó a la revolución cultural y a la limpieza que se hizo en China para tomar el camino que los condujera a la verdadera revolución que ellos ansiaban. Lo mismo

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ocurrió con la Revolución Francesa, que tuvo una etapa que duró cinco años. Ellos lo arreglaron con la guillotina.” ”Yo los he escuchado a ustedes y veo que tienen la más profunda razón. Estamos ahora en plena revolución cultural en lo que se refiere a la juventud y estamos aventando la mala semilla. Eso ha de ser previo a cualquier organización futura, es decir, sacar lo que no sea de nuestro Movimiento y organizar lo que pertenezca a él. Porque no todos los que se ponen la camiseta peronista, son peronistas, ni todos los que gritan ¡Viva Perón! Son justicialistas, es decir que piensan y sienten como piensa y siente el Movimiento. Nuestra revolución tiene una razón de ser en una masa, y hay que interpretar, obedecer y servir a esa masa. Si eso no se realiza, no es justicialismo.” Terminadas sus palabras, el presidente se excusó de permanecer en el lugar “porque me ha caído mal el café con leche”. Unas horas más tarde se difundió un comunicado del Consejo Superior informando que se había constituído una comisión para reorganizar la rama de la juventud. Esa comisión se integró con Julio Yessi, Luis Pirraglia, Ana María Sola y el senador nacional correntino Humberto Romero. Es decir, se dejaba de lado a la Tendencia: sus diferentes expresiones no eran reconocidas por el Consejo Superior. El día 15, antes de la reunión de gabinete, el presidente recibió las cartas credenciales de Robert C. Hill, el nuevo embajador de los Estados Unidos. En otro lugar de Buenos Aires, Miguel Ángel Iñíguez, jefe de la Policía Federal, entregó los diplomas a los nuevos oficiales ascendidos y al finalizar pronunció un discurso en el que dijo: “El presidente de la Nación ha dicho que estamos en guerra. Estamos en guerra contra la subversión, proveniente de la ultraizquierda y la ultraderecha. Proveniente de aquellos que no aceptan que la voluntad soberana del pueblo haya decidido que quiere que reine la paz y la tranquilidad, para poder desarrollar una labor fecunda en el trabajo”. “El reciente brote de violencia terrorista en la Argentina está planteando una amenaza al esfuerzo del presidente Juan Perón por restaurar la estabilidad política”, publicó ese mismo día The Times en Londres. “El presidente Perón se ha colocado en la misma posición rígida contra el terrorismo que los tres gobernantes militares que dirigieron a la Argentina durante su prolongado exilio. La nueva política antiguerrillera del gobierno tiene el apoyo de las Fuerzas Armadas y la simpatía de la población en general.” Luego el periódico pondera los primeros resultados del Plan Trienal, Económico y Social, pero advierte que “tal prosperidad depende de la

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estabilidad política y el peligro y el caos yacen latentes en la eventualidad de que el presidente Perón abandone el cargo”, ya que es “la única figura política capaz de controlar las diferencias que existen fuera y dentro del partido peronista en el gobierno”. Hablar de Alejandro Giovenco y aquellos años es referirse a las internas gremiales de los ‘60: Vandor, Lorenzo Miguel, Calabró, Rosendo García, la confitería Real, muchos personajes y hechos de sangre. Es hablar de violencia, de la que se iba instalando en esa década en la Argentina, para pasar con mayor furia a los años setenta. En ese ambiente Giovenco avanzó sin pestañear, “con grandes afectos y grandes odios”. Blanco o negro, sin zonas grises: Comando de Organización, Concentración Nacional Universitaria, Ezeiza, la lucha en las calles, la interna del poder, tiroteos, “caños”. El 7 de febrero de 1974 entró a Olivos y participó de una reunión que Perón sostenía con dirigentes sindicales. Volvió a Olivos una semana más tarde, a otra cita del jefe con sectores de la juventud. Pocos días después, el lunes 18, Giovenco murió en la puerta de la confitería El Foro, Corrientes y Uruguay, cuando explotó la granada que presuntamente llevaba en su portafolio. Fue cerca de la sede de la UOM, donde se refugió tras la explosión y murió desangrado. Los que saben cuentan que la granada estaba vencida. Como un signo de la época, su entierro fue cubierto por el diario Crónica y en la foto aparecen varios de sus amigos llevando el féretro. En apariencia, en la foto se lo veía a Miguel Ángel “Titi” Castrofini. No era él, pero lo mataron un tiempo después (8 de marzo de 1974) por haber estado en la despedida de su amigo. Esto es lo que recoge la tradición oral. En realidad, lo mató el ERP-22, como mató a Hermes Quijada y a otras personas. Era parte de la violencia desatada por la masacre de Ezeiza. El jueves 19, al mediodía, personal de robos y hurtos de la policía observó a un hombre que forzaba la puerta de la casa de San Luis 1722, en Rosario. También aseguró que llevaba un portafolio y un gran manojo de llaves. Cuando se le pidió identificación dijo llamarse Horacio Ángel Vangione, pero en la comisaría se lo identificó como Roberto Quieto, ex jefe de las FAR y segundo jefe de Montoneros. Quieto dijo que se había confundido porque en realidad quería entrar a la casa de San Luis 1716. Cuando se allanó este último domicilio por orden del juez Juan Carlos Corbo se encontraron armas, municiones, uniformes militares y policiales, panfletos y banderas de las organizaciones FAR, Montoneros, JP y JTP. De traje veraniego claro y flanqueado por el ministro de Trabajo Ricardo Otero, el

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coronel Vicente Damasco y el edecán naval Fernández Sanjurjo, Perón le habló a la dirigencia sindical el 20 a la mañana. Allí se acordó realizar una gran reunión entre la CGT, CGE y el gobierno para hacer “la Gran Paritaria Nacional”, tratar el problema de los precios y los salarios y hacer ajustes “convenientes”. Perón lucía cansado, aunque pronunció un largo discurso en el que analizó diferentes cuestiones. Una de ellas fue la mano de obra y la inmigración: “Hoy la inmigración hay que estudiarla y realizarla muy bien… Necesitamos ir pensando para establecer las organizaciones en cada uno de los países que aportan inmigración, que normalmente son los españoles y los italianos, que son los que más nos convienen, ya que son los más asimilables”. Lo escuchaban con unción Adalberto Wimer, Adelino Romero, Rodolfo Arce, Alberto Campos y Jorge Triacca entre otros. “Avanza la provocación”, tituló El Descamisado del 26 de febrero, saliendo a defender a Roberto Quieto y con la firma de Dardo Cabo. “Nosotros no vamos a callar. Ni tampoco vamos a cerrar ningún local. Ni tampoco, como quieren, vamos a pasar a la clandestinidad… Vamos a denunciar esta provocación que no tiene otro objetivo que hacernos irritar para que nos vayamos del Movimiento Peronista. Nos vamos a quedar”, aseguró Cabo, a quien lo traicionó el subconsciente: sus cuadros más importantes vivían y se desplazaban como clandestinos, armados y con documentos falsos y ya pensaban en la clandestinidad de la organización. La revista, con gran despliegue, relató la conferencia de prensa de las Juventudes Políticas, en la que se exigió la libertad de Caride (alojado en Villa Devoto), Quieto “y demás militantes populares”. Participó en la rueda de prensa René Haidar en representación de Montoneros. Como detalle macabro, ese ejemplar de El Descamisado traía un extenso reportaje a algunos de los autores del asesinato del dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor, una provocación más para la dirigencia de la CGT. El 21 se anunció que Enrique Nyborg Andersen, funcionario del Lloyds Bourse Internacional Bank de Londres, había sido liberado previo pago de US$ 1.200.000. Al día siguiente la Policía Federal allanó la sede central de la JTP, en San Juan 969, secuestrando una gran cantidad de armas, explosivos y proyectiles. Luego de identificarse a más de treinta personas, quince fueron detenidos y más tarde llevados a Villa Devoto. Mientras se libraba la contienda en la Argentina, en México se realizaba una cumbre de cancilleres latinoamericanos con el secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger. Como vocero del continente ofició el canciller Juan Alberto Vignes, propuesto por Venezuela. La reunión culminó con la firma del Documento de

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Tlatelolco el que, según la mayoría de los cancilleres, inauguraba “un nuevo diálogo”. En la reunión bilateral que tuvieron Vignes y Kissinger se trató la venta de sesenta mil automotores a Cuba y el funcionario de la administración Nixon quedó en “estudiar” la cuestión y no cerró ninguna puerta. La delegación argentina hizo entender que las filiales automotrices instaladas en el país se regían por la legislación local.

Relaciones con Cuba Al poco tiempo de reestablecerse las relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Buenos Aires y La Habana, se decidió instalar la embajada argentina en la isla. El primer paso lo dio el gobierno de Cámpora con su fogoso subsecretario de Relaciones Exteriores, Jorge Vázquez, cuyo estilo era muy diferente al del sereno canciller Juan Carlos Puig. “A través de Vázquez —relató un diplomático que siguió de cerca esos trámites— nos enteramos de que la Argentina había concedido un crédito a Cuba de más de mil millones de dólares para la compra de productos argentinos, principalmente automóviles Fiat y Ford, para renovar el parque automotor, deteriorado por el bloqueo y la falta de repuestos para los antiguos vehículos estadounidenses.” Con el regreso de Perón, la iniciativa Cámpora-Vázquez siguió su curso administrativo. El primer candidato a ocupar la titularidad de la misión en La Habana fue Figueredo Antequera. Este funcionario se encontraba ocupado en los temas de instalación —se necesitaban partidas para cubrir los gastos de sostenimiento, representación y alquileres (residencia y cancillería), más la partida para el pago del gobierno suizo, a cargo de nuestros intereses desde la ruptura de relaciones. En medio de estas circunstancias, el embajador Figueredo Antequera recibió la noticia de que Perón no estaba dispuesto a reabrir una embajada en un país que no reconocía el derecho de asilo. Estas versiones llegaron de fuentes directas y confiables. Tan evidente parecía esta postura, que llevó a Figueredo a abandonar su candidatura. Pero, según parece, pudieron más los intereses de los empresarios argentinos, entusiasmados por las líneas de créditos para colocar sus productos, que la idea de Perón. Fue así que se designó a Fernando Insausti como embajador. Fernando Insausti presentó sus cartas credenciales al presidente Osvaldo Dorticós Torrado. En 1974, la Argentina y México tenían embajadas en Cuba. El gobierno cubano adjudicó a la Argentina la ex residencia de Chile y para la cancillería, un edificio en el Vedado. Ambas misiones diplomáticas estaban fuertemente custodiadas por fuerzas policiales que controlaban el ingreso y la salida de personas y operaban como factor disuasivo ante eventuales tentativas de asilo. La mayor actividad de la embajada fue atender a los empresarios argentinos que aprovecharon el crédito para colocar automotores Fiat y Ford y camiones Mercedes Benz. También instalaron sus

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servicios de asistencia técnica. Lo cierto es que el país se pobló de modernas unidades que cambiaron la fisonomía de la isla. Las primeras víctimas fueron los perros. Acostumbrados a eludir los viejos y destartalados autos estadounidenses, no pudieron defenderse de la velocidad con que conducían los chóferes cubanos la flamante flota. El gobierno utilizaba sólo uno de cada tres automóviles. El resto permanecía estacionado en el antiguo hipódromo para servir como repuesto. Al síndrome del bloqueo se sumaba el temor de una nueva ruptura argentina por eternas versiones de un golpe de estado en Buenos Aires. La embajada era visitada por muchos latinoamericanos residentes y refugiados. Los perseguidos por el gobierno de Augusto Pinochet fueron alojados masivamente en un hotel de cinco pisos en el Vedado. Mostraban su disgusto con el gobierno castrista pues no se les permitía ninguna actividad política (pública) así como tampoco viajar dentro de la isla. La mayoría de ellos tenían una formación superior. Médicos, abogados, ingenieros, técnicos: no eran guerrilleros. Este aspecto cuestionaba la filosofía revolucionaria cubana. La caída de Allende restituyó a Cuba el monopolio del ‘socialismo’ en América Latina; Chile dejaría de competir por la asistencia soviética.

A las 9.30 del lunes 25 de febrero de 1974, una numerosa delegación comercial presidida por José Ber Gelbard fue recibida en el aeropuerto José Martí de La Habana por el canciller Raúl Roa y el secretario general del Partido Comunista y vice Primer Ministro Carlos Rafael Rodríguez. La delegación se instaló en el hotel Habana Riviera y al día siguiente comenzaron las actividades. Antes de partir hacia Cuba, Gelbard sostuvo que “la incorporación del mercado cubano, ávido de materias primas y productos manufacturados en nuestro país, representará una expansión de nuestro comercio exterior a niveles excepcionales”. Consultado sobre las opiniones de Kissinger sobre la necesidad de un “análisis más profundo” de la operación comercial de parte del gobierno estadounidense, Gelbard dijo que eso le competía exclusivamente al gobierno argentino: “La Argentina es soberana y lo seguirá siendo. Ese es un problema de Kissinger. En la Argentina decidimos nosotros. El crédito otorgado a Cuba es irrevocable. Las compañías han dicho que sí y en este viaje nos acompañan directivos de Chrysler, General Motors y Standard Electric”. Todo era optimismo, había alegría en ambas partes. Fidel Castro, en una entrevista privada con el ministro de Economía, le dijo que consideraba a la Argentina “el país más avanzado de América Latina”. Gelbard, complacido, le entregó una carta privada de Perón y señaló que “Latinoamérica no se concibe sin esta isla”. En la tapa de La Opinión del 28 de agosto de 1973 se había publicado que el crédito iba a ser de a 1.200 millones de dólares.14 El Mundo, el diario del PRT-ERP, continuaba trabajando como si nada, a la misma altura que un diario “independiente”, pero operaba como vocero de una organización

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declarada fuera de la ley por el gobierno constitucional. El martes 26 hizo un gran despliegue del feroz allanamiento que había realizado la Policía Federal —con un juez a la cabeza— como consecuencia de un tiroteo producido frente a sus instalaciones. Una veintena de personas fueron detenidas, entre ellas Ana María Guzzetti, quien días antes había tenido aquel incidente con Perón en conferencia de prensa. Al director interino del diario, Manuel Gaggero, le tocó escribir la editorial (esta vez no era Santucho el que firmaba como “Contreras”). Como era de prever, se victimizó: “Para el aparato dirigido por Villar y Margaride, los trabajadores y todas las expresiones libres, democráticas, patrióticas y progresistas constituyen ‘los enemigos’, ‘mercenarios’ y ‘drogadictos’, a los que hay que golpear, detener e incluso torturar. […] Perón, que nada dijo sobre Ezeiza, ni sobre el asesinato de militantes peronistas, condenó las movilizaciones populares, las acciones de la guerrilla y todas las expresiones antiburocráticas, definiendo de esta forma su papel”. Curiosamente, en la contratapa de ese mismo día, El Mundo publicaba una serie de demandas que el directorio del Frigorífico Swift debía cumplir para que el PRT-ERP libere al gerente Valocchia, que estaba en una “cárcel del pueblo”. No era la primera vez que Swift era víctima del PRT-ERP. En la misma página —sin que se reclame su libertad— se informaba que Mario Reduto, un suboficial retirado de la Armada, había sido secuestrado por otro comando del ERP. Lo torturaron hasta matarlo. El jueves 28, La Nación tituló a cinco columnas: “Crisis en Córdoba: el gobernador detenido”. El gobierno de Ricardo Obregón Cano había dado por terminadas las funciones del jefe de la policía provincial, teniente coronel (R) Antonio Domingo Navarro, y éste se declaró en “rebeldía”. También se detuvo al vicegobernador Atilio López. Al mismo tiempo, miembros de la Juventud Sindical peronista, cercana al peronismo ortodoxo, ocupó dos radios. “Golpe de la derecha en Córdoba”, tituló El Mundo, al tiempo que informaba de un paro de la CGT liderada por Agustín Tosco. “La represión al desnudo” era la nota de tapa de la revista Nuevo Hombre que se podía comprar en los kioscos por dos pesos. Era otro de los medios del PRT-ERP, dirigido por Rodolfo Mattarollo.15 Entre sus artículos figuraba una carta abierta de Ana María Guzzetti al Presidente Perón y “un reportaje a los colimbas”: “¿Qué harían si tuviesen que reprimir al pueblo?”.

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CAPÍTULO 6 CONTINÚA LA DEPURACIÓN. LA CAÍDA DEL GOBERNADOR RICARDO OBREGÓN CANO

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El viernes 1 de marzo estaba terminando y Ricardo Balbín seguía sin poder conversar con el presidente de la República. Horas antes se había comunicado con el coronel Vicente Damasco y recibió como toda respuesta que Perón no podría recibirlo “hasta la semana que viene”. La situación cordobesa era explosiva. La provincia estaba semiparalizada, sin transporte público desde hacía 72 horas. El Poder Ejecutivo cordobés estaba interinamente en manos del presidente de la Cámara de Diputados local, Mario Agodino, porque el gobernador Ricardo Obregón Cano, el vicegobernador Atilio López y varios funcionarios habían sido detenidos y en algunos casos golpeados. Obregón Cano reclamó el acatamiento de la Policía Federal, pero ésta respondía a su jefatura en Buenos Aires. Tuvo que intervenir el juez federal Zamboni Ledesma para que los detenidos fueran liberados, y una vez que eso ocurrió, Obregón Cano amenazó con volver a asumir su cargo. Para agravar la situación, en Alta Gracia se constituyó la nueva directiva de la CGT local —que respondía al peronismo ortodoxo— con Bernabé Bárcena a la cabeza, que no era reconocida por Agustín Tosco y decretaba una huelga general y “resistencia activa” de cuarenta y ocho horas. Para Bárcena: “Los que quieran conspirar que se queden quietos o se vayan. Los trabajadores tenemos paciencia pero esta se puede acabar”. Raúl Ravitti, el secretario adjunto de la CGT nacional, que se encontraba en Córdoba, reconoció al nuevo secretariado porque “constituye una representación auténtica y genuina de los trabajadores”. La noche del jueves (hasta la madrugada del viernes) se habían registrado tiroteos en varios lugares de la capital provincial. Los incidentes principales tuvieron lugar en las cercanías de la radio LV 2 y de las oficinas de la agencia oficial de noticias Telam. También explotó una bomba en la casa de Juan Carlos Garat, secretario de Prensa y Difusión del gobernador Obregón Cano. Balbín no desconocía que algunos sectores del gobierno nacional trabajaban sobre la hipótesis de una intervención federal a los tres poderes provinciales y él intentaba “limitar los daños”. El radicalismo cordobés, liderado por el senador Eduardo Angeloz, representaba una línea interna muy fuerte dentro del partido. Tenía el dominio de varias intendencias y un bloque importante en la Legislatura provincial, por lo tanto Balbín debía impedir ese proyecto que le traería aparejado un serio problema partidario. El viernes por la tarde entró a la Casa Rosada para conversar con Vicente Solano Lima, el secretario general de la Presidencia, cuyo poder e influencia se diluían cada día un poco más. Ambos bajaron hasta el despacho

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del ministro del Interior. Ninguno de los dos altos funcionarios pudo dar respuestas a los problemas que aquejaban a Balbín. Entrada la noche, luego de retirarse de la Casa de Gobierno, volvió al cuarto piso de la Casa Radical, donde lo esperaban dirigentes y amigos. Recién al día siguiente, cerca del mediodía, el jefe radical fue sorprendido con el anuncio de una entrevista con el presidente en la residencia de Olivos. La última vez que había entrado allí había sido como consecuencia de la crisis en la provincia de Buenos Aires y, en aquella ocasión, ante el silencio inicial de Perón tuvo que escuchar cómo José López Rega recitaba que “todo esta muy bien en el país”. Balbín se vio obligado a contradecirlo con un “no todo esta bien, varias cosas están mal”. Cuando el ministro de Bienestar Social le pidió que diera un ejemplo, Balbín, secamente, le respondió con el Obelisco navideño que su propio ministerio había levantado con consignas y leyendas de la Cruzada de Solidaridad Justicialista. “Ah, eso lo maneja la señora Isabel”, se defendió López Rega. “¿Y el dinero es de ella? Porque si el dinero es de todos, la Cruzada no puede ser sólo Justicialista”, opinó el jefe radical. Ante este diálogo insólito, Perón desalojó del lugar a su ministro. Pero el sábado 2 de marzo entre Perón y Balbín se desarrolló un diálogo diferente.1 Por lo pronto no apareció López Rega. Balbín comenzó recordando que durante la crisis que derrumbó a Bidegain, tanto en su encuentro con Perón, como en el que habían mantenido Benito Llambí y Eduardo Angeloz, se había asegurado que el Poder Ejecutivo no tenía intención de intervenir Córdoba. Luego afirmó que había actitudes del oficialismo que “ponían pruebas a la convivencia democrática”, mientras Perón asentía en general. Luego, en el devenir de la conversación, “como mal menor”, Balbín terminó aceptando la intervención al Ejecutivo provincial, dejando a salvo la Legislatura y las intendencias. Según Última Clave, que solía tener buena información militar y del radicalismo, se habló también del papel desarrollado por el teniente coronel (R) Navarro, instigado por los coroneles Damasco, Corral y Sosa Molina, lo mismo que el teniente coronel (R) Jorge Osinde, al que se le habían detectado cuatro viajes a Córdoba en las semanas previas a la crisis. Balbín sabía algo que no decía: nada de esto le era ajeno a Perón. Como segundo tema, Balbín planteó el incidente de las islas Lechiguanas, disputadas entre las provincias de Entre Ríos y Buenos Aires, que estuvo a punto de provocar la renuncia de Enrique Cresto, el mandatario entrerriano. El sábado por la tarde, el gobierno mandó un decreto ampliando el temario de las sesiones extraordinarias del Congreso Nacional por la “situación institucional de la provincia

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de Córdoba”, cuyos considerandos contenían fuertes críticas a la gestión de Obregón Cano como generadora de la “grave crisis” institucional. Un detalle no menor: cuando Balbín entró a Olivos no sabía que el proyecto de intervención ya estaba redactado y su texto iba en camino a La Razón.

La visión del radicalismo cordobés2 Dice Eduardo Angeloz: “Cuando asumió Cámpora y subió Obregón Cano, la elección fue por el sistema D’Hont, y nosotros habíamos sacado diecisiete senadores provinciales y el peronismo diecinueve. Y en Diputados sucedió exactamente lo mismo, pero la Constitución de Córdoba del año ‘23, que estaba vigente, tenía una cláusula que decía que en la Cámara de Diputados veinticuatro legisladores eran para la mayoría y doce para la minoría. Es decir que Obregón Cano tenía la idea de que nos sacaran a nosotros los diputados, los diputados que habíamos alcanzado por el D’Hont. Yo me vengo a Buenos Aires y voy a hablar con Esteban Righi, que era el ministro del Interior de Cámpora, y después de la entrevista, habrán pasado dos horas, me llama Righi y me dice: ‘Está terminado el asunto, se cumple conforme a la ley, al sistema D’Hont’. Yo me quedé tranquilo, y efectivamente así asumimos… Hasta que llega la hora de la intervención de la provincia de Córdoba. Nosotros teníamos noventa y nueve intendentes y el peronismo tenía ciento un intendentes; la intervención federal era a toda la provincia y entonces yo viajo a verlo a Ricardo Balbín y le digo: ‘Mire, doctor… ¿qué tenemos que ver con este proceso interno que está viviendo el justicialismo y con Obregón Cano? Nosotros lo respetamos, ha sido el que ha ganado la elección y estamos acompañando la función, más allá de nuestra posición. ¿Qué tenemos que hacer? ¿Vamos a quedar sin noventa y nueve intendentes, vamos a quedar sin representación en el Senado?’. Todo esto se lo dije así a Balbín, que no me contestó nada. A los pocos días me llama y me dice que era un tema terminado. No sabía que quería decir con eso, pero cuando sale el proyecto de intervención a la provincia de Córdoba es solamente al Poder Ejecutivo de la provincia”. —Eso fue un mérito de Balbín. —Claro, absolutamente, estoy seguro de que él tuvo un diálogo personal con Perón. —Es en Olivos, y a la salida se conoce el proyecto que el Ejecutivo manda al Parlamento, donde se hace una descripción de Córdoba bastante poco feliz. —Sí, los fundamentos son tremendos, son horribles.

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—Un maltrato a Córdoba… —Que no merecíamos. ¡En serio! El único que defiende a Obregón Cano, por lo menos de la oposición, el que plantea la oposición para la intervención federal, soy yo en Senadores. —¿Y por qué lo defendiste? —No planteo problemas ideológicos. Lo que digo es que un par de meses atrás habíamos subido, asumido la provincia de Córdoba, se restauraba la Constitución y las instituciones estaban vigentes. Me parecía una locura una intervención federal, más allá de todas las discrepancias que pudiéramos tener nosotros, que no nos había planteado Obregón Cano en ninguna de las decisiones. Entre los argumentos el Poder Ejecutivo se sostiene: “Córdoba, especialmente su ciudad capital, dentro del panorama argentino, señala rasgos distintos al resto del país. Por su historia, por su tradición de meridiano político durante la época colonial y las largas luchas y guerras civiles que precedieron a la organización e institucionalización nacional, significó para el país un centro de equilibrio a veces y lo contrario generalmente. Allí el país comenzaba a ser interior. Pero Córdoba no era ni se sentía interior. Estaba, diríamos, en los límites de América interior pero, culturalmente, pertenecía a su periferia. Estas características acompañan a Córdoba hasta el presente”. A continuación se formula una reseña, agresiva, por decir lo menos, de la historia provincial y de sus hechos históricos. Se dice que en Córdoba “se ha producido el ultramontanismo más agudo y, tal vez por eso mismo, estalla la Reforma Universitaria del año 1918. […] A esta reforma sucede en 1932 el estallido de un nuevo movimiento en su universidad, la trisecular Casa de Trejo, que replantea, a la luz de los problemas sociales y de la lucha contra la dependencia colonizante, la problemática nacional. Continúa, visto y analizado el proceso desde nuestra perspectiva temporal, la confusión ideológica y la indefinición programática. […] Allí nace, también, la contrarrevolución de 1955, producto local de una extraña alianza de los ultramontanos clásicos, fascistas a veces, y los herederos de la reforma universitaria del ‘18 y de la revolución universitaria del ‘32. Pero allí también se da el remezón del Cordobazo que señala a todo un pueblo unificado alrededor de las grandes consignas de liberación nacional y social argentina y latinoamericana…”. Sigue la reseña: “Esta Córdoba es la realidad con la que debieron manejarse los gobernantes electos el 11 de marzo y con la que tenemos que manejarnos nosotros. Desgraciadamente, los elegidos, ya gobierno, no supieron colocarse a la altura de los

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deberes de su función y comprender el curso de un movimiento nacional con capacidad para expresarse hasta en los programas de sus adversarios de la víspera. Sin percatarse, se fueron alejando de la revolución auténtica que vive y quiere la Argentina, y única posible en las condiciones históricas en que ella se está dando, para adoptar, o tolerar, la incidencia de programas y de metodologías inadecuadas y antagónicas con el real proceso de reconstrucción nacional. […] El gobierno provincial toleró, y hasta fomentó a veces, diversas situaciones conflictivas que fueron provocando un creciente clima de intranquilidad pública. […] El jefe de Policía fundamenta públicamente su actitud en el hecho de haberse comprobado, en la Casa de Gobierno, el reparto de armas a civiles con la presunta intención de provocar una resistencia, o un ataque de imprevisibles consecuencias para la paz y la tranquilidad de la ciudad capital y del resto de la provincia. […] La provincia, obvio es señalarlo, había entrado en un período de absoluta falencia institucional”. Los incidentes y tiroteos continuaron todo el domingo 3, y hasta surgió otro “espontáneo” —Marcelo Álvarez Igarzábal, director de El Pampero— que pidió a la Justicia la detención y procesamiento del gobernador y su vice “por traición a la patria”, así lo relató LU 3, Radio Córdoba. Mientras Perón aparecía en los medios recibiendo al presidente de Rumania, Nicolae Ceausescu, el Senado de la Nación aprobaba la intervención federal a Córdoba.

• Laxitud Las relaciones humanas estaban signadas por acontecimientos del pasado inmediato; luchas comunes con objetivos diferentes y finales distintos, dramáticos. Todo estaba muy mezclado en la Córdoba de 1974. “El Negro” Atilio Hipólito López era el vicegobernador. Era el sostén sindical de Ricardo Obregón Cano. López había sido el secretario general de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) local, la misma que había paralizado la capital cordobesa en mayo del ‘69. En septiembre de 1974 ya no era nada. El “ortodoxo” Cabrera se había quedado con el gremio. El 1 de julio murió Juan Domingo Perón. Había ya vía libre para actuar. Y se llevaba una cuenta: según La Opinión, a principios de agosto se producía una muerte política cada cuarenta y ocho horas. A principios de octubre, la violencia política cobraba una víctima cada diecinueve horas. López debía viajar a Buenos Aires, dicen, para ver a Talleres

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que jugaba con River. Otros van a sostener que viajó porque se le había ofrecido ser secretario de Turismo de UTA y venía a “tantear” el terreno. La otra especulación del porqué del viaje está relacionada con una entrevista que debía mantener con el ex gobernador Obregón Cano. Lo cierto es que horas antes de lo que sería su último viaje, López tomaba un café con Teodoro Funes, un amigo que trabajaba como secretario del Senado de Córdoba. López le pidió que lo acompañara a Buenos Aires y después de algunos trámites volverían juntos. “Esta vez no puedo ir —dijo Funes—, tengo que ir a atender un juicio de despojo, un asunto del estudio jurídico, a Marcos Juárez. Entendéme, Negro, si me sale bien, voy a vivir más tranquilo. Me tengo que casar con la Pepa y estos honorarios son importantes.” Por alguna razón, al Negro no le gustaba viajar solo, y estaban conversando sobre quién podría acompañarlo cuando vieron pasar al contador Juan José Varas. Lo invitaron a la mesa, López lo convenció y Varas aceptó el convite. Entonces Funes sacó de su saco el boleto de avión —innominados en aquel entonces— y se lo pasó. Al iniciar su viaje final a Pajas Blancas, López dejaba tras de sí un pedazo de la historia insurreccional cordobesa, donde los melones se acomodaban de acuerdo a cómo iba andando el carro de la historia. Un día no era igual a otro. Aquello que era bueno un día, al siguiente era todo lo contrario. Los amigos verdaderos siempre estaban, los “otros” cambiaban de posiciones. “A mí me van a matar”, solía decir el sindicalista. Su esposa le pedía que se abriera de todo lo que “antes” era una cosa y “ahora” era otra. El último cumpleaños que pasó en su casa del barrio Empalme fue un clásico ejemplo de esta divisón. Estaban todos sus amigos y en un momento se sintieron ruidos muy fuertes sobre el techo. Eran los miembros de la guardia personal de Mario Eduardo Firmenich que estaba tomando posiciones. Al rato apareció el Pepe junto con Marcos Osatinsky y un rengo al que le decían “Gringo”. “¿Te das cuenta?”, le dijo en voz baja Atilio López a Teodorito Funes. Se sirvió vino tinto para brindar y aparecieron dos guitarras. “Funes, ¿me acompañás con La federala?”, le dijo Firmenich. La zamba era un viejo tema, en homenaje a Felipe Varela, que con el tiempo se fue dejando de cantar porque, decía la “ortodoxia”, los Montoneros se la habían apropiado. Si mi coronel Varela volviera de Antofagasta, con gusto volvería a empuñar mi vieja lanza

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Montonero soy señor, no niego mi condición…

El lunes 16 de septiembre de 1974, Funes hizo su trabajo en Marcos Juárez y antes de partir de nuevo a la capital lo invitaron a comer un lechón. Ya de vuelta, en la radio de su viejo Falcon escuchó la noticia del asesinato de López y Varas. El 16 había sido raptado junto con Varas y al día siguiente sus cuerpos aparecieron traspasados a balazos en Capilla del Monte, Valle de Punilla, Córdoba.

¿Se está conspirando en el país?, le preguntaron a Balbín al término de la reunión de la mesa directiva del comité nacional que había analizado la situación. “No sé realmente, pero sé que todos se llenan la boca hablando del 85% de los votos a favor de la liberación nacional y de alejarnos de la dependencia, pero nadie ayuda a pacificar la República. Porque si en este país no hay seguridad y pacificación, no habrá tampoco liberación que fructifique. [...] Y a los que estamos en una tarea de comprensión y de diálogo, de convivencia y de civilización, nos dicen tontos y nos califican de angelicales.” La última parte del mensaje parecía estar dirigida a los propios radicales, porque la cumbre había sido pedida por el comité provincial de Córdoba, que aceptaba “una intervención federal para reponer a las autoridades legítimas de la provincia”. Los radicales decían que Balbín sólo lograba del gobierno nacional la concesión de “formalidades”, mientras los acontecimientos se definían en manos de López Rega, Emilio Abras, Humberto Martiarena, Lorenzo Miguel y la propia María Estela Martínez. Y esa supuesta debilidad desgastaba su tarea. Lo cierto es que la reunión se levantó luego de ratificar las gestiones de Balbín ante las autoridades nacionales y Perón. “En este país se ha declarado una guerra santa contra un genérico marxismo que no se termina de definir”, dijo el senador radical Juan Carlos Pugliese, al tiempo que adhería “a la posición asumida por el jefe de mi partido, el doctor Ricardo Balbín, porque de lo contrario serán argentinos los que se matarán entre sí”. Ricardo Obregón Cano fue destituido, pero elevado a los altares por la melánge de la izquierda peronista. Los años dejarían en claro dónde estaba parado el dirigente cordobés al integrar ya en el exilio la mesa directiva del Movimiento Peronista Montonero. Fue condenado en la causa 4230 a seis años de prisión con inhabilitación para ejercer cargos públicos “por asociación ilícita en calidad de jefe u organizador” en un fallo

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firmado por los camaristas Jorge Valerga Aráoz, Andrés J. D’Alessio y Guillermo Ledesma. La sentencia de sesenta y dos páginas es la historia de la organización Montoneros, sus delitos y sus crímenes. Obregón Cano fue el primer indultado por el presidente Carlos Saúl Menem en 1989. Quería ir de embajador a Brasil si ganaba Lionel Brizola, pero triunfó Fernando Collor de Mello y el embajador fue otro cordobés: José Manuel de la Sota. Volviendo a Córdoba de 1974, comenzaba el desfile de nombres para designar al interventor federal. Estaba en danza el general (R) Raúl Carcagno, pero tenía serias dificultades con el peronismo ortodoxo y Montoneros consideraba que se lo debía preservar para la etapa sucesoria que se abriría tras la desaparición de Perón. Lindo favor le hacían, especulando con la muerte del presidente. También se hablaba del general (R) Raúl Tanco, uno de los revolucionarios de 1956; del general (R) Eduardo Rafael Labanca, el militar que se había levantado contra Lanusse, que contaba con buenos contactos con Juan Manuel Abal Medina y grupos del nacionalismo cercanos al gobierno.

El miércoles 6 de marzo de 1974 el tango estuvo de luto por la muerte de Lucio Demare. Un crítico de esos años lo definió como “un predestinado a la tristeza” por haber tenido “una niñez sin niñez”. Cierta vez contó: “A los ocho años me ganaba la vida por los cines y estudiaba muchísimas horas por día”. Sus últimos tiempos los pasó en la tanguería Malena al Sur, y dejó para la historia Dandy, Malena, Cascarita y otros temas. Lo acompañaron hasta la Chacarita Ariel Ramírez, Atilio Stampone, Homero Expósito y Roberto Escalada. En los cines la diversión pasaba por Los vampiros los prefieren gorditos con la dupla Jorge Porcel y Gerardo Sofovich. Un toque de distinción, con Glenda Jackson y George Segal, seguía recaudando sumas millonarias en su décima semana en los cines América, Ambassador y Callao. Y se anunciaba la llegada de Sérpico con Al Pacino, un policía de Nueva York con un perfil exterior nunca visto, que desmitificaba al clásico agente del orden en las calles. Su ejemplo fue seguido en la Argentina para mimetizar a los agentes de seguridad que integraban las “patotas”. A su vez, Jorge Porcel era la estrella masculina a la que acompañaban Nélida Roca y Susana Giménez en La revista de Oro. El matrimonio de Graciela Borges con el “tuercón melancólico” Juan Manuel Bordeu no pasaba por su mejor momento, faltaban apenas días

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para la separación; todo lo contrario de la pareja de Donald —el “sucundero”— con Verónica Zemborain. Terminados los bailes de carnaval, Erasmo Carlos volvió a su casa de Leme, Río de Janeiro, Camilo Sesto a Madrid y Johnny Halliday, quien había hecho su tercera visita a la Argentina, de la mano del productor Alfredo Capalbo, a París.

“Obregón Cano y Atilio López me acaban de entregar las renuncias a sus cargos para elevarlas a la Legislatura cordobesa”, declaró el jefe del bloque del FreJuLi en Diputados, Ferdinando Pedrini, saliendo del City Hotel, a las 20.15 del jueves 7 de marzo. El tratamiento en Diputados estaba trabado y con esa decisión comenzó a encarrilarse la intervención provincial. Por la mañana, Obregón Cano y López habían dialogado con Lastiri durante tres horas. También se encontraron con Antonio Tróccoli. A las 23.10, con los radicales que ayudaron a dar quórum de excepción, comenzó a debatirse la cuestión. No se sumaron a los dos tercios los diputados alfonsinistas, entre otros Borrás, Gass, Nosiglia, Álvarez Guerrero y Amaya. El paso siguiente era un proceso de “depuración” en Mendoza. Así lo pedía Eleuterio Cardozo, delegado normalizador del MNJ, al gobernador Alberto Martínez Baca. El día 8 fue asesinado por un comando del PRT-ERP Miguel Ángel “Titi” Castrofini, dirigente del peronismo ortodoxo de la agrupación Nueva Argentina. Al día siguiente, un poderoso explosivo explotaba en el frente del diario Noticias, Piedras 735, medio perteneciente a la organización Montoneros. También sufrió un atentado con bombas la sede central de la Unión Obrera Metalúrgica. En la localidad bonaerense de San Vicente era allanado un depósito de armas del PRT-ERP y en Rosario quedaba en libertad Roberto Quieto, quien atribuyó su detención a sectores “que están dentro del gobierno, que tratan de destruir las organizaciones del Movimiento Peronista”. El 10 de marzo fue para muchos un día para el recuerdo, porque Boca le hizo media docena de goles a San Lorenzo en el Gasómetro con la ayuda de García Cambón (2), Potente, Ponce, Casares y Ferrero, mientras que River cayó ante Huracán por 3 a 1, con el capitán millonario Quique Wolff pifiando dos penales. Extrañamente, en una isla de las Filipinas, el “soldado olvidado” Hiroo Onoda, aceptaba que la Segunda Guerra Mundial había terminado al acatar una orden imperial de rendición: había permanecido veintinueve años escondido. Las páginas sociales de La Nación seguían registrando, como si nada, los acontecimientos de la sociedad porteña. Por ejemplo, la

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comida que Luis Alfredo Piñero Pacheco y su esposa Estela Larroudé le ofrecían al novel empresario salteño Manuel Horacio “Pato” Garay porque viajaba a Europa con su mujer. Garay —que más tarde se iria a vivir a Nueva York— era socio de Piñero Pacheco, quien en aquellos tiempos había descubierto el negocio de las commodities, aprovechando la bonanza de los precios del azúcar y los porotos. Meses más tarde, Piñero Pacheco supo congeniar sus negocios con la política y la economía argentina y financiaría el quincenario Carta Política bajo la dirección de Hugo Martini, en su primera versión, y de Mariano Grondona tras el 24 de marzo de 1976. El lunes 11 Montoneros y sus colaterales recordaron el aniversario de las elecciones que había ganado Héctor J. Cámpora el año anterior. Como una señal de que los tiempos habían cambiado, con Perón en la Argentina y en el poder, ese mismo día se supo que Duilio Brunello había sido designado interventor federal en Córdoba. Por si quedaba alguna duda, en su currículum se observaba que hasta ese momento había sido secretario de Estado de Coordinación y Promoción de la Comunidad del Ministerio de Bienestar Social. La influencia de Montoneros parecía encontrarse en franca decadencia: Ezeiza, la deposición de Bidegain y ahora de Obregón Cano, el cerco que sufría Martínez Baca, las reformas del Código Penal —que también estaban dirigidas a ellos—, la expulsión de los diputados nacionales afectos a la Tendencia y otros actos de “depuración” llevaron a su conducción a plantear un relanzamiento en un importante acto en la cancha de Atlanta, al que asistieron viejos dirigentes de la resistencia, como para demostrar una continuidad entre el pasado peronista y el presente Montonero. En el palco estuvieron Andrés Framini, Sebastián Borro, Dante Viel y Armando Cabo, al lado de Firmenich, Norma Arrostito, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Quieto y el Turco Haidar. El acto registró, además, la vuelta de Rodolfo Galimberti, tras su defenestración por parte del propio Perón, luego de lanzar su propuesta de “milicias populares”. Comenzó su corto discurso con un desafiante “Compañeros, acá estoy yo, igual que antes”. Todos entendieron a quién se refería cuando dijo con un guiño, como señaló El Descamisado: “Al otro día del 20 de junio, cuando todavía estaba fresca la sangre de peronistas asesinados por la burocracia, comenzó una pesadilla imaginada por un loco”. Minutos más tarde, Firmenich diría que el 20 de junio, en Ezeiza, “lamentablemente, nos cortaron el chorro”. Hablaban con subterfugios, pero pensaban con nombre y apellido. A tono con dicha tendencia, Firmenich se dirigió a los presentes pero en realidad volvía a hablarle a Juan Domingo Perón: “Lo que se votó el 11 de marzo no era un

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simple programa de un partido liberal, porque todos sabemos que las elecciones sólo fueron una táctica más dentro de una estrategia de guerra integral”. Para el jefe montonero, ese programa exigía “un Estado popular que controlara y planificara la economía como única forma de lograr nuestra soberanía política y económica. […] Significaba también la expropiación concreta a la oligarquía y al imperialismo; significaba la transformación de las Fuerzas Armadas que eran un ejército de ocupación al servicio de los monopolios; significaba eliminar aquello que atentaba contra la integridad del pueblo y contra su organización, que eran las herramientas de la represión, y por eso también en honor a los que estaban presos se proponía su libertad”. Habló de la “conspiración vandorista”, del “desplazamiento” de los “leales” por los “traidores”: “La cosa comenzó con la excusa de la depuración ideológica, con este temita que hemos llamado caza de brujas, que no es la caza del brujo como muchos creen… El asunto es que con esta excusa lo que verdaderamente se persiguió fue la desorganización y desmovilización del pueblo peronista. […] Como nosotros éramos también agentes de movilización y organización del pueblo, se procuraba nuestra expulsión. Nunca entendimos mucho lo de la expulsión, porque no sabíamos de dónde nos querían echar”. Luego de otras disquisiciones sobre el pasado, el presente y el futuro, dijo lo más importante: “Hoy deben tener algo en claro: hay que romper el pacto social”. Es decir, proponía dinamitar el plan económico de Perón y desplazar la dirigencia sindical de la CGT, porque “todas las reivindicaciones sociales, económicas y laborales de los trabajadores deben ser enarboladas con el mayor de los esfuerzos por los compañeros de la JTP para tratar de reencauzar el proceso y aumentar el grado de organización de la clase trabajadora”. Al finalizar dijo que la próxima cita sería en la Plaza de Mayo (el 1 de Mayo) “para decirle directamente al General lo que pensamos”. “¿Qué celebraron?”, preguntaron dos días después las 62 Organizaciones en una difundida solicitada. “Una vez más vamos a sacarles la careta. Por eso le preguntamos: ¿qué celebraron? ¿Quizá los cobardes asesinatos de Vandor y Rucci, verdaderos héroes de la causa del pueblo, que dieron la vida por Perón? ¿O la orgía de sangre, la permanente y cobarde emboscada contra el pueblo y sus dirigentes para sembrar el caos, asesinando a mansalva a insobornables luchadores como Ruiz, Vallese, Retamar, Mussi, Rosendo García, Julián Moreno, Argentino Deheza, David Kloosterman, José Alonso, Aldo Rubén Romano y Mansilla? Ya sus gritos e insultos no engañan a nadie. Porque los que quisieron capitalizar este 11 de marzo son los

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infiltrados a los que el propio general Perón marcó a fuego, diciéndoles que si no los conformaba la acción del justicialismo, se fueran de nuestro Movimiento, porque estaban sobrando”. Como si no bastaran las señales, el jueves 14, Rodolfo Ortega Peña, que había entrado como candidato a diputado nacional suplente en la lista justicialista, tras las renuncias de los diputados de la Tendencia del mes anterior no fue aceptado en el bloque frentista por “decisión unánime de sus miembros”, según declaró Ferdinando Pedrini. Brillante expositor e historiador, Ortega Peña era en ese momento director de Militancia3 junto con su colega Eduardo Luis Duhalde. Ambos fueron abogados de numerosos miembros de las organizaciones armadas, especialmente del PRT-ERP, y Militancia era el canal de difusión de varios grupos terroristas que se encontraban en abierta oposición al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. Su incorporación a la Cámara Baja coincidió con el cierre de El Mundo, dispuesto por el Poder Ejecutivo, entre otras razones, por ser el difusor del PRT-ERP. Precisamente el mismo día, la Policía Federal con efectivos de la bonaerense allanó una casa en la localidad de Campana, detuvo a siete jóvenes que pertenecían a una célula del PRT-ERP y descubrió una “cárcel del pueblo”. Las instrucciones fueron seguidas de cerca por el comisario general Alberto Villar. Perdiendo su bonhomía diplomática, el viernes 15 Benito Llambí puso en su cargo a Duilio Brunello. Levantando la vista a la tribuna, dijo en su discurso que las políticas de reconstrucción nacional e integración latinoamericana iniciadas por Perón “se encuentran condicionadas por el cerco que han tendido contra la Argentina, el imperialismo y sus agentes locales”. Al día siguiente, la capital cordobesa fue conmovida por una cadena de atentados y la voladura de las instalaciones de la emisora LV 2 por parte del PRT-ERP. En Brasil se iniciaba una nueva etapa con la jura del cuarto presidente del régimen militar, Ernesto Geisel. El titular de Itamaraty, Antonio Francisco Azeredo da Silveira, no sería recordado con mucho afecto en los ámbitos de la cancillería argentina. Concurrieron a la ceremonia, Pat Nixon, esposa del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Banzer, Bordaberry y Pinochet. Geisel fue investido en una solemne ceremonia realizada en el congreso nacional, reunido en sesión conjunta. Mientras los centros estudiantiles entraban en ebullición y renunciaban los decanos de las universidades, desde el estadio Juventud Alsina de Los Toldos, Ricardo Balbín, observando el clima general del país, decidió hacer un llamado y tender nuevamente una mano al presidente de la Nación. Fue cuando dijo: “Yo sé que algunos me llaman sentimental e infantil, pero yo quisiera que éstos vayan contando los muertos inútiles

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que están cayendo en la República para comprender si es cierto que tenemos que ganar la paz definitiva de los argentinos. Esta debe ser la bandera del radicalismo. Lo que está poniendo inquietud en la República es la diferencia notable que se encuentra en los cuadros políticos del oficialismo. [...] Nosotros no le vamos a poner a Perón una sola piedra en el camino. [...] No hablamos del presidente de la Nación, ni de sus dolencias, ni de si se va o se queda. El teniente general Perón es el presidente de los argentinos, actual y vigente, y merece el respeto de todo el pueblo”. Sostenía Última Clave, “si hay un personaje prácticamente imprescindible es Ricardo Balbín”. “Él, personalmente, está jugado por otros; es un tripulante importante de un barco que — casi al garete— está en medio del océano. Difícil abandonarlo en tal situación, no queda otro remedio que esperar su arribo a algún puerto o su hundimiento”. Afectado por las divergencias internas, Lorenzo Miguel tuvo otro tipo de discurso al asumir un nuevo período como secretario general de la UOM, en los salones del Centro Cultural San Martín: “Somos pacíficos, somos trabajadores, pero para quienes rompan los límites habrá réplicas y escarmiento”.

¿Y la Justicia? La Razón del lunes 18 lo anticipó y en la edición del día siguiente se explayó: en una quinta de la localidad de Del Viso, provincia de Buenos Aires, durante un procedimiento antisubversivo, fue detenido Mario Eduardo Firmenich, quien se encontraba junto a otras trece personas. “La detención abarcó igualmente a miembros del denominado Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)”. También se secuestraron armas de guerra, bombas, granadas, explosivos y gran cantidad de municiones. Todo parecía revelar un panorama doblemente grave: confirmaba que Montoneros mantenía una relación más que profunda con una organización terrorista declarada fuera de la ley, que ya había asaltado dos cuarteles militares, y secuestrado y asesinado a personas en pleno período constitucional. El miércoles 20, tras una gran presión —el diputado Bettanin, Adriana Lesgart, Juárez, Zabala Rodríguez y otros miembros de la JP montaban guardia alrededor de la comisaría—, Firmenich fue liberado. La Razón y Clarín de los días siguientes no dieron más detalles sobre la relación de Montoneros y el PRT-ERP y tampoco contaron nada acerca de algunas de las armas que se le llevaron durante el allanamiento y que figuran en la causa: una Browning 9mm con el monograma MEF en

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la culata y la Colt 38, gatillo oculto, de antimonio y 2 pulgadas de caño, perteneciente a María Elpidia Martínez Agüero, la esposa del jefe guerrillero. En el relato que hizo El Descamisado se deja en claro que la policía no soportaba “ver a la negrada en la calle, apretada, gritando y tocando el bombo… por eso salió Firmenich”. Cerca de las 20 Firmenich habló desde los balcones del edificio de la JP, Regional I, flanqueado por Roberto Quieto. Allí fustigó la ley de Prescindibilidad que había hecho aprobar el Poder Ejecutivo. También habló de los presos de Córdoba, Chaco y otros lugares: “No puede haber gobierno popular mientras Caride esté preso”. Y finalmente convocó a sus seguidores a “llenar como antes la Plaza de Mayo, como se hizo el 17 de octubre, para decirle a Perón que tenemos un pueblo montonero”, en referencia al acto del 1 de Mayo. Quieto no se quedó atrás cuando dijo que hay que trabajar “pues se está por resolver si va a haber o no liberación, y va a haber liberación con el pueblo en la calle”. En los estrados judiciales de San Martín la visión era bien distinta. La detención de Firmenich fue realizada tras el allanamiento a una casa “operativa” de la organización terrorista por parte de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y la causa Nº 25.511 por “acopio de armas y municiones de guerra” llega al Juzgado Federal Nº 1, cuyo juez había sido recientemente designado. El juez, mientras era presionado por manifestaciones que encabezaban ex diputados, cuadros y militantes de Montoneros que exigían la liberación de su jefe, se comunicó con el jefe de la policía bonaerense y éste llevó adelante una consulta a “nivel superior” que determinó la libertad de Firmenich. Salió de la cárcel con “falta de méritos” y el juez archivó la causa. A Firmenich le pudieron caber las sanciones establecidas por la Ley 20.840 que reformó al Código Penal en febrero de 1974. Meses más tarde, otro jefe de la guerrilla cayó preso en la zona de La Matanza y lo llevaron frente al juez Ojeda Fèbre, quien entró en pánico. “Nos van a matar, por qué no desistir.” Al cabo de una liviana investigación, el propio juez lo acompañó hasta la salida del edificio, donde el detenido tomó un taxi. Si bien no entra en la época, porque sucede tras la muerte de Perón, el asesinato del capitán del Ejército Miguel Ángel Paiva (expediente Nº 10.444) es demostrativo de que la administración de justicia había caído en un limbo. El 2 de octubre de 1974, tres meses después del fallecimiento de Perón, Paiva fue asesinado en plena calle, interviniendo el juez federal Ventura Ramón Ojeda Fèbre y el fiscal José Alberto Deheza. La muerte fue una represalia del PRTERP contra el Ejército. El 4 de octubre, los diarios Clarín, La Opinión, Mayoría y La Prensa informaron que, durante una

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conferencia de prensa en la que se encontraban los comisarios Alberto Villar y Luis Margaride, se dijo que los responsables del hecho eran los miembros del PRT-ERP Jorge Carlos Molina, Mario Eduardo Favario y Sara Albertina López Dupuy. Molina había participado en el asalto a la guanición de Azul, nueve meses antes, y había sido el jefe del grupo que secuestró al coronel Ibarzábal. La causa no pasó de una veintena de fojas, la Justicia no investigó y el Estado no hizo nada. La causa fue archivada. Frente a este hecho, el senador Caro, del justicialismo, dijo que “después de esto, tal vez nos tocará empuñar el fusil en vez de los códigos y las leyes”. Molina (a) “Capitán Pablo” murió en octubre de 1975 en Tucumán. El “Teniente” Favario también ¿murió? al año siguiente. Estaría viviendo en Rosario...

• Atucha, una vieja foto El mismo miércoles 20, mientras se discutía sobre la suerte de Firmenich, un funcionario que esperaba en el hall de entrada del chalet presidencial observó el momento en que Perón bajó de su habitación y dijo “Buen día, teniente coronel Díaz”. El testigo se quedó congelado cuando Díaz le respondió: “No tan buen día, mi General”. El presidente le preguntó por qué, y Díaz le dijo que ese día se inauguraba la central atómica de Atucha y él no iba a asistir. “Atucha responde a un viejo proyecto que usted dejó en su período anterior, y el presidente no va a asistir”, completó Díaz. Inmediatamente, Perón dio orden de avisar a dos ministros (Gelbard y Llambí) y viajó a la ceremonia de inauguración en un helicóptero de la Fuerza Aérea. Resulta que López Rega no le había dicho nada, porque él quería presidir la inauguración. Como testigo de ese momento quedó una vieja foto en la que se ve al presidente de la Nación con saco azul y pantalón claro, llegando a la ceremonia de inauguración escoltado por Díaz, el capitán de navío Pedro Iraolagoitía, titular de la Comisión Nacional de Energía Atómica, Juan Esquer y otros tres altos oficiales del Ejército. El ente atómico había sido creado por Perón en 1950.

El viernes 22, dieciséis políticos de todas las tendencias fueron a la residencia de Olivos invitados por Perón. Frente a lo que se vivía, era una necesaria imagen de convivencia. La cumbre no se realizó en el chalet principal, sino que se habilitó otro

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lugar de la quinta. Se sentaron alrededor de una gran mesa rectangular con cartelitos con los nombres de los partidos por orden alfabético. El presidente ocupó la cabecera, a su izquierda se sentó el comunista Rodolfo Ghioldi y a su derecha Ricardo Balbín. Al lado de Ghioldi se ubicó el coronel Damasco, mientras que Vicente Solano Lima y Llambí lo hicieron al lado de Balbín, quien ofició de vocero del grupo ante el dueño de casa. El jefe radical habló durante nueve minutos sobre los temas que sobrevolaban el mundo de la política. Lo importante, en definitiva, no eran las palabras sino el encuentro entre el oficialismo y la oposición. Los visitantes salieron con la sensación de que Lima tenía menos frecuencia con Perón de la que imaginaban, no así Damasco. Algunos lamentaron que la reunión haya sido tan numerosa, porque le quitó intimidad y profundidad a los diálogos. No se equivocaban: la reunión había sido pensada entre Balbín, Oscar Alende, Horacio Thedy y Horacio Sueldo, pero la insistencia de algunas agrupaciones políticas más los compromisos con la izquierda del Bisonte Alende generaron otra cosa. Sólo así se comprende las presencias de Rubén Íscaro, Héctor Sandler, García Costa y Juan Carlos Coral, del PST, una suerte de clon del histórico Alfredo Palacios. Perón, luego de escuchar a Balbín, respondió durante unos ocho minutos. Al referirse a los problemas en su movimiento, interpretó que “se están peleando por la sucesión”, algo que sorprendió a los visitantes, y aclaró que él no dejaría herederos: “Si no saben hacer las cosas cargarán con sus culpas”. Alende habló en tercer término, con lugares comunes, sí, pero haciendo mención a que el país estaba enfermo de “versionitis” (rumores sobre viajes presidenciales, la salud de Perón, renuncias en el gabinete y sucesiones). “Me parece que el cordobés quiere decir algo”, dijo Balbín como maestro de ceremonias, y Perón miró a Horacio Sueldo. El diputado revolucionario cristiano comentó que “ahora es delito tener determinadas ideas”, al observar que las fuerzas de seguridad se ufanaban cuando en algún allanamiento se encontraba material por ejemplo del Partido Socialista de los Trabajadores.4 “Y resulta que los representantes del Partido Socialista de los Trabajadores están tranquilamente sentados en la mesa con el presidente”. Perón respondió: “Son cosas de la Policía”, una cuestión que se arrastra desde hace años “muy difícil de corregir”. A la salida se repartió un comunicado que había sido consensuado entre los políticos la tarde anterior en el estudio de Balbín. Pero pasara lo que pasara, la violencia no cedía. En la madrugada del 23, Juan Manuel Abal Medina sufrió un atentado y salió herido de bala en el brazo izquierdo. Nadie se adjudicó el hecho. En las últimas horas de la tarde fue asesinado por

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Montoneros el dirigente del gremio de la construcción Rogelio Coria, al salir del consultorio de su médico en Callao al 400. El hecho fue realizado por dos jóvenes “perejiles” que sólo debían hacer la inteligencia ambiental del lugar. Al ver al sindicalista sin custodia le pegaron dos tiros en la cabeza y huyeron. La conducción terrorista reprochó a los autores que hubieran realizado el asesinato sin órdenes expresas, pero los condecoró por la “valiente” iniciativa militar. En El Descamisado del 26 de marzo se le dedicó una página completa al hecho, narrando con sorna la carrera gremial de Coria bajo el título “Así murió porque así vivió”: “Atildado —en el gremio le decían ‘la señora’—, cuando lo mataron vestía como hacía ya mucho tiempo: impecable traje azul cortado a medida, camisa rosa, corbata haciendo juego, medias oscuras, zapatos negros y medio millón en el bolsillo”. Su mayor error político lo había cometido a fines de 1972 cuando se opuso tenazmente a la candidatura presidencial de Héctor J. Cámpora, hecho que lo llevó a renunciar al gremio y a la secretaría general de las 62 Organizaciones. Al día siguiente, un comando de ocho personas intentó secuestrar en Marcos Sastre 3021, Villa del Parque, a Jorge Oscar Wahelich, empresario brasileño de 38 años, propietario de la fábrica de cierres DP. Casi a la misma hora, cuando manejaba un automóvil Chevy rumbo a su fábrica, fue secuestrado el alemán naturalizado argentino Enrique Mendelsohn, de 65 años. Como quedó dicho, Mendelsonh estuvo en una “cárcel del pueblo” del PRTERP junto al teniente coronel Jorge Roberto Ibarzábal, y había sido entregado por su hijo. Luego de arduas negociaciones y previo pago de rescate, fue liberado. “Nunca he ofrecido a mi pueblo más de lo que podía dar, porque el gobierno es sinónimo de responsabilidad. Al poner en marcha esta última etapa de la política de compromiso nacional, debo decirles que los instrumentos de contralor están en las manos de todos”, explicó Perón al anunciar un aumento general de salarios del 13% a partir de abril. Se daban, además, incrementos en asignaciones familiares (30%) y por familia numerosa, escolaridad, nacimiento y adopción (100%). El salario oficial para la familia tipo era de 173.680 pesos. También hubo un aumento de tarifas en el transporte (promedio 12%) y los combustibles. La JP, luego de una reunión con el coronel Damasco a la que asistieron Gullo, René Haidar (Montoneros), Enrique Juárez (JTP), José Álvaro (JUP), Adriana Lesgart (Agrupación Evita) y Claudio Slemenson (UES), emitió un documento con una crítica feroz contra el acuerdo tripartito logrado por el gobierno nacional. La redacción de tal documento se la adjudicaron al líder fideero Miguel Gazzera, un antiguo vandorista: “No es un acuerdo entre trabajadores y

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empresarios con el predominio de los trabajadores, como debiera ser, fiscalizado por el gobierno, sino un instrumento para la congelación de la lucha de los trabajadores”. Los muchachos de la Tendencia vaticinaban “hechos graves” si no se tomaban en cuenta sus reclamos. Las principales víctimas de la declaración fueron Llambí, los comisarios Margaride y Villar, Lorenzo Miguel y el senador Humberto Martiarena. Estallaban conflictos por todos lados. Perón parecía estar solo. Última Clave —que no era precisamente de izquierda— hablaba de caos y contradicciones: “Un gobierno que en sólo seis meses se ha vuelto viejo”. Como si fuera un hecho más, el día 29, el cabo Eustaquio Rolando Silveyra de la comisaría 1ª de La Plata, fue gravemente herido por cinco balazos de ametralladora desde dos automóviles. Era padre de cinco hijos.

Perón y los militares. El Plan Topo. Perón le toma examen al general Carlos Dalla Tea. Las FAP. Apenas unas horas antes de la reunión con los políticos, Perón mantuvo un encuentro con los tres comandantes de las Fuerzas Armadas y algunos asesores. Fue el miércoles 20 a las nueve de la mañana en Olivos. Al presidente, vestido con su uniforme de teniente general, se lo vio de espléndido humor y se abordaron algunas cuestiones principales. La ley de Defensa Nacional demandó cerca de cuarenta minutos y coincidió con el primer café. Ya se tenía una visión clara de los fenómenos subversivos “propio”, el que tenía el peronismo en sus entrañas, y “ajeno” (PRT-ERP). Los diarios dijeron poco o nada de esa cita en Olivos, pero ya en ese momento Perón ordenó instrumentar el Plan Topo. Se trataba de la coordinación de todas las dependencias del Estado y que cada una de ellas enviara sus reportes al ministerio del Interior. El plan debía entrar en vigencia entre septiembre y octubre de 1974. El responsable máximo iba a ser ser Benito Llambí (o quien lo sucediera). “El Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas lo entregó ahí”, confesó un alto exponente militar. El Plan Topo “debía ser duro pero legal, esa fue la instrucción que se dio dentro del Estado Mayor Conjunto”. Cuando una de las fuentes consultadas —un alto jefe que no pertenecía al Ejército— llegó a una de las jefaturas del Estado Mayor Conjunto (EMC) se encontró con el trabajo y la “luz verde” del jefe del organismo. El nombre, “Topo”, respondía a

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la idea de subterráneo, porque la Inteligencia iba a tener un gran peso en toda su instrumentación. Gran parte del plan se puso en movimiento un año más tarde a través los decretos 2770, 2771 y 2772 de 1975, tras el ataque de Montoneros al regimiento 29 de Infantería de Monte, en Formosa, operación en la que intervino —y nunca lo ha desmentido— el ex diputado nacional Carlos Kunkel, echado del bloque oficialista en febrero de 1974 tras el encuentro televisado con Perón en Olivos. Esos decretos de 1975, sin embargo, tenían una diferencia con el Plan Topo: en éste, el peso de la responsabilidad era del ministerio del Interior; en 1975, esa responsabilidad caía sobre las Fuerzas Armadas. Ambos contenían el mismo término castrense: aniquilar al enemigo, palabra que había pronunciado Perón en su discurso tras el ataque del PRTERP a la Guarnición Militar en Azul y en la carta que se hizo pública a los oficiales y suboficiales de esa guarnición militar, en la que utilizó una palabra que no permitía análisis: “exterminar”. La respuesta del Estado se diluyó. Perón asumió la titularidad del Consejo de Seguridad, pero a raíz de los problemas de todos los días y su fallecimiento, ese organismo no funcionó. En 1975, tras la Operación Primicia de Montoneros en Formosa, la sociedad puso el grito en el cielo por la situación de indefensión que se percibía. La Opinión y Bernardo Neustadt se hicieron eco de las quejas. Dos cables “priority” (6713 y 6814) de la embajada de los Estados Unidos, ambos de octubre de 1975, revelaron el clima al informar a Washington: “Después de dieciocho meses de indecisiones, el Consejo [de Seguridad Interior] finalmente se ha unificado para manejar el problema subversivo. Está claro que los eventos de Formosa fueron la causa del decreto. En Canal 11, en un programa político, el respetado periodista Bernardo Neustadt fue muy crítico con respecto a que tuvieron que ocurrir media docena de ataques a instalaciones militares en los dos últimos años para que el Consejo finalmente actúe. La Opinión se hizo eco de las críticas de Neustadt contra el gobierno por no haber tomado medidas contra la guerrilla con anterioridad”. La otra cuestión que abordó Perón en aquella reunión de Olivos fue la de las “hipótesis de conflicto” con el exterior, oportunidad en que habló de política exterior, de relaciones hemisféricas y de Tercer Mundo, y momento en que prendió su primer cigarrillo Kent. Luego se abordó de la situación salarial de las Fuerzas Armadas. Circulaban quejas y panfletos intimidatorios en los edificios militares, cuestión que Perón aprovechó para criticar la eficiencia de los servicios de inteligencia militares, que no habían

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adelantado la existencia del malestar. Los aumentos en el ámbito militar, del 15% al 45%, fueron anunciados por el ministro Ángel Federico Robledo en la mañana del jueves 4 de abril. Al hablar de los Servicios de Inteligencia, el presidente de la Nación, para chicanear, expresó dudas sobre la eficacia de esos organismos a la hora de llevar adelante la lucha contra la subversión. Era su estilo tomar examen. Levantó la mirada, pidió que se le sirviera otro café, prendió su segundo Kent, y mirando al general Carlos Dalla Tea, titular de la Jefatura II Inteligencia del Estado Mayor General del Ejército, a quien conocía muy bien (había sido agregado militar en Madrid durante su última etapa de exilio), dijo: “A veces veo en los diarios que hay una organización que se autodenomina Fuerzas Armadas Peronistas. En concreto, ¿me puede decir qué es eso y cómo siguen funcionando?”. Perón tenía esa cuestión en mente porque las FAP habían asesinado al secretario general de la CGT-Regional Mar del Plata, y hacia fines del año anterior, al empresario de la empresa Transak, John Swint, y a sus dos custodios. Y en enero de 1974 secuestraron al empresario de la pesca Francisco Ventura, en Mar del Plata. Rápido de reflejos, Dalla Tea respondió: “Señor Presidente, aquí le presento un trabajo que contiene la información que me pide”. “No, general, háganos un resumen de ese grupo… esa secta”, pidió Perón. Dalla Tea abrió una carpeta, leyó unas frases y luego, en una exacta improvisación, expuso: “Su origen se produce como consecuencia de la infiltración de cuadros políticos militares marxistas, instruidos en Cuba entre 1966 y 1967. No existe legislación legal que la reprima como organización ilegal”. Tratando de medir la atención que reflejaban sus palabras, miró a Perón al decir que “la organización FAP profesa una ideología seudoperonista y marxista”. “Nadie es pseudoperonista, se es o no se es peronista, y he dicho muchas veces que el peronismo no es marxista”, respondió Perón. “Mi general, es lo que ellos declaman”, respondió un tanto incómodo Dalla Tea. Y Perón, entonces, aprovechó para contar una anécdota: “Esto me hace acordar a cuando John William Cooke decía que en el peronismo ‘hay un poco de derecha y otro poco de izquierda y en el medio hay aire’. Es cierto, hay un poco de las dos cosas pero contenido en una doctrina… y el aire, ¿qué es el aire?, ¿el pueblo? Eso no es aire, es el pueblo, es la masa peronista”. Tras un instante de silencio, Dalla Tea continuó: “Las FAP tienen una organización clandestina regimentada por una Dirección Nacional y nueve regionales y su centro de gravedad es la Capital Federal, conurbano, Mar del Plata y Córdoba. Realizan críticas

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y hostigamiento contra las estructuras reconocidas del peronismo ortodoxo. Además, mantienen un apoyo solidario y activo a las actividades de las organizaciones de masas de Montoneros. Están en contra de las estructuras de la CGT. Sus principales dirigentes son Envar El Kadri, Néstor Verdinelli y Samuel Slutsky”. Observando que nadie preguntaba nada, Dalla Tea siguió: “Se les calcula cerca de 400 combatientes clandestinos y 1600 periféricos…pero por ahora tenemos a 100 identificados. No tiene organismos colaterales, pero funciona políticamente cerca de los sectores enrolados en el Peronismo de Base. Últimamente, FAP estableció intercambio de experiencias político-militares con la organización clandestina Ejército Revolucionario del Pueblo 22 de Agosto y recibió apoyo económico de Tupamaros y el ERP-22, habiendo mantenido negociaciones con esta última entre septiembre de 1973 y febrero del corriente año. Constituye en la práctica, conjuntamente con Montoneros Columna Sabino Navarro, el aparato militar del Peronismo de Base”. Seguidamente, agregó: “Creo, señor presidente, que esto es lo más destacado de esta organización, aunque debería terminar diciendo que su objetivo final es la toma del poder político y la instauración de un régimen socialista-marxista”. “¿Y cómo se expresan, qué medios influyen?”, volvió a preguntar Perón. Dando vuelta una página de la carpeta, informó: “Militancia, de los doctores Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, y De Frente”. Antes de dar por terminada la reunión, Perón trató muy por encima, sin ninguna precisión, la posibilidad de emprender un viaje al exterior, aún sin fecha.

La “catilinaria” de Arturo Frondizi “El gobierno tiene que revisar profundamente sus pasos, si es que quiere llegar a 1975”, opinó Arturo Frondizi en ocasión de recibir Perón a los partidos aliados del FreJuLi. “No hay inversiones en el país, ni internas ni externas. No hay rentabilidad para las empresas. Se crea una ficticia sensación de prosperidad que no significa otra cosa que pan para hoy y hambre para mañana.” El ex presidente nada dijo de la violencia a flor de piel que vivía la Argentina, sólo habló de economía. Parecía un analista y no un socio del gobierno. Una posición muy parecida a la que expondría cinco años más tarde —septiembre de 1979, pleno proceso militar— ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), cuando explicó que “le habían

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contado” que había muchos desaparecidos, pero, sin embargo, su conversación se volvió vivaz cuando Tom Farrer le preguntó sobre la situación económica.5 Los testigos de las palabras del ex presidente desarrollista —entre otros, Cacho Fonrouge, Lalo Paz, Mario Amadeo, Marcelo Sánchez Sorondo, Silvana Roth, Carlos Imbaud, Alberto Assef, Roberto Cabiche y Enrique de Vedia— observaron cómo el rostro de Perón se transfiguraba. Perón escuchó a Frondizi sin interrumpirlo y cuando le tocó hablar lo hizo de manera mesurada: “No se pueden dar pasos más largos de los que el pantalón permite”, dijo, y comentó que los argumentos de Frondizi podían ser “técnicamente respetables” pero… “¡Doctor, déjeme a mí la decisión política de determinar los turnos para recuperarnos y para repartir!” “Primero hay que levantar el país”, remató. En la madrugada del 30 de marzo un artefacto explosivo provocó serios daños a la casa y el automóvil del folklorista Horacio Guarany, en la calle Nahuel Huapi 3815, mientras que poco después de las 19 fue secuestrado por el PRT-ERP el teniente coronel (R) Jorge Abelardo Rivero, oficial instructor en el juzgamiento al soldado Hernán Invernizzi. Luego de ser interrogado sobre la situación del ex soldado que estaba siendo procesado, fue dejado en libertad. El 2 de abril, Vicente Solano Lima asumió como rector de la Universidad de Buenos Aires, con retención de la secretaría general de la Presidencia. Era un desplazamiento de un cargo clave, ya que por sus nuevas funciones no podría atender con profundidad los problemas del gabinete. También se hicieron cargo otros dieciséis rectores de las demás universidades nacionales. “El señor presidente de la República —dijo Lima— me ha confiado la misión de organizar la Universidad de Buenos Aires después de su prolongada crisis interna. He aceptado este mandato que implica el cumplimiento de la ley que acaba de sancionar el Parlamento y promulgar el Poder Ejecutivo… mi misión es simplemente la de un peregrino cordial que llega hasta vosotros. No soy hombre de la universidad y no me quedaré en ella.”

• Clima de época IV Cuando la realidad se filtró en dos fiestas de casamiento El del miércoles 3 de abril de 1974 no era un casamiento común. Era algo más. El enlace de Pilar Güiraldes con Alejandro Moyano unía a dos familias

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con un largo pasado en la Argentina. No era la simple “oligarquía” (calificativo que además de resentimiento manifestaba una alta cuota de estupidez), todavía visible en el país convulsionado de entonces, en el que algunos pagaban para figurar en el Blue Book y cuyo clima recreó en 1971 el director Raúl de la Torre en Crónica de una señora, llevando como primeras figuras a Graciela Borges, el chileno “progre” Lautaro Murúa, Federico Luppi y Blanca Álvarez de Toledo (en aquel entonces casada con el pintor Nicolás García Uriburu). Pilar Güiraldes era hija del comodoro Juan José Güiraldes, “Cadete”, presidente de Aerolíneas Argentinas con Arturo Frondizi, cultor de lo criollo en los pagos de San Antonio de Areco y luchador de causas nacionales. Su madre era Ernestina Holmberg Lanusse de Güiraldes. Es decir, a través de ellos transitaba en una misma dirección el pasado argentino, el culto a lo militar y, en ese año, algo de poder. Alejandro era hijo del economista y catedrático Carlos Moyano Llerena, casado con Irma Walker. Moyano Llerena, de quien Federico Pinedo supo decir que “era un hombre tan inteligente que se adelantó a su época y, como tal, un gran incomprendido”, había sido ministro de Economía de Roberto Marcelo Levingston. Tras su paso por la administración pública se volcó a la vida académica y a sus libros. La elección de la iglesia parece ligada al “Cadete”: la Basílica del Santísimo Rosario, Convento de Santo Domingo, en cuyo interior se guardan las banderas ¡¿usurpadas?! incautadas a los invasores británicos por los ciudadanos de Buenos Aires. Además, Santo Domingo tenía un plus: allí tocaba su fabuloso órgano el maestro Zeoli, acompañado por un importante coro. La fiesta se realizó en la casona que los Güiraldes tenían en Olivos y contó con numerosos invitados de todos los ambientes: políticos, militares, diplomáticos, jueces, abogados, empresarios… periodistas. Lo importante era no faltar, porque en las mesas hubo conversaciones para todos los gustos, pero en especial aquellas que giraban en torno a la situación argentina. En particular: • Se conversó sobre el malestar de la cúpula del Ejército, porque los “mandos naturales” entendían que el presidente no los consultaba. Se equivocaban, Perón hablaba todos los días con militares, vivía rodeado de militares en la residencia de Olivos. Algunos sostenían que era su “Estado Mayor íntimo”. Apuntaban a cinco coroneles que estaban en contacto permanente con el primer mandatario: Carlos Corral, jefe de la Casa

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Militar; Federico Jorge Sosa Molina, jefe del Regimiento de Granaderos; Carlos Ramírez, jefe de Seguridad de la Casa de Gobierno; Vicente Damasco, secretario Militar y de Gobierno de la Presidencia, y César Narciso Díaz, jefe de policía de la provincia de Buenos Aires. No habían puesto la lupa sobre su edecán, el teniente coronel Alfredo Díaz. • Un hombre ligado a los medios sacó a relucir una conversación que había mantenido Perón hacía pocos días con Tulio Jacovella, director de Mayoría, en Olivos. Durante la misma, el primer mandatario habría dicho: “Me voy por sesenta días”, comentando su decisión de viajar a Madrid, previa escala en Río de Janeiro para conversar con Ernesto Geisel, y visitar Bucarest. Perón ya había desechado esa idea, pero aún seguía flotando en el ambiente como una posibilidad. En el mismo encuentro con Jacovella, Perón dijo que Isabelita ya estaba en condiciones de asumir la presidencia porque representaba cabalmente a la “generación intermedia” que debía gobernar en el futuro cercano. Se hablaba también del influjo que tenía José López Rega. • Algunos observaron que en septiembre habría elecciones en Misiones, a raíz del accidente de aviación en el que murieron el gobernador y el vice. Y que para 1975 se estaba preparando una reforma de la Constitución Nacional. • Un alto jefe naval, recientemente ascendido, comentó casi con furia las últimas declaraciones que el jefe de la Policía Federal había realizado sobre Firmenich y Roberto Quieto. Respecto al jefe Montonero, el general (R) Miguel Ángel Iñíguez dijo que “tenía una buena impresión, es un muchacho nacionalista, cristiano, peronista, y no me cabe la menor duda que en el momento de la síntesis va a estar bien ubicado. De Quieto no tengo la misma impresión. Me parece que esconde la leche”. Las declaraciones provocaron sorpresa y fueron criticadas dentro del peronismo ortodoxo. Por sus palabras uno podía pensar que Iñíguez estaba en el lugar equivocado y acertar: poco tiempo después fue reemplazado por Alberto Villar. • En una mesa más light se hablaba del gran espectáculo que haría el cantante galés Tom Jones en el Teatro Broadway, por el que cobraría cien mil dólares, antes de descontar el 38% de impuestos y el costo de algunos

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pasajes para sus acompañantes. También se comentaba el recibimiento triunfal que se le había dado en Ezeiza a Carlos Alberto Reutemann, que venía de triunfar en el Gran Premio de Sudáfrica. Uno de los invitados a la fiesta fue Vicente Solano Lima. Se sintió cómodo. No tuvo sobresaltos, como en un casamiento del año anterior. Es que antes de la asunción presidencial de Cámpora, el vicepresidente electo supo ir a la fiesta de casamiento de Gloria César, la sobrina de Amalia Lacroze de Fortabat. Allí tampoco se pudo evitar que la realidad invadiera los salones del petit hotel francés de la avenida del Libertador en el que se realizó la fiesta. Estaba todo el mundo y había una explicación. La lista principal la confeccionaron el empresario y hacendado Alfredo Fortabat y su mujer. En esos días de cambio había que pispear hacia dónde iba el país. Un novel periodista entró al lugar y, antes de subir una gran escalera que llevaba al salón principal, se encontró con Bernardo Neustadt explicándole a una pareja socialmente top: “Acá hay dos opciones. O hacen así (alzando el puño cerrado como lo hacía la izquierda) o hacen así (haciendo con los dedos la ‘V’ de la JP)”. El invitado siguió su camino, entró al salón principal, saludó como correspondía a los novios, y luego, en una esquina, se trenzó en una conversación con varios amigos comunes de la novia. De pronto entró Vicente Solano Lima y al poco rato se escuchó a alguien gritarle “traidor”. De ahí al tumulto medió un segundo. Todo siguió bien hasta que en un momento los recién casados se fueron de la fiesta con sus ropas de casamiento, ella seguramente vestida por Henriette, y él de jacket. ¿Qué pasa?, preguntaron algunos. Y así pudo saberse que habían ido a saludar a la gente de una villa de emergencia en la que Gloria “misionaba” con el padre Jorge Oscar Adur, un clérigo del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. Había cosas que muchos de los invitados desconocían. En 1970, junto con Carlos Mugica Echagüe, Adur ofició la misa de cuerpo presente de Fernando Abal Medina, fundador y jefe de Montoneros que había comandado el secuestro y muerte de Pedro Eugenio Aramburu. Según explicó Gloria años más tarde, su relación con Adur comenzó cuando empezó a leer las enseñanzas de Mao Tsetung y “sin querer fue derivando en un compromiso político, conectado con la religión”.6 Luego Adur la invitó a la Acción Misionera. Desde ahí pasó a ser jefa de la Rama Femenina de la JP en Tigre. Adur venía misionando desde

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hacía varios años, circulando por colegios privados de la zona de La Lucila y San Isidro. “Era de suaves maneras, hasta parecía un snob”, definió una señora que solía tratarlo. “Circulaba en mi época alrededor de San Juan el Precursor, un colegio que queda frente a la catedral de San Isidro. Su director, el padre Castagnet, le dio vía libre para entrar y salir. Lo cierto es que ‘captó’ en una misma división de bachilleres a cinco jóvenes que llevó a la guerrilla, todos de familias con ‘grandes apellidos’. Fue una división extraña: cinco fueron a la guerrilla y cuatro se hicieron sacerdotes. Uno de los sacerdotes fue José María ‘Pepe’ Lynch…”. Apenas un lustro después de ese casamiento del ‘73, el 1 de julio de 1978, Roberto Cirilo Perdía,7 miembro de la conducción de la organización políticomilitar, relataría: “Nosotros creamos en 1978 la figura de la capellanía en el Ejército Montonero con una finalidad política. La idea principal tenía que ver con una gestión que estábamos haciendo para lograr el reconocimiento como fuerza beligerante por parte de Naciones Unidas. El concepto de fuerza beligerante nació en las guerras anticoloniales de África y, básicamente, había habido en aquel momento dos posiciones centrales: el reconocimiento de la fuerza y el control del territorio, presupuestos que Montoneros también perseguían. Tener un capellán era, de alguna manera, darle entidad de ejército popular a la guerrilla. El padre Adur no se incorporó como un militante montonero, él se incorporó como capellán con el permiso y consentimiento de su orden, que era la Congregación de los Padres de la Asunción. Él no se clandestinizó, el superior de su orden lo autorizó formalmente”. Mario Montoto, un ex militante montonero, contó años más tarde que el sacerdote se encontraba tan comprometido con la organización armada que, cuando preparaba la “contraofensiva” de 1979, Adur viajó a los campos de entrenamiento de la organización terrorista palestina Al Fatah, en el Líbano, para dar apoyo espiritual, y a su llegada fue recibido con honores militares. Adur terminó sus días como “capellán” de Montoneros cuando desapareció el 26 de julio de 1980 en Paso de los Libres, Corrientes. El novel periodista de aquellos años se alegra hoy en día de ver a Gloria César triunfar en la vida como empresaria de presentaciones sociales, empresarias y fiestas de casamiento.

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El PRT-ERP comienza a actuar en Tucumán Antes de asumir Héctor J. Cámpora, el PRT-ERP había decidido crear un foco guerrillero en los montes tucumanos, sólo había que esperar el momento propicio. Durante 1972, Ramón Rosa Jiménez, Ángel Vargas y Máximo Sosa comienzan a relevar el terreno. Jiménez muere tras un incidente con la policía tucumana lo que posteriormente provoca una operación de revancha. La Compañía de Monte llevaría su nombre a pesar de la oposición de algunos miembros del Buró Político. Hacia fines de 1972, se agregan José Manuel Carrizo (a) “Juan” (a) “Francisco” y Manuel Negrín. Luego, Santucho envió combatientes al mando de Lionel Mac Donald (a) “capitán Raúl” o “Nicasio” a examinar la zona. Roby Santucho imaginaba la zona como a Vietnam: su tropa sería el Viet Cong. Una vez afincado en el terreno y comenzadas las operaciones, intentarían declarar una “zona liberada” y buscar reconocimiento internacional como grupo beligerante. Como bien observó Blanca Rina Santucho (a) “Pori” en Nosotros los Santucho, “no pensaron en las condiciones históricas que atravesaban”. Dato esencial: Perón era el presidente de la Nación. En definitiva, ideas muy similares a las que amasaría Mario Eduardo Firmenich, de allí la designación de Fortunato L. Fote (a) “Ernesto” o “Chiqui” como enlace del PRT-ERP con Montoneros. Tenían dinero como para montar la operación, resultado de los secuestros extorsivos. No faltaba gente, aunque no era apta para sobrellevar la lucha en la selva contra tropas profesionales. Sólo carecían de las armas necesarias. De allí, entonces, los intentos de asaltar arsenales militares. En febrero de 1974 Carrizo era el comandante militar en la provincia. Al mes siguiente, Santucho tomó la decisión de viajar al monte tucumano al frente de unos cuarenta guerrilleros. Así comenzaba a funcionar la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez (CMRRJ). Antes de internarse en la selva, cuenta María Seoane en Todo o nada, la valiosa biografía del jefe guerrillero, Santucho decidió realizar cambios en la cúpula del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Carlos Germán quedó a cargo del partido y José Manuel Carrizo del ejército. Los tres “capitanes” que lo secundarían en el monte serían Hugo Irurzun, un estudiante de ingeniería que se había incorporado al PRT en 1968, cuyo nombre de guerra era “capitán Santiago”; Antonio del Carmen Fernández, “Negrito” un obrero de la caña; y su hermano Oscar Asdrúbal Santucho (a) “capitán Aníbal”. También lo siguieron, entre otros, Julio Ricardo Abad (a) “Bombo Ábalos” (a) “Armando”, Roberto Eduardo Coppo (a) “Bartolo Sánchez” y Salvador Martín Falcón (a) “Luis”. Con el tiempo se incorporaron bolivianos,

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chilenos y hasta el sueco Dag Arne Runing (a) “Julio”, un profesor de historia que llegó al grado de “teniente”. En el informe 51 40173/1 con fecha 8 de junio de 1974, del comandante de la Brigada V de Infantería, dirigido al comandante del Cuerpo III, se sostiene: “Desde el 18 de abril de 1974 se tenían indicios sobre la existencia de un ‘aguantadero’ de delincuentes subversivos, depósitos de armas y otros efectos y/o prisión de secuestrados en calle Bulnes al 800. Cabe señalar que el 13 de mayo de 1974 al producirse la confirmación de la información disponible sobre la existencia del campamento de elementos subversivos y su ubicación, la Policía Provincial (integrante de la Comunidad Informativa Provincial) cortó el suministro de informaciones y derivó la misma al estamento político provincial y nacional (vía ministerio de Gobierno de la Provincia al ministerio del Interior)”. Con fecha 1 de abril de 1974, la Inteligencia de la Brigada V emitió un radiograma a la división de inteligencia del Cuerpo III en el que se sostenía: “Según la información disponible se encontrarían en esta provincia los siguientes elementos extremistas: Carlos Benjamín Santillán, Ignacio Vélez (cordobés), Wenceslao Paul, Antonio del Carmen Fernández (a) ‘Negrito Fernández’ y Fernando Vaca Narvaja”. Nueve días más tarde, otro parte informativo mencionó la presencia en Tucumán de Roberto Santucho y Benito Urteaga, “quienes habrían repartido armamento con vista a efectuar operaciones, presumiblemente entre fines del corriente mes y principios del mes de mayo”. En los documentos capturados a los guerrilleros se sostiene que “cuando estaba próximo el fin del período de instrucción, el grupo fue detectado por el enemigo, que lanzó un operativo de búsqueda muy publicitado. Nuestra unidad aprovechó la ocasión para tomar Acheral [30 de mayo] y hacer conocer al país el nacimiento de la guerrilla local”. El PRT-ERP y Montoneros mantuvieron relaciones desde sus comienzos. Se transferían experiencias, know how como dicen hoy día. Por ejemplo, Luis Mattini, sucesor de Roberto Mario Santucho en 1976, relató lo siguiente para el Centro de Documentación e Información del Instituto de Investigaciones Gino Germani:8 “En relación al asesinato de [Pedro Eugenio] Aramburu hubo una doble posición del PRT; a nivel dirigentes estábamos muy preocupados, pero como lo habían hecho los Montoneros y en sí mismo era un acto de justicia histórico, saludamos el hecho como una acción revolucionaria. Igualmente nos preocupó mucho, porque nos pareció políticamente inadecuado. Nosotros veíamos a Aramburu como una alternativa a

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Onganía. Ya en esos momentos teníamos relación con Montoneros; después de Aramburu nos contaron operativamente el caso, ya que nosotros estábamos planeando secuestrar al general [Julio] Alsogaray para intercambiar por prisioneros. Según el relato de Montoneros, Aramburu se entregó como una viejita, con lo cual nos equivocamos con Alsogaray, ya que en el momento del secuestro se defendió implacablemente y tuvimos que dejarlo. Del secuestro participó el Negrito Fernández, que era boxeador. No obstante haberle pegado, no lo pudimos llevar. Es más, nos reímos con el hijo de Alsogaray, que fue montonero, al contar esta anécdota. Gorriarán lo dijo públicamente. Después de agosto de 1972, los contactos fueron más frecuentes… En cada campamento o reducto de la Compañía de Monte que caía en manos del Estado se encontraban todo tipo de elementos. Armas no, porque las portaban los guerrilleros en sus operaciones de desplazamiento. Sí muchos documentos y trabajos de análisis que partían inmediatamente a las mesas de los analistas de Inteligencia. En uno de esos campamentos, cercano al río Los Sosa, se encontró un trabajo que está contenido en un ‘Informe de Inteligencia Especial’, como siempre bajo el pomposo sello de ‘Secreto’, que lleva como título ‘Perón y los Montoneros’. En el mismo se habla de ‘la influencia negativa del peronismo burgués y particularmente de Perón, sobre Montoneros’, cosa que ya se había manifestado en el período de lucha antidictatorial constituyéndose en fundamental escollo en el camino hacia la unidad de los revolucionarios, y se origina en la concepción populista [nacionalista burguesa] que guió desde su nacimiento a las organizaciones armadas peronistas. Esa concepción considera que hay un tercer camino entre el capitalismo y el socialismo…”. Sigue el testimonio de Mattini: “Alimentados por esta errónea ideología y confundidos por el aparente prestigio del peronismo y de Perón, los revolucionarios peronistas nucleados en Montoneros creyeron sincera y absurdamente en el antiimperialismo y progresismo de un líder que en realidad era en ese momento [1973] uno de los más lúcidos intransigentes y reaccionarios de los dirigentes burgueses, última carta de valor con que contaba el capitalismo argentino para intentar detener y desviar nuestro creciente y floreciente proceso revolucionario y aniquilar a las jóvenes fuerzas revolucionarias que surgían con ímpetu en la política nacional. Fue así que Montoneros se sumó brevemente a la ‘Unidad Nacional’ de la burguesía, y cortó transitoriamente relaciones con nuestra organización. […] Pero las exigencias de Perón fueron muy grandes, y la adopción de tremendas medidas antipopulares muy rápida, lo que fue obligando a Montoneros a revisar su caracterización de Perón, dejar

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de confiar en él y modificar la orientación de su política”. Según ese documento, “a partir de fines de 1974 se inició un importante cambio”, cuando Montoneros volvió a la clandestinidad y reinició la lucha armada. “En decenas de años de combate el proletariado internacional ha desarrollado una teoría invencible, el marxismo leninismo, que ha guiado y guía a los pueblos hacia la victoria. Esa ideología que nuestro Partido abrazó y que Montoneros tiende crecientemente a adoptar, sostiene cuestiones como de principio, la unidad de la vanguardia revolucionaria obrera y popular en su único partido proletario de combate. […] La política de Montoneros ante esta sencilla pero difícil cuestión principista será indudablemente el punto de referencia que permitirá calibrar la profundidad de la reorientación en curso. El deseo de nuestro Partido y de nuestro pueblo y las necesidades de nuestra revolución se relacionan con que se produzca el definitivo abandono de todo rasgo populista y la consolidación revolucionaria de Montoneros.” Junto con este material, los oficiales y suboficiales de la Inteligencia Militar analizaban otros papeles. Entre ellos, una carta, de “J”: Mi amor, recibí la carta del 8 de junio con la del 24. Es increíble, pero la compañera de “Ramón” se la había olvidado en la cartera y con ella todo lo demás (carta al Buró Político, etc.). Así que leímos todo eso recién el lunes. Hemos quedado que a partir del 20 me vaya liberando de todo, cosa de estar lista para la última semana de este mes. Sería conveniente arreglar ya cita y demás para concretar. Si para el CE [Comité Ejecutivo] viene alguien haremos eso. Con el próximo envío de logística irá mi pistola que hoy entregué a “Martín” (es un paquete que dice “capitán Pablo” o “Enrique”). ¡Hace unos días que no pienso más que en el momento de irme, de estar allá y de verte y abrazarte fuerte! Estuve los otros días con “Leopoldo” con el que charlamos largo y tendido y me contó todo. También me habló de vos y de tu indigestión con chancho crudo [¿?]. Se nota que hace falta que esté yo ahí ¿no? […] Les mando un cassette con cuatro programas grabados y otros dos con un material de los cubanos muy valioso. El material de los cubanos conviene que lo escuchen atentamente porque da bastante idea sobre los problemas y situaciones a enfrentar. […] A pedido del “Gringo” te mando la historia del peronismo que tienen en la escuela. A nosotros no nos parece que esté bien encarado… El 13 creo que se verá de nuevo con ellos y lo charlarán. Pero sobre esto queríamos consultarte sobre la conveniencia de publicarlo. Ellos insistían mucho, pero sobre la base del supuesto que rectificáramos la caracterización, cosa que nosotros de ninguna manera hacemos si bien destacamos los avances, etc. En general el “Gringo” es el que habla con ellos… las relaciones son buenas a pesar de esto… te quiero mucho, mucho, y te mando todo mi cariño junto a miles de besos. J. Va carta para Ani.

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Según los analistas militares, la que escribe (“J”) “es una mujer que aparentemente participa a nivel nacional y prepara su traslado a Tucumán donde se reunirá con su esposo o compañero. El compañero de ‘J’ habría sido un alto dirigente del ERP. ‘Juana’ era también el nombre de guerra de Elsa Viale del Carril, pero los datos no se ajustan a la posibilidad de que fuera ella la autora de la carta. ‘Ani’ era una niña de 14 años que escribía a su padre, que estaba en el monte, sus deseos de prepararse para ser buena revolucionaria”. El citado “capitán Pablo” era Jorge Carlos Molina, un arquitecto que pertenecía a la comandancia del ERP y que en 1973 era responsable militar de PRT-ERP de Capital Federal. Como tal participó en la rueda de prensa que dio Santucho el 27 de junio, junto con Urteaga y Gorriarán Merlo. Molina viajó a Tucumán con la orden del Buró Político del PRT de incorporar mujeres a la compañía. Y “Enrique” era uno de los tantos nombres de guerra que usó Mario Roberto Santucho. Dada la importancia de la misión, el aludido “Gringo” que mantenía conversaciones con Montoneros no puede ser otro que Domingo Menna, fundador y miembro del Buró Político del PRT-ERP. “Leopoldo”, según datos de otros informes posteriores, perteneció al comité ejecutivo del PRT-ERP, en la Compañía integró el “Pelotón J.C. Irustia”9 y era un miembro importante que usaría el nombre falso de Atilio Abad. Meses más tarde, ya muerto Perón, Montoneros pasó a la clandestinidad y la colaboración con el PRTERP fue activa. Así, hay informes militares sobre el apoyo logístico que Montoneros prestaba a la CMRRJ, o el informe de inteligencia especial secreto Nº 15/75, de cuatro páginas, que tras analizar documentos capturados a la guerrilla sostiene: “Montoneros piensa abrir un frente guerrillero en los cerros tucumanos. Estos planes son impulsados dentro de la dirección por Vaca Narvaja. […] Se pone de manifiesto la intención de Montoneros de constituir al parecer un frente común con el ERP”. En otro “resumen de información” capturado al ERP, también en Tucumán, se dice que el informe “menciona que la acción de Formosa ‘fue objetivamente una acción conjunta de ERP y Montoneros’”. Aquella acción fue el asalto al Regimiento de Infantería de Monte 29 del 5 de octubre de 1975.10

La sangría de la JP comienza con la partida de Obeid Todavía no las llamaban “Las Leonas”, pero ya existían. El lunes 1 de abril de 1974, se lo vio eufórico al secretario de Deportes de la Nación, el médico Pedro

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Eladio Vázquez, cuando las jugadoras del equipo nacional de hockey sobre césped comenzaron a descender del Boeing que las traía desde Europa. Habían salido subcampeonas del mundo en Cannes, Francia. No fueron campeonas porque en la final las derrotó Holanda con un gol sobre la hora. La recepción coincidió con otras noticias de carácter político: el mismo día, el juez federal Ventura Ojeda Fèbre decretó la liberación de Carlos Caride, detenido tras una muy confusa denuncia de intentar atentar contra Perón y Bordaberry realizada por los jefes de la Policía Federal. Sin embargo, la noticia del día fue la renuncia de Jorge Obeid (a) “Fosforito” a su cargo de jefe de la Regional II de la JP. En una breve declaración, llamó a estar “hoy más que nunca en torno a nuestro conductor, el general Juan Domingo Perón, para garantizar su defensa y la del Movimiento, luchando contra sus enemigos, que son los enemigos del pueblo y de la Patria”. Días más tarde, el renunciante fue declarado “expulsado” por la JP, y la Regional II quedó bajo la conducción de Gustavo Machete. Publicó El Caudillo: “El deterioro [de la JP] es tan notable que ya alcanza a sus niveles dirigenciales. La renuncia de Obeid es un largo proceso de desinteligencias que involucra también a un sector extenso de cuadros altos, medios y de base del grupo. Algo parecido sucedió con el sacerdote tercermundista Carlos Mugica, quien públicamente hizo profesión de fe peronista y admitió sus errores del pasado, incluyendo sus devaneos con el marxismo disfrazado de nacional y popular. Casi simultáneamente se conocieron dos noticias: 1) los montoneros habían condenado a muerte al cura (¡viva el derecho a disentir!) y 2) la zurdísima revista Militancia incluía al presbítero en su ‘cárcel del pueblo’, lugar donde ubica a los supuestos traidores”. Y habría que agregar: “Algunos de los que salieron fotografiados en esa supuesta ‘cárcel del pueblo’ días más tarde fueron asesinados. Carlos Mugica Echagüe no rompería la regla”. Un hecho impresionante conmovió a los medios periodísticos. Según La Razón del sábado 6 de abril, cuatro presuntos guerrilleros del PRT-ERP asaltaron las oficinas de la Dirección Provincial de Agua de Tucumán en momentos que se pagaban los haberes de marzo a doscientos cuarenta trabajadores. Tres lograron huir, llevándose $ 22.900.000, pero el cuarto fue alcanzado por un disparo de escopeta efectuado por un obrero. Al caer herido resultó muerto por los trabajadores, que lo destrozaron a machetazos. En San Nicolás fue asesinado el secretario de la CGT, Antonio Pedro Magaldi. Desde La Plata, Ricardo Balbín advirtió: “Si llegamos a los comicios de 1977, está ganada para siempre la vida institucional de la Nación”.

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Ya se hablaba de una “preconstituyente” para reformar la Constitución con un acuerdo previo entre los partidos. Un nuevo Acuerdo de San Nicolás, explicaba Perón, en el que cabría la figura del Primer Ministro, porque según el demoprogresista Horacio Thedy —declaraciones producidad tras un asado con Perón— “en la Argentina el que recibe todas las cachetadas es el presidente” y si se derroca al presidente “se cae el sistema” institucional. El lunes 8 fueron recibidos en Olivos los dirigentes comunistas Fernando Nadra, Rubens Íscaro y Oreste Ghioldi, los que manifestaron su “total apoyo” a la política institucional y al programa de gobierno. Al hablar ante dirigentes sindicales latinoamericanos, Perón volvió a reiterar que el problema del terrorismo “es un asunto policial que lo tendrá que resolver la policía”. Era un aval al comisario general Villar, cada vez más criticado por la JP. “Nosotros queremos un 1 de Mayo con Perón y el pueblo en la plaza. Ellos quieren un 20 de junio sin Perón y sin pueblo”, dijo Dardo Cabo, director de El Descamisado, y anunció que el Poder Ejecutivo preparaba el cierre del semanario de Montoneros y sus colaterales, hecho que sucedió el 10 de abril. El mismo 10, el jefe de la Policía Federal, Miguel Ángel Iñíguez, presentó su renuncia por “razones de salud”. Dos nombres encabezaban la lista para sucederlo, según la 5ª de Crónica del 11 de abril: los generales Ibérico Saint Jean y Raúl Tanco. Sin embargo, Alberto Villar fue el elegido por Perón. Dos días más tarde, el director del Servicio Cultural e Informativo de la Embajada de los Estados Unidos, Alfred Laun III, fue secuestrado en Unquillo, Córdoba, por un comando del PRT-ERP (los diarios lo informaban bajo el eufemismo de “organización declarada ilegal”). Catorce horas más tarde apareció con una herida de bala en el abdomen y un frasco con suero en Río Primero.

La “autocrítica” de Firmenich. Su desconocimiento del pasado de Perón En abril de 1974, Mario Eduardo Firmenich realizó una sesión de autocrítica de la que, según Última Clave del día 18, un “infiltrado” consiguió realizar una grabación magnetofónica, que terminó en manos de Juan Domingo Perón. El jefe montonero comenzó diciendo que Perón no era, ni mucho menos, un personaje infalible, ni siquiera cuando hablaba “ex cátedra”. Según Firmenich, cometía serios errores, a saber… No debió haber hecho el intento de llegar a la presidencia. En ese sentido,

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Firmenich razona: “Perón, en lugar de reservarse el liderazgo continental, vuelve a ocupar la Presidencia de la Nación, pero esto es índice del retroceso del proyecto estratégico; o sea, Perón tiende a ocupar poder en la Argentina porque ha fracasado el proyecto latinoamericano. Perón tiende a producir acumulación de poder dentro del régimen constitucional —cosa que es imposible— y busca negociar con los países del cerco, para romper el cerco, y busca la negociación con el imperialismo yanqui”. Además, Firmenich encuentra que la ideología de Perón es contradictoria con la ideología de la Tendencia Revolucionaria. Habría una contradicción entre la política de Perón y su propia ideología. “La política de Perón, el antiimperialismo apoyado en los trabajadores organizados, con una alianza de clases, etc., conduce necesariamente al socialismo; es decir, la situación objetiva determina una contradicción entre las consecuencias de la política de Perón y su propia ideología. Por eso, posiblemente, nos ve a nosotros como infiltrados ideológicos, pero no lo somos. Somos el hijo legítimo del Movimiento, somos la consecuencia de la política de Perón. En todo caso podríamos ser el hijo ilegítimo de Perón, el hijo que no quiso, pero el hijo al fin. […] La conducción estratégica, para Perón, como es públicamente conocido y esta fundamentado en su libro Conducción Política, es unipersonal: él es el conductor y los cuadros son auxiliares. Esto es contradictorio con un proyecto de vanguardia, en donde la conducción estratégica la ejerce una organización, es decir, es pluripersonal, no es un hombre, no hay un conductor; y además, a partir de allí, del desarrollo de nuestro proyecto, y de nuestra pretensión tal vez desmedida de ser conducción estratégica, surgen confrontaciones o competencias de conducción”. Según Firmenich, la JP es una especie de chivo emisario que el líder habría ofrecido como una prenda de negociación o tregua a diversos enemigos reales o potenciales: “Sus negociaciones [las de Perón] para lograr la unidad nacional y sus negociaciones con el imperialismo tienen como elemento de entrega, de buena voluntad, a nosotros. Obviamente, todos los sectores demoliberales comparten que se nos aniquile, porque saben que el desarrollo de nuestro proyecto significa su desaparición. Toda la burocracia comparte que se nos aniquile, porque nuestra existencia, el desarrollo de nuestro proyecto, significa también su desaparición. Para todos estos sectores somos el enemigo común. Entonces, ofrecer este elemento como enemigo común y negociarlo, es decir cederlo, es un aglutinante para los otros sectores”. “Todas las medidas últimas del Consejo Superior —continúa exponiendo Firmenich —, las supresiones de distintos gobernadores, los discursos del propio Perón, tienden

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a expresar ese intento de hacernos desaparecer como proyecto; tal vez no como individuos, no lo necesitan: si desaparecemos como proyecto es suficiente. […] Si nos disolviéramos, si entregáramos nuestras armas, si abandonáramos nuestro proyecto, por supuesto no habría ningún problema en que, por ejemplo, algunos de los compañeros de JP estuvieran en el Consejo Superior. Pero si todas estas agrupaciones de activistas expresan una política que tiende a la liberación nacional como transición al socialismo, entonces evidentemente nunca vamos a estar en el Consejo Superior, a menos que la opción que tiene Perón opte por resignar su proyecto ideológico para tener herramientas que le permitan visualizar su proyecto estratégico.” Firmenich sostuvo que Perón tenía segundas intenciones cuando bautizó a las organizaciones de la guerrilla peronista “formaciones especiales”. Por la vía de ese nombre se llega, según parece, a desempeñar un sospechoso rol. Según explicó el comandante montonero, Perón les colgó el sambenito de “formaciones especiales” porque dentro de su proyecto ideológico y político no cabía la noción de vanguardia, de vanguardia organizada: “Éramos una especie de brazo armado del peronismo. Para Perón éramos eso”. La diferencia entre las dos concepciones es importante: “Una formación especial es algo que existe para un momento especial. La dictadura era un momento especial. Para combatirla por todos los medios se requería una estructura organizativa también especial, y eran las formaciones especiales las que se limitaban a combatir por las armas esa dictadura militar. Desaparecida la dictadura militar, o sea la situación especial, desaparece cuanto menos, la actividad de la formación especial, y, cuando más, desaparece la formación especial directamente”. El economista y ex diplomático Alieto Aldo Guadagni, en su libro Braden o Perón, relata un encuentro del entonces coronel con un diplomático de la embajada de los Estados Unidos en la Argentina. Me tomo la libertad de resaltarlo, con su autorización, porque demuestra que las “organizaciones armadas” que se decían peronistas sabían poco de Perón… O no deseaban conocerlo. En abril de 1945 la embajada [cuyo titular había sido retirado el año anterior y por eso aún estaba vacante] envía al Departamento de Estado un informe sobre la conversación mantenida entre el coronel Perón y el diplomático Maffitt, quien en la mañana del 10 de abril lo visitara en el Ministerio de Guerra, siendo “cordialmente” atendido. Perón mostró —según su interlocutor— disposición a tener una larga conversación, e incluso demoró veinte minutos una reunión que debía mantener con el Presidente Farrell. Maffitt destaca el carácter franco de la entrevista. Rápidamente, Perón enfocó su conversación

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sobre su estadía en Italia por algo más de dos años y expresó su opinión sobre el régimen fascista de Benito Mussolini: “Perón discutió sobre fascismo y me dijo que había estudiado la doctrina fascista en clases con el mismo Farinacci. Analizó las debilidades del fascismo en los siguientes términos: dos errores primarios, en primer lugar, al adoctrinar a un poco más del cincuenta por ciento de la gente, se aflojó en el esfuerzo, lo que dejó a la población dividida entre fascistas y antifascistas. En segundo lugar, la milicia fascista se armó como un ejército que coexistía con el ejército regular. El primero era pro-fascista y pro-Mussolini; el segundo pro-Víctor Manuel y anti-fascista. Así se sembraron —según Perón— las semillas de la discordia, y cuando el fascismo tuvo problemas fue desalojado del poder por los anti-fascistas que había en el ejército y en el pueblo. Cuando pregunté a Perón si el fascismo hubiera sobrevivido de no cometerse estos errores, él me dijo enfáticamente que el fascismo es en el mejor de los casos un sistema temporal de gobierno, que hoy tiene cada vez menos chances de éxito dado que el mundo avanza hacia la democracia”. “Cada día —dijo— hay menos reyes y más gobiernos democráticos.” Esta apreciación negativa que Perón hace de la formación de las milicias fascistas enfrentadas al ejército es muy útil para entender su férrea oposición en la década del 50 a cualquier intento de crear “milicias populares” organizadas por la CGT. Esto fue evidente en la negativa de Perón a distribuir armas a sus partidarios en septiembre de 1955 cuando es derrocado por un alzamiento militar y también en su enfrentamiento con Montoneros, cuando asume nuevamente la presidencia en 1973.

El domingo de Pascua, en la residencia de Olivos, el presidente Perón ofreció un almuerzo a los soldados del Regimiento de Granaderos a Caballo y luego les regaló huevos de chocolate. Al día siguiente, y después de un largo tiempo, volvía a ocuparse de los asuntos de Estado en la Casa Rosada. Así lo mostró La Razón: bajando de su automóvil, con un traje gris liviano y zapatos bicolor, seguido de su edecán teniente coronel Alfredo Díaz. Luego de conversar con el presidente, el ministro de Trabajo dio una conferencia de prensa para dar a publicidad los detalles y medidas de seguridad para la concentración en la Plaza de Mayo en conmemoración del Día del Trabajador. Ricardo Otero dijo que Perón sería el único orador y que llegaría a la Casa Rosada en helicóptero. La seguridad estaría garantizada por ocho mil efectivos de la Policía Federal. Para entrar a la plaza se deberían cruzar retenes policiales, “cacheo” y, además, no se permitirían carteles identificatorios de agrupaciones ni estribillos contra “la unidad” del acto. La JP pidió un lugar en la plaza y la respuesta de Perón fue que todos marcharan “unidos”. De todos modos, la decisión final quedó en estudio. El corresponsal para América Latina del Financial Times, Hugh O’Shaugnessy, escribió que “la Argentina amenazó a la junta militar chilena en graves términos,

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previniéndola de que cualquier acción a adoptar por Chile contra Perú provocaría la inmediata utilización de la fuerza aérea argentina contra objetivos de Chile”. Las versiones que había recogido el periodista ingles fueron parte de una conversación que sostuvieron Augusto Pinochet y el boliviano Hugo Bánzer en el marco de la asunción presidencial de Ernesto Geisel en Brasil. Bolivia buscaba un corredor hacia el mar. “La amenaza argentina” habría servido para apaciguar “parcialmente a un sector de las autoridades chilenas que ya habían comenzado a acostumbrarse a la idea de un golpe de mano contra Perú”. En Perú gobernaba un régimen militar de izquierda bajo la presidencia de Juan Velasco Alvarado (derrocado en 1975).

La tirante relación con Brasil El sábado 20 de abril de 1974, La Opinión informó sobre los resultados de una reunión entre el ministro Gelbard y los ejecutivos de Ford, General Motors y Chrysler, en la que se acordó que durante el mes siguiente comenzarían las ventas de automotores a Cuba. En cuanto al visto bueno de Washington, Juan Courard, presidente de Ford Motor Argentina, simplemente dijo: “El problema del permiso o licencia es un problema de la compañía en los Estados Unidos con el gobierno de los Estados Unidos. No es un problema del gobierno de los Estados Unidos con Ford Motor Argentina”. El gobierno estudiaba la reanudación de los vuelos de Aerolíneas Argentinas a La Habana. La cuestión volvió a ser conversada en Atlanta, Georgia, Estados Unidos, en el marco de la asamblea de cancilleres de la OEA, en la que Argentina ofició como vocera de América Latina. “El Nuevo Diálogo” se anunció pomposamente. Se produjeron allí varios contactos entre Juan Alberto Vignes y Henry Kissinger. Se habló de la exportación a Cuba, de la posible asistencia de Cuba a una reunión de la OEA en Buenos Aires (rechazada entre otros por Brasil) y de la soberanía argentina en Malvinas. Los diarios reflejaron el modo en que el canciller de Perón insistió sobre estas cuestiones. En algunas obtuvo avances, en otras no. Y así lo reflejó Kissinger en un corto diálogo con Vignes. Al observar al canciller entrando a una de las sesiones de la OEA, el Secretario de Estado le dijo, en público: “¿Y ahora qué más quiere? Lo único que me falta es dejarle el sobretodo”. Vignes dialogó también con Azeredo da Silveira, de Brasil, sobre la “consulta previa” en el tema de la utilización de recursos naturales compartidos. La Argentina

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sostenía que las obras hidroeléctricas de Brasil debían ser convenidas con Buenos Aires, porque afectaban el nivel del cauce de los ríos, además de otros problemas. Días más tarde, José María Álvarez de Toledo, uno de los mejores embajadores de carrera del momento, jefe de la misión en Brasilia, envió al Palacio San Martín un documento reservado exponiendo el pensamiento íntimo del canciller brasileño. El desacuerdo con Brasil recién fue solucionado durante el gobierno de facto de Jorge Rafael Videla. El “Parte Informativo 755 de la Embajada Argentina en Brasil”, del 23 de abril de 1974, con “Asunto: Brasil, Argentina y América Latina”, decía que “como anexo se vuelcan en cuatro párrafos algunos pensamientos íntimos del canciller Azeredo da Silveira sobre la relación con los EE.UU. y la Argentina”: a) “Tuve tres entrevistas con Kissinger en Washington. Todas a pedido de él. Kissinger comprendió, porque se lo dije claramente, que Brasil debe tener coincidencias con los EE.UU., porque somos un país occidental, pero esas coincidencias deben ser naturales, no alineamientos automáticos. Esas coincidencias no pueden ir en contra del interés nacional brasileño”. b) “Considero positivo el buen relacionamiento que tuve en los EE.UU. con el canciller de la Argentina. No llegamos al punto de discutir un encuentro de los presidentes Geisel y Perón, no hablamos de eso”. c) “Con respecto a las exigencias argentinas de consulta previa sobre el aprovechamiento de aguas comunes a los dos países, el caso Itaipú, Brasil no la acepta. No estamos en contra de la consulta previa. Consulta previa es sólo un procedimiento que no garantiza ninguna solución concreta. El día en que Brasil y Argentina tengan terminadas todas sus hidroeléctricas, el problema estará resuelto sin literatura polémica. Pero no queremos instrumentos políticos de coacción”. d) “El problema del reingreso de Cuba al sistema americano fue transferido para las vísperas de la próxima reunión en la Argentina. Lo que se acordó es que si los países latinoamericanos llegan al consenso de que Cuba debe ser aceptada en el nuevo diálogo con los EE.UU., entonces será admitida. Pero el Brasil resolverá ese problema de acuerdo con sus intereses, es decir lo resolverá con serenidad. Nosotros no hacemos política externa”.

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Perón vuelve a cortar el diálogo con Montoneros Después de una serie allanamientos en casas de Hurlingham, Olivos y Villa de Mayo, en los que se encontraron armas, explosivos, municiones “banderas y elementos de apoyo a la acción guerrillera”, fueron detenidos varios integrantes de Montoneros. Entre otros, Alberto Miguel Camps, Eusebio de Jesús Maestre y Luisa Galli. El primero era un sobreviviente de Trelew, el segundo, el hermano de Juan Pablo, fundador de las FAR. Montoneros, a través de la JP, se movilizó con la consigna de que se intentaba “limitar la participación popular de la JP en el acto del 1 de Mayo”. Los detenidos recibieron también la solidaridad de la Juventud Radical Revolucionaria. José Ber Gelbard seguía defendiendo su política de inflación cero, pero las cámaras empresarias se quejaban de la falta de insumos y repuestos. La Nación anunció “mayores precios en 179 sectores”, que determinarán “un alza de los precios del 6,5% en los próximos dos meses”, tales las palabras del secretario de Comercio, Miguel Revestido. Aunque la realidad sería otra. Además de la crisis política mendocina, que trataba de sobrellevar Martínez Baca, un aliado de la Tendencia, en Santa Cruz se desató otro conflicto: el gobernador Jorge Cepernic, aliado de la Tendencia, pidió la renuncia del vicegobernador Eulalio Encalada, defendido por la ortodoxia peronista. En Mar del Plata hicieron renunciar al rector José Pedro Arrighi por “presión universitaria”. La CGT lo respaldó, y casi un año más tarde sería ministro de Cultura y Educación de la presidente María Estela Martínez de Perón. El 25 de abril de 1974, tras haberse negado a responder a las invitaciones formuladas por Juan Domingo Perón en febrero, Montoneros y sus colaterales fueron en pie de igualdad — junto a numerosos agrupamientos juveniles reconocidos por el Consejo Superior del Justicialismo y aliados del FreJuLi, lo que reflejaba su pérdida de prestigio— a dialogar con el presidente a Olivos. Entre tantos, concurrieron por la ortodoxia Alberto Brito Lima, Julio Yessi, Osvaldo Antinori y Federico Campos. Perón llegó a las 11.15 y se retiró a las 13, acompañado por el coronel Damasco y vestido de traje gris cruzado. El jefe del peronismo habló del papel de la juventud y de “otros temas generales al desenvolvimiento del país”, según un comunicado de la presidencia. Juan Domingo Perón también dio consejos para la concentración del 1 de Mayo: nada de banderas, “para evitar problemas”. El presidente recalcó ante los presentes que su actitud del momento era muy

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diferente a “cuando era el jefe del peronismo”. “Ahora soy el presidente de los argentinos. En esta situación debo gobernar con los que sirven, aunque muchos de los funcionarios que están en este momento en el gobierno no les gustan a algunos peronistas.” Por Montoneros habló Alberto “Tito” Molina11 (también estaban el Turco Haidar y María Antonia Berger), señalando que debía restablecerse el diálogo interrumpido el 20 de junio (Ezeiza). “Recordemos, dijo, que los sectores de la provocación reconocieron que hicieron lo posible por no recomponer el diálogo y para ello se aliaron a los enemigos del pueblo peronista, como Villar y Margaride [...] que actúan como en la época de la dictadura”. Molina señaló a un responsable del 20 de junio allí presente: el diputado Brito Lima. Además, pidió la participación de la JTP en la organización del acto en Plaza de Mayo (en la reunión, como representantes de la juventud trabajadora, estaban Enrique Juárez y el cordobés Francisco Yofre) y la liberación de Alberto Camps y otros compañeros detenidos tras allanamientos antiterroristas. La respuesta de Perón fue publicada por Mayoría al día siguiente: “Frente a ello, el presidente respondió [en relación a los jefes policiales] que se trata de policías de carrera y que la policía tiene por función la imposición del orden, sea el gobierno que sea”. Luego agregó que “tenía en sus manos los expedientes policiales que evidenciaban la tenencia de armas de los detenidos mencionados por Haidar y Molina”. En cuanto a la participación de la JTP en la organización del acto, señaló que “está exclusivamente a cargo de la CGT y que hablará en dicha oportunidad si los directivos de la central obrera lo invitan”. Al referirse a los sectores o caudillos que intentan heredarlo, advirtió que “su único heredero es el pueblo”. Brito Lima reiteró que Perón había desautorizado la interpretación de Montoneros “sobre los hechos jurídico-policiales y las últimas detenciones”. Lo que no dice el comunicado es que Perón, irritado, dio por terminado el encuentro, diciéndole en voz baja a su edecán: “Se terminó, échelos”.12 A la salida, por instrucción del coronel Damasco, se entregó a los invitados un papel con la letra de una marcha para que fuera cantada en la Plaza de Mayo. Decía así: Hermanados y unidos marchemos Hacia un limpio horizonte de sol Y mirando el futuro luchemos

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Por un mundo de paz y de amor Llegaremos con fe y con trabajo A lograr una patria feliz Juventud, juventud, adelante que en nosotros está el porvenir.

En el aire se percibía una nueva provocación de Montoneros. Hemos visto que Perón consideraba que el 20 de junio de 1973 el terrorismo lo había querido asesinar. También que en distintas ocasiones se había encontrado con integrantes de la organización, hasta que Montoneros rompió el diálogo en febrero del ‘74. Por otra parte, Montoneros no debía desconocer que a los comisarios generales Villar y Margaride los había nombrado el propio Perón después de Azul, aunque queda claro que no conocían el diálogo que habían mantenido el presidente y el jefe policial en Gaspar Campos, después de la reunión entre el ministro Llambí y Villar y Margaride del 23 de enero de 1974. Según el comunicado oficial, por la JP estaba Rodolfo Galimberti; “el Loco” llevaba pocos días “destinado” en el servicio de inteligencia de la Secretaría Militar de Montoneros y, como relataron Marcelo Larraquy y Roberto Caballero en Galimberti, su responsable era Carlos Lebrón, ex teniente de navío, especialista en ingeniería y control de tiro. Integró Montoneros con el nombre de guerra de “Teniente Antonio” o “El Sordo”. Fue condenado y dado de baja en 1972 por su participación en la sedición del guardiamarina Julio César Urien. En 1973 lo alcanzó la amnistía. Junto con Urien, este ex oficial naval redactó el Manual del Miliciano Montonero. En octubre de 1974, junto a Rodolfo Walsh, Urondo, Alicia Puerini y otros, robó el féretro con el cadáver de Pedro Eugenio Aramburu del cementerio de la Recoleta.13 Murió en Tucumán el 19 de febrero de 1976.

El último diario de Tito Quiroga El domingo 28 de abril de 1974, el ex juez de la Sala III de la disuelta Cámara Federal Penal, Jorge Vicente “Tito” Quiroga, intentaba sobrellevar sus 48 años como mejor podía. Sabía que estaba condenado a muerte por las organizaciones armadas. No tenía trabajo, carecía de jubilación y estaba a la intemperie bajo las numerosas amenazas. Era un fanático de Boca Juniors —en ese momento dirigido por Rogelio Domínguez—, tanto es así que se solía decir que junto con su amigo Horacio Rébori habían salvado al club del escándalo de los “bonos patrimoniales” para financiar una

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ciudad deportiva que nunca fue terminada. Juntos, los amigos eran jueces de Instrucción y a los dos les ofrecieron integrar la Cámara Federal Penal de la Nación. Quiroga aceptó pero su amigo prefirió no pegar el salto. Ese día, antes de salir a la calle, leyó los diarios: una foto de Perón rodeado de altos oficiales navales relataba su encuentro con los marinos que intervinieron en la VII Conferencia Naval en Mar del Plata. Además se informaba que el presidente visitaría la CGT el martes 30, en una clara de señal de apoyo al gremialismo organizado antes del 1 de Mayo. Leyó también que el ministro Ricardo Otero había afirmado que el extremismo de izquierda —el mismo que él había enfrentado con la ley en la mano— “utiliza los principios filosóficos del peronismo para procurar la destrucción del movimiento obrero organizado tomando posiciones ideológicas extrañas”. Por último, pasó las páginas del diario y buscó cómo formaría Boca contra Independiente ese día: Sánchez, Nicolau, Ovide, Pernía, Trobbiani, Rogel, Ponce, Benítez, García Cambón, Novello o Letanú y Ferreiro. El partido comenzaba en la Bombonera a las 16.30. Alrededor de las 15 salió de su casa para buscar a su amigo e ir a la cancha. A la altura de Viamonte al 1500 se le acercó una moto con dos muchachos. El acompañante saltó con una ametralladora en la mano y descargó sobre su cuerpo una ráfaga de catorce balazos. Cayó en estado de agonía y murió más tarde en un hospital. El velatorio se realizó en su casa, Viamonte 993, siendo despedido por innumerables personas: amigos, funcionarios judiciales, también asistieron Alberto Villar y su esposa. En la ceremonia de entierro lo despidió su colega en la Cámara Federal Penal de la Nación, Carlos Enrique Malbrán, quien hizo mención a la “honda consternación de la gran familia judicial, que hoy llora la desaparición de uno de los jueces más destacados y queridos”. Como magistrado, Jorge Vicente Quiroga había intervenido en la investigación de numerosos casos de hechos subversivos entre 1971 y 1973. Le tocó llevar el primer caso —el copamiento del pueblo Santa Clara de Saguier, en Santa Fe—, pero el más resonante fue la evasión de miembros de las organizaciones armadas del penal de Rawson. Un simple testigo pudo tomar la numeración de la chapa de una moto y así la policía llegó hasta la casa de la calle Fragata Sarmiento 1071, en Ramos Mejía, donde fue hallado un rastrojero robado, documentación del ERP 22, una ametralladora, explosivos, municiones y unas anotaciones con datos sobre un funcionario judicial que

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en esos momentos estaba secuestrado, Carlos Alberto Bianco, secretario general de la Cámara. En el marco de las investigaciones fueron detenidos Raúl Argemí14 y Marino Amador Fernández, condenados por los delitos de asociación ilícita, tenencia de armas de guerra, acopio de munición y uso de documentación falsa en concurso real. Cuando se investiga el caso en profundidad, se llega a relacionar a los asesinos de Quiroga con los del contralmirante Hermes Quijada. La tan ansiada reconciliación buscada por la Ley de Amnistía nunca se concretó. En esas horas —29 de abril—, recuperaría su libertad Víctor Samuelson, gerente general de ESSO después de cuatro meses de cautiverio en manos del PRT-ERP. Su liberación fue a cambio de un pago de US$ 15.600.000.15 Los diarios del último día de abril desplegaban generosamente en sus páginas invitaciones para la Fiesta de la unidad que se iba a realizar al día siguiente (1 de mayo, día en el que no aparecen los periódicos). Se publicaron innumerables solicitadas de los gremios y los gobiernos provinciales en homenaje a Perón e Isabel. También se informaba que Perón se presentaría ante la Asamblea Legislativa junto con sus ministros para informar acerca de la gestión del Poder Ejecutivo. En previsión de desórdenes, fueron acuarteladas tropas de las Fuerzas Armadas y efectivos de Gendarmería y Prefectura Naval. Una amplia zona cercana a Plaza de Mayo sería cerrada al tránsito. Perón saldría al balcón de la Casa de Gobierno para hablar a la multitud y celebrar el Día del Trabajador después de diecinueve años. El país era distinto, el mundo que lo rodeaba también. Y Perón lo sabía. Estaba dispuesto a enfrentar cualquier desafío. Se encontraba a horas de la ruptura definitiva con los Montoneros. Gran lector de clásicos, puede haber pensado que se acercaba la tormenta y que llegaba “su hora más gloriosa”. La de enmendar. Todo estaba dicho.

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CAPÍTULO 7 ACTO DEL 1 DE MAYO. CHOQUE VERBAL Y RUPTURA EN PÚBLICO CON MONTONEROS. INVENTARIO ABREVIADO DE LA VIOLENCIA DE MAYO

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Durante la primera y segunda presidencia de Perón, la Fiesta del Trabajo (así la llamaba en alusión a la marcha compuesta por el antiguo y futuro ministro de Educación, el famoso médico Oscar Ivanissevich y Juan de Dios Filiberto) era celebrada cada 1 de mayo con artistas de moda y la coronación de una reina, tanto en la Plaza de Mayo capitalina como en las principales ciudades del país, marcando una diferencia con el resto del mundo y sus conmemoraciones de los mártires de Chicago, con su resentimiento y sus desmanes clasistas. En la Fiesta del Trabajo de la tercera presidencia —con el protagonista principal arengando desde el balcón e idéntico ceremonial— ya no era válido el segundo verso de aquella marcha olvidada, “unidos por el amor de Dios…”, pues el público estaba divido en dos sectores contrapuestos: el peronista histórico, ortodoxo o verticalista, con predominio nacionalista y sindical como en los primeros tiempos, y la Tendencia Revolucionaria, que necesitaba “tragar el sapo” del “folklore peronista” (sic), pero que puertas adentro escarnecía al líder, su dirigencia y su “lumpenaje”. El 30 de abril hubo una concentración bastante reducida convocada por la organización entrista FAP-PB (Fuerzas Armadas Peronistas-Peronismo de Base), no integradas a Montoneros, en el pequeño estadio cubierto de la Federación Argentina de Box de la calle Castro Barros. Fue la última expresión de lo que había sido CGT-A (CGT de los Argentinos) o “de Paseo Colón”, de neto corte izquierdista, clasista y combativo. Hablaron el gráfico Raimundo Ongaro y el farmacéutico Jorge Di Pasquale, analizando la conflictiva situación general (política, socioeconómica y gremial) y sosteniendo que al día siguiente no había nada que festejar, claro anuncio de una actitud crítica que podía llevar a una ruptura pública y notoria con el líder histórico y sus fieles, cosa que efectivamente ocurrió.

• Discurso de Perón ante la Asamblea Legislativa Como es norma, el primer mandatario se presentó ante las dos cámaras del Congreso reunidas en Asamblea para inaugurar su 99° período de sesiones con un discurso acerca de la marcha de la Nación, del cual se reproducen aquí párrafos claros e inequívocos que demuestran que antes del conflictivo acto de esa misma tarde, 1 de Mayo, “el escarmiento” era una decisión inmodificable.

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Ante la Asamblea Legislativa Perón dijo: “Agentes del desorden son los que pretenden impedir la consolidación de un orden impuesto por la revolución en paz que propugnamos y aceptamos la mayoría de los argentinos. Agentes del caos son los que tratan inútilmente de fomentar la violencia como alternativa a nuestro irrevocable propósito de alcanzar en paz el desarrollo propio y la integración latinoamericana, únicas metas para evitar que el año 2000 nos encuentre sometidos a cualquier imperialismo. […] Superaremos esta violencia, sea cual fuere su origen. Superaremos la subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptados. Los combatiremos con nuestras fuerzas y los derrotaremos dentro de la Constitución y la Ley. Ninguna victoria que no sea también política es válida en este frente”.

Mientras el General hablaba en el Congreso, los sectores antagónicos, aquellos a los que les estaba dedicando el líder párrafos encendidos de su discurso, se congregaban en el costado norte de la Plaza de Mayo (el de la Catedral y el Banco Nación), quedando centro y sur colmados desde hora temprana por sindicatos y agrupaciones ortodoxas junto a simples adherentes al oficialismo sin sutiles matices. Tal como habían pactado con los sectores convocados, los de la Tendencia concurrieron sólo con banderas y pancartas celestes y blancas, pero —pasados los controles policiales— sacaron sus aerosoles y pintaron sobre los colores patrios Montoneros, JP, JUP, JTP, La sangre derramada no será negociada y cosas por el estilo. Los lemas y los cánticos confrontativos volaban a coro de manera creciente de un sector a otro, y la agresividad iba en aumento. La izquierda proclamaba “¡Perón, Evita, la Patria socialista!”, contestándole la ortodoxia con su “¡Perón, Evita, la Patria peronista!”. Retrucaba la Tendencia: “Vamos a hacer la Patria peronista: vamos a hacerla montonera y socialista!”. Y reanimaban los históricos su vieja definición: “Ni yanquis ni marxistas: peronistas.” Unos amenazaban: “Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical”. Y la vereda opuesta replicaba: “Se va a acabar, se va a acabar, los Montoneros y las FAR”. El dudoso aserto “Si Evita viviera sería montonera” fue modificado por un provocativo “Si Evita viviera, Isabel sería copera”, que por respuesta recibió el cántico de “No rompan más las bolas, Evita hay una sola”. Cuando el animador Antonio Carrizo anunció que la vicepresidente coronaría entre

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veinticuatro princesas provinciales a la Reina Nacional del Trabajo, María Cristina Fernández (cualquier semejanza en nombre y apellido con una futura presidente que dijo haberse ido de la plaza con su pareja en aquel histórico día es pura coincidencia), la Tendencia reclamó: “No queremos carnaval. ¡Asamblea popular!”. Carrizo pidió un minuto de silencio por la compañera Evita y los caídos en la lucha de liberación, y sólo logró más ruido: “Evita presente en cada combatiente”, seguido de un redoble de tambor que introdujo a Montoneros en el ritual de invocar a sus muertos, respondiendo a cada nombre con el grito de “¡Presente!”. Cuando el general Perón quiso iniciar su discurso, también fue interrumpido por la interpelación montonera: “¿Qué pasa, qué pasa General, que está lleno de gorilas el Gobierno Popular?”. Con el enojo inocultable que le provocó la transformación del clásico diálogo con el pueblo en una retahíla de reproches y repudios a su gestión e insultos a su mujer, Perón —entre otras cosas— dijo: Hace hoy diecinueve años que, en este mismo balcón y con un día luminoso como éste, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. Fue entonces cuando les recomendé que ajustasen sus organizaciones porque venían días difíciles. No me equivoqué ni en la apreciación de los días que venían ni en la calidad de la organización sindical [se corea desde la izquierda “Rucci traidor, saludos a Vandor”], que se mantuvo a través de veinte años pese a estos estúpidos que gritan. Decía que a través de estos veinte años las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles y hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años. […] Quiero que esta primera reunión sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica y han visto caer a sus dirigentes asesinados sin que todavía haya tronado el escarmiento. […] Ahora resulta que, después de veinte años, hay algunos que todavía no están conformes con todo lo que hemos hecho. [Gritos a coro: “Conformes, conformes, conformes General, conformes los gorilas, el Pueblo va a luchar”.] Los días venideros serán para la reconstrucción nacional y la liberación de la Nación y del pueblo argentino. […] Y en esta tarea está empeñado el gobierno a fondo. Será también para la liberación, no solamente del colonialismo que viene azotando a la República a través de tantos años, sino también de estos infiltrados que trabajan adentro y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan desde afuera, sin contar que la mayoría de ellos son mercenarios al servicio del dinero extranjero.

Ante el deslucido papel de los Montoneros —“el Circo de Moscú”, como los llamaban los nacionalistas—, captado además por la TV nacional e internacional, el jefe de la organización en el lugar —El Vasco o El Lauchón Horacio Alberto Mendizábal Lafuente (a) “Hernán” (a) “Mendicrim”— dio orden de plegar las

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pancartas (que usaron para defenderse de las contrarias) y replegarse por donde habían venido: Plaza San Martín, Retiro. Al comenzar la retirada, cada vez más presurosa, las alicaídas huestes de “estúpidos e imberbes” coreaban: “¡Boludos, imberbes y boludos! Servimos a una muerta, a una puta y a un cornudo”. Y: “Aserrín, aserrán, es el Pueblo que se va”. En el límite entre el ala gremial y la columna entrista estaba ubicado el Sindicato de Gastronómicos y Afines, de lucida actuación para acelerar la evacuación —entre espontánea y forzada— de los Montoneros. La presencia notoria de integrantes de la Juventud Sindical, el Comando de Organización y otros elementos “pesados” exhibiendo armas largas en los techos de la Catedral y otros edificios, contribuyó a que ninguna de las partes utilizara las armas de fuego que hubieran desencadenado una nueva masacre. No es cierto que el repliegue Plaza de Mayo-Retiro haya sido espontáneo ni que haya dejado un vacío importante, como se sigue aseverando. “Vicente Solano Lima hizo todos los esfuerzos del mundo por tender puentes con la JP, sacar gente de la subversión, de eso no cabe duda. Desde el gobierno intentaba dar el marco para que esta gente tuviera con quién y dónde charlar. Pero después pasaron cosas como Plaza de Mayo. Lima estaba en el balcón, cerca de Perón, como se ve en las fotos de ese día, está con cara preocupada. Perón cuando sale, le pregunta: ‘¿Y? ¿Qué le parece?’, y Lima hace un gesto como que no le gustaba la situación. ‘Está bien, bien, no se preocupe, ya van a volver’, le respondió Perón”.1

El terrorismo no para ni en la Fiesta del Trabajo El 1 de mayo, el ejecutivo americano Víctor Eduardo Samuelson se fue de la Argentina, junto a su mujer y con destino a Cleveland, Estados Unidos. El mismo día, el PRT-ERP amagó un ataque al Grupo de Artillería de Defensa Antiaérea (GADA) 141 en San Luis como ensayo para el que lanzaría con todo el 21 de ese mes. Al amanecer del día 2, un sector de las FAP, no integrado a las fusionadas FARMontoneros, atentó contra el Banco Comercial del Norte, la Philips y una concesionaria Fiat. El mismo día, en Córdoba, una bomba puesta por el PRT-ERP detonó en otra concesionaria Fiat y el abogado de terroristas Alfredo Alberto Curutchet (“ejecutado” por la AAA el 10 de septiembre de 1974) presentó allí un pedido de hábeas corpus en favor del también erpiano Juan Martín Guevara de la Serna (a) “Jorge”, hermano menor del Che, detenido en esa ciudad por portación de

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una cédula de identidad falsa —N° 8.217.788 a nombre de Victoriano Rojas—. Había llegado hasta allí proveniente de Cuba “para encontrar trabajo” (sic). Una vez puesto en libertad, formó un trío homicida con Oscar El Pato Ciarlotti y la mujer de éste, La Pupi María Magdalena Nosiglia (a) “Teniente Nora”, desbaratado en Rosario luego de asesinar al subjefe policial de Villa Constitución, comisario inspector Telémaco Ojeda, el 23 de marzo de 1975. También estallaron bombas en dos casas de Corrientes capital, una de ellas contra la vivienda del dirigente gastronómico Pastor Obregón, en aparente represalia por las agresiones de su gremio a miembros de la Tendencia la tarde anterior en Plaza de Mayo. La violencia posterior al 1 de Mayo no cedía: hubo otro atentado con explosivos en Lanús contra una concesionaria Fiat, blanco preferido del PRT-ERP en la agenda de extorsionar con un “impuesto revolucionario”. También fueron capturados tres miembros de dicha organización con un cargamento de armas, entre las cuales se recuperó la que pertenecía al asesinado cabo 2° de Prefectura José Luis Braga, robada en Zárate el 12 de marzo anterior. Hugo Hansen y Liliana Ivanoff, militantes de Montoneros, murieron en un ataque de las Tres A a una Unidad Básica de su colateral laboral JTP. El 3 de mayo, el diario oficialista Mayoría publicó dos solicitadas en torno al acto del 1 de Mayo: una del ministerio de Trabajo congratulándose por la “fiesta del pueblo” —sin aludir a incidente alguno y agradeciendo la “delicada presencia de la compañera vicepresidente de la Nación, Excma. Sra. María E. de Perón” (sic)— y otra de la UOM contestando las injurias coreadas contra sus añorados Rucci y Vandor. Hubo seis bombas en el ámbito capitalino, en dos concesionarias Ford y una Peugeot, en una oficina de Finanfor y otra de Kodak así como en una sucursal del Banco de Londres; volaron las oficinas del ingenio San Martín del Tabacal en Salta; en Bahía Blanca detonaron bombas en los domicilios de un profesor de la UTN (Universidad Tecnológica Nacional) y del dirigente de la UOCRA Pedro Eladio Juárez; en la Facultad de Derecho de la UBA, el ex camarista y profesor Francisco “Pancho” Bosch fue interrumpido en plena clase y amenazado con armas por el PRT-ERP; y en Beccar hubo un atentado más contra el trotskista PST. Fue asesinado en Monte Grande, el día 4, el asesor del Sindicato de Obreros Ceramistas Ricardo García, y detonó una bomba en una unidad básica de la JP en Merlo. El 5, fracasó una “opereta” de acción psicológica del PRT-ERP en Córdoba: en la plazoleta de la esquina de 27 de Abril y El Recado, sus combatientes cortaron el alumbrado público y se robaron la bandera nacional del mástil, izando la erpiana,

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inspirada en la del Viet Cong. Cuando llegaron las autoridades, el vecindario ya había reconectado la luz y arriado la divisa, que fue instantáneamente destrozada y quemada, izándose otra argentina aportada anónimamente. En las primeras horas del día 6, la policía bonaerense sufriría varias bajas. La dotación del patrullero B 182.523 del Comando Radioeléctrico de Castelar tenía la pulcra pero fatídica costumbre de lavar su automóvil en la calle, cerca de la metalúrgica Santa Rosa en San Justo. El cabo Nicomedes Díaz había ido a llenar el balde de agua, lo que le salvó la vida: en su ausencia, unas quince personas en tres vehículos cercaron el patrullero estacionado y lo ametrallaron, matando en el acto al sargento Eliseo Anatole Torres y al agente Emilio Ricardo Nagel, y dejando con heridas gravísimas al agente Pablo Antonio Noir. Al mismo tiempo, en La Plata, otro grupo asesinó al novel agente Adolfo Isidoro Rivas cuando iba a tomar servicio, simplemente para robarle el arma y el correaje, condición impuesta por Montoneros para “graduarse”. En Paso del Rey también le robaron el arma al oficial inspector Pedro Ramón Reynoso, pero lo dejaron con vida. En los diarios del día siguiente se publicó una lista de treinta y tres magistrados de la Justicia Nacional que fueron cesanteados por carecer del necesario acuerdo del Senado; entre ellos estaba el camarista en lo civil y comercial especial Felipe Carlos Solá. Cuatro civiles no identificados provocaron un hábeas corpus en la UBA al llevarse al secretario de Asuntos Estudiantiles de la Facultad de Filosofía y Letras, el montonero Sergio Rodolfo Puiggrós Lapacó (a) “Federico” (nombrado por su hermana Adriana, bajo el rectorado del padre de ambos, Rodolfo); una vez reaparecido, participó en el cruento ataque al Regimiento 29 de Infantería de Monte en Formosa (5 de octubre de 1975). La Cámara Federal de San Martín dictó prisión preventiva contra los montoneros Alberto Miguel Camps Miresky (sobreviviente de Trelew), su mujer Rosa María Pargas Fleitas (a) “Mirta”, Eusebio de Jesús Maestre (hermano del ultimado Juan Pablo), Luisa Irma Galli de Platkowski y Carlos Enrique Arias Solanes, capturados el 17 de abril en allanamientos simultáneos en Hurlingham, Castelar y General Sarmiento con documentación falsa, armas y explosivos. Asimismo, el día 7 fue volado en Beccar un local del Partido Socialista de los Trabajadores, llevándose los atacantes a su ocupante, Inocencio Fernández (a) “El Indio”, cuyo cadáver apareció en un baldío de la lejana localidad de Campana al día siguiente.

En aquella primera semana del mes de mayo, las carteleras ofrecían —a

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quienes no les alcanzó para entretenerse la abundancia de noticias importantes — películas que merecen recordarse como El golpe, con Paul Newman y Robert Redford, Papillon, con Steve McQueen y Dustin Hoffman, Serpico, protagonizada por un juvenil Al Pacino, un éxito que llevaba varias semanas en cartel. La Patagonia rebelde, de Héctor Olivera, tras haber sido vista en privado y criticada por el propio Perón, seguía esperando la aprobación de un renuente Ente Calificador para poder estrenarse, cosa que ocurriría en junio. Perón se disgustó también con un programa radiofónico del ministerio de Cultura y Educación y se lo hizo saber a su titular y amigo, Jorge Alberto Taiana. Se trataba de Ruidos en la cabeza, emitido por LR 2 Radio Argentina y protagonizado por Naúm Normando Brisky —el actor y montonero Norman Briski— y Ana Amado, con loas al Che Guevara, a Inti Peredo y personajes por el estilo. Otro ejemplo de comunicación social poco viable había sido El Diario de los Niños, de distribución gratuita en todas las escuelas del Estado, a cargo de Mario Mactas, Carlos Ulanovsky y otros redactores de la audaz revista Satiricón, proyecto frustrado cuando funcionarios responsables pudieron conocer el número cero del proyecto.

En un solo día, 8 de mayo, detonaron bombas en la UTN y en locales de agrupaciones políticas en Buenos Aires, Cinco Saltos (Río Negro), Bahía Blanca y Posadas (destruyendo allí la casa y el coche de un diputado de la JP). En la madrugada fue ametrallada la casilla de guardia de Prefectura en el puerto de Olivos, con el saldo de un cabo 2° y un marinero gravemente heridos. En su gira por países comunistas, el veterano afiliado y zar de la economía argentina José Ber Gelbard pasó de “la casa matriz” (como llamaban a la URSS) a su tierra natal, Polonia. Una delegación de la montonera JP de las Regionales encabezada por Juan Carlos Dante Gullo, José Pablo Ventura (a) “Rafael” (JUP), el ex diputado Roberto Vidaña, Mario Marzocca (JTP) y el periodista Diego Olivé concluyó su visita a Cuba. El 9, víspera de la partida de La Habana, el Canca Gullo declaró que se había llegado a un acuerdo con la Unión de Jóvenes Comunistas para convocar un encuentro latinoamericano de juventudes antiimperialistas, propuso un frente para la liberación del continente e intentó restar importancia al choque y ruptura pública de la Tendencia Revolucionaria con su aparente líder histórico. Dijo que la decisión “espontánea” de retirarse de la Plaza de Mayo fue para “expresar el rechazo a la permanencia en el

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gobierno de sectores reaccionarios, gorilas y proimperialistas que desvirtúan el proceso popular y propician un enfrentamiento para eliminar a los sectores revolucionarios”. La nota a Gullo fue publicada con copyright compartido por Prensa Latina y La Opinión. Y, para completar la reseña sobre el bloque soviético, la misión económico-financiera encabezada por Gelbard trasladó sus tratativas a Praga, por entonces la capital de la luego escindida Checoeslovaquia. El diario La Opinión de Jacobo Timerman publicó el viernes 10 una entrevista realizada en París por José Luis Jover a Julio Florencio Cortázar (a) “Mariano” (su nombre de guerra en la JCR), levantada de la revista española Triunfo, en la cual el autor antes argentino —nacido en Bélgica pero naturalizado francés— de obras como El libro de Manuel ofreció su lectura del quiebre público del 1 de Mayo: “Es obvio que el actual gobierno ha dado un golpe de timón muy marcado hacia la derecha”. Para el gran beneficiario del boom literario latinoamericano, la gran esperanza de la Argentina se frustró con la salida de Cámpora, porque Perón “volvió demasiado pronto”. Cortázar anunció un libro antipinochetista que escribiría en francés —Chili: le dossier noir— con la colaboración de (Jules) Régis Debray (a) “Danton” (a) “Fabrizio”, Alain Touraine, Raúl Silva Cáceres, Saúl Yurkievich, Rubén Barreiros, Miguel Rojas “y algunos otros que se me quedan en el tintero”. Allí afirmó también que había cambiado la creación literaria por el trabajo político, “porque decir las cosas que Borges dice en defensa de los Estados Unidos me parece imperdonable”. El Boletín Oficial publicó el 10 de mayo el decreto 1350 fechado el día 3: “Declárase comprendido dentro de las previsiones de la Ley 20.508 [sobre amnistía, restituciones de grados y ascensos] el pase a situación de retiro de la Policía Federal dispuesto el 3 de abril de 1962 [doce años antes, con el grado de cabo, que no se menciona] de don José López Rega y promuéveselo al grado de Comisario General en situación de retiro a partir de la fecha del presente Decreto”.2 El Centro de Jefes y Oficiales Retirados de la PFA presidido por el comisario inspector (R) Antonio Barra (padre de un futuro alto funcionario menemista) emitió un comunicado basando el decreto (cuestionado por editorialistas y comentaristas) en la ley 14.519 del 29 de septiembre de 1958 que amparó a empleados públicos separados de sus cargos por causas políticas desde 1930. No se limitó a invocar la legislación, sino que enumeró una serie de “méritos”: “Es perito mercantil; domina los idiomas inglés, francés, italiano y portugués; es pintor y escultor…”. Ese mismo día 10 fue asesinado en un ataque de terroristas entristas a la Unidad Básica “Eva Perón” de Rivera Indarte 925, Flores, el nacionalista Carlos Castellacci,

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militante del Comando de Organización. También se produjeron varios allanamientos en City Bell y en locales platenses de colaterales de Montoneros (JP, JUP, AE, JTP), en los que se encontraron diversos equipos de comunicaciones, gran cantidad de armas y municiones, textos marxistas y documentación que comprometía a Mirta Liliana Chiernajowsky (a) “Mi-Li” (luego mujer de Nicoletti y después segunda dama casada con el vicepresidente Chacho Álvarez), Carlos Domingo Della Nave, Paula María Janhi y Alicia Edith Melconias. En la misma zona, Ricardo Balbín triunfó en las internas provinciales de la UCR, duplicando con su Línea Nacional los votos de Raúl Alfonsín, su rival de Renovación y Cambio. El 11 de mayo comenzó mal y terminó peor. Por la mañana, quienes nos divertíamos con sus inimitables “sanatas” dejamos súbitamente de sonreír: con la muerte de Fidel Pintos se terminaron sus memorables improvisaciones. Veterano actor de teatro, cine, radio y verdadera estrella de la televisión con Polémica en el bar; Perón llegó a mencionarlo en un discurso. Trabajó en el teatro Astros con Nélida Roca y Susana Giménez hasta la noche anterior a su muerte. El día 13, la designación efectiva del jefe y subjefe interinos de la Policía Federal Argentina, comisarios generales Alberto Villar y Luis Margaride, resucitados de su retiro por Perón, fue un clarísimo indicador de los tiempos que se venían. Al día siguiente, martes 14, el teniente general Perón amaneció con nostalgias de su vida cuartelera. Iba a visitar el Colegio Militar donde se formó, aunque no fuera físicamente el suyo. Lo acompañaron su mujer, el comandante general Leandro Enrique Anaya —hijo y sobrino de camaradas de toda la vida— y las autoridades del instituto. El capellán P. Martina pidió permiso para hablarle al “cadete Perón de la Promoción XXXVIII” y todo resultó muy simpático y emotivo. Después de estar años excluido del Ejército, ver su nombre en la columna correspondiente le daba tanto placer como conversar con militares en la Casa Rosada o en Olivos: se había criado con ellos desde los quince años. Ese día regresó Gelbard de su misión a los países comunistas, lo habían acompañado Julio Broner, su sucesor en la CGE (el de los tocadiscos Wincofón) y —para compensar— Adelino Romero por la CGT, el ex presidente interino Raúl Lastiri e Ítalo Luder, presidente provisional del Senado. En la madrugada del 15 fue abandonado en el barrio porteño de Liniers el coronel Florencio Emilio Crespo, secuestrado por el PRT-ERP y retenido durante ciento noventa días pese a encontrarse gravemente enfermo. Le entregaron dos mensajes: uno sobre el ya concluido caso Samuelson y, otro, sobre el teniente coronel Ibarzábal: “No lo consideran prisionero de guerra”, cosa que demostraron al asesinarlo tras diez

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meses de cautiverio y penurias. Tan pronto se supo que Pinochet se reuniría con Perón, hubo marchas de protesta y repudio no exentas de violencia y destrozos.

• Tras romper con Montoneros es asesinado el Padre Mugica El sacerdote diocesano Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe vivió hasta el día de su ejecución en casa de sus padres —el ex canciller Adolfo y Carmen Echagüe— y sus hermanos en la corta calle Gelly y Obes, cerca de Las Heras. Su vecindario era acaso el menos concordante con el de su ámbito misional, en la Villa Miseria 31 del barrio de Retiro, dominado por el MVP (Movimiento Villero Peronista), colateral de Montoneros. A comienzos de los 60 Mugica fue el mentor espiritual del Centro de la Juventud de Estudiantes Católicos en su colegio, el Nacional de Buenos Aires, siguiéndolo Abal Medina, Ramus y Firmenich, entre otros. Con ellos publicó la revista panmarxista Cristianismo y revolución. En 1967 viajó a Bolivia para bregar por la libertad de los compañeros apresados del Che —Régis Debray (su entregador) y Ciro Bustos — y viajó a Cuba, donde fue visto por el jefe de la custodia personal de Salvador Allende, el ex mirista Max Marambio.3 En el Mayo Francés de 1968 estuvo en París (como Santucho y otros militantes todavía trotskistas) y en septiembre compartió en la CELAM de Medellín el manifiesto de los obispos y del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. En 1970 defendió a quienes asesinaron a Aramburu —especialmente al sacerdote berlinés apresado Alberto Carbone— e hizo los elogios fúnebres de otros magnicidas caídos. El 2 de julio de 1971 detonó una bomba en su casa paterna mientras era fotografiado dando misa en su capilla villera de Cristo Obrero con una bandera de Montoneros detrás del altar. El 16 y 17 de noviembre de 1972 viajó en el anunciado “avión negro” que trajo a Perón en su primer regreso al país. En los comienzos del “gobierno popular” fue un habitué, invitado importante que podía ir de audiencias de tercermundistas en la Casa de Gobierno al postergado estreno de La Patagonia rebelde. Pero el distanciamiento (y posterior ruptura) de la “orga” con Perón marcó un punto de inflexión que lo llevó a entrevistarse con José López Rega. Tras la reunión, dijo al periodismo haber reconocido ante el ministro que él siempre había sido peronista, como había creído que lo eran

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los Montoneros, que no aceptaba el marxismo y actuaría siempre en bien de sus hermanos villeros. En su edición del 28 de marzo de 1974, la revista Militancia de Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, lo condenaba a la “cárcel del pueblo”, en una sección cuyos protagonistas fueron asesinados o sufrieron atentados. Comenzarían allí las amenazas, comentadas por él mismo a parientes y amigos, atribuyéndolas a Montoneros. Los dichos habrían de concretarse el 11 de mayo al anochecer. Mugica salía de oficiar la misa vespertina en la parroquia San Francisco Solano, Zelada 4771, acompañado por tres amigos — Ricardo Capelli y una pareja—, cuando un joven se le aproximó y le disparó cinco balazos que lo hirieron de muerte. Un cómplice que aguardaba junto al coche en que huyeron le tiró en ráfaga para rematarlo, hiriendo a Capelli. Ambos fueron llevados al Hospital Salaberry, donde el tercermundista Jorge Vernazza alcanzó a darles la extremaunción antes de que Mugica muriera desangrado. Capelli fue trasladado al Hospital Rawson y pudo sobrevivir. El cura villero fue velado primero en el sitio en el que lo mataron y luego en su capilla, en cuyos alrededores fueron acumulándose desde costosas coronas hasta humildes ramilletes, suscitándose un problema con un arreglo floral enviado por Montoneros, al que los vecinos intentaron destruir, lo que derivó en una paliza al diputado Leonardo Bettanin y a Juan Carlos Añón (JP de las Regionales), golpeados al grito de: “¡Traidores! ¡Asesinos!”. Además de unos cincuenta sacerdotes tercermundistas que concelebraron una misa de cuerpo presente, acudieron el cardenal primado Antonio Caggiano y su arzobispo coadjutor Juan Carlos Aramburu. Entre los parientes y amigos se vio a los viejos nacionalistas Arturo Jauretche y Marcelo Sánchez Sorondo. El entierro en la Recoleta fue por la tarde del lunes 13. Años después sus restos fueron trasladados a la cada vez más poblada Villa 31. El martes 14 de mayo, Jacobo Timerman firmó un artículo en la tapa de La Opinión, en el que relató su último encuentro con Mugica, el 7 de mayo. En uno de sus párrafos revelaba: “Me dijo que recibía constantes amenazas de muerte, que estaba convencido que esas amenazas procedían de Montoneros y que no eran desconocidas para Roberto Quieto y Mario Firmenich”. En Volver a matar se publicaron los dichos de Rodolfo Galimberti acerca de que él había tomado parte en el asesinato de Mugica. Como se esperaba, un allegado al jefe Montonero dudó de la información, con datos que en aquel

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momento no era preciso revelar. Galimberti contó lo referido durante una reunión en el centro de refugiados SKN de Ámsterdam y en la casa de Cloti, una holandesa colaboradora de dicho centro, que tres días más tarde se fue a vivir a España. De los dichos del Loco hay cinco testigos en Buenos Aires, dos mujeres y tres hombres. Más no interesa revelar; lo que importa es escribir la historia… que no se puede volver atrás. Como nota al margen se puede decir que Miguel Ángel Castiglia (a) “Antonio Nelson Latorre” (a) “Pelado Diego”, oficial montonero, dijo en los sótanos de la ESMA que la organización había asesinado al cura Mugica. Se hace la aclaración con una salvedad: no se sabe en qué condiciones lo dijo (aunque después fue funcionario del SIN en Algeciras y en la ONU), pero Galimberti lo afirmó estando libre, lejos de cualquier peligro, en la apacible Ámsterdam.

Perón recibe a Pinochet Después de casi veinte meses de gobierno en Chile, el 14 de mayo de 1974, el general Augusto Pinochet Ugarte realizó su primera visita de Estado a Paraguay. Si la idea era dar una señal de reconocimiento, en realidad la primera salida debió ser hecha a Brasilia y no a Asunción. El golpe del 11 de septiembre de 1973 contó con mucha más colaboración del régimen militar brasileño que cualquier otro país de América Latina. Los que vivieron en Santiago de Chile durante los días finales del gobierno Allende saben bien que el embajador brasileño Antonio Cándido da Cámara Canto fue considerado el quinto miembro de la Junta Militar por su cercanía al nuevo gobierno. De todas maneras, durante su estadía en Asunción, Pinochet declaró a su colega paraguayo General Honoris Causa del Ejército de Chile. Una vez terminada su visita a Asunción, Pinochet emprendió viaje a Chile, pero antes tocó suelo argentino —el 16 de mayo—, el de la Base Aérea de Morón, sede de la VII Brigada, cuyo comandante era el comodoro Jesús Orlando Capellini. Muchos años más tarde, Capellini recordó que fue avisado muy pocas horas antes del arribo y tuvo que acondicionar el lugar en tiempo récord. La cumbre Perón-Pinochet se realizó en la biblioteca de la Base Aérea, que se había terminado de pintar la noche anterior. Como estaba desprovista de adornos,

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Capellini trajo de su casa una alfombra y unas artesanías del Congo que había adquirido en 1961, cuando volaba para una misión de Naciones Unidas.4 La cita mereció cabildeos y gestiones paralelas. Una de ellas la cumplió el asesor de Pinochet, Álvaro Puga, un mes antes, a mediados de abril, ocasión en la que se entrevistó con Perón. Hablaron en términos generales de una “agenda abierta”: cuestiones de seguridad, temas comunes y del proceso del Beagle que se estaba desarrollando en La Haya. Preguntado Puga si recordaba los términos de la conversación que mantuvo con Perón, sólo dijo que cuando se habló del Canal de Beagle, el presidente argentino comentó que esa cuestión no podía dividir a Chile y Argentina y, a modo de humorada, agregó: “En todo caso la jugamos a las chapitas”.5 Al encuentro de Puga le siguió el viaje a Chile del jefe de Inteligencia del Ejército, general Carlos Dalla Tea, quien antes de viajar mantuvo una prolongada conversación con Perón.6 Algunos tramos de ese encuentro pueden leerse en Perón, de Carlos A. Fernández Pardo y Leopoldo Frenkel, y en las propias Memorias de Pinochet. En la intimidad, Perón se sentía “cubierto” por el gobierno de la Junta Militar (tal como le confesó al joven médico Pedro Ramón Cossio), porque Chile no era ya un santuario para la extrema izquierda argentina. Sus pasos fronterizos estaban medianamente bien protegidos de ambos lados. De todas maneras, Pinochet expresó su preocupación por la instalación de numerosos asilados chilenos cerca de la frontera, lo que obligaba a sus fuerzas de seguridad a mantenerse en estado de alerta. Perón se comprometió a trasladarlos a zonas más alejadas y para tranquilizarlo le dijo: “Perón tarda, pero cumple”. Debe recordarse que ya se había realizado bajo la dirección del comisario general Alberto Villar la primera reunión de coordinación de las fuerzas de seguridad del Cono Sur, en febrero de 1974. Luego de casi dos horas de reunión, Pinochet continuó rumbo a Santiago. La cumbre provocó numerosas declaraciones de repudio de parte de los sectores democráticos progresistas y no progresistas, y hasta algunas manifestaciones de la JP. La Legislatura de Buenos Aires trató una declaración de protesta que mereció que su titular, el justicialista Miguel Unamuno (más tarde ministro de Trabajo de Isabel Perón), fuera reconvenido por el propio presidente de la Nación: “Mire Unamuno, yo soy el presidente de la Nación y tengo dos misiones fundamentales, encargarme del gobierno del país y de las relaciones exteriores. Ustedes, que son concejales, tienen otras tres misiones. ¿Sabe cuáles son? Alumbrado, barrido y limpieza... Che, Unamuno, no jodan más con Pinochet”.7

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La primera quincena de mayo ofreció un plato fuerte del cine argentino para paladares poco exigentes: se estrenó Quebracho, filme que planteaba las injustísimas y vejatorias situaciones individuales y colectivas que puede infligir una empresa multinacional como La Forestal. Para que no hubiese equívocos, Héctor Alterio, Osvaldo Bonet, Juan Carlos Gené, Cipe Lincovsky, Luis Medina Castro, Lautaro Murúa, Héctor Pellegrini y Walter Vidarte garantizaban la pureza del mensaje. Además, en los cines de barrio se exhibía junto a La vuelta de Martín Fierro, con Heraclio Catalín Rodríguez (Horacio Guarany), lo cual podía ayudar a que el público identifique al prototipo del gaucho rioplatense con el lastimero ¡Pobre del pobre que no luche!... El 17, Día de la Armada, se celebró con un multitudinario acto en Puerto Belgrano. Lo presidieron Perón, la vicepresidente y varios integrantes del gobierno, y allí leyó un largo discurso el almirante Emilio Eduardo Massera, de quien el viejo general supo decir: “Se equivocó de tren: en vez de ir al Palomar [al Colegio Militar de la Nación] tomó el de Río Santiago [la Escuela Naval Militar]…”. Como último ramalazo de manifestaciones y atentados contra la fugaz visita de Pinochet, en Rosario se hizo volar buena parte de las oficinas de LAN. Ante unos tempranos conatos de guerrilla rural del PRT-ERP en el monte tucumano, con una concentración de seiscientos efectivos, tanquetas, helicópteros y apoyo logístico del Ejército, comienza el 19 de mayo la primera operación antisubversiva a cargo de la Policía Federal y la Policía de la Provincia. Dada la presencia de campamentos guerrilleros en las cercanías de Lules, Monteros y el ex ingenio Santa Lucía, se instaló una base táctica en Famaillá. El procedimiento duró seis días, dos campamentos fueron arrasados y unos cincuenta individuos fueron capturados con armamento y documentación, además de descubrirse una “cárcel del pueblo” en Bulnes 824 y un arsenal, depósito e imprenta en Montevideo 337 de San Miguel de Tucumán. Al día siguiente, el radio de acción en el monte tucumano se extendió a otros poblados como El Rodeo, Sauce Huacho, El Filo, Potrero de las Tablas y el antiguo ingenio San José. En Mendoza, el gobernador izquierdista Alberto Martínez Baca asistió a un acto convocado por Montoneros, en el cual se cantó: “No somos fachos, no somos extremistas, somos las Fuerzas Armadas Peronistas”. Mientras, el país perdió ese 20 de mayo a uno de sus más grandes historiadores: el sacerdote jesuita Guillermo Furlong. Sus colegas más destacados ponderaron durante su entierro varias obras suyas que han marcado rumbos en el estudio de nuestro pasado.

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El martes 21, el PRT-ERP intentó copar el cuartel del Grupo de Artillería Defensa Antiaérea 141 de San Luis, operación que había ensayado semanas antes, pero sus cuadros fueron puestos en fuga por los defensores del cuartel. Llegaron el 22, por fin, el Canca Gullo y su comitiva de la JP de las Regionales de su gira por Cuba, Perú y Panamá. Sus huestes coreaban en Ezeiza “Dante Gullo ya lo dijo: un saludo pa’ los montos de Fidel y de Torrijos”. O, cambiándole la letra a la “Marcha peronista”: “Con el fusil en la mano / y Evita en el corazón / Montoneros, Patria o Muerte, / dan la vida por Perón”. La víspera de la fiesta patria recibió a modo de saludo una bomba que destruyó un local de la JTP montonera en Catamarca 2241, en Santa Fe de la Vera Cruz. Ese viernes 24 fue el elegido por el PRT-ERP para realizar acciones de propaganda mediante la distribución de Estrella Roja y El Combatiente en transportes públicos y con cintas magnetofónicas reproducidas desde coches robados, sin hallarse bombas ni cazabobos. Punto y aparte para decir que ese mismo día se apagaba en Harlem, a los 75 años, el nombre fundamental de un jazz culto, moderno, elegante e inimitable, Duke Ellington, dejando tras de sí unas novecientas composiciones para piano y orquesta. Lo llevarían el 27 al cementerio del Bronx para enterrarlo junto a sus padres, previo paso por el célebre Apollo Theater. El 25 amaneció frío y lluvioso, como aquel de 1810. Tal vez influyera en el ánimo de una minoría conocedora la muerte de Arturo Jauretche, conservador de joven e yrigoyenista después, voluntario en 1933 en los combates de San Joaquín y de Paso de los Libres, fundador de FORJA en 1935 y del peronismo en 1946, autor de Los profetas del odio y El medio pelo en la sociedad argentina, entre otros libros que exponen lo más íntimo y lo más descarado de nuestra gente. No fue un mal día para irse, cuando ese gobernante al que él quería y que lo había hecho director de Eudeba estaba recibiendo los saludos oficiales en la Casa de Gobierno y en la Catedral, tras el tedeum. Por su parte, la Tendencia Revolucionaria en pleno, con la JP a la cabeza, intentó llegar a las cárceles de Caseros y Villa Devoto “para reclamar por los presos políticos y recordar la liberación ocurrida hace un año”, pero impenetrables cordones policiales lo impidieron: hubo cacheos con unas doscientas cincuenta detenciones, y secuestro de setenta bombas molotov y propaganda del PRT-ERP, prohibida por estar declarado ilegal. Sólo una bomba quedaría marcada en el calendario el 26 de mayo, cuando la media

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era de varias al día. Esta vez sería en la avenida del Libertador 2542, Victoria, casa del doctor Luis Alberto Viaggio, un médico afiliado al Partido Comunista. Esa noche Holanda venció a la Argentina por 4 a 1, acentuando la preocupación por el Mundial que comenzaría en junio. Al día siguiente, 27, una bomba explotó en el primer piso de la CGT, otra en un coche estacionado cerca de allí, en el puerto, y otra más en una sucursal del Banco de Galicia, en Directorio 551. En circunstancias más apacibles, Valery Giscard d’Estaing —aparente descendiente de Luis XV— asumió como presidente de la V República Francesa. Quizás para desahogar algún que otro resentimiento antifrancés, en Buenos Aires explotaban bombas en dos concesionarias de Renault, en avenida La Plata 1954 y en Bosch Motors, Dorrego 675. En la madruga del 28, fue tiroteada la Unidad Básica “Isabel Perón” perteneciente al CdeO en Alem 371, Ramos Mejía, causando dos heridos y daños materiales. En la esquina de Lavalle y Uruguay, un automóvil fue volado mientras que, en otros dos situados enfrente, detonaban cargas lanzapanfletos con propaganda del PRT-ERP. Más trágicamente, tres terroristas balearon en La Tablada a dos tripulantes de un móvil policial, asesinando al agente Héctor Argentino Merino e hiriendo gravemente a su par Mario Anatrella; consumado el ataque, abandonaron en el lugar todas las armas utilizadas.

• El Día del Ejército El 29, Día del Ejército, marcaba el quinto aniversario del Cordobazo, el cuarto del “Aramburazo” (secuestro y asesinato del ex presidente Aramburu por los “Camilos” devenidos Montoneros) y el primero de la libertad de los terroristas presos. Nadie quería quedarse atrás en el terreno de las conmemoraciones opuestas. El acto central del Ejército se realizó en el Colegio Militar de la Nación y lo encabezaron los generales Perón y Anaya, más aquellos en servicio activo y retirados para todos los gustos, desde Franklin Lucero y Miguel Ángel Iñíguez hasta Alcides López Aufranc y Jorge Raúl Carcagno. El comandante general Anaya habló de: “Un país agredido por fuerzas ajenas a lo nacional… desde adentro y desde afuera. Esta agresión muchas veces está dirigida a nuestra institución y de ello tenemos el testimonio de heridas que nos angustian: nuestros muertos y, todavía, un jefe [Ibarzábal] en absurdo cautiverio. El Ejército no olvida a aquéllos ni olvida a éste. El

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Ejército contribuirá decididamente a impedir que aquel agresor apátrida logre jamás su objetivo final: la toma del poder y la disolución de las instituciones que conforman la esencia de nuestra nacionalidad”. Perón —un mes antes de morir— soportó de pie, cuadrándose y saludando, los cuarenta y dos minutos que duró el desfile militar. El Cordobazo y uno solo de sus catorce muertos — el obrero mecánico Máximo Mena— fueron recordados por el Movimiento Sindical Combativo en el lugar en el que éste cayó, acto observado pero no interferido por la policía provincial, que finalmente detuvo a unos cuarenta agitadores. En Buenos Aires, sólo el Partido Comunista organizó un acto con la escasa convocatoria que lo caracteriza. La Comisión de Afirmación de la Revolución Libertadora invitó al homenaje anual que se realiza ante la tumba del general Pedro Eugenio Aramburu en la Recoleta. En Tucumán, fueron llamados a declarar veintisiete de los guerrilleros y colaboradores del PRTERP capturados, y en Berisso las FAP no fusionadas produjeron una declaración desafiante. El ubicuo PRT-ERP no se quedó en palabras: atacó — sin éxito— en el Día del Ejército al Batallón de Comunicaciones de Comando 121 en Rosario.

El jueves 30, el PRT-ERP obtuvo un primer (aunque efímero) logro militar de cara a su futuro “foco rural”, pues su Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez — motorizada con una decena de vehículos robados en la ruta 38— entró en Acheral, Tucumán, redujo a los tres policías presentes, arrió la bandera nacional e izó la suya, controló la compañía telefónica y la estación ferroviaria, y arengó a la población y a los clientes de un bar, dándose el gusto de huir rápidamente al monte, aparentemente hacia Niño Perdido. A los seis días de comenzado el procedimiento policial conjunto (federal y provincial), el efecto sorpresa en cada nuevo objetivo ya estaba agotado y todo indicaba que los campamentos cercanos habían sido abandonados en aras de cumplir misiones en otros lugares del país. Un extracto casi estadístico de los atentados terroristas de ese día engloba: dieciocho bombas (diecisiete en concesionarias de autos) en Buenos Aires; dos bombas en Córdoba capital (contra el PST y una casa particular), otra en Cosquín (local de la Tendencia) y otra en Laborde (contra el juzgado de paz y subcomisaría); otras dos más en La Plata (viviendas particulares); en el Talar de Pacheco secuestraron a tres hombres —Mario Domingo Zidda Chessa, Antonio Mario Moses Bechara y Óscar Dalmacio Mesa— de una sede

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del PST y sus cadáveres aparecieron poco después en Tortuguitas; un hombre — Ricardo Moyano— fue baleado en Mar del Plata; y fueron detenidos seis guerrilleros en el sur de Tucumán. El Seleccionado argentino perdió ante la Fiorentina por 2 a 0, ennegreciendo aún más el panorama pre Mundial. Para endulzar tantas píldoras amargas, la pareja presidencial apadrinó el casamiento de una pareja mayor en el asilo de ancianos General Viamonte (actual Centro Cultural) de la Recoleta.

Junio, el mes de las despedidas El 3 de junio se anunció oficialmente que el presidente Juan Domingo Perón iniciaría el jueves 6 una visita oficial de dos días a Asunción del Paraguay. Iba a firmar un convenio de cooperación técnica y científica y a recibir el Collar Mariscal Francisco Solano López de la Orden Nacional al Mérito, pero para Perón significaba mucho más. Era su reivindicación: volvía como presidente de la Nación después de tres décadas. Había estado en Asunción en 1955 cuando fue derrocado por la Revolución Libertadora y tuvo que partir de allí como condición necesaria para que el gobierno de Aramburu enviara un nuevo embajador a Asunción. Al presidente Alfredo Stroessner ya lo había visto en diciembre del ‘72 luego de abandonar Buenos Aires, tras su primer retorno a la Argentina. El mismo día se produjeron dos importantes novedades que recogieron meticulosamente los diarios del día siguiente. Una era la previsible renuncia de Vicente Solano Lima como secretario general de la Presidencia, cargo que ocupaba desde el 12 de octubre de 1973. El 2 de abril de 1974 Lima había sido designado rector “normalizador” de la UBA y la misión le insumía demasiado tiempo como para llevar adelante las dos funciones. Quedó como asesor presidencial, con rango de secretario de Estado, y con su cargo en la UBA. Horas más tarde, por decreto del Poder Ejecutivo, se creó la secretaría de Gobierno que fue ocupada por el coronel Vicente Damasco. La Nación del jueves 6, intentó interpretar la razón de las nuevas designaciones. No fue generosa con Lima al decir que los movimientos que había dado el dirigente conservador “se asemejan a los pasos que podía dar alguien advertido de que la ausencia del doctor Cámpora dejó sin jefe al ala más ruidosa del peronismo”. “De ese señalamiento se infería cuán poderosa podría ser la tentación de un liderazgo con rumor de multitudes para un político cuya vivaz inteligencia estuvo siempre acompañada por un déficit en el apoyo popular. […] Conviene recordar que el doctor

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Lima no ha producido ningún cambio de hombres en el elenco universitario que acompañó al Sr. Puiggrós y, posteriormente, al licenciado Ernesto Villanueva”. En la misma columna, el matutino ponía de manifiesto que Villanueva aceptó el cargo de secretario general de la UBA que le había ofrecido Lima durante una conferencia de prensa brindada en el local de la Juventud Peronista Regional I. La segunda noticia fue la caída del importante depósito de armas de una organización terrorista, como resultado del allanamiento a un galpón de ochocientos metros cuadrados ubicado en la calle La Rioja 763. El operativo fue realizado por efectivos de la Policía Federal encabezados por los comisarios generales Villar y Margaride. En los días siguientes los diarios no informaron a qué organización extremista pertenecía el depósito. Si se hubiera informado que era de “una organización extremista declarada ilegal”, se habría entendido el PRT-ERP. Al no decirlo, se sospechaba que era de Montoneros, aunque se trataba en verdad de un arsenal conjunto de la JCR, a cargo del PRT-ERP, y del MLN-T. En esos primeros días de junio, arreciaron en Córdoba los atentados del Comando Libertadores de América (versión norteña de la AAA) contra locales de gremios de extrema izquierda así como contra el diario La Voz del Interior, entonces dirigido por el marxista Carlos Juvenal. El 5 de junio se anunció que Perón había invitado a Balbín a mantener un nuevo encuentro el sábado 8, y el mismo día La Nación se hacía eco de un proyecto de reforma agraria que se estudiaba en el ministerio de Economía. En Mendoza, el gobernador Martínez Baca fue suspendido por la Cámara de Diputados por la cifra mínima que permitía su constitución: treinta y dos votos. Era el primer paso hacia el juicio político. Caía así otro aliado de la Tendencia Revolucionaria, al que sucedía el vicegobernador Carlos Mendoza, dirigente gremial metalúrgico y líder del peronismo ortodoxo. El jueves 6, Juan Domingo Perón inició su visita oficial a Paraguay. Viajó en avión hasta Formosa y en Puerto Pilcomayo se embarcó en el buque barreminas Neuquén de la Armada Argentina, llegando a Asunción cerca de las 11.15. El presidente paraguayo quiso que su amigo arribara en barco porque el pueblo deseaba saludarlo. El médico Carlos A. Seara en su libro con Pedro Ramón Cossio relata que las barrancas del río formaban una gran platea, un talud que permitía que la gente tomara ubicación. Seara estaba en el puente del barreminas: “Hasta que aparece Perón solo, se para al lado mío y comienza a mirar a la gente. En los últimos kilómetros antes de llegar a Asunción, el talud era una masa humana, un espectáculo de masas escalofriante que abarcó aproximadamente tres kilómetros. Perón los saludaba en silencio con la mano.

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Entonces se me ocurrió decirle: ‘General, ¡qué momento éste!’. Y me respondió: ‘Sí, la verdad es que sí, qué cosas tiene la vida’”. Una vez que desembarcaron, “el discurso de Stroessner bajo la llovizna, con aproximadamente tres grados de temperatura, fue interminable; Perón contestó con otro discurso algo más corto”. A partir de ese instante, el presidente de la Nación desarrolló durante dos días una frenética agenda de actividades bajo un cielo cubierto, frío y húmedo. Ceremonias oficiales al aire libre, entrevistas, homenajes al Panteón de los Héroes, cena de gala en el Club Centenario, visita a la tumba de su amigo Rigoberto Caballero. Heriberto Kahn, periodista estrella de La Opinión, en su libro Doy fe, al relatar algunas instancias de ese viaje, recoge las palabras de un funcionario que acompañaba a Perón: “Cuando vi todo eso pensé que el General había decidido colgar los botines”. Lo rodeó un clima agotador, en el que no evitó ninguna actividad. Siempre lució su uniforme de teniente general y, como sorpresa, luego de recibir la máxima condecoración paraguaya le entregó al general Stroessner las insignias de teniente general del Ejército Argentino. En esa visita, Perón, con la firma del Tratado de Yacyretá, creó las condiciones finales para lo que sería meses más tarde el Ente Binacional Yacyretá, encargado de levantar la represa hidroeléctrica. Fue un movimiento que llevaba a contrarrestar los efectos de la represa brasileño-paraguaya de Itaipú. Perón descartó de plano cualquier tema sensible, de allí que no tomó en cuenta un proyecto de los diputados radicales Tróccoli y Gass relacionado con los presos políticos del régimen Colorado. Durante la estadía en Asunción, Juan Domingo Perón fue acompañado por el jefe del equipo de médicos Pedro Cossio y seguido de cerca por el doctor Carlos A. Seara, un joven cardiólogo al que sus amigos llaman “Abrojo”. Antes de integrar el grupo seleccionado por Cossio, Seara se había doctorado en la UBA y realizado un Research Fellowship en Cardiología en el John Hopkins Hospital, en Baltimore. Esto es lo que recuerda del viaje: —Esa descripción del Paraguay que vos hacés es emocionante. —El viaje a Paraguay fue de un stress soterrado. Imaginate: estábamos ahí a un mes de que se muriera, podía pasar cualquier cosa. Estaba con Pedro Cossio (padre). Fue agotador, agotador, yo me preguntaba ‘¿Cómo es posible qué hagan esto? ¿Cómo es posible que hagan este disparate? ¿Cómo es posible?’. ¡El peor enemigo! Yo jugaba al fútbol dos veces por semana, estaba entrenado y llegaba muerto al Hotel Guaraní.

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Dormía en una suite y ahí había otro cuarto donde dormía Perón con la puerta entreabierta. —¿Con la puerta entreabierta? —Sí, con la puerta entreabierta para escucharlo. —¿Qué sensación te daba tener la puerta entreabierta con Perón? —Te voy a decir que mucho no había que pensar cuando estabas ahí… En Buenos Aires, el mismo jueves 6 se conoció la creación del Comité de Seguridad que presidiría el propio Perón, los ministros de Interior, Defensa, Justicia y los comandantes generales de las Fuerzas Armadas El decreto 1732 designaba como secretario de Seguridad al general de brigada Alberto Samuel Cáceres Anasagasti. Según Gustavo Caraballo,8 la designación fue realizada “para comprometer al Ejército en una acción legal evitando caminos tortuosos que sólo conducirían a la guerra civil”. Para ese entonces las organizaciones armadas hablaban hacía rato de “guerra”. Los decretos que dieron vida al nuevo organismo fueron firmados por el presidente de la Nación antes de delegar el mando, el día 5, en el Aeroparque Metropolitano. Cáceres Anasagasti pertenecía a la promoción ‘73 del Colegio Militar de la Nación; artillero, oficial de Inteligencia, recibido en la Escuela Superior de Inteligencia del Ejército con medalla de oro por haber egresado con el más alto promedio de su curso. Varias veces, como teniente coronel, coronel y general, fue destinado a la Policía Federal, a la que llegó a conducir tras el asesinato del teniente general Juan Carlos Sánchez, comandante del II Cuerpo de Ejército. Pasaron por sus manos importantes momentos de la historia argentina: desde el secuestro y posterior asesinato de Aramburu hasta la entrega del poder por las Fuerzas Armadas al presidente electo Héctor J. Cámpora. Durante la gestión del teniente general Jorge Carcagno revistó en disponibilidad. El 28 de diciembre de 1973 había sido designado director nacional de Gendarmería. Luego llegó a ser comandante del Cuerpo II y a la caída del teniente general Alberto Numa Laplane fue uno de los candidatos del peronismo para ser comandante general del Ejército. Su nombramiento firmado por Perón fue toda una señal.

El último encuentro Perón-Balbín

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Como había sido anunciado, el sábado 8 en Casa de Gobierno, el primer mandatario se volvió a encontrar con Ricardo Balbín. El ministro Benito Llambí acompañó al radical hasta el despacho presidencial y se retiró. La entrevista duró una hora y media y sólo al final, cuando se analizaron cuestiones económicas, tomaron parte la vicepresidente y el ministro de Economía. Se habló de diferentes asuntos. El futuro de los canales de televisión fue uno de ellos. Balbín relató a los periodistas que sobre radiofonía y televisión “no hay nada resuelto, por el contrario, el tema será tratado en la misma forma que otras leyes fundamentales, en el parlamento”. También trazó sin abundar una agenda con otras cuestiones que había conversado con el presidente. La situación económica y el desabastecimiento, y, claro, la violencia terrorista, asunto en el que “hubo coincidencia en la necesidad de que con buena voluntad erradiquemos el peligro”. Algunos momentos del encuentro Perón-Balbín se fueron filtrando como resultado de las confesiones íntimas a personajes de uno y otro lado. Según relató el informe político semanal Última Clave, de circulación reservada, ante una pregunta del líder radical sobre su salud, el primer mandatario comentó: “Me siento bien, aunque es un invierno un poco duro, nada más”. Años más tarde, el 31 de julio de 1980, Ricardo Balbín le admitió al historiador estadounidense Joseph Page que Perón le dijo “me muero”. Balbín le respondió con una serie de sugerencias políticas que Perón anotó prolijamente. Perón habló de su visita a Paraguay y descartó viajar nuevamente, aunque entendía que era importante un encuentro con el presidente de Brasil. También le dijo a Balbín que la entrevista con Pinochet había sido importante. Balbín sacó a relucir algunas cuestiones que preocupan a la gente, entre ellas la situación de los canales de televisión que debía ser analizada por una comisión bicameral. “Hay quienes quieren adelantarse y adoptar determinaciones según su gusto”, dijo el invitado, que no dio nombres propios porque no hacía falta: se entendía que hablaba de Emilio Abras, secretario de prensa y difusión de la Presidencia. También conversaron sobre algunos proyectos que circulaban sobre la reforma constitucional con un cierto aire corporativo. Ya en presencia de Isabel y el ministro de Economía, Balbín hizo referencia al Pacto Social o a “la política de ingresos” que algunos sectores tratan de “erosionar”. En el Comité Nacional de la UCR, de regreso, Balbín les dijo a unos pocos allegados que había sido la entrevista más “delicada” de las que había tenido con Perón. Más tarde le contaría a Heriberto Kahn que para él había sido “la mejor reunión de todas las que tuvieron”. “Fue además el único encuentro durante el cual el

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entonces presidente tomó nota sobre la mayoría de las correcciones que proponía el líder radical.” En medio de algunos signos de adversidad llegó la visita reparadora de monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, quien a sus 72 años pisaba por primera vez suelo argentino. El fundador del Opus Dei vino a tomar contacto con varias casas locales de la orden. La columna política de La Nación del domingo 9 prendió una luz amarilla al relatar que las autoridades de la CGT habían solicitado con carácter urgente una entrevista con José Ber Gelbard: “A juicio de los dirigentes cegetistas se ha producido una verdadera ruptura del Pacto Social. La manifestación de esa ruptura se verifica en los incrementos de precios y de salarios”. El matutino le otorgó además un amplio espacio a la noticia de que el ministro de Cultura y Educación había hecho lugar a un recurso de reposición en su cátedra de Derecho Penal II del doctor Juan Carlos Díaz Reynolds, separado en mayo de 1973 por Mario Kestelboim, delegado interventor en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA (entonces UNPBA). Díaz Reynolds había sido juez de la Sala 1 de la Cámara Federal Penal de la Nación (19711973). El lunes 10 de junio comenzó a deliberar en Buenos Aires la VI Conferencia de Cancilleres de la Cuenca del Plata. Perón la inauguró con un discurso en el que comparó el proceso de integración europeo con el latinoamericano. Luego de relatar que tras largos años de disputas y guerras se había logrado la unidad europea, preguntó en voz alta: “¿Cómo no podemos llegar también nosotros a un acuerdo para integrar países en donde todo nos une y nada nos separa? Aquí es cuestión de hacerlo; allá [en Europa] era cuestión de meditarlo muy profundamente. Aquí ya ni la meditación es necesaria, es cuestión de comenzar por crear una comunidad económica como hicieron ellos…”. La tapa de Clarín del miércoles 12 anunciaba que Perón hablaría por cadena nacional sobre precios, salarios y abastecimiento. Las palabras presidenciales venían precedidas por un discurso de la vicepresidente, cuarenta y ocho horas antes, en el Teatro San Martín, bajo el título: “Defendamos al país terminando con el desabastecimiento”, y de un discurso improvisado el día anterior por López Rega. “Si el general Perón se fuera del país antes de terminar su misión en la República Argentina, con él se va su señora y este servidor”, dijo López Rega. Fue un baldazo de agua helada. Continuó: “El presidente Perón está haciendo sacrificios muy grandes y quienes estamos cerca de él nos damos cuenta de lo que significa esto. El cansancio y el dolor, como es natural, muchas veces son agotadores. Por eso deseamos que nuestro

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paso no sea inútil”. Se hablaba de una crisis de gabinete y, en especial, de la posible salida del gobierno de José Ber Gelbard. Pero se hablaba en especial de una posible renuncia presidencial, alimentada por las palabras de López Rega. El Pacto Social presentaba fisuras que se hacían sentir en la población. El frágil equilibrio de precios y salarios hacía agua.

El día de los dos discursos. La despedida de su pueblo El miércoles 12 de junio, desde el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, Perón dirigió un corto discurso en el que comenzó diciendo que iba a hablar “sin eufemismos y sin reservas mentales” para aludir a los problemas políticos que afectaban la marcha de su gobierno. Allí anunció su intención de dejar su puesto en el caso de no recibir un apoyo masivo del pueblo a su política. Dijo que “algunos diarios oligarcas están insistiendo, por ejemplo, con el problema de la escasez y el mercado negro”, señaló a grupos minoritarios a los que calificó de histéricos y habló de la existencia de una “campaña psicológica con fines inconfesables” destinada a “sabotear la reconstrucción nacional”. “Quienes inducen al desorden, están promoviendo la contrarrevolución, y estoy convencido de que el Pueblo habrá de combatirlos como siempre hace con sus enemigos”. Resonó como un llamado de atención la idea de que no iba a titubear ni un minuto en dejar su puesto a quienes pudieran gobernar mejor. A partir de ese momento, las 62 Organizaciones decretaron el estado de movilización “para fortalecer la gestión del excelentísimo señor presidente”. Bajo la consigna “Con Perón todo, sin Perón nada”, a las 12.45 de ese mismo miércoles los principales gremios comenzaron a convocar gente a la Plaza de Mayo. Poco después las organizaciones juveniles de la ortodoxia peronista llaman a defender a Perón. A las 13.05 comenzaron a llegar las primeras columnas de La Plata, Ensenada y Berisso con el explícito apoyo del gobernador Victorio Calabró. A las 13.15 se produce un cese de actividades decretado por las regionales de la CGT en las provincias. Minutos más tarde, millares de obreros y empleados de las fábricas del conurbano y la Capital Federal hacen abandono de sus tareas y se dirigen a la Plaza de Mayo. A las 14, la CGT dispuso un paro general hasta las 24 con movilización para respaldar al presidente, y el ministerio de Cultura y Educación resuelve dar asueto escolar. También se adhirieron Oscar Alende y el Partido Comunista para no quedarse afuera. Por radio, Raúl Ravitti (secretario adjunto de la CGT) llamó a utilizar los medios de

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transporte necesarios, los “más directos y más convenientes”, para marchar a respaldar a Perón. También convocó la Confederación General Económica. A las 17.12, Perón, que había llegado en helicóptero a la Casa Rosada, se asomó a los balcones y una Plaza de Mayo cubierta por una marea humana explotó. La temperatura no llegaba a diez grados. El líder se mantuvo en silencio, mirando la multitud y saludando con su característico levantar de brazos, durante casi diez minutos. A las 17.20 pronunció un “compañeros” que fue respondido por una aclamación atronadora y prolongada, dando comienzo a un discurso que duró veinticuatro minutos: “Creo que ha llegado la hora de que pongamos las cosas en claro. Estamos luchando por superar lo que nos han dejado en la República, y en esa lucha no debe faltar un solo argentino que tenga el corazón bien templado. El gobierno del pueblo es manso y es tolerante, pero también nuestros enemigos deben saber que no somos tontos. Sabemos que tenemos enemigos que han comenzado a mostrar sus uñas. […] Pero también sabemos que tenemos a nuestro lado al Pueblo, y cuando éste se decide a la lucha, suele ser invencible. Hoy es visible, en esta circunstancia de lucha, que hay muchos que pretenden manejarnos con el engaño y con la violencia. […] Tropezaremos con muchos bandidos que nos querrán detener. Cada uno de nosotros debe ser […] un vigilante, observador, un agente de vigilancia y control para neutralizar lo negativo que tienen los que todavía no han comprendido y tendrán que comprender”. Lo sustancial, aquello que quedó guardado en la memoria de los que estuvieron presentes, fue su despedida: “Compañeros: esta concentración popular me da el respaldo y la contestación a cuanto dije esta mañana. Por eso deseo agradecerles la molestia que se han tomado de llegar hasta esta Plaza. Llevaré grabado en mi retina este maravilloso espectáculo, en que el pueblo trabajador de la ciudad y de la provincia de Buenos Aires, me trae el mensaje que yo necesito… Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”. La desconcentración se produjo de manera ordenada.9 No fue lo mismo en Córdoba: al terminar las palabras del presidente, que fueron escuchadas por una multitud en el boulevard Chacabuco al 1300, se desprendieron varios grupos que se dirigieron al local de la UTA, gremio en conflicto liderado por Atilio López, e intentaron asaltarlo. Desde azoteas vecinas se produjeron disparos, hubo un ómnibus quemado y con bombas molotov fue incendiado el edificio. Otra columna atacó el diario La Voz del Interior dirigiendo tiros hacia su fachada; y se intentó asaltar la Facultad de Arquitectura y la sede de SMATA. Cerca de las 21.30, el coronel

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Damasco anunció que todos los ministros y secretarios de Estado habían puesto sus renuncias a disposición del presidente de la Nación. Al mediodía del jueves 13, un comunicado de la presidencia informó que Perón había “rechazado las renuncias”. Tras la jornada de apoyo quedaron para el análisis algunos conceptos de Perón, especialmente aquellos sobre la cuestión económica. En su primer número Carta Política observó que “en adelante, la conducción económica tendrá mayores dificultades, porque su esquema inicial se agota rápidamente y la inflación mundial causa estragos que pueden amortiguarse pero no impedirse”. Para el quincenario sólo había dos caminos posibles para tranquilizar a la población: más inversión y más productividad. Carta Política observó además la situación física del Perón de esas horas: “El argumento de que Perón es en sus días finales un hombre declinante es falaz. Los hechos dicen otra cosa: un hombre disminuido, un hombre que actúa por consejos, no produce los dos discursos del 1 de Mayo y el operativo político multitudinario del 12 de junio”. Con un partido duro y de escaso brillo, el jueves 13 de junio Brasil y Yugoslavia empataron sin goles, dando inicio al Campeonato Mundial de Fútbol en Alemania. Brasil presentó un equipo que representaba un período de transición. De aquel Brasil tricampeón mundial de 1970 no jugaban Gérson, Tostão, Clodoaldo y Pelé. Sólo quedaban Paulo César Lima, Jairzinho y Rivelino con sus destellos, y su director técnico Mario “Lobo” Zagallo. El sábado15, Perón —que presentaba síntomas de resfrío— se trasladó a la Base Aérea de Morón para despedir a su esposa y al ministro López Rega, quienes emprendían un viaje a Ginebra, Roma y Madrid. Los medios gráficos contenían una gran solicitada con la foto del ministro de Bienestar Social en el que se informaba que “La Argentina Potencia Consolida Su Presencia Internacional” (sic). La delegación que los acompañó estuvo integrada, entre otros, por el edecán, teniente coronel Alfredo Díaz, Beatriz Haedo de Llambí, Hilda de Gelbard, Magdalena Álvarez de Seminario, el embajador Omar Vaquir, los senadores Martiarena y Oraldo Britos, el diputado Rodolfo “Fito” Ponce y Lorenzo Miguel.

El último día de Perón en la Casa Rosada A pesar del contundente apoyo gremial del 12 de junio al Pacto Social del gobierno, el lunes 17 los más altos dirigentes de la Confederación General Económica se

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reunieron en la Sala de Situación de la Casa Rosada con el presidente Perón y le solicitaron medidas económicas para capear el temporal. Una foto de ese instante muestra a un Perón con traje oscuro y cara de preocupación, junto al edecán naval, capitán Pedro “Pirincho” Fernández Sanjurjo. En la misma foto se observa a dirigentes gremiales con la mirada perdida en algún punto de la larga mesa, como si tuvieran pudor de mirar a Perón a los ojos. Pidieron que en lugar del medio aguinaldo correspondiente se diera un aguinaldo completo a fines de junio. Perón respondió afirmativamente: “No va a haber dificultades”. “Compañeros —dijo el presidente de la Nación—, está en el ánimo de todos nosotros interpretar que todo esto que se ha venido produciendo ha sido más bien un hecho político y no un hecho económico. Se han aprovechado algunas circunstancias de carácter económico para producir un hecho político que ya he tratado de poner en claro el día 12, cuando hice mi exposición para el país… Creo que las propuestas son excelentes y justas, en primer término, y en segundo lugar que no están en contra del equilibrio del Pacto Social, que no lo podemos romper porque será siempre el pacto oficial para una y otra parte. Nadie saldrá beneficiado rompiendo el pacto social; además, el aumento de los beneficios del producto bruto en el país ha aumentado extraordinariamente”. Los sindicalistas solicitaron la apertura del diario Democracia y Perón también respondió afirmativamente: “Quiero decirles que ese diario era de la señora Eva Perón. Cuando ella murió, el diario debía pasar directamente a mí, que soy el único heredero. Entonces es cuestión de llamar a un escribano y que yo haga la cesión directa y permanente a la CGT, de manera que pasen a ser ustedes los propietarios del diario y resuelvan cómo va a funcionar”. Nadie podía saberlo, ni siquiera el propio Perón, aunque intuía su fragilidad de salud: ese fue el último día que pisó la Casa Rosada. Ese mismo lunes 17 de junio de 1974, el Ejército tomó nota de la inconveniencia de usar a la Policía para combatir al terrorismo en operaciones de combate regular. El 8 de junio, el general de brigada Luciano Benjamín Menéndez, comandante de la Vª Brigada de Infantería, en Tucumán, elevó un memo secreto Nº 51 40173/1 al comandante del Cuerpo III, general Enrique Salgado, en el que expresó: “La Policía Federal no está instruida, ni entrenada, ni equipada, ni armada para efectuar operaciones sostenidas con efectivos de magnitud, pues su misión es combatir la delincuencia y obtener información y explotarla, basando su eficacia en la lucha singular de sus hombres aislados y no en la capacidad táctica de sus cuadros”. En el trabajo, de tres carillas, Menéndez sostuvo que “la Policía Federal no cuenta con cuadros capaces de planear, conducir y ejecutar operaciones de combate” y que “a

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raíz de esto, los efectivos policiales no penetraron en el monte, ni lo batieron, limitándose a permanecer en proximidades de los caminos”. Menéndez relató que la inteligencia, el transporte y el abastecimiento fueron realizados por el Ejército, poniendo de manifiesto que “la operación debió y pudo haber sido realizada por el Ejército, con los efectivos de la Guarnición Tucumán, explotando las informaciones existentes en la ‘Comunidad Informativa de Tucumán’ y utilizando a la Policía Federal para los interrogatorios de prisioneros y explotación de la información obtenida y cuando ésta lo imponga, para realizar acciones en otros lugares de la provincia o del país, como ser allanamientos, detenciones, etc.” Menéndez consideró conveniente “puntualizar una vez más el hecho de que la lucha contra la guerrilla tiene un ciclo de tres partes: 1) información para saber dónde están los guerrilleros; 2) acción para detenerlos y 3) sanción para evitar nuevas actuaciones [...] Para tener éxito, un comando único debe conducir estos tres capítulos y cualquiera de ellos que falle, corta el circuito y anula la operación. La operación en Tucumán es un caso en que con buena información se desarrolla una precaria acción que conduce a detener pocas personas, quedando a breve plazo un reducido número de detenidos, los que no pueden ser sancionados por falta de pruebas.” En la página 3, aconsejaba que el Ejército se hiciera cargo de las operaciones y que se delimitara una zona de emergencia “limitada al departamento o departamentos en donde se operará contra dichas fuerzas irregulares”. Para eso, “el Ejército debe disponer de la conducción de los tres capítulos del ciclo de la lucha contra la guerrilla”, a fin de “someter a la justicia militar a los guerrilleros para una represión rápida y efectiva de los delitos cometidos”. Además, Menéndez estimaba que debía existir en el gobierno la total disposición de encontrar a la guerrilla y de aniquilarla donde se la encuentre, para lo cual debe haber un respaldo total y definitivo a las sanciones que imponga”. “Si estas condiciones no se obtienen, deberá repetirse el procedimiento aplicado en Tucumán del 19 al 26 de mayo de 1974, o mejor otro similar que sustraiga al Ejército de servir a la Policía, y seguir cargando con todos los defectos y errores que se puntualizan en este trabajo; no sólo para salvar el prestigio del Ejército ahorrándole un fracaso seguro, sino también para reservarlo como último recurso para aniquilar la guerrilla que seguramente continuará creciendo al no darse las condiciones que se han anotado.” Con el correr de los días, el memo pasó a formar parte de un expediente de más de cincuenta páginas, el U2 40298/8 secreto con fecha 17 de junio de 1974, que el general Carlos Dalla Tea envió al Jefe III-Operaciones del EMGE, general Ramón

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Genaro Díaz Bessone. En el anexo 1, punto 2, Menéndez informó que en los procedimientos realizados por las policías Federal y Provincial se detuvieron treinta y siete personas y que “la mayoría de los detenidos fueron dejados en libertad por el juez federal de Tucumán, doctor Jesús Santos, el 29 de mayo de 1974”. Entre los detenidos y luego liberados, “quince individuos tenían antecedentes de pertenecer al ERP (expediente 5I40701/1 del 14 Feb 74)”. Menéndez afirmaba que esto “produjo un efecto psicológico desfavorable”. El 15, en Córdoba, el PRT-ERP atentó contra la vida del gerente de Minetti S.A., Héctor Minetti, al resistirse a su secuestro extorsivo (no sería la última vez: el 28 de febrero de 1976, al resistirse nuevamente, será asesinado). Al día siguiente murieron asesinados por Montoneros dos policías bonaerenses en Mar del Plata, el oficial inspector Patricio A. Iramain del Comando Radioeléctrico y el agente Ramón Chamorro. El 17, Montoneros asesinó a un integrante de la Juventud Sindical de Bahía Blanca, el portuario José Bordón. Ese día se estrenó —a pesar de las objeciones de Perón— La Patagonia rebelde, de Héctor Olivera con argumento de Osvaldo Bayer, filme que presentaba a anarquistas secuestradores y asesinos como inocentes peones huelguistas. En la película actuó como extra el santacruceño Néstor Kirchner. En la madrugada del 18 de junio, Perón presentó dolores de pecho cada vez más intensos, indicando una recaída de su enfermedad cardíaca. Como resultado de estas dolencias, el primer mandatario se quedó en Olivos atendiendo cuestiones de gobierno. Según los diarios se trataba de un estado gripal. En ese estado recibió al ministro de Economía, al titular de la CGE, Julio Broner, y a los dirigentes empresarios Alfredo Concepción, José Carlos Piva y Bartolomé Abdala. Al finalizar la reunión, Perón no se hizo presente en la conferencia de prensa y Gelbard anunció una gran paritaria para considerar la cuestión del aguinaldo completo. A su vez, el ministro de Defensa, en reunión con los comandantes generales, consideró los detalles de la cena de camaradería que se ofrecería con motivo del 9 de Julio, en la que Perón sería el único orador. Todo seguía su derrotero normal, casi nadie sospechaba que un desenlace mortal esperaba a la vuelta de la esquina. La señora de Perón y López Rega se enteraron de la situación a través del coronel Corral, jefe de la Casa Militar. El ministro de Bienestar Social volvió a la Argentina el 20 de junio, y al bajar en Ezeiza, declaró que las razones de su regreso anticipado eran sencillas: “Aquí tenía muchas tareas pendientes y había quedado en volver”. Sobre la salud de Perón informó: “Está perfectamente, sólo tiene un resfrío parecido al mío, pero ya anda bien. Me he

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enterado al llegar que la gente está preocupada y se ha desatado una ola de rumores…”. “Che, Fernando, lo del viejo es grave sin joda. Hace un rato Taiana nos pasó el dato cierto: la cosa no tiene vuelta atrás. El Brujo la hizo volver de raje a Isabel de Europa”. Tal fue el cruce entre dos dirigentes de Montoneros, enterados por uno de los médicos presidenciales del cuadro clínico de Perón, según escribieron Eduardo Anguita y Martín Caparrós en La voluntad. ¿Y el secreto profesional dónde había quedado? La gente estaba concentrada en el Mundial de Fútbol. El 20 de junio la Argentina empató con Italia. Al día siguiente los diarios relataron que el presidente de la Nación había compartido una reunión de gabinete de dos horas y cincuenta minutos en la que López Rega le había informado sobre los primeros tramos de la gira europea. Seguía el Mundial, avanzaba junio, y lo importante para la opinión pública ese domingo 23 de junio era el partido que Argentina debía jugar ante Haití en Munich. El cotejo fue transmitido en directo por Canal 7 y el equipo nacional ganó 4 a 1 con dos goles del Chirola Yazalde, uno del Loco Houseman y otro del Ratón Ayala. El pago del aguinaldo completo, acordado por Perón con la dirigencia gremial el 17 de junio, todavía generaba discusiones y su tratamiento fue postergado para el viernes 26, tras una reunión entre la CGT y la CGE en la que no se llegó a ningún acuerdo. Julio Broner adelantó la buena voluntad de la entidad que presidía, pero dijo que las empresas no estaban en condiciones de afrontar semejante erogación. Isabel, mientras tanto, había llegado a Madrid, donde almorzó con el caudillo Francisco Franco y fue condecorada con la orden de Isabel la Católica durante una ceremonia realizada en el Palacio del Pardo. Luego de estas actividades, la vicepresidenta se dirigió a la quinta 17 de Octubre, en Puerta de Hierro, y le dijo al corresponsal de Clarín, Justo Piernes: “Todos nos podemos ir a descansar porque no pienso salir hasta mañana”. “El presidente convalece del estado gripal”, tituló La Prensa en su edición del miércoles 26 de junio, agregando que trabajaba en el chalet de Olivos y allí había recibido al doctor Caraballo, los coroneles Corral y Damasco y al jefe de la SIDE, general (R) Alberto J. Morello. También se informó que había llegado a la Argentina el embajador en México, Héctor J. Cámpora. Sin embargo, el título más importante de La Prensa, a cuatro columnas, correspondió a otra noticia: “Fue secuestrado en La Plata el director del diario ‘El Día’”. El hecho fue perpetrado a las 9.30 de la mañana del 25 por un grupo comando de gente joven que lo raptó en la diagonal 77 entre 1 y 2.

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David Kraiselburd era vicepresidente de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas y presidente de la agencia informativa Noticias Argentinas (NA). El hecho, como otros, fue conmocionante dada la importancia y jerarquía de la víctima. A las pocas semanas se supo que había sido asesinado por Montoneros, de acuerdo a un informe que recibió la presidente de la Nación tras la muerte de su esposo.

• Un informe para la presidente María Estela Martínez de Perón El “documento base” de la Central Nacional de Inteligencia sobre “Organizaciones Armadas Clandestinas”, de fecha 7 de octubre de 1974, que modificaba y actualizaba el capítulo “Contrainteligencia” del documento “Situación Base Subversiva” del 13 de mayo de 1974, y que se le presentó a la presidente de la Nación María Estela Martínez de Perón, en su página 48 sostiene que tras la muerte de Juan Domingo Perón y antes de pasar a la clandestinidad (6 de septiembre de 1974), Montoneros realizó los siguientes asesinatos: • Asesinato del ex ministro del Interior, Dr. Arturo Mor Roig (Buenos Aires, San Justo, 15 de julio de 1974). • Secuestro y asesinato del director del diario El Día de La Plata, David Kraiselburd (La Plata, 17 de julio de 1974). • Asesinato del ejecutivo azucarero ingeniero José María Paz (Tucumán, 7 de agosto de 1974). • Asesinato del oficial policial bonaerense Orlando Fernández (Quilmes, 31 de agosto de 1974). • Asesinato del cabo de la policía de Rosario Raúl Rubén San Juan (Rosario, 4 de septiembre de 1974).

El secuestro y asesinato del reconocido empresario periodístico descarta de plano las versiones que Montoneros hizo trascender años más tarde, en cuando a que en vida de Perón se pensaba en un acercamiento, una reconciliación, a través de conversaciones mantenidas entre Duilio Brunillo (interventor en Córdoba y según

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algunos rumores de entonces “probable sucesor” de Benito Llambí en el ministerio del Interior) y el dirigente juvenil Juan Carlos Dante Gullo (quien, recordemos, estuvo sentado al lado de Firmenich durante la conferencia de prensa en la que se anunció el pase a la clandestinidad de Montoneros. Gullo también se clandestinizó, pero previamente presentó a Ismael Salame para mantener contactos de superficie).10 El mismo día del secuestro de Kraiselburd hubo una cadena de atentados con bombas en La Plata y Rosario. Ese 26 una ola de profunda decepción inundó a la afición futbolística. Holanda le ganó a la Argentina 4 a 0 en Gelsenkirchen. Ernesto Muñiz, corresponsal de La Nación, dijo que el equipo argentino “siempre deambuló entre las tinieblas, jamás se atrevió a embarcarse en la sensatez”. Entre los argentinos se aprendieron los nombres de Cruyff, Neeskens, Rensenbrink y van Hanegem. Fue un “bailongo” de la Naranja Mecánica que tendría su revancha cuatro años más tarde en la final del Campeonato Mundial de Fútbol de 1978.

El gobierno engaña sobre la enfermedad de Perón Un comunicado de presidencia del día siguiente informó que el presidente Perón inició sus actividades a las 8.30 y finalizó a las 11.30, habiendo conversado con el coronel Vicente Damasco, José Ber Gelbard y José López Rega. Perón estaba atravesando sus peores días y la Cámara de Diputados de la Nación sancionó el proyecto de ley para erigir el Altar de la Patria. También se informó a la prensa que la vicepresidente llegaría de Madrid en cuestión de horas, pero no se aclaraba por qué adelantaba su viaje. Eran puros murmullos que los diarios no se atrevían a publicar. “¡Gracias a Dios el general Perón se recupera favorablemente y a la mayor brevedad posible se reintegrará totalmente a sus funciones. En esta casa parece que entró la gripe con fuerza y no nos quiere dejar… Hasta yo, que soy bastante resistente, la he contraído. Tal es así que el general Perón y yo nos levantamos para atender a los ministros y luego de cumplir con ellos cada uno se reintegra a su dormitorio”, explicó López Rega en la tapa de La Razón del viernes 28. “Tengo la satisfacción de poder decir que he encontrado al señor presidente muy bien, con estado de ánimo magnífico y en una franca recuperación médica”, no pudo dejar de sostener el canciller Juan Alberto Vignes (a quien no se permitía entrar a la habitación del presidente de la Nación). La situación se asemejaba a una tragedia

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griega: todos intuían que algo grave sucedía, todos sabían qué podía ocurrir si Perón moría, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta. Mientras en la intimidad el líder peleaba contra la muerte, el Peronismo de Base “17 de Octubre” que lideraba Carlos Caride se unió a Montoneros. Previamente anunció la disolución del PB-17 (que pasó a ser la Columna Oeste de Montoneros) para aceptar la conducción de Mario Eduardo Firmenich y Roberto Quieto. En la tarde del día 28, un grupo extremista copó el pueblo bonaerense de Bartolomé Bavio, dominó a la policía, robó a dos instituciones bancarias catorce millones de pesos y se dio a la fuga. Las palabras de buenaventura que pronunciaron López Rega y Vignes chocaron contra la dura realidad pocas horas más tarde, cuando La Razón del sábado 29 tituló a toda página: “Perón delegó el mando, asumió la Primera Magistratura del País la vicepresidente de la República”, aclarando que “lo ejercerá hasta tanto restablezca su salud el presidente de la Nación”. Isabel dijo en un discurso transmitido en cadena a las 14.20 que “la marcha ascendente del país obliga a una intensificación de los esfuerzos”, por tal razón, Perón “de acuerdo a lo dispuesto por el artículo 75 de la Constitución Nacional, ha resuelto delegar el ejercicio de la Presidencia de la Nación”. Tampoco pudo evitar hablar el titular de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri: “Después de la crisis que soportó en la madrugada, el general Perón está descansando y se encuentra bastante recuperado”. Desde todos los costados del arco político e institucional se dieron mensajes de solidaridad a la esposa de Perón. En ese sentido sobraron las declaraciones. Según Última Clave, después de la ceremonia de transferencia del mando presidencial, el ministro del Interior se instaló en su piso de la avenida del Libertador y recibió en forma sucesiva a dirigentes de un buen número de partidos políticos. Todos plantearon una coincidente queja: “El ocultamiento con que se había manejado la información sobre la enfermedad de Perón, que en nada beneficiaba al país ni al gobierno”. Al día siguiente se dieron dos partes médicos.

Un último acto de gobierno de Perón: el 29 de junio de 1974, Héctor Cámpora es echado de la embajada argentina en México Un hecho que no pasó desapercibido para La Nación del domingo 30 de junio fue la

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sorpresiva llegada del embajador argentino en México, Héctor J. Cámpora, con la excusa de realizar gestiones relacionadas con la inminente visita a la Argentina del presidente de México. Cancillería dejó trascender que no había sido autorizado a viajar, obligación que debe anticipar cualquier jefe de misión. Su precipitado viaje tenía que ver con la enfermedad de Perón y su presencia había sido requerida “con urgencia” por la Juventud Peronista de las Regionales. Imaginaban la “herencia” del líder del peronismo. Desde el Palacio San Martín se dejó trascender que la eventual visita del presidente mexicano iba a ser tratada de “cancillería a cancillería”, y el columnista de La Nación vaticinó el alejamiento del ex presidente Cámpora. Todavía no se sabía que Perón lo había despedido de las actividades diplomáticas sin agradecerle “los servicios prestados”, una fórmula usual en la calle Arenales. Al respecto dijo el doctor Pedro Ramón Cossio: “El otro hecho al que yo le doy mucha importancia, mucho más de lo que la historia le está queriendo dar, es la firma de la aceptación de la renuncia de Cámpora como embajador… Primero mi padre escuchó cuando se dieron las instrucciones de que se omita a propósito agradecerle los importantes y patrióticos servicios prestados. Es decir, no fue una omisión involuntaria sino una voluntaria, como acto de descartarlo a Cámpora de su Movimiento por lo disgustado que estaba. Porque él quedó con la impresión de que se vino de México a ver qué recogía. No sé si me entiende, anduvo por acá a fines de junio el ‘74 antes de que Perón muriera, muy poco antes”. —Sí, Perón firma el decreto aceptando la renuncia de Cámpora. —Claro, él firma y papá es el que le pone el almohadón en la cama, cuando se sienta en la cama. Le pone el almohadón, que es blando, y perfora el decreto con la lapicera mientras pone la firma. —Los que descalifican todas estas cosas siempre van a decir que él ya no estaba en su sano juicio, que estaba como adormilado por las drogas que se le inyectaban, por la situación física que estaba atravesando… —Sí, pero lo de Cámpora… Yo te voy a decir algo, son muy coherentes todos los pasos que siguió, no es como cuando ya estaba adormilado, esto fue la coronación final. A Cámpora lo destrató siendo presidente Cámpora, yo estaba en el cuarto y no estaba nada sedado Perón. Tampoco estaba sedado cuando firmó la aceptación de renuncia, el sábado 29 de junio de 1974. —Vos estabas en el cuarto con él cuando Cámpora entra a Gaspar Campos y se retira al poco tiempo diciendo que había conversado con el General. —Dos veces hizo eso, dos días. Dos veces Perón no lo recibe a Cámpora y

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Cámpora en la vereda dice “estuve con el General”. —Cámpora en ese momento era presidente. —Sí, así es, Cámpora era presidente. —¿No te acordás los días, no? —Y… el día exacto no te puedo decir. Pero yo empecé a trabajar allí el 29 de junio de 1973 y habrá sido 2, 3 de julio, en día de semana tiene que ser lunes, martes, miércoles de la primera semana de julio del ‘73. —Porque en los diarios decían que Cámpora visitaba a Perón. —Bueno, dos veces de las que yo estuve allí en el cuarto como estoy en este momento contigo acá conversando, en la televisión, que estaba prendida, hacían una transmisión desde Gaspar Campos y después se lo veía a Cámpora saliendo y anunciando que había estado con el General. Yo estaba con el General en forma permanente, ininterrumpida y en su cuarto no entró.

Instrucciones de Perón a Gustavo Caraballo para analizar la transferencia del poder a Ricardo Balbín. Las contradicciones. El rechazo de José López Rega. El 1 de julio de 1974 muere el presidente de la Nación En el didáctico libro Tras las bambalinas del poder, sobre las experiencias de gobierno de Gustavo Caraballo, realizado por Guillermo Gasió, el ex secretario Legal y Técnico de la presidencia contó que en sus últimos días Juan Domingo Perón le pidió que redactara un decreto por el cual se le transfiriera el poder a Ricardo Balbín. “Cuando Perón se enferma para no recuperarse ya más —el día debe haber sido el martes 18 de junio— y los ministros delegan en López Rega las relaciones con el líder enfermo pues no podía recibir visitas —López Rega volvió a la Argentina el jueves 20 de junio—, yo le envío a Olivos sólo los decretos más importantes no más de cinco o seis en diez días. Siempre me prohíben el acceso a Perón”. Sigue contando Caraballo que uno de esos días, en presencia del jefe de la Casa Militar, López Rega le dijo que Perón lo quería ver por un proyecto “que yo tenía antes para delegarle el poder a Balbín”. Como correspondía, Caraballo pidió conversar con Perón pero el ministro de Bienestar Social le impidió el paso, sosteniendo que Perón “ya estaba demente al pensar en dejar la presidencia a Balbín en lugar de a Isabel. Nunca más pude verlo vivo a Perón…” A pesar del alto significado del mensaje de Perón a Caraballo, la

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cuestión no hubiera dado para más de no haber sido por el breve libro Doy fe que escribió Heriberto Kahn antes de morir en 1976 y que recién apareció en 1979. El 1 de julio a las 13.15 murió Juan Domingo Perón. Su sucesora constitucional, María Estela Martínez de Perón, lo anunció por cadena oficial a las 14.05 y a las pocas horas la clase política comenzó a desfilar por la capilla ardiente que se había levantado en el living del chalet de la residencia presidencial de Olivos. Cuando se abrazó con Balbín (foto en Clarín del 2 de julio, página 9), Isabel le dijo: “Doctor, el General me hablaba tanto de usted…”. Esa misma tarde, relató Kahn —que contaba con fuentes privilegiadas en la UCR—, mientras el jefe radical se hallaba reunido con la Mesa Directiva y el secretario político del Comité Nacional, Enrique Vanoli, recibió a un amigo que tenía en común con Caraballo, quien en pocas palabras le relató, con escasas diferencias, la versión de Caraballo. Es decir que Perón, en presencia de Isabel (que había llegado el viernes 28 de junio) y de López Rega, le ordenó a Caraballo “estudiar la posibilidad de que, a su muerte, el poder pasara directamente a manos de Balbín”. También dijo la fuente que López Rega había protestado “enérgicamente” contra la idea, por resultar “totalmente inconstitucional”. Poco después, Caraballo volvió a ser convocado a la habitación en la que se encontraba Perón “donde éste le indicó que abandonara el análisis del tema”, aunque mirándola a su esposa agregó: “Pero de todos modos, nunca tomes una decisión importante sin consultar con Balbín”. El relato —que hubiera significado una suerte de testamento político de Perón— nunca trascendió, pero quizá fue el antecedente para que la presidente de la Nación haya invitado a Balbín a la primera reunión de gabinete que se realizó en Olivos el 5 de julio de 1974. El semanario reservado Última Clave, con excelentes fuentes políticas y militares, en su edición del 11 de julio de 1974, también habló del asunto. “El lunes por la mañana [1 de julio] poco antes de las 8, Perón despertó de buen ánimo y hasta pidió un té, que tomó junto a su esposa. La cama que ocupaba el enfermo se había roto esa mañana” (corrección: no fue así; simplemente lo instalaron en otra parte de la planta alta con una cama ortopédica, y según las anotaciones de los médicos eso ocurrió el viernes 28). Ahí, sentado en su viejo sillón, en presencia de su esposa, López Rega, Taiana, Vázquez y Caraballo (quien dijo que ya no lo veía a Perón) “tuvo un cálido elogio para Ricardo Balbín, y algunas palabras dirigidas en tono de consejo a María Estela Martínez”. Cuando la reunión terminó y los asistentes se retiraron, “Perón pidió que fuese llamado Gustavo Caraballo. Cuando éste llegó, el enfermo volvió a hablar de Balbín y dio determinadas instrucciones concretas”. Cerca de las diez de la

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mañana, dice el semanario, López Rega volvió a la habitación, “escuchó las indicaciones que el general Perón daba al doctor Caraballo e intervino en la conversación. López Rega argumentó en el sentido de que los resortes de la ley no permitirían concretar ciertos aspectos de las instrucciones que se estaban dando. Alguien consiguió escuchar palabras aisladas de lo que Perón respondía a su secretario privado: ‘Che, Lopecito, dejame… La ley la hacen los hombres y la pueden cambiar… Caraballo, busque la manera…’”. Luego el relato se pierde en el pandemonium de la crisis cardíaca que terminó con Perón, la falsa escena de López Rega tomándolo de los tobillos y Perón exclamando “Esto se acabó” a la enfermera Norma Baylo. A las 10.20 de la mañana los médicos observaron “un cuadro de fibrilación ventricular, seguido de paro cardíaco”. “Nos lanzamos todos hacia la cama y comenzamos las maniobras de resucitación.” Perón fue puesto en el piso para facilitar los trabajos, que no dieron resultados. Carlos Seara, totalmente agotado y transpirado, se levantó y sentenció: “Me parece que tenemos que terminar aquí, ya no va más, llevamos tres horas”. “Está bien, doctor, está bien —recibió como toda respuesta—, fijemos la hora, ¿qué hora es?”. Allí se pusieron de acuerdo en anunciar las 13.15. En realidad Perón había muerto varias horas antes.11 Juan Domingo Perón murió entonces hacia el mediodía del 1 de julio de 1974. A las 14.05, sentada en el sillón presidencial que tantas veces había usado su marido, teniendo a su lado —en claro mensaje acerca de los poderes del Estado— al senador José Antonio Allende, el diputado Raúl Lastiri y al titular de la Corte Suprema de Justicia, y atrás, parados, a los miembros de su gabinete, los comandantes de las Fuerzas Armadas y los edecanes, Isabel Martínez de Perón leyó un corto texto por cadena nacional que le había preparado Gustavo Caraballo y dijo: “Con gran dolor debo transmitir al pueblo el fallecimiento de un verdadero apóstol de la paz y la no violencia. Asumo constitucionalmente la primera magistratura del país, pidiendo a cada uno de los habitantes la entereza necesaria, dentro del lógico dolor patrio, para que me ayuden a conducir los destinos del país hacia la meta feliz que Perón soñó para todos los argentinos”. Ese mismo día, José López Rega dio un discurso en cadena nacional emitido desde el salón “A” de la residencia de Olivos, en el que comenzó diciendo: “Al pueblo argentino: con gran pesar, debo confirmar la infausta noticia del paso a la inmortalidad de nuestro líder nacional el general Perón. En mi calidad de servidor de su causa

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desde hace más de treinta y cinco años, quiero llevar a los hombres, mujeres y niños de la Patria, la esencia del pensamiento del general Perón, manifestada a lo largo de su existencia y en los últimos instantes de su éxito final”.12 Estaba claro que lo importante no era el contenido de su discurso, plagado de lugares comunes, más extenso que el de la presidente. Lo trascendental fue que el orador estaba mandando un mensaje a la clase política. Había llegado su momento en la historia. Cuando se conoció oficialmente la muerte de Perón, el Estado quedó paralizado. La sociedad también. De pronto las radios cayeron en un profundo silencio, dejaron de transmitir por una directiva del general (R) Diego Perkins, interventor del COMFER y viejo amigo del presidente de la Nación. Los funcionarios de más alto nivel partieron hacia Olivos, donde se improvisó una capilla ardiente, antes del traslado de los restos del líder al Congreso de la Nación, cosa que se produciría el martes 2 de julio. En el área de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación no estaban ni Emilio Abras, su titular, ni el subsecretario Rodríguez Pendas. Sólo comenzaron a salir al aire con sones de música fúnebre cuando Emilio Berra Alemán, el asesor de más alto rango de Abras, habló con el ministro Benito Llambí y le transmitió la inconveniencia de quedarse en silencio frente al acontecimiento. Las radioemisoras comenzaron a funcionar, junto con la música de circunstancia, con el apoyo de Mariano Martín del Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, y los comunicados que preparaba Sergio Cerón, director periodístico de la agencia Telam. Así comenzaron los boletines con información tranquilizadora para la población sobre cuestiones de abastecimiento y transporte. La dirigencia política fue a Olivos a saludar a la viuda de Perón. La crónica de Clarín del 2 de julio se extiende en relatos, declaraciones, solicitadas y noticias provenientes del exterior que ocuparán toda la edición. Según Rodolfo Iribarne, que asistió con la delegación del FreJuLi, a Gelbard se lo veía muy conmovido. Luego entraron al salón donde se lo velaba Arturo Frondizi, Alberto Assef, Cacho Fonrouge, Rodolfo Echevarrieta y el socialista Simón Lázara, que tropezó con dos escalones del amplio living y casi se cae sobre el féretro. Al día siguiente, llegaron a Olivos los presidentes de Paraguay y Bolivia, generales Alfredo Stroessner y Hugo Banzer Suárez. Luego llegó el uruguayo Juan María Bordaberry. También arribaron numerosas delegaciones extranjeras, mientras en el Congreso de la Nación el pueblo hacía una larga cola para despedir a su líder. Era difícil calcular el número de gente que esperaba entrar a la capilla ardiente bajo una fina llovizna. Se levantaron carpas para atender desmayos y repartir comida y se instalaron baños. En algunas esquinas de la

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Capital Federal fueron apareciendo pequeños altares con la foto de Perón. En todas las fotos oficiales de la presidente con emisarios del exterior aparecía José López Rega. Mientras tanto, se disponía la lista de oradores en el último homenaje a Perón antes de darle sepultura. El FreJuLi pretendió que hablara Arturo Frondizi en nombre de los partidos políticos. Sin embargo, Lastiri y el ministro Llambí inclinaron la balanza a favor del jefe de la UCR.13 El 4 de julio se realizó la despedida oficial en el recinto de la Cámara de Diputados de la Nación. En la ceremonia hicieron uso de la palabra doce oradores. Benito Llambí, en representación de los ministros; José Antonio Allende, por Senadores; Raúl Lastiri, por Diputados; Miguel Ángel Bercaitz, en representación de la Corte Suprema; Leandro Anaya, por las Fuerzas Armadas; Duilio Brunello, por el Partido Justicialista; Silvana Roth por la Rama Femenina; Lorenzo Miguel, en nombre de las 62 Organizaciones; Adelino Romero por la CGT; Julio Broner por la CGE; Carlos Saúl Menem en nombre de los gobernadores; y Ricardo Balbín en representación de los partidos políticos. De todos los discursos el más recordado fue el del jefe radical, que no leyó como los anteriores, sino que improvisó, en algunos momentos con sus pulgares en el filo de los bolsillos: “Este viejo adversario despide hoy a un amigo, y ahora, frente a los compromisos que tienen que contraerse para el futuro, porque quería el futuro, porque vino a morir para el futuro, yo le digo, señora presidente de la República: los partidos políticos argentinos estarán a su lado en nombre de su esposo muerto para servir a la permanencia de las instituciones argentinas, que usted simboliza en esta hora”. Mimetizada por el dolor popular, el sábado 6 de julio volvió la selección de fútbol que dirigió Vladislao Cap en Alemania, cuyo desempeño fue más que modesto. En la segunda fase salió última del Grupo 1: perdió con Holanda y Brasil, empatando con Alemania Oriental. Al día siguiente, domingo 7 de julio, el equipo de Alemania Federal se consagraría campeón mundial al vencer a Holanda por 2 a 1, con goles de Breitner y Müller.

Una cumbre en Olivos. La trampa Tras las referencias que María Estela Martínez de Perón le había transmitido a Ricardo Balbín sobre los consejos de su marido (consultar sus decisiones con el jefe radical, estar permanentemente en contacto con él), Balbín no se sorprendió cuando

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fue invitado a Olivos a entrevistarse con la presidente de la Nación, a las 13 horas del viernes 5 de julio.14 Ya para ese entonces el invitado conocía los trascendidos que hablaban de que Perón, en su lecho de enfermo, había imaginado traspasarle el Poder Ejecutivo, aunque no se sabía cómo, en tanto Balbín no estaba contemplado en la ley de acefalía. Cuando Balbín llegó a la residencia presidencial, acompañado de Enrique Vanoli, se encontró con José Ber Gelbard. Al rato fueron llegando los miembros del gabinete nacional, los titulares de ambas cámaras del Parlamento, el presidente de la Corte Suprema, los comandantes generales de las Fuerzas Armadas, los secretarios generales de la CGT y las 62 Organizaciones y el secretario general de la Presidencia. Estaba claro, entonces, que no iba a ser una reunión privada dada la asistencia multitudinaria. La cumbre se llevó adelante en el gran comedor de estilo inglés del chalet presidencial. Luego de los saludos de rigor a cada uno de los presentes, la presidente de la Nación tomó la palabra, agradeció la asistencia de todos y se dirigió a Balbín, agradeciéndole especialmente por el discurso que había pronunciado en los funerales de su marido, que había tenido amplia repercusión nacional. Seguidamente, Isabel planteó un tema que muchos hablaban en privado: la inconveniencia de que López Rega continuara viviendo en la residencia presidencial. Isabel elogió la capacidad de trabajo y la lealtad de López Rega, a quien “Perón consideraba como un hijo”, y preguntó a los presentes qué opinaban. Ésta es la versión de Heriberto Kahn en su libro Doy fe y que fue retomada por Joseph A. Page en Perón, una biografía.15 Sin embargo, la cuestión era otra: se estaba discutiendo cuál iba a ser el papel de López Rega a partir del fallecimiento de Perón. Se dilucidaba el perfil del nuevo gobierno. El primero en hablar fue el titular de Trabajo, Ricardo Otero, quien se deshizo en ponderaciones hacia su colega de Bienestar Social. La exposición de Otero, observó más tarde Llambí, “me reveló a las claras que el asunto estaba debidamente preparado”. En términos parecidos a Otero se expresó Juan Alberto Vignes. Ricardo Balbín le explicó a Isabel la conveniencia de preservar la imagen presidencial de manera “inmaculada” y aconsejó evitar la influencia hegemónica del ministro de Bienestar Social. Teniendo en cuenta el inicio de una nueva etapa del gobierno, había que “quitar del camino” a aquellos factores que pudieran parecer irritativos: “Si usted considera necesario el asesoramiento político del señor López Rega, puede seguir contando con él desde las funciones que desempeña como ministro de Bienestar

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Social”. Este final fue clave porque Balbín, dentro de los límites de la prudencia, estaba acotando la geografía de López Rega dentro del Poder Ejecutivo. Última Clave, del 11 de julio, dijo que también señaló “fallas en el aparato de informaciones”, en abierta crítica al secretario Abras. “A su esposo se le hacía una propaganda que no necesitaba, que le hacía daño a él y al país. Usted tampoco la necesitará, señora”. Benito Llambí recordó que Balbín no entendía su presencia en la reunión, “en tanto se iban a considerar asuntos de gobierno y de carácter reservado; su tono de voz revelaba a la vez extrañeza y molestia”. Posteriormente, alguien, le va a adjudicar a Balbín el hablar sobre armas en el ministerio de Bienestar Social. Eso no fue cierto. Jorge Taiana en El último Perón sostiene que recordó a los presentes que con la muerte de Perón había llegado el fin de la “verticalidad” y a López Rega —sentado a su izquierda— la obligación de los ministros de limitarse al área fijada por la ley de Ministerios. Taiana advirtió que sólo los ministros Llambí y Robledo coincidieron con sus palabras. Los demás “mostraron tibieza o franco apoyo a López Rega”. Llambí fue el más explícito, al relatar que lo que se estaba tratando era la posibilidad de que López Rega se convirtiera en Primer Ministro (figura que no existía en la Constitución Nacional), “ministro-enlace” con la presidente de la Nación. Eso significaba que todos los asuntos, antes del llegar al despacho de Isabel, debían pasar por sus manos. En términos parecidos se expresó el senador José Antonio Allende al criticar la figura de ministro-enlace o Primer Ministro. Muchos participantes alabaron a López Rega, otros no dijeron nada, otros “tiraron la pelota afuera”, como observó una fuente de Heriberto Kahn. María Estela Martínez de Perón cerró la reunión con la frase “lo que fue bueno para Perón, será bueno para mí; así como lo que fue malo para Perón, será malo para mí”, y mantuvo a López Rega dentro de Olivos (recién un año más tarde fue sacado por la escolta del Regimiento de Granaderos a Caballo). A los pocos días renunciaron Taiana y Lima. Luego partirían Benito Llambí y Robledo. José Antonio Allende dejó de ser vicepresidente provisional del Senado, y poco más tarde José López Rega, como secretario privado de la presidente, sería designado “coordinador” del gabinete conservando su cargo de ministro de Bienestar Social. Cuando terminó la reunión, Balbín —que estaba molesto— le habría dicho a Taiana que esperaba que fuese la primera y la última reunión de esa naturaleza: “La expectativa creada le hace muy mal al país”. Al subirse al automóvil que lo llevaba de

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vuelta a la Capital Federal, Balbín le comentó a Enrique Vanoli: “Esto ha sido una trampa”. Al día siguiente, sábado 6 de julio, La Razón informaba en su portada que Dolores Eyerbe sería la secretaria privada de la presidente, con lo que cesaba en ese puesto López Rega, y que el ministro “abandonaría en breve la residencia presidencial de Olivos”. Nada de eso sucedió. Algunos dirán que ese cónclave estuvo finamente preparado para ratificar a López Rega. Otros dirán que ese día Isabel “estaba dispuesta” a relevar a López de haber contado con una opinión mayoritaria en ese sentido. Muchos concuerdan con Kahn que ese 5 de julio de 1974 se podía haber reencauzado el proceso institucional, pero es entrar en un juego de hipótesis que la Argentina de aquellos días parecía no soportar. “Perón ha muerto demasiado pronto”, escribió el periodista español Emilio Romero en Madrid, mientras aquí se desataba la guerra por su sucesión en medio de los crímenes de Montoneros y los grupos de ultraderecha. A los catorce días de fallecer Perón, fue asesinado Arturo Mor Roig, ex ministro del Interior del presidente Lanusse. La autoría fue de Montoneros y, más tarde, durante un encuentro entre Balbín y Roberto Quieto, el subjefe de la organización, explicó que “la conducción” había tomado esa decisión para hacerle entender a la Unión Cívica Radical que ellos no podían ser dejados de lado. “Era un dirigente radical”, dijo Quieto. Ricardo Balbín le dijo que Mor Roig no era un dirigente radical porque antes de asumir como ministro del Interior pidió su desafiliación del partido. “Ya no era radical, pero dejó en el partido grandes amigos y un especial respeto”. Después de estas palabras la conversación se terminó. Apenas horas más tarde de aquella cumbre del 5 de julio, Balbín, entrevistado por La Razón, dio una respuesta que expresaba un deseo de muchos, pero que no se escuchó: “Pareciera que estamos en un país sin suerte. Todos son episodios que implican imponderables imprevistos. Yo le temo a la descomposición, por eso lucho por esta estabilidad. Es la hora de todos. Idiomáticamente tal vez no sea muy ortodoxo, pero todos debemos ‘empujar’ un poquito”.

Las confesiones de dos jóvenes médicos de Perón Para trabajar en este libro tuve constantemente a mi lado Perón, testimonios médicos y vivencias (1973-1974) porque me parece que fue escrito con una gran

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honestidad intelectual. No fue la primera vez que eché mano al libro de recuerdos de los doctores Pedro Ramón Cossio, hijo del eminente cardiólogo Ramón Cossio, y Carlos A. Seara. El volumen no es sólo una bitácora del desarrollo físico de Juan Domingo Perón, también es una fuente importante y vital de pensamientos del líder justicialista, que muchas veces se volcaban en los diarios de manera diferente. O de ideas que él mismo, un gran político, se veía impedido de hacer públicas. El destino quiso que los dos jóvenes médicos cardiólogos vieran a Perón en pijama, tal cual era, tal cual hablaba. Con Cossio estuve tres veces y parte de lo conversado con él está reflejado en otros pasajes del libro. La desgrabación que sigue corresponde a un encuentro conjunto con los dos médicos, una charla en la que algunos temas quedaron al margen por razones que los tres consideramos de estricta prudencia. —¿Qué sensación te daba tener acceso directo a Perón cuando estabas de guardia en Olivos? Seara: —Yo te voy a decir que no había que pensar mucho cuando estabas ahí. Estando de guardia jugué un partido a la paleta con Esquer, jugué al fútbol con los conscriptos y Perón vino a vernos. Después me di cuenta y pensé: “¿Qué pasa si ahora le pasa algo? Me mato”. Era una locura ir a jugar al fútbol. Vino, se rió, digamos que mucho no había que pensar, lo que sí había que pensar eran los tipos estos de la Triple A, Almirón y Rovira. —¿Eso se veía dentro de la quinta? ¿Se respiraba dentro de la quinta? Seara: —No sólo se respiraba lo que te decían los otros, los tipos ahí hacían una dosis de ostentación de poder… Pero los otros oficiales decían que tenían sesenta muertos entre los dos. Hacían un allanamiento, por ejemplo, y tiraban a matar y después preguntaban quiénes eran. O sea, que eran extremadamente peligrosos. Después que se murió Perón, yo pedí una entrevista con Isabel en la quinta de Olivos. Almirón y Rovira habían hecho un display de tiro, arco y flecha y una especie de casa inglesa, una especie de paisaje inglés rural. Y tiraban con arco y flecha, era bucólico, arco y flecha... Yo me pregunté: “¿Pero esto qué es?”. A la Triple A ahí no la escuché ni nombrar, pero bueno, la escuché nombrar afuera y después… Pero los otros oficiales me decían “estos son asesinos”. —En el libro vos hablás de un custodio que llevaba un libro del tamaño de una Biblia y adentro había una pistola. ¿Quién llevaba la Biblia? Seara: —Almirón. —Es maravillosa esa anécdota de la Biblia en el auto. Además, las peleas que

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habría por subirse al auto con Perón... Seara: —Al helicóptero. —Al helicóptero. Seara: —Yo en general no estaba en el helicóptero con Perón, estaba en el segundo helicóptero. Pero, por ejemplo, algunas veces que salimos de la quinta de Olivos en helicóptero, notaba las deferencias que Perón tenía conmigo. “General, ¿lo ayudo?” “No, no, suba doctor, suba primero.” Estaban todos los generales, y yo subía y me sentaba al lado de Perón y conversaba muy naturalmente. —Incluso vos los acompañás a Atucha. Seara: —Yo lo acompaño a Atucha. Había una delegación libia. ¿Te acordás que vinieron unos libios que creo que tenían que ver con Kadafi o algo por el estilo? De hecho lo acompaño a Atucha y no salí en la foto. —¿Había mucho militar ahí, no? Seara: —Había mucho militar. —Yo tengo que decir que estaba rodeado de militares. Seara: —Rodeado de militares, estaba todo el destacamento, los edecanes comían con nosotros. Estaba Díaz, estaba Corral. —Por la Armada el edecán era Fernández Sanjurjo y el de Aeronáutica era Medina. Seara: —Medina, sí, pero después había otro tipo, no sé si era edecán... No, no era edecán. —Era jefe de seguridad de Casa de Gobierno. Seara: —Casado con Martha Noguera, Ramírez… —¿La pianista? Seara: —La pianista, sí, sí, la pianista, casado con Martha Argerich, me lo dijo él. —Por otro lado, a vos te toca estar ahí el día del asalto a Azul. Cossio: —Exacto. Yo estoy el 20 a la mañana haciéndole el electro a Perón. Ese día estaba muy molesto, este electro fue hecho en Olivos porque recién se mudaba a Olivos. Hasta el 10 de enero estuvo viviendo en Gaspar Campos porque se sentía más seguro. Seara: —Yo hice las primeras guardias en Gaspar Campos. —Eso es una cosa que se ignoraba, que ustedes la revelan. Cossio: —Recién se muda a Olivos alrededor del 10 de enero, una cosa así. Seara: —Exactamente y casi primera salida que hace en helicóptero de ahí es para ir a ver la carrera de Reutemann.

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—En el libro de ustedes hay una suerte de sensación, Carlos... Vos ponés que Perón cuando llegó no estaba del todo informado de lo que realmente ocurría en la Argentina. Seara: —Yo tengo claramente esa sensación, además me lo dijo: “Me encontré con este quilombo”. Yo creo que estaba aislado Perón, pero además estaba aislado por protección, yo tengo la impresión de que se divertía con nosotros. ¿Por qué te va a invitar al cine? Yo era una cara nueva, que además sabía para lo que estábamos ahí. Pero no todos los que estaban haciendo guardia eran así. El resto lo veía a Perón en otro estado. Para mí era, cómo decirlo... “¿Esto me está pasando a mí? ¿Cómo es esto que estoy acá?”. —Era como estar frente a un prócer. Seara: —Un faraón, el hijo de Dios. —Carlos, Pedro, ¿cómo es que Isabel se va a Europa conociendo la situación de su marido? Seara: —Yo no lo sé. Eso me parece que fue una cosa política… —Para dar su discurso en la OIT. Seara: —Para dar el discurso de la OIT, exactamente. —Ustedes cuentan que en los últimos días a Perón le ponen la cama ortopédica en una suerte de saloncito. ¿Era un salón con ventanales, con una gran vista a los jardines? Seara: —Era como un living interno de los dormitorios. Le ponen la cama ortopédica después que hizo un edema agudo de pulmón y sintieron que la cama en la cual dormía, una cama francesa, no se podía levantar. Bueno, trajeron una cama inmediatamente y ya lo pasaron ahí. Yo creo que cuando lo pasaron ahí estaba ya muy mal. Lo trajeron rápido, había que tenerlo semisentado… Además, el último día era una especie de quilombo en el sentido que la palabra tiene de “lugar donde duermen los esclavos”. Dormíamos cerca de Perón con una puerta de por medio. Venía Isabel a la mañana y nos traía en una bandeja café con leche “¿Quiere un café, doctor Seara?” Dormíamos de civil. —Vestidos. Seara: —Vestidos. Nos tirábamos en un sillón, porque además yo ya no me fui, yo me quedé. Fue muy difícil irse de ahí. —Se esperaba el hecho en poco tiempo, Perón partía, se generaba un enorme signo de interrogación, ustedes dos eran muy jóvenes... Seara: —Y además para mí lo más palpable de todo era cierta incredulidad ante la

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posibilidad de que Perón se fuera a morir, alguna cosa lo iba a salvar… Pero estaba deteriorado. —¿Estuvieron alguna vez presentes en una reunión de Perón con la JP? Cossio: —Yo nunca. Seara: —Yo estuve en una jornada de adoctrinamiento en el Teatro San Martín. Y después viene la del Cervantes, la mejor fue la del Cervantes, yo no conocía el teatro Cervantes. Perón manejó desde el escenario la dialéctica, yo decía: “¿Cómo es posible este tipo?”. Ahí les hizo el chiste famoso que yo nunca me canso de repetir usando a Chou Enlai que dice que la juventud es una cosa maravillosa, pero no hay que decírselo nunca. —¿Y el 1 de mayo de 1974? Vos me decías, Pedro, que él había sufrido, esa es tu impresión personal. Cossio: —A partir del 1 de mayo empieza a tener dolores de vuelta, eso es clarito en la historia médica de él. Empiezan los dolores que van creciendo, es decir, tenía angina de pecho, las arterias están enfermas y empieza a desarrollar cada vez más angina de pecho. —¿Cómo se registra una angina de pecho en un ser humano? Cossio: —Dolor en el pecho con opresión. Y con sofocación... Plancha en el pecho. Empieza a percibirlas de noche, lo empiezan a despertar de noche, esto ya es más serio, porque es espontáneo no provocado y tenía que sentarse en la cama y tenía que usar mucha glicerina, triglitrón, cada vez era más cantidad, más cantidad, más cantidad, y los dolores más largos. —¿Cuál de los personajes del entorno les llamó más la atención por su inteligencia, por su entereza? Porque sus opiniones podían no coincidir con las de Perón porque ahí todo el mundo se rendía frente a él. ¿Les queda a ustedes alguna personalidad? Seara: —A mí me queda el coronel Corral. Cossio: —Te iba a decir el mismo, que está vivo. ¿Sabés, no? Hace poco que se encerró en un silencio total. Cossio: —Para mí el coronel Corral se mantenía equidistante. Tuvo que manejar la crisis en Olivos, manejó todo esos tres, cuatro días que estaban Isabelita y López Rega en Madrid y en Roma. Cossio: —Y manejó también un poco después de muerto Perón… Porque la formolización de Perón se produce un poco por la instancia de Corral. Él [por Seara]

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cuenta como Alberto Tamashiro lo hiperformolizó a Perón para que pudiera ser velado muchas horas. Seara: —Sí, para que lo pudiese ver un día más el resto de la gente, había quinientas mil personas afuera. El coronel Corral le dijo a Tamashiro: “Doctor, haga algo, porque aquí me van a matar, nos van a matar a todos”. —¿Tamashiro es argentino? Cossio: —Tamashiro es argentino. Seara: —Sus rasgos son orientales. Tamashiro fue al Hospital Italiano y se trajo formol, se trajo una pera de Richardson, le puso presión y le recanalizó la arteria radial, que nosotros le habíamos canalizado para la maniobra de reanimación y ahí le empezó a echar con un conscripto de Granaderos. Lo sacó a Perón del salón donde lo estaban velando y le empezó a echar formol a presión. Le echó dos litros, tres litros, hasta que se empezó a hinchar el brazo. “Con esto basta, es lo único que puedo hacer”, dijo. Entonces, bueno, ahí paró un poco la descomposición y entonces se pudo prolongar el velorio un día más. Si hubiésemos sido él o yo, un tipo occidental… Pero Tamashiro ya despertaba esta mística oriental. Al día siguiente salió en el diario que se aplicó una técnica oriental milenaria y además le cambiaron el apellido, “Kamayura”.16 Nosotros nos reímos, “es una chantada”, digo yo, esto es lo típico de la Argentina. Pero a los quince días se aparecen de radio y TV Tokio en la casa de Tamashiro, porque su papá es japonés, se le aparecen para que haga una descripción de cómo era la técnica oriental de Japón… ¡No se podía creer! Cossio: —¿Cómo llegan estos médicos, estos siete médicos a estar en la guardia? Es muy sencillo, vos vas a ver que hay un momento en el que en Gaspar Campos se plantea armar un equipo de médicos. El ministro en ese momento lo propone a Raúl Olivera para que vaya a las guardias. Pero resulta que sale que había estado preso en Devoto por acciones de izquierda. —Es muy importante ese documento. Cossio: —Bueno, ese documento admitía sólo a gente de mucha confianza y es ahí cuando Scandroglio, Cermesoni y yo concurrimos a hacer las guardias iniciales en Gaspar Campos. Pero viene la crisis de noviembre, se tiene que traer gente capaz para la guardia, y esa gente capaz salió del Hospital Italiano y el que tuvo los dossier de los que entraron y de los que no fui yo. Como yo iba al Italiano, conocía la tendencia política de todos, y aquel que rozara con la izquierda quedaba afuera; entró lo que era de derecha. —¿Ahí avanzó el “Abrojo” Seara, no?

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Cossio: —Yo lo conocía muy bien, porque trabajé en el Italiano. Quedó afuera gente muy capaz, Hernán Doval, Oscar Basino, que eran buenísimos también, porque eran más cuestionadores, entonces no eran de confianza para el peronismo. Seara: —Uno que hizo guardia varias veces cometió el error de decir que había votado por Alende-Sueldo. No fue más. Cossio: —Fue reemplazado inmediatamente. —Eso es muy importante porque da el marco ideológico que rodeaba a Perón. Cossio: —El que decidió todo eso fue papá, pero papá se sentaba conmigo en casa y decía “Éste es así, éste es asá, éste es confiable”, y no buscábamos que fueran peronistas. La mayoría no lo era. Seara: —No. Cossio: —Eran lo contrario, pero eran gente decente, gente confiable. Seara: —Alguno se volvió peronista a raíz de ese contacto con Perón. ¿Quién? Garbellino, que se postuló para intendente de Victoria hace poco, que fue el más joven de todos. Garbellino participa en política en Entre Ríos. Cossio: —Y los únicos que lo tocaron en la reanimación el día de su muerte fueron esos siete médicos, además del doctor D’Angelo, que era el fefe de anestesiología del Italiano. —Bueno, ahí está también la actitud de Taiana, diciendo que intentaba reanimarlo, ¿no? Seara: —Ésa es una de las cosas más indignantes. Porque aprovechar el poder... Que Nelson Castro se equivoque, bue… Pero aprovecharse del poder que tenía Taiana, del poder y su cargo ministerial y la larga relación con el peronismo para hacer la mentira burda, pero burda, burda, casi un delirio psicótico lo que escribe Taiana de la muerte de Perón. Ahí estábamos arremangados nosotros, y los otros estaban cagados hasta las patas contra la pared mirando lo que les parecía que era increíble. —Taiana es el que cuenta la escena de López Rega, que le gritaba “faraón”, que lo agarraba de los tobillos. Seara: —¿Por qué la escena del Faraón? No se animaban. Lo vestí yo con el uniforme de general, con ayuda del tipo de la cochería. Fui yo a decirle a Isabel: “Señora, ¿qué uniforme quiere?”. Fuimos hasta el guardarropa y le pusimos el uniforme. Taiana se escapaba, porque veía que la gente escapaba. Cossio: —Esto te lo puedo decir muy claro: desde junio del ‘73 al 1 de julio del

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‘74, Jorge Taiana lo único que hizo fue firmar las actas que escribió papá en casa; todas esas actas fueron redactadas por papá. Seara: —El día que hace el edema agudo de pulmón, estaba yo con Taiana conversando… —Viernes 28 de junio. Seara: —Exactamente. Ese día estaba con Taiana y le digo: “Doctor, mire, está taquicárdico”. Me parece que se viene, se viene. Yo preparé todo. Y Taiana: “¿Le parece, doctor?”. “Lo voy a canalizar”, le digo. Entonces efectivamente ocurrió. Taiana salió corriendo, huyó despavorido. Cossio: —La única indicación médica, la única que yo tengo en el cuaderno, un cuaderno con toda la diaria desde enero hasta la muerte de Perón, lo único que hizo Taiana fue en febrero, una vez que papá estaba ausente. Ahí hizo una indicación. —Otra cosa que me sorprendió es ver los diarios de Perón y estoy hablando de enero, febrero... ¿Él trabajaba todo el día o aguantaba un tiempo y después ya descansaba? Cossio: —Cuando él estuvo enfermo y yo estaba en el cuarto... ahí sí lo podías tener controlado las doce horas. Pero en general, ya era de tarde y seguía, a las ocho de la noche seguía... Salvo los noticieros que veía, tomar el té, conversar con gente... estaba activo desde que llegaba hasta… —La imagen que hay es la de un Perón que trabajaba cuatro horas por día porque después se iba intelectualmente. Cossio: —Eso es mentira. Seara: —Al final, ya cuando él era presidente, trabajaba en horario prolongado. —¿Cómo fue pasar a la realidad, Carlos? Es decir, ya no ir todos los días a Olivos. Seara: —El único que pasó a la realidad así fui yo. A mí me generó cierta tranquilidad porque no te puedo negar que era tensionante. Yo vivía en Billinghurst y Juncal. Cuando avanzaba el cortejo fúnebre con Perón, al llegar a Billinghurst dije no puedo más. Le avisé al tipo que manejaba el auto, el tercer auto detrás de Perón, abrí la puerta y me bajé con el auto andando y me fui caminando a mi casa. Para mí eso terminó, me fui a ver a Isabel, le pedí que me recibiera, le conté cuál era mi situación, por supuesto yo no quería hacer más guardia, porque se quedaron todos haciendo guardia con ella. Cossio: —Para mí fue una sensación de tranquilidad, primero de haber hecho las cosas como mejor se pudo y después de tener mi tranquilidad otra vez garantizada,

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porque yo como todos viví lo que se llama la experiencia de la obsecuencia. Bastó que la gente en Buenos Aires supiera que yo estaba vinculado, que yo veía toda clase de privilegios y cosas… A mí eso no me gustaba. Volvió la tranquilidad a mi vida. Cossio: —Era gracioso, eso lo conocés vos que has estado en el poder, o sea, que sabés muy bien lo que es la obsecuencia de la sociedad. Me pasó en casa una cosa que nada que ver: el tipo del garage se lamentaba de que su jubilación no salía. En un recetario mío escribí la presentación del garagista, y al día siguiente me llama porque le habían otorgado la jubilación y ya la había cobrado. Lo gracioso es que se corrió la noticia en todo el barrio, Callao y Quintana, y a los tres días tenía cola de porteros, ¿entendés? Es decir, eso era lo que tenía y lo que desapareció. Pero yo sentí alivio.

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ANEXO EL DOCUMENTO HABEGGER SOBRE LOS INTEGRANTES DE LA CONDUCCIÓN MONTONERA

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Norberto Armando Habegger, (a) “Cabezón” (a) “Ernesto Gómez”, fue en sus días finales un miembro importante de la conducción de Montoneros. Junto con el “Pelado Carlos” Roberto Cirilo Perdía, el “Sordo” Oscar Rubén “Sergio” o “Alberto” De Gregorio, el “Vasco” o el “Lauchón” Horacio Alberto “Hernán” Mendizábal Lafuente, Emilio Alberto Girondo Alcorta (a) “Mateo”, el “Negro” Osvaldo Sicardi, el “Gordo Damián” Fernando Saavedra Luque (a) “Pepo”, su mujer Albertina Paz, el canciller kirchnerista Jorge Enrique Taiana Puebla, su primera mujer Graciela Iturraspe (a) “Inés”, los dos hermanos Julio Rodolfo y el Hippy Juan Carlos Alsogaray Legorburo (a) “Lalo” o “Tte. Manolo”, los varios Ojea Quintana —Antonio, Esteban María Santiago, Ignacio Pedro, Juan Manuel— y el vicecanciller Rodolfo María (a) “Tojo” (a) “Ángel” (a) “Agustín” Peñaloza y Alejandro Mayol, formaron en 1967 la organización armada Descamisados a la que después se agregó Rubén Dardo Cabo y que se integró a Montoneros en 1972/73: “La política de incorporación masiva a la OPM Montoneros [proceso de “extensión de la guerra”] tiene su primer objetivo en la incorporación de Descamisados. Ésta era una agrupación a la cual se le reconocía el carácter de organización armada”1. Se desarrolló en los sesenta con una formación católica enraizada en las reformas del Concilio Vaticano II y más tarde bajo el influjo del documento de la Conferencia Episcopal de Medellín. En dicha formación también pesó la historia del ex cura guerrillero Camilo Torres Restrepo, sobre el que escribió un libro en 1967.2 Algunos integrantes de la “D” (como se conocía a Descamisados, porque la “M” era Montoneros y la “R” las FAR) participaron en numerosos actos terroristas. En especial, las muertes de tres secretarios generales de la CGT: Augusto Timoteo Vandor en 1969, José Alonso en 1970 y José Ignacio Rucci en 1973. Ese último año, Habegger —usando su nombre de guerra “Ernesto Gómez”— se convierte en un asesor importante del gobernador bonaerense Oscar Bidegain, y tras el Operativo Dorrego mantendrá reuniones con oficiales del Ejército Argentino. Cuando Bidegain renuncia, Habegger vuelve de lleno a la organización armada. Fue también editor del diario Noticias. Como tantos, pasó a la clandestinidad el 6 de septiembre de 1974. Tras el golpe militar del 24 de marzo de 1976, a Habegger se le ordenó replegarse al exterior: México primero y, a partir de 1978, La Habana. En este año, la Conducción Nacional de Montoneros comienza a diseñar la “contraofensiva” y manda a Habegger como

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adelantado de regreso a la Argentina. No llegó a destino. Alguien filtró su desplazamiento y fue detenido en Brasil el 1 de agosto de 1978.3 Como el 12 de marzo de 1980 desaparecieron en el mismo lugar Horacio Domingo (a) “Ignacio” (a) “Armando” (a) “Petrus” Campiglia y Mónica Susana Pinus Tolchinsky de Binstock, se desconoce si para aquél entonces funcionó la Operación Gringo como una aplicación más del Plan Cóndor —la coordinación de los Servicios de Inteligencia del Cono Sur—, instaurado en octubre de 1975 para combatir a la Junta Coordinadora Revolucionaria, organización que coordinaba las organizaciones de izquierda también en el Cono Sur. “Gringo” era un militante montonero que actuaba en Río de Janeiro cerca de organismos de derechos humanos, organizaciones de izquierda y el ACNUR, el Comisariato de Naciones Unidas para los Refugiados. Fue llevado a Brasil por la inteligencia militar argentina y puesto en contacto con la CIE, Central de Inteligencia del Ejército brasileño. En 1985, los brasileños dieron por terminada la operación, cuando el general Leonidas Pires Goncalves asumió como jefe del Ejército del presidente José Sarney. No se sabe cuál fue el destino de “Gringo” después de 1985. Para algunos —un ex suboficial del CIE— fue desenmascarado en un viaje a Cuba, interrogado y torturado por el DGI (Directorio General de Inteligencia, ex G-2) de Fidel Castro, y habría muerto allí. Para otros, “Gringo” pasó a México y se convirtió en agente de la CIA. Lo cierto es que Habegger fue visto por última vez en Río de Janeiro en 1978 y nunca más apareció. Fue en ese tiempo, o acaso algo más tarde, que escribió un documento con la caracterología y vulnerabilidades de cada uno de los integrantes de la conducción montonera y sus relaciones con los cubanos, especialmente la inteligencia castrista. El documento es fiel testigo de la época y como tal debe tomarse. Es preferible que se conozca a que siga en la oscuridad. Es un aporte para explicar qué le pasó a los argentinos. A continuación el documento se transcribe tal como fue redactado. El autor sólo ha realizado algunas aclaraciones entre paréntesis.

El documento Nombre: Mario Eduardo Firmenich (a) Pepe

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Función: C.N.4 Secretario General M.P.M.5 Grado: Oficial Superior (1º) Tiene poder real de decisión y de mando, tanto en el partido como en el Movimiento. Es reconocido en carácter de Jefe. En el Movimiento su gravitación ha crecido en el último año. Es respetado por los viejos. Se ha buscado el “perfil” de Firmenich como un dirigente político y no como un jefe “guerrillero”. No conozco en detalle toda su evolución personal, pero en el último año y medio en el Exterior ha intensificado su formación teórica (con los clásicos del marxismo y de la ciencia militar). Es esquemático en las concepciones; también en las discusiones, pero hábil en las mismas. Interviene al final, cuando se trata de definir las discusiones políticas. De hecho ejerce una conducción cada vez más personalista, que se manifiesta más en el Movimiento, que en el partido. Esto es así porque en el partido, en particular en la estructura de conducción, se trata de un organismo colegiado, con un mayor conocimiento personal de años de militancia. En cambio, en el Movimiento (también con cuadros del partido de menor nivel) se viene estableciendo una relación diferente. El año pasado, por ejemplo, después de una reunión plenaria del M.P.M. (Consejo Superior), cada vez que intervenía en una discusión finalizaba la misma con una actitud generalmente acrítica de la mayoría de los consejeros. En esa oportunidad yo mismo le “planteé” los riesgos del “personalismo”. Tiene la característica de intervenir en cualquier tema en discusión (aunque se trate de deporte, medicina, el papel de la mujer, etc.). Resolvió no formar nueva pareja y esperar la libertad de la “Negrita”. La evaluación que hace es que su deber es mantener lealtad con ella. Se comenta que los propios cubanos intentaron varias veces un “desliz” del Pepe o de otros miembros de la Conducción Nacional (C.N.), que no se dio. En relación al proceso político es “optimista” en cuanto a la victoria a mediano plazo, aunque se ha vuelto más realista en los plazos y en el análisis de los golpes recibidos por la organización, que el año pasado no reconocía ni asumía. Si bien la decisión política de la Conducción Nacional (y la suya propia) es la preservación, sin embargo la tendencia individual del Pepe es mantener la conducción en forma “directa”, que no se le “escapen” los piolines. En España, por ejemplo, sabiendo que yo había salido recién del país, concurrió a una cita, para recibir en forma personal la información política, en particular relacionada con las entrevistas

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mantenidas con dirigentes peronistas. El año pasado, según me comentó el Dr. Bidegain, cuando la propaganda de la Junta Militar ponía el acento en la “fuga de la conducción”, se había planteado venir a la Argentina. Yo diría que no es un “preservacionista”, aunque toda la estructura partidaria y la política actual está pensada en su “preservación”, ya que se evalúa que su caída constituiría en sí misma, por lo que simboliza públicamente, una derrota estratégica muy difícil de superar. En su vida personal es austero. Tanto en política, como en otras cosas cotidianas, es muy porfiado y no acepta fácilmente “perder” o la “derrota”. En caso de caída, sería reemplazado por Roberto Perdía (“Carlos”). La política actual —particularmente a partir de septiembre del año pasado— es personalizar a la conducción nacional, no solamente al “Pepe”, sino a cada uno de sus miembros. De cualquier manera, de producirse esta emergencia, las característica de Perdía al frente de la C.N., sería más la imagen de una “conducción colegiada” que la “jefatura individual” que expresa Firmenich.

Nombre: Roberto Perdía (a) Pelado o Carlos Función: C.N. Del. Org. M.P.M. Grado: Oficial Superior (2º) Es el número dos de la conducción nacional y reconocido como tal en el partido. Es el reemplazante natural de Firmenich en caso de la caída de éste. Es el compañero de mayor nivel teórico y profundidad política que existe actualmente, tanto en la conducción, como en el conjunto del partido. Hay una distancia muy grande, en el caso de Perdía, con Roque (Yaguer) y Hernán (Mendizábal) y el resto del partido. Es autor de muchos de los documentos partidarios. O con una participación muy importante. Desde el punto de vista de su estructura de pensamiento, “el pelado Carlos” tiene un origen nacionalista (poco conocido en el partido, y que se remonta a su época de estudiante en la Universidad Católica de Bs. As.), atraviesa después por el socialcristianismo y asimila progresivamente el marxismo, cuyas leyes conoce con “rigor teórico”. Incorpora permanentemente en sus análisis la “cuestión nacional” y es muy

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sensible a las “expresiones populares”. Por ejemplo la política actual de reunificación peronista, la sostiene no solamente en sus aspectos “coyunturales” y “tácticos”, sino que plantea que es fundamental, porque sin identidad política del pueblo no existe contraofensiva popular. Al mismo tiempo es sumamente celoso de la función del partido y de impedir cualquier tipo de disolución. Mantiene también como preocupación permanente la necesidad de una política con las FFAA y el Ejército en particular. Es razonable y abierto para la discusión si se trata de una relación política, sabe escuchar y es autocrítico. Desde un punto de vista individual es muy claro en sus convicciones. Diría, en ese sentido, irreductible, pero además se siente muy responsable de la sangre derramada en este proceso. En sus características individuales podemos decir: • Tiene gran capacidad de trabajo. Es una “máquina”. • Es organizador nato. En general lleva las estadísticas, gráficos, organigramas, etc. • Es severamente exigente con los demás y consigo mismo. • No se da “respiro”. No se permite el “descanso” o las “vacaciones”. Esto lo ha llevado, por momentos, a una cierta deshumanización. • En sus relaciones afectivas es estricto y riguroso. • En sus hábitos de vida muy austero. No gasta un peso más de la asignación. No conozco su capacidad militar individual, pero no tiene las características de “formalidad militar” de un “Hernán” (Mendizábal), por ejemplo. Por lo que conozco es uno de los cuadros que intenta mantener “independencia” de los cubanos. Por sus cualidades políticas y personales tiene gravitación en el resto de la C.N. y del partido. Reitero que en caso de emergencia producida por la caída de Firmenich sería su reemplazo en el cargo de Secretario General. No es un “preservacionista”. En relación, por ejemplo, a la maniobra de la unidad, si se concretaba la reunión colectiva, estaba dispuesto y decidido a venir al país. A diferencia de Firmenich, no tiene características “personalistas” en su conducción, ni “aparatista” o “militarista” como en el caso de “Hernán”, sería una conducción más “política” y “colegiada”.

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Nombre: Yaguer, Raúl Clemente (a) Roque (o Mario) Función: C.N. Jefe de Partido Grado: Oficial Superior (3º) Es el compañero que menos conozco de la Conducción Nacional. Es organizador, detallista, planificador, con gran capacidad individual para la producción logística (su profesión es ingeniero). Por sus concepciones y su historia es un cuadro típico del partido (más que dirigente político). Permanentemente plantea el peligro de la “disolución partidaria” y que la “corriente movimientista” o “reformista” gane espacio con la política del Movimiento. Está visualizado como la pieza clave en la reconstrucción y consolidación partidaria. La imagen que se tiene de “Roque” es de un cuadro “preservacionista” permanentemente desconfiado y alerta. Tiene fama de “no poner las manos en el fuego por nadie”. Se comenta que la única vez que lo hizo fue cuando la caída de “Diego”6 (“Pastito”).7 Después nunca más. En sus relaciones afectivas es muy riguroso y austero en sus hábitos de vida. Se lo suele llamar el “monje”. La impresión que tengo es que Roque expresa una línea de mayor tendencia al marxismo y de simpatía con los cubanos, pero no tengo más elementos de juicio para desarrollar este aspecto. No constituye el cuadro “definidor” de las grandes líneas políticas, como en el caso de Firmenich y Perdía. Es más bien el “hacedor” cotidiano de la organización. Es un compañero que uno podría denominar “irreductible” y “no negociador”.

Nombre: Horacio Mendizábal (a) Hernán Función: A / cargo E.M. Ejérc. Grado: O.F. Es el compañero más nuevo en la conducción nacional, organismo al cual se incorpora después de la caída de (Juan) Julio Roqué (“Lino”). No tiene la profundidad teórica de un Perdía y en ese sentido la diferencia es muy grande. Sí en cambio es un cuadro con mucha capacidad política y militar, características

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individuales que explican su nivel actual en el partido, con una producción que ha tenido un buen grado de eficacia. En todas las etapas ha planteado siempre la necesidad de construir un poder militar propio, con características de Ejército Popular y de hostigamiento permanente en ese sentido a la Junta Militar. Todas las “operaciones especiales” desarrolladas en el último período (desde el 24 de marzo hasta la fecha) tienen su “sello personal” y por lo que conozco también su intervención directa, o por lo menos, la supervisión directa. Ha sostenido siempre que el aparato armado debía expresarse como “Ejército”, con su propio Estado Mayor Nacional y Zonales, aun cuando no existiera personal, o la fuerza hubiera sido golpeada, para no favorecer la tendencia de “diluir” o “disolver” al Ejército, detrás de la autodefensa. La implantación de la formalidad militar, actualmente en vigencia (desde hace dos o tres meses) ha tenido en él su propulsor principal (uso del uniforme, institucionalización del saludo, formalidad en las reuniones, etc.) Esta línea “militarista” que expresa “Hernán” no debe confundirse con la antigua concepción “foquista”, ya que sostiene también la necesidad de las armas políticas, pero en la profundidad de su pensamiento y de su práctica, le atribuye al “poder militar popular” un peso político determinante. En lo que se refiere a sus características más individuales podemos mencionar: • “Optimista” en todos los análisis políticos y en los planes (desde luego también en los plazos). Es lo que se dice “un fogoneador” permanente. • “Aparatista” en sus concepciones y en su práctica, en sus movimientos, en sus desplazamientos. • “Fierrero” sistemático. Buen nivel militar. • “Poco autocrítico”. Es muy difícil que modifique una postura, tiene un estilo “autoritario”. En sus formulaciones hay cierta “soberbia”. • Es muy “duro” cuando se trata de juzgar situaciones individuales, errores de compañeros, deserciones, etc. • Es “rígido” en lo que se refiere a su vida personal, afectiva, etc. Es más bien “moralista”. La caída de “Hernán” privaría a la corriente “militarista” de su principal exponente. En relación a los cubanos tendría una línea de mayor simpatía que en otros casos.

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Por su misma concepción “aparatista” tiene tendencia a “la preservación”, pero al mismo tiempo tiene la característica de “ir al frente”.

Nombre: Fernando Vaca Narvaja (a) Vasco Función: S.M. S.R.I Grado: O.B. Fernando Vaca Narvaja es el compañero que integraría la Conducción Nacional en caso de emergencia producida por la caída de alguno de sus integrantes. Mi evaluación es que el Vasco está en una segunda línea, por debajo de Firmenich y Perdía. Esa segunda línea estaría expresada por Roque, Hernán y posiblemente “Carlón” (Eduardo Daniel Pereyra Rossi). Como cuadro de conducción tiene reconocimiento internamente. Es el compañero que más insiste en la función del partido revolucionario, en la necesidad permanente de acumular poder y de construir una fuerza militar propia. Tiene muy claro el problema del Poder. Por ejemplo, todas las alianzas, relaciones políticas, acuerdos, etc., que ha venido estimulando en el Exterior y en el país, las refiere sistemáticamente a un punto central (el partido). Es intransigente con cualquier intento de diluir el partido o con las concepciones “reformistas” o “politicistas”. Ha sido el gestor principal de toda la política internacional de la organización. En tal sentido ha sido y es uno de los cuadros que más viaja por todo el mundo, se traslada en forma periódica de un país a otro, de un continente a otro. Podemos decir que expresa una línea de simpatía a los cubanos pero al mismo tiempo trata de mantener cierta “independencia” estimulando acuerdos en otras direcciones (con la O.L.P. por ejemplo) y ha sido firme sostenedor de la alianza con la social-democracia europea, un aspecto de la política externa que ha sido conflictivo con el Partido Comunista Cubano. También depende de él la política que se impulsa en los distintos comités argentinos distribuidos en el Exterior. En las entrevistas políticas, en su mayoría, interviene personalmente. La política actual de conversaciones con el Departamento de Estado también lo cuenta a Vaca Narvaja como su principal protagonista. La caída de Fernando Vaca Narvaja desarticularía, en la práctica, la política

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internacional, ya que constituye el punto central donde se acumula la conducción y la experiencia en el frente externo. Tiene incidencia en la conducción nacional, y en la mesa ejecutiva del M.P.M. En lo individual tiene capacidad y mentalidad militar, tenacidad de trabajo; las relaciones que establece con otros compañeros son muy políticas (es muy difícil que incorpore problemáticas de tipo personal), tiene la fama de agarrar cualquier punta o compañero en cualquier lugar del mundo (cumpas descolgados, exiliados con algún tipo de reproducción política, etc.) y la imagen que trasmite es la de un cuadro “preservacionista”.

Nombre: Eduardo Pereyra Rossi (a) “Carlón” Función: S.M de prensa Grado: O.F. Nunca he trabajado con Carlón y he tenido muy pocos contactos con él. La imagen que trasmite es la de un cuadro típico del “partido”, con un altísimo grado de eficacia. Si tuviera que ubicarlo arriesgaría en la línea más “montonerista”, en contraposición con la corriente más “política y peronista”, pero esto puede tener un alto grado de subjetividad.

Nombre: Bernardo Tolchinsky (a) Juliot Función: S.M. Político Grado: O.M. Es un compañero bastante viejo en el partido, con una práctica permanente en la estructura interna. No tiene demasiado nivel teórico, en ese sentido hay una diferencia muy grande con los anteriores secretarios políticos nacionales (Molina, Roqué, “Chueco”, etc.), aunque tiene capacidad política. Tiene la “imagen” interna de tratarse de un cuadro sólido ideológicamente, pero con bastantes altibajos en sus posiciones políticas. En general su “tendencia” ha sido hacia las posiciones más políticas y movimientistas, pero no se trata de un “polo” de referencia interna. No tiene la misma gravitación e incidencia en el aparato que en los casos de

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“Carlón”, el “Vasco” o “Petrus”, pero debe tenerse en cuenta que participa en un nivel de decisión estratégica en el partido, que es el Secretariado Nacional. Diría que no es cuadro preservacionista y que es el compañero más probable para acercarse a la periferia para mantener reuniones o entrar al país. Actualmente vive en México, cubre las citas con compañeros que provienen de Argentina por medio de un asistente. Su caída en este momento no tendría reemplazo dentro del propio partido, salvo que se destinara un compañero de otra estructura (M.P.M. o Ejército) lo que obligaría a una reestructuración más general. El año pasado, en la reunión del Consejo Nacional del Partido, fue uno de los compañeros más críticos al evaluar que la fuerza “desde el punto de vista organizativo” estaba prácticamente destruida, lo cual le valió después una reunión especial de 6 horas con la Conducción Nacional en pleno que no aceptaba ese juicio. También sostenía la política de “dispersar” a los cuadros y su inserción social. Su política actual en la Secretaría Política Nacional es intentar la reconstrucción de la misma con todas “las puntas posibles” que aparezcan, otorgando responsabilidades en cada caso (por ejemplo: “Mara”). De hecho, como Secretario Político, más que conducir a una secretaría ordenada, con todos los secretarios zonales, conduce una diversidad de “puntas”, “contactos”, etc. Su concepción es “estructurar” una secretaría política muy pequeña, no producir incorporaciones más o menos masivas al partido y dirigir todos los esfuerzos hacia la construcción del Movimiento. Sus vacilaciones políticas y/o la falta de fundamentación le restan peso político interno. A nivel personal es abierto a los compañeros. Es apreciado —por lo que he podido palpar— por los subordinados.

Nombre: Horacio Campligia (a) Petrus Función: S. Militar Nac. Grado: O.S. Por mi conocimiento de Petrus es un compañero que ha desarrollado toda su práctica en la estructura interna de la organización y no tiene experiencia política anterior. Yo diría —desde luego se trata de una apreciación muy superficial— que “Petrus”

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constituye uno de los integrantes de la actual estructura militar montonera, más abierto y flexible a las críticas y a la discusión política. Tiene iniciativa propia y capacidad militar. De cualquier manera supongo que debe incidir en sus concepciones políticas, su propia trayectoria permanente en el aparato, su falta de actividad directa en los frentes políticos y su pertenencia a un ámbito donde predomina una línea más “esquemática” y “militarista” (“Edgardo”, “Josesito”, “Hernán”). En caso de emergencia aprecio que su posible reemplazante sería “Josesito” Lewinger. No se trata de un cuadro preservacionista, tiene todas las características de estar siempre en la primera línea de combate. No es tampoco un compañero que genera fricciones internas o contradicciones. Está formado en una línea de pensamiento marxista, estuvo en Cuba, aunque no se caracteriza por su alto nivel teórico. No es un dirigente político, aunque reconoce sus limitaciones. Es autocrítico.

Nombre:… [Jesús María Luján (a) “Willy”]… (a) Gallego Función: S. Gral. Zonas Grado: O.M. En la línea de los Oficiales Mayores sería el compañero que menos gravitación política tiene dentro del partido. De cualquier manera, no hay que olvidar que interviene en el máximo organismo del partido, esto es, el secretariado nacional. El año pasado, en el consejo del partido, sustentaba posiciones similares a la de “Juliot” (ambos venían de la Columna Oeste), es decir, la necesidad de reconocer el deterioro de la estructura partidaria (por las bajas, caídas, desarticulación, desmoralización, etc.) y la necesidad de intensificar una política hacia el peronismo. No es un compañero con nivel político y teórico, se trata de un “constructor cotidiano” de la organización. Es flexible, no tiene las características de un cuadro rígido. Está hecho en la vieja escuela “pragmática” de los montoneros. Su eventual caída no produciría modificaciones políticas. Por su nivel actual — Oficial Mayor— y por la situación crítica del partido en materia de cuadros, podría pasar a desempeñar otra función en caso de emergencia o reestructuración, por ejemplo la secretaría política nacional.

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Nombre: Jorge (Omar) Lewinger (a) Josesito (o Francés) Función: E.M. Ejérc. Grado: O.M. Por debajo de “Petrus” es el cuadro de mayor evaluación en la estructura militar montonera y su reemplazo probable en caso de caída. Tiene formación marxista y diría que expresa una línea “montonerista”, planteando sistemáticamente el rol del partido como vanguardia. Es un cuadro con tendencia al “esquematismo” y según comentarios ha manifestado problemas de debilidad en la conducción y en el manejo de compañeros, en particular cuando estaba en Columna Sur. Ese “esquematismo” se traduce cuando se trata de analizar situaciones individuales de compañeros. Mi impresión es que “Josesito” es el Oficial Mayor que tiene más incidencia y peso político y es posible que en una próxima evaluación sea ascendido a Oficial Superior. Tiene capacidad política; militarmente está bien evaluado. Desconozco su función actual; sé únicamente que integra el Estado Mayor de la estructura militar desde principios de año (su destino anterior había estado como Secretario General de (la) Columna Capital). A mediados de junio, estando yo en Madrid, Juan Gelman me comentó que existía la versión sobre la caída de “Josesito”, que después no se confirmó, lo que me hizo presumir que había entrado al país. Después lo vi de casualidad en México el día de mi partida para Brasil (30 de julio). Desde la caída de su compañera no ha formado pareja, por lo menos es lo que tengo conocimiento. Tampoco sería un cuadro preservacionista. Tiene la imagen de ser un cuadro con posiciones “irreductibles”. Es disciplinado. Por sus mismas características no es un compañero con tendencia a la negociación, es más bien un cuadro del “foco”.

Nombre: Edgardo Función: E.M. Ejérc. Mont. Grado: O.M. Lo conocí recién el año pasado, en oportunidad de la reunión del consejo. Por lo tanto no tengo elementos de juicio. Lo que podría decir es que proyecta la imagen de

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ser un cuadro altamente eficaz, organizativo, planificador, con mentalidad militar; su función en ese momento estaba relacionada con la producción logística de la estructura militar. Tengo la impresión —por las discusiones en esa reunión y por algunos comentarios — que es un compañero altamente oficialista, de esos que se limitan a “traducir” o “recitar” el último documento de la Conducción y bajarlo como línea. Es profundamente esquemático. Es un cuadro típico del “aparatismo”.

Nombre: Armando Croatto (a) Quito Función: M.P.M. Rama Sindical Grado: O.F. 1º. Debe ser uno de los oficiales 1º mejor evaluados en este momento. Es factible su promoción a Oficial Mayor y su incorporación al Consejo Nacional. Actualmente participa en el mayor nivel de decisión estratégica del M.P.M., es decir, en la Mesa Ejecutiva. En el plano de las concepciones políticas yo diría que es un compañero con tendencia a las posiciones más peronistas y a la necesidad de construir un movimiento político masivo, aunque intentando siempre preservar el rol de partido. Internamente planteó en su momento que era un error renunciar a la nominación peronista cuando el consejo de abril de 1976 definió el “Movimiento Montonero”. Actualmente en relación a la propuesta de “reunificación peronista” es un firme sostenedor. Su nivel teórico es bajo; su extracción política anterior es la militancia en grupos cristianos de Avellaneda y en A.S.A. (Agrupación Sindical Argentina). En sus concepciones organizativas y en su práctica concreta revela una mentalidad fuertemente “aparatista”, en el sentido de hacer política a través de los recursos humanos y logísticos del partido; cuando éstos faltan, queda empantanado. Es lo que se puede extraer de su experiencia concreta en un largo período en el Departamento Sindical (Área Federal), donde no logró nunca desarrollar una base propia, ni la expansión política del mismo, ni buenos resultados sindicales, en general. Esta “mentalidad” aparatista se traduce también en su funcionamiento (alta concentración de citas partidarias, manejo con asistentes, planteando la necesidad de

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locales, etc.) en sus desplazamientos (custodia, asistentes), en sus movimientos en general. Es un cuadro “preservacionista”, con tendencia al “esquematismo” y con ciertas características “autoritarias” en el ejercicio de la conducción y en la relación que establece con los compañeros (la “Negra” que estaba en su ámbito puede ampliar este punto). No es probable que por ahora ingrese al país, ya que recién ha sido replegado. Tiene incidencia política en el Consejo Superior del M.P.M. aunque su baja producción sindical obra en contra. No es factible ningún cambio de destino de Croatto, por cuanto la preocupación central del M.P.M: sigue siendo la inexistencia de una producción en la rama sindical y la necesidad de un mayor apoyo con recursos humanos. Constituye uno de los poquísimos cuadros con conocimiento y experiencia… de la política sindical. La caída de Croatto produciría una pérdida significativa, por la debilidad que actualmente tiene Montoneros en este frente.

Nombre: Rodolfo Galimberti (a) Alejandro Función: M.P.M Rama Juventud Grado: Oficial 1º Constituye, junto a Firmenich y F. Vaca Narvaja, el compañero con más nombre público, identificado con la política montonera. Proviene de una larga experiencia política anterior a la organización y con su propia representatividad como dirigente de la Juventud Peronista. Esta “escuela” de Galimberti entró en colisión muchas veces con la “escuela foquista” de la mayoría de los cuadros de Montoneros (que se formaron en la lucha militar y no en la lucha política), lo cual se tradujo en situaciones conflictivas que hasta el día de hoy no lograron sintetizarse totalmente y que explican, en parte, sucesivas postergaciones, despromociones y la propia disconformidad de Galimberti. Por ejemplo, en la forma de dar la lucha política interna, Galimberti entró en contradicción de un modo casi permanente. Mientras la organización nunca quiso legitimar esa lucha política (recién hace poco más de un año y medio se empezó lentamente a reconocer la misma) y muchísimo menos que se exprese en corrientes y

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planteamientos, Galimberti la concebía de una manera diferente, es decir, sostenía la existencia de tendencias y en consecuencia iba al choque en forma cotidiana. Por otra parte, Galimberti observaba que cuadros con menos capacidad política y militar estaban mejor evaluados que él, y generaba siempre recelos y disconformidad. Esto sería un nivel de análisis para dar un marco general a la caracterización individual de Galimberti. En el plano de las concepciones yo diría que expresa una línea más bien de “izquierda” y “militarista”. Estas posiciones las sostuvo, por ejemplo, desde la Columna Norte, en 1976 cuando estaba de Secretario Militar y se produjo el enfrentamiento con la Conducción Nacional, por diferencias políticas. Pero además de las mismas, la forma de tratamiento que se implementó y la crítica a (la) Columna Norte de ser responsable del “aparatismo, militarismo o internismo”; constituyó un… que no había sido sintetizado hasta la fecha, y Galimberti no oculta su descontento. En esa oportunidad fue despromovido a Oficial 2º y recientemente se le dio el grado de Oficial 1º, luego de una autocrítica individual acerca de su actuación y responsabilidad en la Columna Norte. Sin embargo sigue planteando que no quiere transformarse en el “chivo emisario” de un conjunto de errores (“aparatismo”, “internismo”, etc.) que en ese momento se manifestaban en toda la organización y en la propia conducción nacional. Yo diría que ese “descontento” de Galimberti persiste y se traduce en una carga de resentimiento por el tratamiento interno que se le ha dado a su caso. Su asentamiento está definido fuera del país, precisamente por el significado de su nombre, ya que su caída sería una derrota política, y tendría, en ese sentido, más consecuencias externas que internas. No es un cuadro “preservacionista” y por sus características personales siempre está en la primera línea. Desde el mismo momento en que fue replegado (desde principios de 1977) ha venido planteando la necesidad de un ingreso al país, lo que no había sido autorizado, aunque en este momento, se admitía esa posibilidad, en particular en relación a la maniobra de “reunificación” del movimiento peronista. En sus “desplazamientos” y “funcionamiento” en general es más bien “aparatista” (en la movilidad, en armamento, en los lugares de reunión, etc.). Tiene buen nivel militar. Hacia abajo es reconocido por los compañeros. Tiene más gravitación política en el M.P.M., que en el partido, precisamente por la contradicción explicada más arriba. Conoce bastante la política internacional, por cuanto ha sido el medio donde ha

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venido actuando el último año y medio y también por su tendencia a “conocer” y “describir” corrientes, tendencias, contradicciones, líneas internas, grupos, etc., tanto a nivel del movimiento, como de otras fuerzas políticas. Conoce en particular la situación del gobierno y la política mexicana y mantiene hasta ahora las relaciones con el Ministerio de Gobierno de ese país.

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Perón desciende en Morón (20 de junio de 1973).

368

Menú del vuelo de Aerolíneas Argentinas que marcó el "retorno definitivo" de Perón, autografiado por los pasajeros.

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Perón a su regreso (1973).

370

Perón dentro del avión con el escribano Garrido y Lima (20 de junio de 1973).

371

Perón y el doctor Cossio tras la enfermedad (junio de 1973).

372

De izquierda a derecha: Juan Esquer, Gustavo Caraballo y Perón.

373

Perón y Balbín, luego de la entrevista en Gaspar Campos (31 de junio de 1973).

374

Perón recibe a Carlos Monzón.

La señora de Perón, Victorio Calabró y Perón.

375

Quincho de Olivos. Perón entre Horacio Thedy y Damasco.

376

Perón en el Colegio Militar de la Nación.

377

Perón ante la columna de su Promoción del Colegio Militar.

Perón con Rucci en la CGT.

378

De izquierda a derecha: López Rega, Jorge Triacca, Isabel y Perón.

Perón en Olivos, con políticos de la oposición.

379

Carpeta Azul.

380

Hugo A. Irurzun, atacante de la Guarnición de Azul.

381

Enrique Gorriarán Merlo comandó el ataque a Azul.

382

Roberto Quieto, miembro de Montoneros (ex FAR).

383

Almirante Massera, Isabel y Perón (19 de noviembre de 1973).

384

Perón jura como presidente de la Nación el 12 de octubre de 1973.

Cable de la cancillería con la conversación Frei-Allende.

385

Cable de la embajada de los EE.UU. informando sobre la reunión Perón-Balbín (junio de 1973).

386

Informe sobre Montoneros elaborado por la CNI.

387

Página de la “Biblia” militar en la que se relatan los hechos de Ezeiza.

388

Tapa de un Informe Base de la CNI.

389

Observaciones del Ejército a las operaciones de la PFA en Tucumán.

390

Portadas de Estrella Roja con las noticias del secuestro y millonario rescate de Víctor Samuelson.

391

Militancia, año2 Nº 28 (28 Marzo 1974) condenando al padre Mugica.

392

Coronel Jorge Ibarzábal.

393

Cartas enviadas por el coronel Ibarzábal a su familia, durante su secuestro (marzo-abril de 1974).

394

Carta de Perón después del ataque a la Guarnición de Azul.

395

El coronel Ibarzábal asesinado.

396

Cárcel del pueblo para Ibarzábal.

Perón regala huevos de Pascua a los soldados del Escuadrón Chacabuco (abril de 1974).

397

Perón en Pascua con un soldado de Granaderos y el teniente Jorge Mones Ruiz.

Perón saluda al oficial granadero Ignacio Berra Alemán.

398

Perón llega a la inauguración de la Central de Atucha.

399

Perón saludado por una vecina.

400

De visita en un bar.

Perón se entrevista con el presidente chileno, Augusto Pinochet.

401

Renuncia de Cámpora como embajador en México.

402

Quieto, Firmenich, Galimberti y Arrostito (11 de marzo de 1974).

403

Recepción al matrimonio Ceausescu.

404

El juez Jorge Quiroga, asesinado por el ERP-22.

405

Perón en el velorio del coronel Camilo Gay.

406

Juan Domingo Perón echa a los montoneros (1º de mayo de 1974).

407

Perón ante la Plaza de Mayo (12 de junio de 1974).

408

Perón recibe a los monseñores Primatesta y Plaza.

Observando las condecoraciones que le habían sido retiradas en 1955.

409

Perón e Isabel entrando en el Teatro Colón.

410

Un Perón sonriente.

411

1 Revista Unidos, Año 3, Nº 7/8, diciembre de 1985.

412

1 Agradezco al historiador Joseph Page su regalo en 1981 de una colección de cables de aquellos años.

413

2 Entrevista a Armando Rubén Puente realizada en Madrid por Humberto Toledo, marzo de 2010.

414

3 El Descamisado, Nº 17, 11 de septiembre de 1973.

415

4 Enrique Pavón Pereyra, Conversaciones con Juan D. Perón, Colihue-Hachette, Buenos Aires, 1978.

416

5 Entrevista del autor con Horacio Calderón, 9 de febrero de 2010.

417

6 Entrevista del autor con el brigadier (R) Jesús Orlando Capellini.

418

7 En la ocasión muere el dirigente montonero Horacio “Beto” Simona. José Luis Nell (ex integrante del comando que asaltó el Policlínico Bancario junto con Joe Baxter y otros), un histórico de la organización, quedó paralítico y se terminó suicidando. Su mujer, Lucía Cullen, fue una íntima colaboradora del padre Carlos Mugica Echagüe. También murió el jefe de la Columna Sur de las FAR, el “periodista peruano” Antonio Quispe.

419

8 Confidencia de una fuente que pidió reserva de su nombre.

420

9 La Base Aérea estaba bajo las órdenes del comodoro Jesús Orlando Capellini.

421

10 Miguel Bonasso, El presidente que no fue, Planeta, Buenos Aires, 1997, pág. 539.

422

11 Declaraciones de Lima al semanario Gente, junio de 1980.

423

12 Entrevistas del autor a Pedro Ramón Cossio, año 2010.

424

13 Horacio Domingo Campiglia (a) “Petrus” (a) “Armando” (a) “Ignacio” perteneció a la conducción nacional de Montoneros. Estaba casado con Pilar Calveiro (a) “Merke”. Venía de las FAR. En 1975, en Tucumán, participa en un plenario con Roberto Santucho para escuchar experiencias y preparar la Patrulla de Monte que los Montoneros iban a instalar en esa provincia. En ese momento era jefe del Estado Mayor de la organización. A fines de 1975, la “Compañía de Monte RRJ” estaba casi desarticulada, siendo reemplazada por otra, formada por montoneros. Desapareció el 12 de marzo de 1980 en el aeropuerto del Galeão, Río de Janeiro, cuando volvía de Cuba como jefe de las “Tropas Especiales de Infantería” (TEI) y se preparaba para entrar en la Argentina como “Jorge Piñeiro”, junto a Mónica Susana Pinus Tolchinsky de Binstock (a) “Lucía” (a) “María Cristina Aguirre de Prinssot”, cuyo marido, Edgardo Binstock, es el Secretario de Estado de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires desde 2003.

425

14 Declaraciones similares realizó para El Descamisado, Nº 7, julio de 1973.

426

15 Reportaje realizado por Gabriel Martin el 23 de marzo de 2006.

427

16 Informe de octubre de 1974. En el mismo aparecen entre sus dirigentes más importantes Mario Raúl Klachko y Guiomar Schmidt de Klachko, amnistiados el 25 de mayo de 1973, tras ser condenados por el asesinato del director de la Fiat, Oberdan Sallustro.

428

17 El subrayado es del original.

429

18 El subrayado es del original.

430

19 El Descamisado, Nº 4, 12 de junio de 1973.

431

20 Valori fue uno de los invitados extranjeros que acompañaron a Perón a la Argentina. El otro fue Manolo Alcalá, un periodista español de conocida posición falangista.

432

21 La Nación, 26 de junio de 1973.

433

22 Para más datos véase Pedro Ramón Cossio y Carlos A. Seara, Perón, testimonios médicos y vivencias (1973-1974), Lumen, Buenos Aires, 2008.

434

23 Clarín, 28 de junio de 1973.

435

24 Las Bases, año 2, N° 47, 7 de junio de 1973. La montonera Gloria Bidegain actualmente es diputada nacional por el Frente Para la Victoria, provincia de Buenos Aires, mandato 2007-2011.

436

25 Testimonio de Carlos von Ifflinger, apoderado del Partido Conservador Popular y hombre de íntima confianza de Lima.

437

26 Relato de un participante de esa reunión.

438

27 Panorama, Año XI, N° 321, 28 de junio al 4 de julio de 1973.

439

28 Juan Alais fue uno de los seudónimos que el autor usó en Los Principios de Córdoba, en Clarín y en los días de su “autoexilio” en Washington (19791982).

440

29 Se casó el 24 de abril de 1974.

441

30 El incidente me fue relatado por el propio Rawson Paz en su momento, y Última Clave lo publicó en su edición del 30 de agosto de 1973.

442

31 La Opinión, 8 de julio de 1973.

443

32 La Opinión, 31 de julio de 1973.

444

33 Véase Juan Bautista Yofre, Volver a matar, Sudamericana, Buenos Aires, 2009, pág. 83.

445

34 La “Biblia” informa que la JCR se estableció en Lisboa, Portugal, una sede para “dirigir sus actividades subversivas en el Cono Sur de América” (y la Fábrica de Armas); que “Montoneros participa de las reuniones en calidad de observadora”; y que otros grupos han tomado contacto “con esta conducción supranacional”. Especialmente varios organismos de promoción de la paz y los derechos humanos, que se enumeran.

446

35 Escondite para ocultar documentación u otros objetos que los Montoneros llamaban “embute”.

447

36 Algunos de los nombrados intervinieron en secuestros en la Argentina durante 1973 y 1974.

448

37 Testimonio grabado con Teresa Iuzzolini.

449

1 Entrevista del autor con Eduardo César Angeloz.

450

2 Entrevista del autor.

451

3 Véase Juan Bautista Yofre, Volver a matar, Sudamericana, Buenos Aires, 2009.

452

4 Anécdota relatada por Jorge Raventós.

453

5 Gente, 27 de septiembre de 1973.

454

6 Paco Urondo era primo hermano de Invernizzi, y éste antes de ingresar al PRT-ERP había militado en las FAR, según relató en Lucha Armada, año 2, Nº 5.

455

7 Véase el largo diálogo con Alejandro Ferreyra Beltrán en Volver a matar, ob. cit.

456

8 El Descamisado, año I, Nº 17, 11 de septiembre de 1973.

457

9 Carta de Radomiro Tomic al general Carlos Prats, en: Ignacio González Camus, El día que murió Allende, CESOC, 1988.

458

10 El plan se pidió el 1 de agosto de 1972.

459

11 Florencia Varas, El general disidente, Aconcagua, Chile, 1979.

460

12 Testimonios del personal militar de Chile al autor.

461

13 Argentina-Chile: 100 años de encuentros presidenciales, Editorial Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, Buenos Aires, 1999.

462

14 Volodia Teitelbaum, Neruda, Sudamericana, Chile, 1996.

463

15 “Jakarta”: capital de Indonesia, alusión a la persecución y matanza de comunistas de 1967 bajo el gobierno de Sukarno.

464

16 Testimonio del doctor Pedro Cossio al autor.

465

17 Declaración filmada para la prensa española (archivo del autor).

466

18 Juan Bautista Yofre, Misión Argentina en Chile, Sudamericana, Chile, 2000.

467

19 Relato del coronel Carlos Doglioli al autor, 30 de agosto de 2008.

468

20 Comunicado de prensa del Ministerio de Relaciones y Culto de la República Argentina del 19 de septiembre de 1973.

469

21 El punto 2 trata sobre el ingreso de la Argentina al Movimiento de Países No Alineados en la cumbre de Argel y la disputa con Brasil por el aprovechamiento de los cursos de agua de la Cuenca del Plata.

470

22 Nota secreta Nº 424, de la embajada Argentina ante la Santa Sede, 4 de octubre de 1973.

471

23 La Opinión, Buenos Aires, 23 de septiembre de 1973.

472

24 La Nación, 4 de octubre de 1973.

473

25 Nadie en su sano juicio podría afirmar que estos dos periodistas formaron parte de la red oficial afín a la Junta Militar.

474

26 Nota reservada Nº 592, 20 de septiembre de 1973.

475

27 Ídem.

476

28 Óscar Soto, El último día de Salvador Allende, Aguilar, Chile, 1999.

477

29 Datos aportados por el médico y amigo de Allende, Óscar Soto.

478

30 “Santiago era un infierno”, reportaje a Nancy Julien, Clarín, Buenos Aires, 9 de septiembre de 1998.

479

31 Documento “Marco Externo - Ámbito Regional”.

480

32 Para esa época el PRT-ERP se había alejado del trotskismo, desafiliado como Sección Argentina de la IV Internacional, adoptado el castroguevarismo foquista y pasado a la órbita de Cuba y la URSS.

481

1 Esta observación, deslizada por Bordaberry, también se la refirió al autor otro ex presidente uruguayo, muchos años más tarde.

482

2 En 1969 milita en Descamisados y forma parte del comando que asesinó a Augusto Timoteo Vandor (“Operación Judas”). Ya en Montoneros, participa en el grupo que asesinó con la “Operación Traviata” a José Ignacio Rucci. Estuvo en pareja con Graciela Daleo, del departamento de finanzas de la organización. El testimonio es de uno de los asistentes a la reunión, que prefirió mantener el anonimato.

483

1 Gorriarán Merlo planificó el ataque con Santucho y Juan Ledesma, pero no participó por expresa prohibición del Comité Central. Uno de los que comandó el grupo de cuarenta combatientes fue Carlos Germán (a) “el Negro Mauro Gómez”.

484

2 Según fuentes consultadas, el soldado conscripto fue identificado y murió en la quinta de Moreno el 28-29 de marzo de 1976, en momentos en que se realizaba una reunión del Buró Político ampliado del PRT-ERP y la Junta Coordinadora Revolucionaria.

485

3 Murió el 10 de febrero de 1983.

486

4 Diálogo con el autor.

487

5 Irurzun fue jefe de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez y años más tarde intervino en el asesinato del ex presidente de Nicaragua Anastasio Somoza (h), el 17 de septiembre de 1980 en Asunción del Paraguay, bajo las órdenes de Gorriarán Merlo. “Santiago” cayó al día siguiente en Lambaré, al intentar huir de Paraguay.

488

6 Perón luce la misma vestimenta con la que aparece en la tapa de este libro.

489

1 Entrevista con el autor, 2010.

490

2 El recuadro conjuga los testimonios de dos oficiales, uno muy próximo al presidente y el otro parte de la custodia presidencial.

491

3 Transcripción de la entrevista entre Perón y los diputados de la JP realizada por la secretaría de Prensa y Difusión de la presidencia bajo el título: “Perón y el imperativo nacional: actuar dentro de la ley”. El autor quitó algunos pasajes.

492

4 Ramón Landajo en diálogo con el autor.

493

5 El “Cabezón” Habegger venía de grupos socialcristianos. Luego integró Descamisados y después el grupo se integró a Montoneros.

494

6 Manuel Urriza era ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires.

495

7 El Descamisado, 5 de febrero de 1974.

496

8 Mario Eduardo Firmenich en una conferencia ante la Juventud Peronista, enero de 1974.

497

9 Reportaje de Fernando González, 22 de abril de 2007.

498

10 Reportaje de Mario Diament para Siete Días, 8 de marzo de 1983.

499

11 A manera de ejemplo, en la sección documental se pueden ver las biografías de Gorriarán Merlo, Irurzun y Roberto Quieto. Los dos primeros, atacantes de la Guarnición Militar de Azul, y el tercero, segundo jefe de Montoneros.

500

12 Desapareció en diciembre de 1976. Colección completa de la publicación en el archivo del autor.

501

13 Entrevista con el autor.

502

14 Esta suma —luego aumentada— nunca fue pagada (2010).

503

15 Subsecretario de Derechos Humanos de la Nación desde 2003 hasta 2010.

504

1 Entrevista del autor con Ricardo Balbín con la presencia de Enrique Vanoli, febrero de 1979.

505

2 Diálogo con el doctor Eduardo César Angeloz.

506

3 Clausurada por orden de Perón el 8 de abril de 1974, por promover la subversión y “el caos social” (decreto 1101).

507

4 El PST fue el resultado de la fusión del sector PRT-La Verdad, de Hugo Bressano Capacete (a) Nahuel Moreno, con un sector del Partido Socialista liderado por Coral. Sufrió varios atentados de las Tres A, y luego fue prohibido. Cuando el Proceso se derrumbó, el partido emergió como Movimiento al Socialismo (MAS).

508

5 Confesiones de un miembro de la CIDH al autor, Washington, 1979.

509

6 Noticias, 6 de abril de 2010.

510

7 Testimonios extraídos de Olga Wornat, Nuestra Santa Madre: historia pública y privada de la Iglesia Católica Argentina, Ediciones B, Buenos Aires, 2002.

511

8 Testimonio en el archivo del autor.

512

9 Irustia, químico industrial, ingresó al ERP en 1973 y en junio de 1974 fue incorporado a la CMRRJ. Murió en el combate de Manchalá, el 28 de mayo de 1975.

513

10 Véase más información sobre el período 1974-1976 del PRT-ERP en Tucumán, en: Juan Bautista Yofre, Nadie fue, Sudamericana, Buenos Aires, 2008.

514

11 Molina era un cuadro militar. Intervino en el copamiento de La Calera, junto a Fernando Abal Medina y Norma Arrostito (1970). Murió, junto con Victoria Walsh y Guillermo Amarilla, el 29 de septiembre de 1976 en una casa de la calle Corro de la Capital Federal.

515

12 Relato del edecán al autor.

516

13 Operativo relatado al autor por el encargado de manejar el camión en el que trasladaron el féretro.

517

14 Salió en libertad en 1984 y actualmente vive en España.

518

15 Es la cifra que dio “Domingo”, militante Tupamaro citado en el Capítulo 1, aunque el PRT-ERP sólo acusó US$ 14.200.000.

519

1 Testimonio de Carlos von Ifflinger.

520

2 Es decir que es ascendido once grados en la jerarquía de la Policía Federal.

521

3 En su libro, Marambio no llegó a identificarlo. Quien sí lo hizo y ante el autor fue un ex integrante del ELN, que también se entrenaba en Cuba.

522

4 Diálogo del autor con el brigadier mayor Jesús Orlando Capellini.

523

5 Diálogo del autor con Álvaro Puga Cappa en Santiago de Chile, 1984.

524

6 Revista Mercado, 30 de abril de 1974.

525

7 Anécdota contada por Pablo Unamuno al autor.

526

8 Tras las bambalinas del poder, Corregidor, Buenos Aires, 2007.

527

9 El autor, con un grupo de amigos, estuvo en la Plaza de Mayo muy cerca de donde habló Perón.

528

10 Testimonio de Guillermo Cherashny.

529

11 Pedro Ramón Cossio y Carlos A. Seara, Perón, Testimonios médicos y vivencias (1973-1974), Lumen, Buenos Aires, 2008.

530

12 Clarín, 2 de julio de 1974.

531

13 Comentado al autor por Rodolfo Iribarne.

532

14 Heriberto Kahn dijo que fue a las 17 horas; Jorge Taiana sostuvo en su libro El último Perón que se realizó a las 13 del 5 de julio, lo mismo que Benito Llambí.

533

15 Page le dedicó a este período tan sólo sesenta páginas de las setecientas páginas de su voluminoso libro.

534

16 Así apareció relatado en The Buenos Aires Herald.

535

1 El párrafo pertenece al documento presentado en Nadie fue como anexo.

536

2 Camilo Torres, el cura guerrillero, Peña Lillo, Buenos Aires, 1967.

537

3 CONADEP, legajo 1713.

538

4 Conducción Nacional.

539

5 Movimiento Peronista Montonero.

540

6 Se debe referir a Miguel Ángel Castiglia (a) “Pelado Diego” (a) “Carlos Nelson Latorre” que cayó en manos de la ESMA.

541

7 Liliana Inés Goldemberg Fernández (a) Ana (a) Pastito, esposa de Eduardo Gonzalo Escabosa. Fue pareja del fundador y jefe de las FAR, el paraguayo Carlos Eduardo Enrique Olmedo (a) “Germán” (a) “José”.

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Yofre, Juan Bautista El escarmiento. 1a ed. - Buenos Aires : Sudamericana, 2011 (Investigación periodística) EBook ISBN 978-950-07-3706-7 1. Investigación Periodística. I. Título CDD 070,4

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